MILAGROS DE NUESTRA SEÑORA
Amigos y vasallos de Dios omnipotente,
si escucharme quisierais de grado
atentamente
yo os querría contar un suceso
excelente:
al cabo lo veréis tal, verdaderamente.
yo, el maestro Gonzalo de Berceo hoy llamado,
yendo en romería acaecí en un prado
verde, y bien sencillo, de flores bien
poblado,
lugar apetecible para el hombre
cansado.
Daban color soberbio las flores bien
olientes,
refrescaban al par las caras y las
mentes;
manaban cada canto fuentes claras,
corrientes,
en verano bien frías, en invierno
calientes.
A la sombra yaciendo perdí todos
cuidados,
y oí sones de aves dulces y modulados:
nunca oyó ningún hombre órganos más
templados
ni que formar pudiesen sones más
acordados.
El prado que yo os digo tenía otra
bondad:
por calor ni por frío perdía su beldad,
estaba siempre verde toda su
integridad,
no ajaba su verdura ninguna tempestad.
Todos cuantos vivimos y sobre pies
andamos
-aunque acaso en prisión o en un lecho
yazgamos-
todos somos romeros que en un camino
andamos:
esto dice San Pedro, por él os lo
probamos.
Mientras aquí vivimos, en ajeno
moramos;
la morada durable arriba la esperamos,
y nuestra romería solamente acabamos
cuando hacia el paraíso nuestras almas
enviamos.
En esta romería tenemos un buen prado
en que encuentra refugio el romero
cansado:
es la Virgen Gloriosa, madre del buen
criado
del cual otro ninguno igual no fue
encontrado.
Las cuatro fuentes claras que del prado
manaban
nuestros cuatro evangelios eso
significaban:
que los evangelistas, los que los
redactaban,
cuando los escribían con la Virgen
hablaban.
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