SELECCIÓN DE
TEXTOS DE LOS POETAS DEL 27
PEDRO SALINAS
35 BUJÍAS
Sí. Cuando
quiera yo
la soltaré. Está
presa,
aquí arriba,
invisible.
Yo la veo en su
claro
castillo de
cristal, y la vigilan
—cien mil
lanzas— los rayos
—cien mil rayos—
del sol. Pero de noche,
cerradas las
ventanas
para que no la
vean
—guiñadoras
espías— las estrellas,
la soltaré.
(Apretar un botón.)
Caerá toda de
arriba
a besarme, a
envolverme
de bendición, de
claro, de amor, pura.
En el cuarto
ella y yo no más, amantes
eternos, ella mi
iluminadora
musa dócil en
contra
de secretos en
masa de la noche
—afuera—
descifraremos
formas leves, signos,
perseguidos en
mares de blancura
por mí, por
ella, artificial princesa,
amada eléctrica.
Seguro azar.
Ayer te besé en
los labios.
Te besé en los labios.
Densos,
rojos. Fue un
beso tan corto
que duró más que
un relámpago,
que un milagro,
más.
El tiempo
después de
dártelo
no lo quise para
nada
ya, para nada
lo había querido
antes.
Se empezó, se
acabó en él.
Hoy estoy
besando un beso;
estoy solo con mis
labios.
Los pongo
no en tu boca,
no, ya no
—¿adónde se me
ha escapado?—.
Los pongo
en el beso que
te di
ayer, en las
bocas juntas
del beso que se
besaron.
Y dura este beso
más
que el silencio,
que la luz.
Porque ya no es
una carne
ni una boca lo
que beso,
que se escapa,
que me huye.
No.
Te estoy besando
más lejos.
La voz a ti debida
FEDERICO GARCÍA
LORCA
LA AURORA DE
NUEVA YORK
La aurora de
Nueva York tiene
cuatro columnas
de cieno
y un huracán de
negras palomas
que chapotean
las aguas podridas.
La aurora de
Nueva York gime
por las inmensas
escaleras
buscando entre
las aristas
nardos de
angustia dibujada.
La aurora llega
y nadie la recibe en su boca
porque allí no
hay mañana ni esperanza posible:
a veces las
monedas en enjambres furiosos
taladran y
devoran abandonados niños.
Los primeros que
salen comprenden con sus huesos
que no habrá
paraísos ni amores deshojados;
saben que van al
cieno de números y leyes,
a los juegos sin
arte, a sudores sin fruto.
La luz es
sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto
de ciencia sin raíces.
por los barrios
hay gentes que vacilan insomnes
como recién
salidas de un naufragio de sangre.
Poeta en Nueva York
CANCIÓN DEL
JINETE
Córdoba.
Lejana y sola.
Jaca negra, luna
grande,
y aceitunas en
mi alforja.
Aunque sepa los
caminos
yo nunca llegaré
a Córdoba.
Por el llano,
por el viento,
jaca negra, luna
roja.
La muerte me
está mirando
desde las torres
de Córdoba.
¡Ay qué camino
tan largo!
¡Ay mi jaca
valerosa!
¡Ay que la
muerte me espera,
antes de llegar
a Córdoba!
Córdoba.
Lejana y sola.
Canciones
ROMANCE
SONÁMBULO
Verde que te
quiero verde.
Verde viento.
Verdes ramas.
El barco sobre
la mar
y el caballo en
la montaña.
Con la sombra en
la cintura
ella sueña en su
baranda,
verde carne,
pelo verde,
con ojos de fría
plata.
Verde que te
quiero verde.
Bajo la luna
gitana,
las cosas le
están mirando
y ella no puede
mirarlas.
*
Verde que te
quiero verde.
Grandes
estrellas de escarcha,
vienen con el
pez de sombra
que abre el
camino del alba.
La higuera frota
su viento
con la lija de
sus ramas,
y el monte, gato
garduño,
eriza sus pitas
agrias.
¿Pero quién
vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su
baranda,
verde carne,
pelo verde,
soñando en la
mar amarga.
*
Compadre, quiero
cambiar
mi caballo por
su casa,
mi montura por
su espejo,
mi cuchillo por
su manta.
Compadre, vengo
sangrando,
desde los montes
de Cabra.
Si yo pudiera,
mocito,
ese trato se
cerraba.
Pero yo ya no
soy yo,
ni mi casa es ya
mi casa.
Compadre, quiero
morir
decentemente en
mi cama.
De acero, si
puede ser,
con las sábanas
de holanda.
¿No ves la
herida que tengo
desde el pecho a
la garganta?
Trescientas
rosas morenas
lleva tu pechera
blanca.
Tu sangre rezuma
y huele
alrededor de tu
faja.
Pero yo ya no
soy yo,
ni mi casa es ya
mi casa.
Dejadme subir al
menos
hasta las altas
barandas,
dejadme subir,
dejadme,
hasta las verdes
barandas.
Barandales de la
luna
por donde
retumba el agua.
*
Ya suben los dos
compadres
hacia las altas
barandas.
Dejando un
rastro de sangre.
Dejando un
rastro de lágrimas.
Temblaban en los
tejados
farolillos de
hojalata.
Mil panderos de
cristal,
herían la
madrugada.
*
Verde que te
quiero verde,
verde viento,
verdes ramas.
Los dos
compadres subieron.
El largo viento,
dejaba
en la boca un
raro gusto
de hiel, de
menta y de albahaca.
¡Compadre!
¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi
niña amarga?
¡Cuántas veces
te esperó!
¡Cuántas veces
te esperara,
cara fresca,
negro pelo,
en esta verde
baranda!
*
Sobre el rostro
del aljibe
se mecía la
gitana.
Verde carne,
pelo verde,
con ojos de fría
plata.
Un carámbano de
luna
la sostiene
sobre el agua.
La noche su puso
íntima
como una pequeña
plaza.
Guardias civiles
borrachos,
en la puerta
golpeaban.
Verde que te
quiero verde.
Verde viento.
Verdes ramas.
El barco sobre
la mar.
Y el caballo en
la montaña.
Romancero gitano
VICENTE
ALEIXANDRE
UNIDAD EN ELLA
Cuerpo feliz que
fluye entre mis manos,
rostro amado
donde contemplo el mundo,
donde graciosos
pájaros se copian fugitivos,
volando a la
región donde nada se olvida.
Tu forma
externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol
que entre mis manos deslumbra,
cráter que me
convoca con su música íntima, con esa
indescifrable
llamada de tus dientes.
Muero porque me
arrojo, porque quiero morir,
porque quiero
vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino
el caliente aliento
que si me acerco
quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que
mire, teñido del amor,
enrojecido el
rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el
hondo clamor de tus entrañas
donde muero y
renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la
muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú,
tu sangre, esa lava rugiente
que regando
encerrada bellos miembros extremos
siente así los
hermosos límites de la vida.
Este beso en tus
labios como una lenta espina,
como un mar que
voló hecho un espejo,
como el brillo
de un ala,
es todavía unas
manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de
la luz vengadora,
luz o espada
mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca
podrá destruir la unidad de este mundo.
La destrucción o el amor
LUIS CERNUDA
Si el hombre
pudiera decir lo que ama,
si el hombre
pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en
la luz;
si como muros
que se derrumban,
para saludar la
verdad erguida en medio,
pudiera
derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la
verdad de su amor,
la verdad de sí
mismo,
que no se llama
gloria, fortuna o ambición,
sino amor o
deseo,
yo sería aquel
que imaginaba;
aquel que con su
lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante
los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su
amor verdadero.
Libertad no
conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no
puedo oír sin escalofrío;
alguien por
quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día
y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y
espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños
perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con
la libertad del amor,
la única
libertad que me exalta,
la única
libertad por que muero.
Tú justificas mi
existencia:
si no te
conozco, no he vivido;
si muero sin
conocerte, no muero, porque no he vivido.
Los placeres prohibidos
otros como
puñales,
otros como
cintas de agua;
pero todos,
temprano o tarde,
serán quemaduras
que en otro cuerpo se agranden,
convirtiendo por
virtud del fuego a una piedra en un
hombre.
Pero el hombre
se agita en todas direcciones,
sueña con
libertades, compite con el viento,
hasta que un día
la quemadura se borra,
volviendo a ser
piedra en el camino de nadie.
Yo, que no soy
piedra, sino camino
que cruzan al
pasar los pies desnudos,
muero de amor
por todos ellos;
les doy mi
cuerpo para que lo pisen,
aunque les lleve
a una ambición o a una nube,
sin que ninguno
comprenda
que ambiciones o
nubes
no valen un amor
que se entrega.
Los placeres prohibidos
RAFAEL ALBERTI
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la
mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del
corazón.
Se lo quisiera
llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
Marinero en tierra
GALOPE
Las tierras, las
tierras, las tierras de España,
las grandes, las
solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo
cuatralbo,
jinete del
pueblo,
al sol y a la
luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta
enterrarlos en el mar!
A corazón
suenan, resuenan, resuenan
las tierras de
España, en las herraduras.
Galopa, jinete
del pueblo,
caballo
cuatralbo,
caballo de
espuma.
¡A galopar,
a galopar,
hasta
enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie,
nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la
muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo
cuatralbo,
jinete del
pueblo,
que la tierra es
tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta
enterrarlos en el mar!