LITERATURA DE POSGUERRA.
Introducción histórica.
El 1 de abril de 1939
termina la Guerra Civil española con el triunfo del ejército nacional. La nueva
España es un país de racionamiento, de hambre, de mercado negro, de aislamiento
internacional y de represión hasta los años cincuenta. Es necesaria la
reconstrucción del país. La persona de Franco da unidad al período que va desde
1939 hasta 1975 pero sus diversas etapas resultaron de apariencia bien
distinta. España queda dividida en dos, la de los vencedores y la de los
vencidos, muchos de los cuales marcharon al exilio francés o americano; otros
permanecieron en España viviendo una especie exilio interno.
Se elimina del panorama
nacional a los escritores más brillantes y famosos. Algunos están en la cárcel;
en ella muere Miguel Hernández en 1942; muchos han tenido que viajar al exilio
(Alberti, Salinas, Cernuda, etc). La mayoría acabó asentándose en Estados
Unidos y en Hispanoamérica como profesores universitarios. Algunos países
hispanoamericanos desarrollan una intensa actividad editorial y crean
importantes revistas de difusión cultural como El Correo Literario y Las
Españas. La larga duración del régimen franquista supuso para algunos la
muerte lejos de su patria.
1. LA NOVELA DE
POSGUERRA.
1.1. DÉCADA DE
LOS CUARENTA: LA NOVELA EXISTENCIAL.
Los años cuarenta fueron la
década más dura de la posguerra y coinciden con la Segunda Guerra Mundial, en
la que España se mantuvo neutral. Es un período de fuerte censura, en el que se
prohibió el derecho de reunión y asociación sin autorización del gobierno y el
uso de cualquier lengua que no fuera el castellano en educación y en la
Administración.
La vida cultural sufre un
paréntesis tras la guerra debido a la censura implacable que impedía la
recepción general del pensamiento extranjero y que encorsetó la evolución del
propio. Se promueve en este ambiente otro tipo de “cultura” basada en las
novelas rosas, los tebeos y las canciones populares
El ambiente de
desorientación cultural de comienzos de la posguerra es muy acusado en el campo
de la novela. Se ha roto con la tradición inmediata: quedan prohibidas las
novelas sociales de preguerra y las obras de los exiliados, así como la de aquellos
autores extranjeros contrarios al régimen. Además, la novela deshumanizada no
podía servir de modelo, ni resultan imitables modelos como Miró, Pérez de Ayala
o Ramón Gómez de la Serna. Retrocediendo un poco más, sólo la obra de Baroja
parece servir de ejemplo para ciertos narradores de la llamada “Generación del
36” (o de la guerra). Junto al desolado realismo barojiano, se cultivaron otras
líneas: la novela psicológica, la poética y simbólica... Es una época de
búsqueda, de tanteos muy diversos.
Como continuadores del
realismo tradicional tenemos la obra de Ignacio Agustí (Mariona Rebull),
la de Zunzunegui (La vida como es y ¡Ay... estos hijos!) y la de
J.Mª Gironella que elaboró una trilogía sobre la guerra y la posguerra.
Sin embargo, es la
novela existencial la más destacada en este período, de ahí que los grandes
temas sean la soledad, la muerte, la frustración, la incertidumbre de la
existencia y la dificultad de comunicación entre los hombres. Abundan los
personajes marginales y desarraigados (como Pascual Duarte) o desorientados y
angustiados (como Andrea), lo que revela sin duda el malestar del momento,
malestar que en último término es social y que se trasluce en esas pinturas
grises, cuando no sombrías. Pero la censura hace imposible cualquier intento de
denuncia y limita los alcances del testimonio. Por eso no se puede hablar aún
de novela social, ya que lo que caracteriza a la novela de los años cuarenta es
la trasposición del malestar social a la esfera de lo personal, de lo
existencial. Si en esta década las novelas nos muestran personajes puestos a
prueba en situaciones extremas, durante la década de los cincuenta se centrarán
en el conflicto de la colectividad hasta que ya en los sesenta se tenderá hacia
la novela psicológica mediante la exploración de la conciencia humana y de su
entorno social.
Dos son las fechas que se
señalan como momento de un nuevo arranque del género que renueva la técnica
tradicional de la novela realista: 1942, con La familia de Pascual Duarte
de Cela, y 1945, con Nada, de Carmen Laforet. Entre esos años
o poco después se revelan autores como Torrente Ballester, Gironella,
Delibes...
La familia de
Pascual Duarte, con su agria visión de la
realidad, inaugura una corriente que se llamó “tremendismo” y que
consistía en una selección de los aspectos más duros y sórdidos de la vida
(situaciones repulsivas y espeluznantes, prostitutas, tarados y criminales). La
novela es una confesión y una justificación que un condenado a muerte hace de
sus crímenes desde la cárcel. Otras novelas destacables de Cela en la década de
los cuarenta: Pabellón de reposo, Nuevas andanzas y desventuras del
Lazarillo de Tormes o Viaje a la Alcarria.
Carmen Laforet consigue con
Nada en 1945 el Premio Nadal. Narrado en primera persona y verosímilmente
autobiográfico, esta novela era una implícita denuncia de la sordidez y la
miseria ─física y moral─ de la burguesía barcelonesa tras el trauma bélico. A
través de Andrea, la protagonista, que viaja a Barcelona cargada de esperanzas
para estudiar en la universidad, nos muestra la parcela irrespirable de la
realidad cotidiana del momento, recogida con un estilo desnudo y un tono
desesperadamente triste.
De tristezas y de
frustración hablaba también Delibes en su primera novela, La sombra
del ciprés es alargada (1947), aunque con el contrapeso de una
honda religiosidad. Es una novela de temática existencial por el pesimismo con
que trata personajes y circunstancias.
Empieza también a destacar
por estos años Torrente Ballester, aunque al margen de la literatura
existencial: su obra, que experimenta una gran evolución, es difícilmente
clasificable. En estos años destacan títulos como Javier Mariño y
El golpe de estado de Guadalupe Limón.
1.2.LA DÉCADA DE LOS CINCUENTA: EL REALISMO SOCIAL.
Durante los años cincuenta
España experimenta una etapa de apertura al exterior: se permite cierto
pluralismo interno, se suavizan las relaciones diplomáticas con las potencias
occidentales, se permite la entrada en la ONU a España en 1955 y se da un cambio
en la política económica que favorece el crecimiento de la renta nacional. Una
activa clase media de profesionales, comerciantes y funcionarios desarrollaron
poco a poco la economía del país. La marcha a Europa de una enorme masa de
trabajadores produjo envíos de dinero que, unidos al incremento paulatino del
turismo en nuestro país, harían posible el progreso que se daría durante los
años sesenta.
En esta década conviven dos
generaciones de escritores: por un lado, los que forman la llamada Generación
del 36 (Cela, Torrente Ballester y Miguel Delibes), y otro, aquellos
autores nacidos entre 1925 y 1935 que se conocen como “Generación de medio
siglo” (Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Juan Goytisolo o Ignacio
Aldecoa).
La angustia existencial de
los años cuarenta da paso a las inquietudes sociales: la novela social
será la corriente dominante entre 1951 y 1962 (fecha en que se publica Tiempos
de silencio de Luis Martín Santos).
Será La colmena,
de Cela, la que inaugure el realismo social en la novela en 1951 con su
despiadada visión de la sociedad madrileña a través de un narrador en tercera
persona que actúa como mero testigo de aquello que cuenta. Es una obra de
protagonista colectivo en la que aparecen unos 300 personajes, entre los que se
puede destacar a Martín Marco. Aparecen representadas todas las clases sociales
de ese Madrid de 1942 en el que se centra la obra: el señorito vividor, el
pedantón, el impresor adinerado, el guardia, el prestamista, el poeta joven,
los músicos miserables, el poeta joven y ridículo...; las beatas, las
prostitutas del más variado nivel, las dueñas de las casas de citas, las
alcahuetas, la niña vendida a un viejo verde... Se trata, en general, de seres
mediocres y, a menudo, de baja talla moral. Pocos se salvan de la vulgaridad,
abundan los despreciables (especialmente entre los acomodados), aunque también
hay figuras conmovedoras apaleadas por la vida, a veces con una pizca de
nobleza. El diálogo ocupa un puesto eminente en la caracterización de los
personajes. El ambiente es sobre todo humano: la suma y las relaciones de estos
personajes a lo largo de tres días del año 1942.
Otra obra representativa de
1951 es La noria, de Luis Romero, también de protagonista
colectivo pero con Barcelona como marco. Y hay que añadir además dos novelas
también iniciadoras de Delibes: El camino (1950), que muestra el
paso del mundo infantil al adulto, y Mi idolatrado hijo Sisí (1953).
Ambas muestran con ojos críticos parcelas concretas de la realidad española: un
pueblo castellano y una familia burguesa.
Se llama el año inaugural
de la novela social en el sentido más estricto a 1954, momento en que se dan a
conocer los autores de la Generación de medio siglo (Igancio Aldecoa,
Rafael Sánchez Ferlosio, Ana Mª Matute, Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite,
Caballero Bonald...). Entre ellos hay evidentes rasgos comunes,
fundamentalmente la solidaridad con los humildes y los oprimidos, la
disconformidad ante la sociedad española, el anhelo de cambios sociales.
Desde el punto de vista de
la temática, la sociedad española y sus problemas se convierte en tema
principal y deja de ser un puro marco. La influencia de J.P. Sartre es
importante.
Las novelas que muestran la
aludida solidaridad con los humildes se centrarán en tres temas fundamentales:
la dura vida del campo, las relaciones laborales o las novelas de tema urbano
en las que predominan las que presentan ese mundo fronterizo a la ciudad que es
el suburbio, con toda su miseria. En el extremo opuesto se hallan las novelas
de la burguesía, en las que es la juventud desocupada y abúlica pasa a primer
plano.
En cuanto a la técnica y
estilo, el contenido tiene toda la prioridad y a él se subordinan las técnicas
elegidas: se antepone la eficacia de las formas a su belleza y se rechaza la
pura experimentación y el virtuosismo. La estructura del relato suele ser
aparentemente sencilla. Se prefiere la narración lineal y la sencillez y
concisión se perciben asimismo en las descripciones, que no son muy abundantes
y que tienen un papel predominantemente funcional (presentación de ambientes).
Sin embargo, bajo esa aparente sencillez hay un esfuerzo considerable en la
construcción al concentrar la acción en un breve espacio de tiempo (El
Jarama o Duelo en el paraíso tienen una duración de un día).
Clara preferencia por el
personaje colectivo (siguiendo los pasos de Dos Passos y Sartre), de las que
fueron pioneras La colmena y La noria. Junto a éste, también es
propia de la novela social la presencia del personaje representativo, tomado
como síntesis de una clase o de un grupo, más que como individuo dotado de
psicología singular.
El diálogo es
imprescindible y se aprecia además un empeño en los autores por recoger el
habla viva, ya sea de los campesinos, obreros o señoritos burgueses.
El lenguaje adopta normalmente el estilo de la crónica,
desnudo, directo.
En lo concerniente a la
orientación estética, dentro del realismo dominante pueden señalarse dos
actitudes o enfoques:
a. El objetivismo.
Se propone un testimonio
escueto de la sociedad sin aparente intervención del autor. Su manifestación
extrema fue el conductismo, procedente del behaviorism americano
(behaviour=conducta) y que consiste en limitarse a registrar la pura conducta
externa de individuos o grupos, y a recoger sus palabras, sin comentarios ni
interpretaciones, aunque en la práctica es difícil establecer la frontera entre
el objetivismo y el realismo crítico.
La novela más
representativa de esta tendencia fue El Jarama (1956) de Sánchez
Ferlosio, novela sobre el tedio que invade una sociedad gris y sin aliento.
Otras obras y autores destacables de esta corriente: Ignacio Aldecoa con
El fulgor y la sangre y Con el viento solano; Jesús
Fernández Santos con Los bravos y Carmen Martín Gaite con
Entre visillos.
b. El realismo crítico.
Los novelistas no aceptan
la realidad que ven a su alrededor, de ahí que la disconformidad y la rebeldía
sean sus rasgos más característicos. Hay que explicar la realidad (no sólo
mostrarla) poniendo de relieve sus mecanismos profundos y denunciándolos. El
autor, por ello, toma partido, valora las circunstancias y utiliza la novela
como vehículo de denuncia social. Destacan dentro de esta corriente Juan
Goytisolo con Duelo en el paraíso, la trilogía El
mañana efímero o Fin de fiesta, centradas en la hipocresía
y el egoísmo de la burguesía, o Luis Goytisolo con Las afueras.
Otros: Juan García Hortelano con Nuevas amistades, Caballero Bonald o
Jesús López Pacheco.
Ana María
Matute, aunque con reflejos y de intención social,
constituye en sí misma por la refina prosa poética y su poderosa imaginación: el
realismo lírico, bajo cuya denominación se agrupan títulos como Los
Abel, Fiesta al Noroeste, Pequeño teatro o Los hijos muertos.
1.3.LA DÉCADA DE LOS SESENTA: LA NOVELA EXPERIMENTAL.
Durante la década de los
sesenta se produjo un importantísimo crecimiento económico que poco a poco fue
modificando la sociedad española. El gobierno se siente tan fuerte que amplía
su nivel de tolerancia respecto a las libertades y a las manifestaciones de la
oposición. Los principales motores del crecimiento económico y de la paulatina
modernización del país fueron el turismo y las inversiones extranjeras.
En la segunda mitad de esta década surge el terrorismo
como nueva fuerza de oposición al régimen.
A pesar de que a comienzos
de los sesenta predominan aún las formas realistas, objetivistas y de intención
social, comienzan a manifestarse signos de cansancio del realismo dominante en
la novela española. Algunos críticos manifiestan la necesidad de fantasía o
lamentan la despreocupación del escritor respecto del lenguaje. A ellos se
suman incluso ciertos adalides del realismo social como Goytisolo, quienes
pasarán a propugnar la necesidad de una renovación formal y de enfoques más
complejos. Nace la inquietud de conciliar visión crítica y modernidad
literaria, se reivindican los aspectos formales y expresivos y se huye
de la mera reproducción.
En esta década la censura
es menos estricta y nuestros autores tienen cada vez más en cuenta las
aportaciones de los grandes novelistas extranjeros como Marcel Proust (En
busca del tiempo perdido), William Faulkner (máxima figura de la
“generación perdida” norteamericana), Kafka (La Metamorfosis), James
Joyce (Ulises) o la noveau roman francesa. Junto a ellos, pronto
causaría un gran impacto la nueva novela hispanoamericana: La ciudad
de los perros (1962) de Vargas Llosa y Cien años de soledad (1967)
de García Márquez serán dos hitos fundamentales. Se dan numerosas innovaciones
en las técnicas narrativas como la combinación del monólogo interior, el estilo
directo, el indirecto y el indirecto libre; se destruye el párrafo como unidad
textual, se superponen varios planos de acción; el personaje es vagamente
caracterizado y en la lengua se vuelve a experimentar con la metáfora en
asociaciones imposibles.
En cuanto a las
características de la novela experimental, podríamos resumirlas en: se organiza
en secuencias separadas por espacio en blanco, no por capítulos; el argumento o
se disuelve en pequeñas historias que se entrecruzan o se relega a un segundo
plano y en él se da cabida junto a lo real, a lo fantástico y lo onírico. Las
historias se suceden de manera alternativa, según la técnica del contrapunto.
Cuando los personajes son numerosos, se recurre a la técnica caleidoscópica
para relatar sus historias. El mundo narrado llega al lector no sólo a través
del narrador omnisciente tradicional, sino también desde la perspectiva de un
personaje (punto de vista único) o desde múltiples perspectivas, para ofrecer
distintas versiones o interpretaciones de una mima historia. Además de la
primera y tercera persona, se emplea la segunda persona narrativa, a la manera
de un tú reflexivo que se identifica con el personaje que habla. Pierde peso el
diálogo en favor del estilo indirecto libre y del monólogo interior, que
permite al lector abismarse en la conciencia íntima del personaje. Los
personajes reciben un tratamiento individualizado, tienen una personalidad
problemática, buscan su identidad y suelen fracasar en el pulso que mantienen
con la sociedad. Su vida no se narra cronológicamente, sino que son frecuentes
los saltos temporales del presente al pasado (flash back). El relato suele
comenzar de manera abrupta (in medias res) y tiene un final abierto. El
lenguaje incorpora todos los registros del habla y parodia textos de diversa
procedencia (ensayísticos, publicitarios....)
En 1962 Tiempo de
silencio de Luis Martín Santos inaugurará la nueva etapa de
nuestra narrativa, ya que supuso una renovación formal e ideológica. La obra
trata del proceso interior del personaje principal: es una novela “de
protagonista”: Pedro viene a ser trasunto de la condición humana. Es un
personaje borroso, zarandeado o anulado por las circunstancias del que sólo
conocemos sus proyectos de investigación científica. El desarraigo, la
impotencia y la frustración marcan a este protagonista y son los temas
centrales que confieren a esta novela su significación existencial. Además la
novela sitúa este desconsolado reflejo de la miseria existencial en un marco social
concreto: el Madrid de los años del hambre y sus distintos estratos sociales:
la clase alta, un mundo superficial que vive al margen de la realidad y que se
caracteriza fundamentalmente por su inutilidad; la clase media-baja, que por
encima de cualquier consideración moral sólo piensa en medrar; la clase baja en
su capa más ínfima, el subproletariado de las chabolas donde se dan cita todas
las miserias. La crítica de Luis Martín santos no es es nacional y con su
sátira feroz quiere ser un violento revulsivo.
Al rechazar el enfoque
objetivista adopta lo que llamó “realismo dialéctico”, algo que es inseparable
de su posición como narrador: a veces cede la palabra totalmente a sus
personajes (monólogo interior), en otros el autor ve los hechos desde el protagonista
y en otros los hechos se ven desde el narrador, que está presente en su obra
(introduce de nuevo el punto de vista), prodigando comentarios y juicios sobre
sus criaturas, con lo que estamos ante un enfoque subjetivista. Fundamental es
el estilo indirecto libre.
Desde esta obra, en la que
el autor no abandona el compromiso y profundiza en el análisis socio-político,
termina la tendencia realista y se puede hablar del triunfo de la novela
abierta y de imaginación.
En los diez años que van de
1962 a 1972 se suceden aportaciones decisivas en la línea de la renovación: Últimas
tardes con Teresa (1966), de Jua Marsé, que supone una superación del
objetivismo y una vuelta al “autor omnisciente”; Cinco horas con Mario
(1966), de Delibes, un largo monólogo interior en que la protagonista evoca
desordenadamente una vida y unas obsesiones; Señas de identidad (1966),
de Juan Goytisolo, uno de los pioneros en la busca de nuevas técnicas
narrativas, y en cuya obra se dan cambios de punto de vista, saltos en el
tiempo, uso de diversas personas narrativas, monólogos interiores...; Volverás
a Región (1968), de Benet; San Camilo 1936 (1969), de
Cela, su experimentación más audaz; La saga/fuga de J.B (1972),
de Torrente Ballester, que es a la vez un tributo al experimentalismo y una
magistral parodia del mismo.
1.4.LA DÉCADA DE LOS SETENTA.
El año 1975 supone para
España el retorno a la democracia y a la libertad de expresión. El país se abre
a Europa y al mundo y soplan vientos huracanados de libertad: es la época del
destape, de la “movida”, de la sed de conocimiento y de de la exploración.
Aquellos autores nacidos a
partir de 1935 y que, salvo excepciones, se dieron a conocer después de los
setenta, han sido denominados la Generación del 68, fecha emblemática de
la década. La narrativa de esta época se caracteriza por los siguientes rasgos:
—conservación por el interés renovador y el experimentalismo, y el
alejamiento del realismo a favor del absurdo, lo imaginativo, lo onírico,
acompañado de toda clase de innovaciones en las estructuras narrativas y el
lenguaje. Siguen siendo muy sensibles a las influencias europeas o
hispanoamericanas. Es una literatura minoritaria y fuertemente experimental que
reacciona contra el realismo social.
—pero el abuso del experimentalismo provoca un cierto desconcierto que acaba
por favorecer el regreso a ciertos aspectos de la novela tradicional: se
recupera la “historia”, el placer de contar. Se aprecia este cambio de actitud
hacia 1975, que les lleva a una mayor comunicación con los lectores.
—los géneros marginales se convierten en fuente de inspiración de las
nuevas novelas. Surgen diferentes subgéneros en los que la intriga es el
ingrediente esencial: relato fantástico o de ciencia- ficción, novela negra,
novela policíaca, de aventuras, a modo de reportaje o histórica. Esta última ha
tenido un fuerte desarrollo a partir de los años 80.
—en cuanto a la temática, más que de temas comunes deberíamos hablar de
notas frecuentes. Es frecuente un cierto sentimiento de desencanto tras el
fracaso del 68 y sus anhelos de “cambio de vida”. Se suelen rechazar los
valores imperantes; pero ante los problemas colectivos, se adopta a menudo una
mirada distanciada, cuando no un cinismo amargo e incluso ciertas notas de
evasión. En cualquier caso, se separará el compromiso político —cuando exista—
del compromiso estético. Junto a ello, reaparecen las preocupaciones
existenciales y la presencia de la intimidad: la soledad, el amor, las
relaciones personales, la realización del individuo, el erotismo... El
desencanto y el escepticismo se expresan con un tono desenfadado y humorístico,
tras del que puede haber un fondo amargo o tierno. La política, en todo caso,
queda al margen de la estética. Quedan lejos ya las intenciones políticas o
sociales y cualquier clase finalidad didáctica o ideológica.
—la defensa de la condición femenina aparece también en la obra de muchas
narradoras: son novelas de corte intimista que favorecen la exploración
psicológica y ponen de manifiesto la problemática de la mujer moderna y la
fragilidad de la pareja.
—abundan los tonos humorísticos, lúdicos o irónicos, pero también están
presentes los aires nostálgicos o líricos en novelas de fuerte carácter
intimista; los tratamientos culturalistas, exquisitos o refinados; el empleo
libre y sin trabas de la fantasía. No es frecuente, sin embargo, el empeño por
el realismo a ultranza.
—aunque los personajes suelen estar ubicados en un marco
concreto cuyos rasgos se describen, lo que importa es la percepción que el
individuo tiene del mundo externo, y no éste en sí mismo.
Todas estas tendencias
persisten en los años ochenta con algún nuevo matiz: el experimentalismo
radical es mantenido por muy pocos autores y la mayoría de los que se dieron a
conocer en los años 80 se orientan hacia formas narrativas más tradicionales.
Se consolidan algunas de las líneas que se iniciaron en la década anterior: el
intimismo, con una variada gama de problemas personales o existenciales; el
gusto por contar historias, ya sea con enfoques graves o lúdicos; y junto al
culto de la vena imaginativa reaparece el realismo, pero sin propósitos
testimoniales o sociales.
Se ha señalado la ausencia
de grandes pretensiones en la narrativa última: no se pretende explicar el
mundo sino sólo contar experiencias limitadas, a veces mínimas, o proporcionar
un simple, aunque inteligente, pasatiempo al lector. Esa falta de grandes
proyectos unida al abandono del vanguardismo y al rechazo de consignas, parecen
encajar con la llamada era posmoderna.
Entre otros, destacan los siguientes novelistas:
Luis Goytisolo
Gay. Tiene un comienzo precoz en la línea del
realismo testimonial, pero tras un giro hacia el relato de imaginación (Fábulas)
es en los setenta cuando nos ofrece una tetralogía de larga elaboración, Antagonía,
formada por Recuento (1973), Los verdes de mayo hasta el mar
(1976), La cólera de Aquiles (1979) y Teoría del conocimiento
(1981). En esta obra la novela se hace reflexión sobre la novela misma.
Jose María Vaz
de Soto. Destaca una serie compuesta por Diálogos
del anochecer (1972), Fabián (1977), Sabas (1982) y Diálogos
de la alta noche (1983). En ellas combina novedades con elementos
tradicionales.Diálogo, narración y disertación ensayística se funden, pues,
borrando los límites de la novela.
Eduardo Mendoza. Es acaso el narrador más representativo de su
generación. Se dio a conocer ya con su obra maestra La verdad sobre el
caso Savolta (1975), que combina de manera admirable el
reportaje histórico, la literatura epistolar, la intriga policíaca y un
fundamental ingrediente barojiano y picaresco (piénsese en la condición de
auténtico antihéroe que detenta el protagonista-narrador. ). En su compleja
trama, situada en la agitada Barcelona de los años 1917-1920, se entretejen
conflictos sociales con una historia amorosa; así, se combinan lo público y lo
íntimo, lo social y lo existencial; pero todo visto desde un enfoque
distanciado. Su estructura es muy significativa: los primeros capítulos son de
gran complejidad (mezcla de materiales heterogéneos, desorden cronológico y
otras técnicas experimentales); luego va decreciendo esa complejidad para
desembocar en los últimos capítulos en un relato lineal con ingredientes de la
novela policiaca o de aventuras. A ello se unde el pastiche de otros géneros,
como el folletín o la novela rosa, y una sorprendente variedad de estilos,
manejado con una inventiva y una imaginación sorprendentes. La obra resume
la tendencia que va de la experimentación hacia la vuelta (en parte, irónica) a
formas narrativas tradicionales. Es también autor de divertidas parodias de
no velas policiacas, como El misterio de la cripta embrujada (1979)
y El laberinto de las aceitunas (1982). De 1986 es otra de sus
novelas capitales: La ciudad de los prodigios. En los 90 destaca El
año del diluvio (1992).
Manuel Vázquez
Montalván. Cultiva con originalidad la novela negra
con ingredientes sociales en su serie protagonizada por el curioso detective
Pepe Carvalho: La soledad del manager, Los mares del sur...
Francisco
Umbral. Narrador imposible de encasillar que rebasa
los límites de la novela mezclando ficción con autobiografía, ensayo, crónica
periodística... Él mismo se ha burlado de las fronteras entre los géneros.
Dominio de la lengua, de la que extrae los más variados registros: lirismo,
ternura, amargura, ingenio, cinismo. Destacan Balada de gamberros, Las
ninfas, Trilogía de Madrid, Leyenda del César Visionarioy fundamental es su
obra de 1975 Mortal y rosa.
Álvaro Pombo. Crea personajes que buscan su personalidad. La ironía y
la crítica social son constantes en sus novelas. Obras: El héroe de las
mansardas de Mansard, La cuadratura del círculo.
Juan José
Millás. Ha obtenido su popularidad sobre todo en el
ámbiro del periodismo literario, por la originalidad de su enfoque. Entre sus
obras: Visión del abogado, Papel mojado, La soledad era esto.
Arturo Pérez
Reverte. Su experiencia como periodista y reportero de
guerra se refleja en su escritura dinámica y en el gusto por la aventura y la
acción. Obras: El húsar, El maestro de esgrima, La tabla de Flandes....
y la serie de novelas protagonizadas por el famoso capitán Alatriste. Muchas
han sido adaptadas al cine.
Antonio Muñoz
Molina. Uno de los autores de más prestigio entre las
últimas generaciones. Sus novelas generalmente se organizan en torno a la
reconstrucción de una historia. Entre sus obras: Beatus ille, El invierno
en Lisbpa, Beltenebros o Plenilunio.
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