LITERATURA
DE POSGUERRA.
Introducción
histórica (válida para cualquiera de los géneros: poesía, novela y teatro).
El
1 de abril de 1939 termina la Guerra Civil española con el triunfo
del ejército nacional. La nueva España es un país de
racionamiento, de hambre, de mercado negro, de aislamiento
internacional y de represión hasta los años cincuenta. Es necesaria
la reconstrucción del país. La persona de Franco da unidad al
período que va desde 1939 hasta 1975 pero sus diversas etapas
resultaron de apariencia bien distinta. España queda dividida en
dos, la de los vencedores y la de los vencidos, muchos de los cuales
marcharon al exilio francés o americano; otros permanecieron en
España viviendo una especie exilio interno.
Se
elimina del panorama nacional a los escritores más brillantes y
famosos. Algunos están en la cárcel; en ella muere Miguel Hernández
en 1942; muchos han tenido que viajar al exilio (Alberti, Salinas,
Cernuda, etc). La mayoría acabó asentándose en Estados Unidos y
en Hispanoamérica como profesores universitarios. Algunos países
hispanoamericanos desarrollan una intensa actividad editorial y crean
importantes revistas de difusión cultural como El
Correo Literario
y Las
Españas.
La larga duración del régimen franquista supuso para algunos la
muerte lejos de su patria.
TEMA 5. LA NOVELA ESPAÑOLA DE 1939 A 1974. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.
DÉCADA DE LOS CUARENTA: LA NOVELA EXISTENCIAL.
Los
años
cuarenta fueron
la década más dura de la posguerra y coinciden con la Segunda
Guerra Mundial, en la que España se mantuvo neutral. Es un período
de fuerte censura, en el que se prohibió el derecho de reunión y
asociación sin autorización del gobierno y el uso de cualquier
lengua que no fuera el castellano en educación y en la
Administración.
La
vida
cultural sufre
un paréntesis tras la guerra debido a la censura implacable que
impedía la recepción general del pensamiento extranjero y que
encorsetó la evolución del propio. Se promueve en este ambiente
otro tipo de “cultura” basada en las novelas rosas, los tebeos y
las canciones populares
El
ambiente de desorientación cultural de comienzos de la posguerra es
muy acusado en el campo de la novela. Se ha roto con la tradición
inmediata: quedan prohibidas las novelas sociales de preguerra y las
obras de los exiliados, así como la de aquellos autores extranjeros
contrarios al régimen. Además, la novela deshumanizada no podía
servir de modelo, ni resultan imitables modelos como Miró, Pérez de
Ayala o Ramón Gómez de la Serna. Retrocediendo un poco más, sólo
la obra de Baroja parece servir de ejemplo para ciertos narradores de
la llamada “Generación del 36” (o de la guerra). Junto al
desolado realismo barojiano, se cultivaron otras líneas: la novela
psicológica, la poética y simbólica... Es una época de búsqueda,
de tanteos muy diversos.
Como continuadores del realismo tradicional tenemos la obra de Ignacio Agustí (Mariona Rebull), la de Zunzunegui (La vida como es y ¡Ay... estos hijos!) y la de J.Mª Gironella que elaboró una trilogía sobre la guerra y la posguerra.
Sin
embargo, es
la novela existencial la
más destacada en este período, de ahí que los grandes temas sean
la soledad, la muerte, la frustración, la incertidumbre de la
existencia y la dificultad de comunicación entre los hombres.
Abundan los personajes marginales y desarraigados (como Pascual
Duarte) o desorientados y angustiados (como Andrea), lo que revela
sin duda el malestar del momento, malestar que en último término es
social y que se trasluce en esas pinturas grises, cuando no sombrías.
Pero la censura hace imposible cualquier intento de denuncia y limita
los alcances del testimonio. Por eso no se puede hablar aún de
novela social, ya que lo que caracteriza a la novela de los años
cuarenta es la trasposición del malestar social a la esfera de lo
personal, de lo existencial. Si en esta década las novelas nos
muestran personajes puestos a prueba en situaciones extremas, durante
la década de los cincuenta se centrarán en el conflicto de la
colectividad hasta que ya en los sesenta se tenderá hacia la novela
psicológica mediante la exploración de la conciencia humana y de su
entorno social.
Dos
son las fechas que se señalan como momento de un nuevo arranque del
género que renueva la técnica tradicional de la novela realista:
1942, con La
familia de Pascual Duarte
de Cela, y
1945, con
Nada,
de Carmen Laforet.
Entre esos años o poco después se revelan autores como Torrente
Ballester, Gironella, Delibes...
La
familia de Pascual Duarte,
con su agria visión de la realidad, inaugura una corriente que se
llamó “tremendismo”
y que
consistía en una selección de los aspectos más duros y sórdidos
de la vida (situaciones repulsivas y espeluznantes, prostitutas,
tarados y criminales). La novela es una confesión y una
justificación que un condenado a muerte hace de sus crímenes desde
la cárcel. Otras novelas destacables de Cela en la década de los
cuarenta: Pabellón
de reposo, Nuevas andanzas y desventuras del Lazarillo de Tormes o
Viaje
a la Alcarria.
Carmen
Laforet consigue con Nada
en 1945 el
Premio Nadal. Narrado en primera persona y verosímilmente
autobiográfico, esta novela era una implícita denuncia de la
sordidez y la miseria ─física
y moral─ de
la burguesía barcelonesa tras el trauma bélico.
A través de Andrea, la protagonista, que viaja a Barcelona cargada
de esperanzas para estudiar en la universidad, nos muestra la parcela
irrespirable de la realidad cotidiana del momento, recogida con un
estilo desnudo y un tono desesperadamente triste.
De
tristezas y de frustración hablaba también Delibes
en su
primera novela, La
sombra del ciprés es alargada
(1947),
aunque con el contrapeso de una honda religiosidad. Es una novela de
temática existencial por el pesimismo con que trata personajes y
circunstancias.
Empieza
también a destacar por estos años Torrente Ballester, aunque al
margen de la novelaexistencial: su obra, que experimenta una
gran evolución, es difícilmente clasificable. En estos años
destacan títulos como Javier
Mariño y
El
golpe de estado de Guadalupe Limón.
LA
DÉCADA DE LOS CINCUENTA: EL REALISMO SOCIAL.
Durante
los años
cincuenta España
experimenta una etapa de apertura al exterior: se permite cierto
pluralismo interno, se suavizan las relaciones diplomáticas con las
potencias occidentales, se permite la entrada en la ONU a España en
1955 y se da un cambio en la política económica que favorece el
crecimiento de la renta nacional. Una activa clase media de
profesionales, comerciantes y funcionarios desarrollaron poco a poco
la economía del país. La marcha a Europa de una enorme masa de
trabajadores produjo envíos de dinero que, unidos al incremento
paulatino del turismo en nuestro país, harían posible el progreso
que se daría durante los años sesenta.
En
esta década conviven dos generaciones de escritores: por un lado,
los que forman la llamada Generación
del 36 (Cela, Torrente Ballester y Miguel Delibes),
y otro, aquellos autores nacidos entre 1925 y 1935 que se conocen
como “Generación
del medio siglo”
(Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Juan Goytisolo, Luis Goytisoloo Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite o Caballero Bonald entre otros).
La
angustia existencial de los años cuarenta da paso a las inquietudes
sociales: la
novela social
será la corriente dominante entre 1951 y 1962 (fecha en que se
publica Tiempos
de silencio
de Luis Martín Santos).
Será
La
colmena,
de Cela,
la precursora del realismo social en la novela en 1951 con su
despiadada visión de la sociedad madrileña a través de un narrador
en tercera persona que actúa como mero testigo de aquello que
cuenta. Es una obra de protagonista colectivo en la que aparecen
unos 300 personajes, entre los que se puede destacar a
Martín Marco. Aparecen representadas todas las clases sociales de
ese Madrid de 1942 en el que se centra la obra: el señorito vividor,
el pedantón, el impresor adinerado, el guardia, el prestamista, el
poeta joven, los músicos miserables, el poeta joven y ridículo...;
las beatas, las prostitutas del más variado nivel, las dueñas de
las casas de citas, las alcahuetas, la niña vendida a un viejo
verde... Se trata, en general, de seres mediocres y, a menudo, de
baja talla moral. Pocos se salvan de la vulgaridad, abundan los
despreciables (especialmente entre los acomodados), aunque también
hay figuras conmovedoras apaleadas por la vida, a veces con una pizca
de nobleza. El diálogo ocupa un puesto eminente en la
caracterización de los personajes. El ambiente es sobre todo humano:
la suma y las relaciones de estos personajes a lo largo de tres días
del año 1942. Incluye innovaciones técnicas como le estructura caleidoscópica. Se encuentra en el gozne entre lo existencial y
lo social.
Otra
obra representativa de 1951 es La
noria,
de Luis Romero,
también de protagonista colectivo pero con Barcelona como marco. Y
hay que añadir además dos novelas también iniciadoras de Delibes:
El
camino
(1950),
que muestra el paso del mundo infantil al adulto, y
Mi
idolatrado hijo Sisí
(1953).
Ambas muestran con ojos críticos parcelas concretas de la realidad
española: un pueblo castellano y una familia burguesa.
Se
llama el año inaugural de la novela social en el sentido más
estricto a 1954, momento en que se dan a conocer los autores de la
Generación
del medio siglo . Entre ellos
hay evidentes rasgos comunes, fundamentalmente la solidaridad con los
humildes y los oprimidos, la disconformidad ante la sociedad
española, el anhelo de cambios sociales.
Desde
el punto de vista de la temática, la sociedad española y sus
problemas se convierte en tema principal y deja de ser un puro marco.
La influencia de J.P. Sartre es importante.
Las
novelas que muestran la aludida solidaridad con los humildes se
centrarán en tres temas fundamentales: la dura vida del campo, las
relaciones laborales o las novelas de tema urbano en las que
predominan las que presentan ese mundo fronterizo a la ciudad que es
el suburbio, con toda su miseria. En el extremo opuesto se hallan
las novelas de la burguesía, en las que es la juventud desocupada y
abúlica pasa a primer plano.
En
cuanto a la técnica y estilo, el contenido tiene toda la prioridad y
a él se subordinan las técnicas elegidas: se antepone la eficacia
de las formas a su belleza y se rechaza la pura experimentación y el
virtuosismo. La estructura del relato suele ser aparentemente
sencilla. Se prefiere la narración lineal y la sencillez y concisión
se perciben asimismo en las descripciones, que no son muy abundantes
y que tienen un papel predominantemente funcional (presentación de
ambientes). Sin embargo, bajo esa aparente sencillez hay un esfuerzo
considerable en la construcción al concentrar la acción en un breve
espacio de tiempo (El
Jarama o
Duelo en el
paraíso tienen
una duración de un día).
Clara
preferencia por el personaje colectivo (siguiendo los pasos de Dos
Passos y Sartre), de las que fueron pioneras La
colmena y
La noria.
Junto a éste, también es propia de la novela social la presencia
del personaje representativo, tomado como síntesis de una clase o de
un grupo, más que como individuo dotado de psicología singular.
El
diálogo es imprescindible y se aprecia además un empeño en los
autores por recoger el habla viva, ya sea de los campesinos, obreros
o señoritos burgueses.
El
lenguaje adopta normalmente el estilo de la crónica, desnudo,
directo.
En
lo concerniente a la orientación estética, dentro del realismo
dominante pueden señalarse dos actitudes o enfoques:
a.
El objetivismo.
Se
propone un testimonio escueto de la sociedad sin aparente
intervención del autor. Su manifestación extrema fue el
conductismo, procedente del behaviorism
americano (behaviour=conducta) y que consiste en limitarse a
registrar la pura conducta externa de individuos o grupos, y a
recoger sus palabras, sin comentarios ni interpretaciones, aunque en
la práctica es difícil establecer la frontera entre el objetivismo
y el realismo crítico.
La
novela más representativa de esta tendencia fue El
Jarama
(1956) de Sánchez Ferlosio, novela
sobre el tedio que invade una sociedad gris y sin aliento. Otras
obras y autores destacables de esta corriente: Ignacio
Aldecoa con
El
fulgor y la sangre y
Con
el viento solano;
Jesús Fernández Santos con
Los
bravos y
Carmen
Martín Gaite con
Entre
visillos.
b.
El realismo
crítico.
Los
novelistas no aceptan la realidad que ven a su alrededor, de ahí que
la disconformidad y la rebeldía sean sus rasgos más
característicos. Hay que explicar la realidad (no sólo mostrarla)
poniendo de relieve sus mecanismos profundos y denunciándolos. El
autor, por ello, toma partido, valora las circunstancias y utiliza la
novela como vehículo de denuncia social. Destacan dentro de esta
corriente Juan
Goytisolo
con Duelo
en el paraíso,
la trilogía El
mañana efímero
o Fin
de fiesta, centradas
en la hipocresía y el egoísmo de la burguesía, o Luis
Goytisolo
con Las
afueras.
Otros: Juan
García Hortelano con Nuevas
amistades,
Caballero Bonald o Jesús López Pacheco.
Ana
María Matute,
aunque con reflejos y de intención social, constituye en sí misma
por la refina prosa poética y su poderosa imaginación: el
realismo lírico, bajo
cuya denominación se agrupan títulos como Los
Abel, Fiesta al Noroeste, Pequeño teatro o
Los hijos muertos.
LA
DÉCADA DE LOS SESENTA: LA NOVELA EXPERIMENTAL.
Durante
la década
de los sesenta
se produjo un importantísimo crecimiento económico que poco a poco
fue modificando la sociedad española. El gobierno se siente tan
fuerte que amplía su nivel de tolerancia respecto a las
libertades y a las manifestaciones de la oposición. Los principales
motores del crecimiento económico y de la paulatina modernización
del país fueron el turismo y las inversiones extranjeras.
A
pesar de que a comienzos de los sesenta predominan aún las formas
realistas, objetivistas y de intención social, comienzan a
manifestarse signos de cansancio del realismo dominante en la novela
española. Algunos críticos manifiestan la necesidad de fantasía o
lamentan la despreocupación del escritor respecto del lenguaje. A
ellos se suman incluso ciertos adalides del realismo social como
Goytisolo, quienes pasarán a propugnar la necesidad de una
renovación formal y de enfoques más complejos. Nace la inquietud
de conciliar
visión crítica y modernidad literaria,
se
reivindican los aspectos formales y expresivos y se huye de la mera
reproducción.
En
esta década la censura es menos estricta y nuestros autores tienen
cada vez más en cuenta las aportaciones de los grandes
novelistas extranjeros
como Marcel Proust (En
busca del tiempo perdido),
William Faulkner (máxima figura de la “generación perdida”
norteamericana), Kafka (La
Metamorfosis),
James Joyce (Ulises)
o la noveau
roman
francesa. Junto a ellos, pronto causaría un gran impacto la nueva
novela
hispanoamericana:
La ciudad
de los perros
(1962) de Vargas Llosa y Cien
años de soledad (1967)
de García Márquez serán dos hitos fundamentales. Se dan numerosas
innovaciones en las técnicas narrativas como la combinación del
monólogo interior, el estilo directo, el indirecto y el indirecto
libre; se destruye el párrafo como unidad textual, se superponen
varios planos de acción; el personaje es vagamente caracterizado y
en la lengua se vuelve a experimentar con la metáfora en
asociaciones imposibles.
En
cuanto a las características de la novela experimental, podríamos
resumirlas en: se organiza en secuencias separadas por espacio en
blanco, no por capítulos; el argumento o se disuelve en pequeñas
historias que se entrecruzan o se relega a un segundo plano y en él
se da cabida junto a lo real, a lo fantástico y lo onírico. Las
historias se suceden de manera alternativa, según la técnica del
contrapunto. Cuando los personajes son numerosos, se recurre a la
técnica caleidoscópica para relatar sus historias. El mundo narrado
llega al lector no sólo a través del narrador omnisciente
tradicional, sino también desde la perspectiva de un personaje
(punto de vista único) o desde múltiples perspectivas, para ofrecer
distintas versiones o interpretaciones de una mima historia. Además
de la primera y tercera persona, se emplea la segunda persona
narrativa, a la manera de un tú reflexivo que se identifica con el
personaje que habla. Pierde peso el diálogo en favor del estilo
indirecto libre y del monólogo interior, que permite al lector
abismarse en la conciencia íntima del personaje. Los personajes
reciben un tratamiento individualizado, tienen una personalidad
problemática, buscan su identidad y suelen fracasar en el pulso que
mantienen con la sociedad. Su vida no se narra cronológicamente,
sino que son frecuentes los saltos temporales del presente al pasado
(flash back). El relato suele comenzar de manera abrupta (in medias
res) y tiene un final abierto. El lenguaje incorpora todos los
registros del habla y parodia textos de diversa procedencia
(ensayísticos, publicitarios....)
En
1962 Tiempo
de silencio
de Luis
Martín Santos
inaugurará la nueva etapa de nuestra narrativa, ya que supuso una
renovación formal e ideológica. La obra
trata del proceso interior del personaje principal: es una novela “de
protagonista”: Pedro viene a ser trasunto de la condición humana.
Es un personaje borroso, zarandeado o anulado por las circunstancias
del que sólo conocemos sus proyectos de investigación científica.
El desarraigo, la impotencia y la frustración marcan a este
protagonista y son los temas centrales que confieren a esta novela su
significación existencial. Además la novela sitúa este
desconsolado reflejo de la miseria existencial en un marco social
concreto: el Madrid de los años del hambre y sus distintos estratos
sociales: la clase alta, un mundo superficial que vive al margen de
la realidad y que se caracteriza fundamentalmente por su inutilidad;
la clase media-baja, que por encima de cualquier consideración moral
sólo piensa en medrar; la clase baja en su capa más ínfima, el
subproletariado de las chabolas donde se dan cita todas las miserias.
La crítica de Luis Martín santos es nacional y con su sátira
feroz quiere ser un violento revulsivo.
Al
rechazar el enfoque objetivista adopta lo que llamó “realismo
dialéctico”, algo que es inseparable de su posición como
narrador: a veces cede la palabra totalmente a sus personajes
(monólogo interior), en otros el autor ve los hechos desde el
protagonista y en otros los hechos se ven desde el narrador, que está
presente en su obra (introduce de nuevo el punto de vista),
prodigando comentarios y juicios sobre sus criaturas, con lo que
estamos ante un enfoque subjetivista. Fundamental es el estilo
indirecto libre.
Desde
esta obra, en la que el autor no abandona el compromiso y profundiza
en el análisis socio-político, termina la tendencia realista y se
puede hablar del triunfo de la novela abierta y de imaginación.
En
los diez años que van de 1962 a 1972 se suceden aportaciones
decisivas en la línea de la renovación: Últimas
tardes con Teresa (1966),
de Jua Marsé,
que supone una superación del objetivismo y una vuelta al “autor
omnisciente”;
Cinco
horas con Mario
(1966), de Delibes,
un largo monólogo interior en que la protagonista evoca
desordenadamente una vida y unas obsesiones; Señas
de identidad (1966),
de
Juan Goytisolo,
uno de los pioneros en la busca de nuevas técnicas narrativas, y en
cuya obra se dan cambios de punto de vista, saltos en el tiempo, uso
de diversas personas narrativas, monólogos interiores...; Volverás
a Región
(1968), de Benet;
San
Camilo 1936
(1969), de Cela,
su experimentación más audaz; La
saga/fuga de J.B (1972),
de Torrente Ballester,
que es a la vez un tributo al experimentalismo y una magistral
parodia del mismo.
LA
DÉCADA DE LOS SETENTA.
El
año 1975 supone para España el retorno a la democracia y a la
libertad de expresión. El país se abre a Europa y al mundo y soplan
vientos huracanados de libertad: es la época del destape, de la
“movida”, de la sed de conocimiento y de de la exploración.
Aquellos
autores nacidos a partir de 1935 y que, salvo excepciones, se dieron
a conocer después de los setenta, han sido denominados la Generación
del 68,
fecha emblemática de la década. La narrativa de esta época se
caracteriza por los siguientes rasgos:
—conservación
por el interés renovador y el experimentalismo, y el alejamiento del
realismo a favor del absurdo, lo imaginativo, lo onírico, acompañado
de toda clase de innovaciones en las estructuras narrativas y el
lenguaje. Siguen siendo muy sensibles a las influencias europeas o
hispanoamericanas. Es una literatura minoritaria y fuertemente
experimental que reacciona contra el realismo social.
—pero
el abuso del experimentalismo provoca un cierto desconcierto que
acaba por favorecer el regreso a ciertos aspectos de la novela
tradicional: se recupera la “historia”, el placer de contar. Se
aprecia este cambio de actitud hacia 1975, que les lleva a una mayor
comunicación con los lectores.
—los
géneros marginales se convierten en fuente de inspiración de las
nuevas novelas. Surgen diferentes subgéneros en los que la intriga
es el ingrediente esencial: relato fantástico o de ciencia-ficción,
novela negra, novela policíaca, de aventuras, a modo de reportaje o
histórica. Esta última ha tenido un fuerte desarrollo a partir de
los años 80.
—en
cuanto a la temática, más que de temas comunes deberíamos hablar
de notas frecuentes. Es frecuente un cierto sentimiento de
desencanto tras el fracaso del 68 y sus anhelos de “cambio de
vida”. Se suelen rechazar los valores imperantes; pero ante los
problemas colectivos, se adopta a menudo una mirada distanciada,
cuando no un cinismo amargo e incluso ciertas notas de evasión. En
cualquier caso, se separará el compromiso político —cuando
exista— del compromiso estético. Junto a ello, reaparecen las
preocupaciones existenciales y la presencia de la intimidad: la
soledad, el amor, las relaciones personales, la realización del
individuo, el erotismo... El desencanto y el escepticismo se
expresan con un tono desenfadado y humorístico, tras del que puede
haber un fondo amargo o tierno. La política, en todo caso, queda al
margen de la estética. Quedan lejos ya las intenciones políticas o
sociales y cualquier clase finalidad didáctica o ideológica.
—la
defensa de la condición femenina aparece también en la obra de
muchas narradoras: son novelas de corte intimista que favorecen la
exploración psicológica y ponen de manifiesto la problemática de
la mujer moderna y la fragilidad de la pareja.
—abundan
los tonos humorísticos, lúdicos o irónicos, pero también están
presentes los aires nostálgicos o líricos en novelas de fuerte
carácter intimista; los tratamientos culturalistas, exquisitos o
refinados; el empleo libre y sin trabas de la fantasía. No es
frecuente, sin embargo, el empeño por el realismo a ultranza.
—aunque
los personajes suelen estar ubicados en un marco concreto cuyos
rasgos se describen, lo que importa es la percepción que el
individuo tiene del mundo externo, y no éste en sí mismo.
Todas
estas tendencias persisten en los años ochenta con algún
nuevo matiz: el experimentalismo radical es mantenido por muy pocos
autores y la mayoría de los que se dieron a conocer en los años 80
se orientan hacia formas narrativas más tradicionales. Se consolidan
algunas de las líneas que se iniciaron en la década anterior: el
intimismo, con una variada gama de problemas personales o
existenciales; el gusto por contar historias, ya sea con enfoques
graves o lúdicos; y junto al culto de la vena imaginativa reaparece
el realismo, pero sin propósitos testimoniales o sociales.
Se
ha señalado la ausencia de grandes pretensiones en la narrativa
última: no se pretende explicar el mundo sino sólo contar
experiencias limitadas, a veces mínimas, o proporcionar un simple,
aunque inteligente, pasatiempo al lector. Esa falta de grandes
proyectos unida al abandono del vanguardismo y al rechazo de
consignas, parecen encajar con la llamada era posmoderna.
Entre
otros, destacan los siguientes novelistas:
Luis
Goytisolo Gay.
Tiene un comienzo precoz en la línea del realismo testimonial, pero
tras un giro hacia el relato de imaginación (Fábulas)
es en los setenta cuando nos ofrece una tetralogía de larga
elaboración, Antagonía,
formada por Recuento
(1973), Los
verdes de mayo hasta el mar
(1976), La
cólera de Aquiles
(1979) y Teoría
del conocimiento
(1981). En
esta obra la novela se hace reflexión sobre la novela misma.
Jose
María Vaz de Soto.
Destaca una serie compuesta por Diálogos
del anochecer (1972),
Fabián
(1977),
Sabas
(1982) y
Diálogos
de la alta noche (1983).
En ellas combina novedades con elementos tradicionales.Diálogo,
narración y disertación ensayística se funden, pues, borrando los
límites de la novela.
Eduardo
Mendoza.
Es acaso el narrador más representativo de su generación. Se dio a
conocer ya con su obra maestra La
verdad sobre el caso Savolta
(1975),
que combina de manera admirable el reportaje histórico, la
literatura epistolar, la intriga policíaca y un fundamental
ingrediente barojiano y picaresco (piénsese en la condición de
auténtico antihéroe que detenta el protagonista-narrador. ). En su
compleja trama, situada en la agitada Barcelona de los años
1917-1920, se entretejen conflictos sociales con una historia
amorosa; así, se combinan lo público y lo íntimo, lo social y lo
existencial; pero todo visto desde un enfoque distanciado. Su
estructura es muy significativa: los primeros capítulos son de gran
complejidad (mezcla de materiales heterogéneos, desorden cronológico
y otras técnicas experimentales); luego va decreciendo esa
complejidad para desembocar en los últimos capítulos en un relato
lineal con ingredientes de la novela policiaca o de aventuras. A ello
se unde el pastiche de otros géneros, como el folletín o la novela
rosa, y una sorprendente variedad de estilos, manejado con una
inventiva y una imaginación sorprendentes. La
obra resume la tendencia que va de la experimentación hacia la
vuelta (en parte, irónica) a formas narrativas tradicionales.
Es
también autor de divertidas parodias de no velas policiacas, como El
misterio de la cripta embrujada
(1979) y
El
laberinto de las aceitunas
(1982). De
1986 es otra de sus novelas capitales: La
ciudad de los prodigios.
En los 90 destaca El
año del diluvio (1992).
Manuel
Vázquez Montalbán.
Cultiva con originalidad la novela
negra con
ingredientes sociales en su serie protagonizada por el curioso
detective Pepe Carvalho: La
soledad del manager, Los mares del sur...
Francisco
Umbral.
Narrador imposible de encasillar que rebasa los límites de la novela
mezclando ficción con autobiografía, ensayo, crónica
periodística... Él mismo se ha burlado de las fronteras entre los
géneros. Dominio de la lengua, de la que extrae los más variados
registros: lirismo, ternura, amargura, ingenio, cinismo. Destacan
Balada de
gamberros, Las ninfas, Trilogía de Madrid, Leyenda del César
Visionarioy
fundamental es su obra de 1975
Mortal
y rosa.
Álvaro
Pombo. Crea
personajes que buscan su personalidad. La ironía y la crítica
social son constantes en sus novelas. Obras: El
héroe de las mansardas de Mansard, La cuadratura del círculo.
Juan
José Millás. Ha
obtenido su popularidad sobre todo en el ámbiro del periodismo
literario, por la originalidad de su enfoque. Entre sus obras: Visión
del abogado, Papel mojado, La soledad era esto.
Arturo
Pérez Reverte. Su
experiencia como periodista y reportero de guerra se refleja en su
escritura dinámica y en el gusto por la aventura y la acción.
Obras: El
húsar, El maestro de esgrima, La tabla de Flandes....
y la serie de novelas protagonizadas por el famoso capitán
Alatriste.
Muchas
han sido adaptadas al cine.
Antonio
Muñoz Molina. Uno
de los autores de más prestigio entre las últimas generaciones. Sus
novelas generalmente se organizan en torno a la reconstrucción de
una historia. Entre sus obras:
Beatus
ille, El invierno en Lisboa, Beltenebros o Plenilunio.
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