TEXTOS
CIENTÍFICOS
TEXTO
1
Los
cambios de posición de los estratos han hecho que muchos de ellos se nos
ofrezcan inclinados. En los estratos que se encuentran en este caso, débese
tener en cuenta la llamada dirección y también rumbo, o sea la intersección del
plano del estrato con el horizonte, y el buzamiento, es decir, la dirección
según la cual se inclina y se hunde en el suelo.
Así la dirección como el buzamiento se averiguan sirviéndose de la brújula de
geólogo, que consiste en una brújula ordinaria, pero de contorno octogonal, la
cual lleva además un pequeño péndulo, llamado clinómetro porque sirve para
medir La pendiente e inclinación del estrato.
El espesor o potencia de los estratos es variable, pues depende del mayor o
menor tiempo que ha durado la sedimentación sin interrumpirse y también de la
cantidad de materiales aportados por los agentes que la ocasionan. Por estas
razones, mientras unos estratos son muy delgados, otros llegan a alcanzar
varios metros de espesor. Este se mide por la distancia entre los planos de
estratificación.
(I.PUIG, SP. Y J.SIMON, La naturaleza geológica)
TEXTO 2
ARENA APLASTADA
Desde hace nueve años
los hombres de ciencia han venido discutiendo sobre una nueva explicación de la
desaparición de los dinosaurios 65 millones de años atrás. Pero esa cuestión
parece haberse dilucidado al fin.
En 1980 se informó de
que en una delgada capa de sedimentos de tal antigüedad había una desusada
concentración de un metal raro, el iridio. Se sugirió que podía proceder de una
colisión o impacto de un asteroide de tamaño apreciable o de un cometa con la
Tierra. El impacto habría perforado la corteza, provocado la explosión
volcánica, causado enormes incendios y aguajes y lanzado tanto polvo a la
estratosfera que bloqueó durante largo tiempo la luz solar. Esto habría hecho
perecer gran parte de la vida terrestre, incluidos todos los dinosaurios. No
existe duda de que hace 65 millones de años hubo una “gran mortandad” y que se
produjo una catástrofe, pero no todos los científicos estaban dispuestos a
aceptar que era resultado de un gran impacto. En 1987, por ejemplo, se puso de
relieve que si la Tierra sufrió súbitamente un período de vulcanismo explosivo,
con numerosos volcanes en erupción más o menos simultáneamente, eso habría
bastado para provocar una catástrofe de la envergadura suficiente para
ocasionar las extinciones en masa.
El caso es que estas
cosas han llegado a originar teorías en contraposición de “impacto frente a
vulcanismo”.
La cuestión no es
justamente académica, dado que podemos enfrentarnos de nuevo algún día a una u
otra catástrofe (aun cuando, en el caso de un objeto que golpee la Tierra, quizá
lleguemos a aprender el modo de prevenir el impacto). Necesitamos saber todo lo
posible sobre los efectos de estos hechos para que podamos intentar planear
alguna clase de medidas de emergencia, que se tomarían en el caso de
enfrentarnos a tales fenómenos en el futuro.
En 1961 un científico
soviético llamado S. M. Stishov descubrió que si se somete a gran presión el
anhídrido de silicio (arena muy pura), sus átomos se ven forzados a agruparse
estrechamente, con lo que el material se hace muy denso. Un centímetro cúbico
de esta arena aplastada pesaba considerablemente más que la misma medida de
arena corriente. Desde entonces se llamó “stishovita” a esa arena más densa.
La “stishovita” no es
realmente estable. Los átomos se hallan muy juntos y tienden a separarse y a
convertirse de nuevo en arena ordinaria. Sin embargo, se mantienen tan
apretados que ese cambio tiene lugar muy lentamente, por lo que la “stishovita”
puede conservarse como es durante millones de años.
Lo mismo pasa con los
diamantes. Los átomos de carbono en los diamantes se encuentran apretados de
modo tan inusitado que tienden a esparcirse y tornarse carbón negro corriente,
pero también ese proceso requiere millones de años en condiciones normales.
Sin embargo, se puede
acelerar ese cambio si se eleva suficientemente la temperatura, lo que añade
energía a dos átomos y les permite separarse de sus vecinos y recobrar su
configuración usual. Así, si se calienta “stishovita” a 850 grados centígrados
durante treinta minutos, se transformará en arena corriente.
Por ejemplo, la
“stishovita” se ha encontrado en lugares donde existen pruebas de que un
meteorito de tamaño apreciable chocó en alguna ocasión contra el suelo. La gran
presión del impacto formó la “stishovita”. Ésta se halló asimismo en sitios
donde hubo explosiones nucleares experimentales. Las enormes presiones de una
bola de fuego en expansión la generaron.
Parece cierto que la
“stishovita” debe de darse igualmente a gran profundidad bajo la corteza
terrestre, donde las presiones son extremadamente altas. En ese caso podría
aflorar a la superficie por medio de las erupciones volcánicas. Sin embargo,
esas erupciones son enormemente calientes y la roca está fundida. Cualquier
“stishovita” que surgiera de un volcán se convertiría en anhídrido de silicio
ordinario. Y en realidad nunca se ha detectado “stishovita” en lugares de
actividad volcánica.
Pues bien, en marzo
pasado John F. McHone y varios colaboradores de la Universidad del Estado de
Arizona estudiaron capas rocosas en Raton (Nuevo México), capas que tenían 65
millones de años de antigüedad y que, por tanto, databan de la época en que
desparecieron los dinosaurios.
Emplearon técnicas
modernas para determinar los ordenamientos atómicos en materias sólidas
–resonancia nuclear magnética, así como difracción de rayos X- y se dieron
cuenta de haber detectado definidamente la clase de ordenamiento atómico
hallado en la “stishovita”.
Eso parece indicar que
hace 65 millones de años se produjo un gran impacto que formó toneladas de
“stishovita”, la cual fue lanzada a la estratosfera antes de posarse en tierra.
No fue la acción volcánica lo que mató a los dinosaurios, parece evidente; tuvo
que ser el impacto.
Isaac ASIMOV.
TEXTO 3
Lo que permite a la ciencia alcanzar su objetivo —la construcción de
reconstrucciones parciales y cada vez más verdaderas de la realidad— es su
método. En cambio, las especulaciones no-científicas acerca de la realidad no
suelen plantear cuestiones propias y limpiamente formuladas, sino más bien
problemas que ya contienen presupuestos falsos o insostenibles, tales como
“¿Cómo y cuándo se creó el universo?”; no proponen hipótesis ni procedimientos
fundamentales y contrastables, sino que ofrecen tesis sin fundamento y
generalmente incontrastables, así como medios controlables (inescrutables) para
averiguar su verdad (p.e., la Revelación); no trazan constataciones objetivas
de su tesis y de sus supuestas fuentes de conocimiento, sino que apelan a
alguna autoridad; consiguientemente, no tienen ocasión alguna de contrastar sus
conjeturas y procedimientos con resultados empíricos frescos, y se contentan
con hallar ilustraciones de sus concepciones para meros fines de persuasión,
más que por buscar realmente contrastación, como muestra la facilidad con que
esas concepciones eliminan toda evidencia negativa; no suscitan nuevos
problemas, pues todo su interés es más bien terminar con la investigación,
suministrando, listo para llevar, un conjunto de respuestas a toda cuestión
posible o permitida.
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