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DIEGO DE TORRES VILLARROEL
DIEGO DE TORRES VILLARROEL
VIDA
Me he reído muchas veces a mis solas
de ver el empeño que han tomado mis émulos en querer hacerme sabio y
silencioso; que ésta ha sido la porfía más temeraria con que han procurado
echar a rodar mi paciencia. Yo no puedo fundirme la humanidad ni formarme otro
espíritu, ni sé dónde comprar otra cabeza; lo que discurre, lo que cavila y lo
que contiene la que Dios me ha puesto en los hombros es lo que doy al público;
si esto es majadería, ignorancia o simplicidad, no debo pena, porque Dios no ha
querido ponerme otro caudal en ella, ni ha permitido que entren ni salgan de
mis sesos las discreciones, las sutilezas ni las ingeniosidades. Dícenme que
pudiera dejar de escribir; y es verdad que puedo; pero no quiero, que así paso
muy buena vida, con sobrada comodidad, con quietud, con esparcimiento, sin
sujeción, sin pe- ligros, sin petardos, sin deudas, sin pretensiones, sin
ceremonias y sin el más leve deseo hacia las dignidades ni a las abundancias;
además que a mí ninguno me da nada porque esté callado y silencioso, y me lo
dan cuando hablo y escribo; y así, quiero hablar y escribir a pesar de
soberbios y tontos, que haciéndolo yo (como lo he hecho hasta ahora) con
licencia de Dios y del rey, me burlaré de cuantos quieren poner candados a mi
boca y cotos a mi fantasía. Yo me hallo muy bien con mis disparates, y por dar
gusto a los antojos de cuatro presumidos, no he de soltar mis comodidades,
risas y quietudes; primero soy yo que su dictamen y su soberbia, púdranse
ellos, y vamos al caso.
(Trozo
Quinto)
B. J. FEIJOO
TEATRO CRÍTICO UNIVERSAL
A tantos se ha extendido la opinión
común en vilipendio de las mujeres que apenas admite en ellas cosa buena. En lo
moral las llena de defectos y en lo físico de imperfecciones; pero donde más
fuerza hace es en la limitación de sus entendimientos. [...] Llegamos ya al
batidero mayor que es la cuestión del entendimiento, en la cual yo confieso
que, si no me vale la razón, no tengo mucho recurso a la autoridad; porque los
autores que tocan esta materia (salvo uno u otro muy raro) están tan a favor de
la opinión del vulgo que casi uniforme hablan del entendimiento de las mujeres
con desprecio. [...] Hombres fueron los que escribieron esos libros, en que se
condena por muy inferior el entendimiento de las mujeres. Si mujeres los
hubieran escrito, nosotros quedaríamos debajo. [...] Estos discursos contra las
mujeres son de hombres superficiales. Ven que, por lo común, no saben sino
aquellos oficios caseros a que están destinadas y de aquí infieren (aun sin
saber que lo infieren de aquí, pues no hacen sobre ello algún acto reflejo1)
que no son capaces de otra cosa. El más corto lógico sabe que de la carencia
del acto a la carencia de la potencia no vale la ilación2; y así, de que las
mujeres no sepan más, no se infiere que no tengan talento para más. Nadie sabe
más que aquella facultad que estudia, sin que de aquí se pueda colegir, sino
bárbara- mente, que la habilidad no se extiende a más que la aplicación. Si
todos los hombres se dedicasen a la agricultura (como pretendía el insigne
Tomás Moro en su Utopía), de modo que no supiesen otra cosa, ¿sería esto
fundamento para discurrir que no son los hombres hábiles para otra cosa? Entre
los drusos, pueblos de la Palestina, son las mujeres las únicas depositarias de
las letras, pues casi todas saben leer y escribir; y en fin, lo poco o mucho
que hay de literatura en aquella gente está archivado en los entendimientos de
las mujeres, y oculto del todo a los hombres, los cuales sólo se dedican a la
agricultura, a la guerra y a la negociación. Si en todo el mundo hubiera la
misma costumbre, tendrían sin duda las mujeres a los hombres por inhábiles para
las letras, como hoy juzgan los hombres ser inhábiles a las mujeres. Y como
aquel juicio sería sin duda errado, lo es del mismo modo el que ahora se hace,
pues procede sobre el mismo fundamento.
1acto
reflejo: acto de reflexión; 2no vale la ilación: no se puede inferir una cosa
de la otra.
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