Nadie
da hospedaje al Cid por temor al Rey. Sólo una niña de nueve años
pide al Cid que se vaya. El Cid acampa en la glera del río Arlanzón
Narrador
Le
convidarían de grado, mas ninguno no osaba;
El
rey don Alfonso tenía tan gran saña;
Antes
de la noche, en Burgos de él entró su carta,
Con
gran recaudo y fuertemente sellada:
Que
a mío Cid Ruy Díaz, que nadie le diese posada, 25
Y
aquel que se la diese supiese veraz palabra,
Que
perdería los haberes y además los ojos de la cara,
Y
aún más los cuerpos y las almas.
Gran
duelo tenían las gentes cristianas;
Escóndense
de mío Cid, que no le osan decir nada, 30
El
Campeador adeliñó a su posada.
Así
como llegó a la puerta, hallola bien cerrada;
Por
miedo del rey Alfonso que así lo concertaran:
Que
si no la quebrantase por fuerza, que no se la abriesen por nada.
Los
de mío Cid a altas voces llaman; 35
Los
de dentro no les querían tornar palabra.
Aguijó
mío Cid, a la puerta se llegaba;
Sacó
el pie de la estribera, un fuerte golpe le daba;
No
se abre la puerta, que estaba bien cerrada.
Una
niña de nueve años a ojo se paraba: 40
Niña
¡Ya,
Campeador, en buena hora ceñisteis espada!
El
Rey lo ha vedado, anoche de él entró su carta
Con
gran recaudo y fuertemente sellada.
No
os osaríamos abrir ni acoger por nada;
Si
no, perderíamos los haberes y las casas, 45
Y,
además, los ojos de las caras.
Cid,
en el nuestro mal vos no ganáis nada;
Mas
el Criador os valga con todas sus virtudes santas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario