NOTA. Se recogerá el jueves 18 de febrero.
CUESTIONES
1. a) Determine el tema del texto (0,5 puntos). b) Características lingüísticas y estilísticas más sobresalientes del texto (1,25 puntos). c) ¿Qué tipo de texto es? (0,25).
2. Resume el contenido del texto (1 punto).
CUESTIONES
1. a) Determine el tema del texto (0,5 puntos). b) Características lingüísticas y estilísticas más sobresalientes del texto (1,25 puntos). c) ¿Qué tipo de texto es? (0,25).
2. Resume el contenido del texto (1 punto).
No quise pensar más en lo que me
rodeaba y me metí en la cama. La carta de Ena me había abierto, y
esta vez de una manera real, los horizontes de la salvación.
"... Hay un trabajo para ti en el
despacho de mi padre, Andrea. Te permitirá vivir independiente y
además asistir a las clases de la Universidad. Por el momento
vivirás en casa, pero luego podrás escoger a tu gusto tu domicilio,
ya no se trata de secuestrarte. Mamá está muy animada preparando tu
habitación. Yo no duermo de alegría."
Era una carta larguísima en la que me
contaba todas sus preocupaciones y esperanzas. Me decía que Jaime
también iba a vivir aquel invierno en Madrid. Que había decidido,
al fin, terminar la carrera y que luego se casarían.
No me podía dormir. Encontraba idiota
sentir otra vez aquella ansiosa expectación que un año antes, en el
pueblo, me hacía saltar de la cama cada media hora, temiendo perder
el tren de las seis, y no podía evitarla. No tenía ahora las mismas
ilusiones, pero aquella partida me emocionaba como una liberación.
El padre de Ena, que había venido a Barcelona por unos días, a la
mañana siguiente me vendría a recoger para que le acompañara en su
viaje de vuelta a Madrid. Haríamos el viaje en su automóvil.
Estaba ya vestida cuando el chófer
llamó discretamente a la puerta. La casa entera parecía silenciosa
y dormida bajo la luz grisácea que entraba por los balcones. No me
atreví a asomarme al cuarto de la abuela. No quería despertarla.
Bajé las escaleras despacio. Sentía
una viva emoción. Recordaba la terrible esperanza, el anhelo de vida
con que las había subido por primera vez. Me marchaba ahora sin
haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su
plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de
la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así lo creía yo
entonces.
De pie, al lado del largo automóvil
negro, me esperaba el padre de Ena. Me tendió las manos en una
bienvenida cordial. Se volvió al chófer para recomendarle no sé
qué encargos. Luego me dijo:
- Comeremos en Zaragoza, pero antes
tendremos un buen desayuno - se sonrió ampliamente-; le gustará el
viaje, Andrea. Ya verá usted?
El aire de la mañana estimulaba. El
suelo aparecía mojado con el rocío de la noche.
Antes de entrar en el auto alcé los
ojos hacia la casa donde había vivido un año. Los primeros rayos
del sol chocaban contra sus ventanas. Unos momentos después, la
calle de Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí.
Nada, Carmen Laforet.
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