LITERATURA.
TEMA 1. MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98.
CONTEXTO HISTÓRICO
A
fines del siglo XIX y principios del siglo XX Europa vive un periodo de
inestabilidad que desembocará en la Primera Guerra Mundial.
España
está inmersa en una crisis económica, política, social y espiritual. La
Gloriosa (1868) no dio los frutos que se esperaba de ella y llegó el
desencanto. La Restauración (1875) no fue capaz de paliar los graves problemas,
aunque supuso un periodo de relativa tranquilidad, marcado por la alternancia en
el gobierno de liberales y conservadores. En 1898 el gobierno de Sagasta lleva
a España a una guerra desigual que termina con el conocido Desastre del 98, en
que España pierde Cuba, Filipinas y Puerto Rico, muchas vidas e influencia
económica. La situación se agrava y la crisis económica se convierte en social,
cuyo máximo exponente de violencia fue la Semana Trágica de Barcelona en 1909.
La brutal represión provocó el rechazo de la sociedad española y de Europa.
Llegará después el golpe de estado y la dictadura de Primo de Rivera (1923),
que puso fin al turno de partidos y al parlamentarismo. En 1931 se proclama la segunda
República, que intentará resolver los graves problemas del país, pero que
encontró todo tipo de obstáculos. España se despeña entonces en la Guerra Civil
(1936-1939).
A
principios de siglo España era un país atrasado en todos los sentidos. Por
ello, se analiza la realidad española en profundidad para intentar regenerar
el país y se vuelven los ojos a autores como Larra, Cadalso o incluso Quevedo.
Ya a fines del siglo XIX el interés recayó en la educación como única
vía posible de regeneración. El krausismo evolucionó al institucionismo.
En 1876 Giner de los Ríos funda la Institución Libre de Enseñanza con la
intención de “rehacer España dese abajo mediante la educación”. De todo este
caldo de cultivo nació el movimiento regeneracionista: Joaquín Costa,
Ramiro de Maeztu y Francisco Silvela intentaron buscar lo propio del alma
española, labor que será clave para el 98 y que después continuarán hombres
como Menéndez Pidal, Américo Castro y Ortega y Gasset.
A
fines de siglo XIX en España, Europa e Hispanoamérica surgen movimientos de
tipo disidente e inconformista fruto de la crisis de la conciencia burguesa.
Nacen en el seno de la burguesía pero son de signo antiburgués. En la
literatura cunden los impulsos renovadores, radicalmente opuestos a
las tendencias vigentes (realismo, naturalismo, prosaismo poético...). En un
principio se llamó “modernistas” a los jóvenes escritores movidos por
esta ansia de renovación, pero con el tiempo el término fue reservándose a
aquellos, especialmente poetas, que se separan del mundo al que odian y
encauzan su inconformismo en la búsqueda de la belleza, lo raro, lo
exquisito: se propusieron una renovación estética. Junto a ellos, otros
escritores, fundamentalmente prosistas, movidos por el mismo afán
renovador, dan especial cabida en su temática a los problemas del momento
histórico y recibieron el nombre de Generación del 98, término muy
discutido.
Ambos
movimientos coinciden cronológicamente y buscan una renovación literaria,
pero las diferencias entre ellos son notorias. El Modernismo quiso ser una superación
de las fronteras nacionales y soñó con París, Oriente y países exóticos.
Tal y como llega a España de la mano de Rubén Darío ( su segunda estancia en
España pone en contacto a modernistas y noventayochistas), es una literatura de
los sentidos, deslumbrante de cromatismo y atractivos sensuales.
Impulsados por la búsqueda de la belleza, utilizaron un lenguaje minoritario
y retoricista de intención predominantemente estética. La Generación
del 98 enfocó su alma en su preocupación por España y redescubrió Castilla
como cuna de lo español. Se trata de una literatura que constituye un
examen de conciencia y que busca la verdad. Su lenguaje huye del
barroquismo, del artificio recargado, del casticismo y del preciosismo
literario. Desean una lengua válida para todos, y para ello había que
conseguir mayor ligereza y precisión.
Modernismo
y Generación del 98 rechazan del ochocientos el cliché lingüístico y la frase
hecha. Ambos comienzan la llamada Edad de Plata o Segunda Edad de Oro de
las letras españolas.
1. MODERNISMO
Podemos
definir el Modernismo literario como un movimiento de ruptura con la estética
vigente que se inicia en torno a 1880 y cuyo desarrollo fundamental llega hasta
la Primera Guerra Mundial, aunque autores como Machado o Juan Ramón lo
abandonaran antes, o podamos percibir su eco en momentos posteriores
entrelazado con movimientos ya distintos. Sin embargo, para muchos más que un
movimiento estético fue una actitud, una reacción contra el espíritu utilitario
y las formas de vida burguesa.
El
término “modernista” fue utilizado en un principio con un matiz despectivo,
pero Rubén Darío, junto a otros escritores, asume con orgullo ese mote a partir
de 1890. Rubén Darío publica en 1888
su obra Azul (18 cuentos y siete poemas), que supone la obra
inaugural del movimiento y que le convirtió en padre del Modernismo ya que
supuso una revolución formal por la modernización de recursos expresivos y
el cuidado del ritmo. En el prólogo de Prosas profanas (1896)
formula las bases de la nueva estética: afán de originalidad, exotismo,
exaltación de países lejanos (Grecia, China, Japón), armonía de la palabra y
verso deslumbrante. Enriqueció el léxico con voces de gran sonoridad, introdujo
el soneto en alejandrinos y cultivó el dodecasílabo y el verso libre.
Evoluciona hacia un tono más reflexivo y abandona el preciosismo en Cantos
de vida y esperanza (1905), poesía trascendental en la que
reflexiona sobre la vida y en la que aparecen junto a lo pagano y lo erótico
tonos graves, inquietud, amargura, desengaño. También aparece su preocupación
social y denuncia los peligros de la dominación americana para la cultura
hispana.
El
modernismo triunfante en España coincidió con la segunda estancia de Rubén en
España en 1899, momento en que se encauzó definitivamente el cambio poético. El
afán renovador de los jóvenes escritores españoles será guiado de la mano de
Rubén y de la nueva poesía de José Martí (Cuba) o M. Gutiérrez Nájera (Méjico).
La aludida crisis de la conciencia burguesa produjo actitudes distintas: la
rebeldía política, como la de José Martí, muy parecida a la postura de los
jóvenes del 98 en España, aunque la más característica es la de aquellos que
expresan literariamente su repulsa por vía de un aislamiento aristocrático
y un refinamiento estético, acompañados no pocas veces de actitudes
inconformistas como la bohemia o el dandismo, y ciertas conductas
asociales y amorales.
La
primacía de Hispanoamérica en la constitución del Modernismo es indiscutible.
En un principio se rechazó la tradición española y la poesía dominante en la
antigua metrópoli (a excepción de Bécquer), de ahí que volvieran los ojos a
otras literaturas. La influencia francesa en fundamental. Además de los
grandes románticos (Víctor Hugo), hubo dos movimientos claves:
-el
Parnasianismo, y la máxima de T. Gautier “el arte por el arte”, hace que se
instaure el culto a la perfección formal y una poesía serena y equilibrada de
formas puras y escultóricas. Los temas predilectos de Leconte de Lisle
reaparecerán en el Modernismo: evocación de los mitos griegos, de exóticos
ambientes orientales, de épocas y civilizaciones pasadas, el mundo bíblico, el
antiguo Egipto, los pueblos germánicos o la Edad Media española.
-el Simbolismo, corriente de idealismo poético que arranca de
Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé, sin abandonar las metas estéticas,
postula que el mundo sensible no es más que el reflejo o símbolo de las
realidades escondidas, y la misión del poeta es descubrirlas, de ahí que
los versos se llenen de misterios, sueños y símbolos (ej, el ocaso=vejez
o muerte, río=vida...) Es una poesía que propone sugerir mediante un
lenguaje fluido y musical.
El
modernismo hispánico es una síntesis de ambos movimientos, aunque también son
destacables otras influencias: E.A. Poe
y Walt Whitman (EEUU), Oscar Wilde (Inglaterra) y poetas de la
propia tradición española: Bécquer y
los poetas antiguos: Berceo, Manrique, el Arcipreste y los poetas de los Cancioneros del siglo XV. El retorno a
las raíces españolas se incrementará tras el 98. El Modernismo español presentó
algunas peculiaridades: menos brillantez externa y un predominio del intimismo
(menos parnasianismo y más sabia simbolista, unida a la huella de Bécquer).
TEMAS
En
cuanto a la temática modernista, apunta en dos direcciones: la
exterioridad sensible (lo legendario, lo pagano y lo exótico) y la
intimidad del poeta (vitalismo y sensualidad pero también melancolía y
angustia).
Sienten
una desazón romántica (malestar y rechazo a la sociedad), de la que se
deriva una sensación de soledad y desarraigo. Se exaltan de nuevo las pasiones
y lo irracional frente a la razón y reaparece el misterio, lo fantástico,
el sueño. Pero lo más importante son las manifestaciones de tedio, tristeza y
profunda melancolía, a veces angustia, de ahí la importancia de la presencia de
lo otoñal. De la necesidad de soñar mundos de belleza en los que refugiarse
de un ambiente mediocre procede su escapismo, en el espacio (lo
exótico y lo oriental) y el tiempo (hacia el pasado medieval o el de los mitos
clásicos): los versos se llenan de ninfas, sátiros, vizcondes, caballeros y
castillos. La misma necesidad de evasión supone el cosmopolitismo, que
desemboca en la devoción por París.
En
cuanto al tema del amor y el erotismo, hay un fuerte contraste entre
un amor delicado y una idealización del amor y la mujer, acompañado casi
siempre de languidez y melancolía (nuevo cultivo del amor imposible) y un
erotismo desenfrenado: Rubén y otros escritores nos muestran descripciones
sensuales y notas orgiásticas, que se interpretan a veces como un desahogo
vitalista ante las frustraciones, y otras enlaza con actitudes amorales y
asociales.
Serán
también importantes los temas americanos: al principio como evasión a
los mitos del pasado, después como búsqueda de unas raíces comunes.
En
cuanto a los temas hispanos, después del 98 se produce un acercamiento a
lo español y un “panhispanismo” frente a EEUU (Cantos de vida y esperanza).
Rubén Darío saludó a España como la Patria Madre, pero su mirada fue crítica,
vecina en algún punto a los noventayochistas. En los modernistas españoles será
difícil encontrar muestras de una actitud crítica por la realidad española del
momento, pero sí se aprecian finas
captaciones impresionistas del paisaje, presididas por metas estéticas, o
evocaciones de figuras a modo de estampa.
LA ESTÉTICA MODERNISTA
La
estética modernista tiene como base la búsqueda de belleza, armonía y
perfección, de ahí el esteticismo que lo invade todo, al menos en la
primera etapa del movimiento. De ahí la búsqueda de valores sensoriales (para
Salinas el Modernismo es una literatura de los sentidos). Para ello, el manejo
del idioma será imprescindible.
El
enriquecimiento estilístico apunta en dos direcciones: en el sentido de
la brillantez y los grandes efectos por un lado; en el sentido de
lo delicado, por otro. Así sucede con el color y los efectos
sonoros.
Los
modernistas se valdrán de todos aquellos recursos
estilísticos que se caractericen por su valor ornamental, su valor
sugeridor o ambos: aliteraciones (la libélula vaga de una vaga ilusión),
sinestesias (verso azul, sol sonoro), imágenes (nada más triste
que un titán que llora / hombre montaña encadenado a un lirio) y
enriquecimiento del léxico con cultismos o voces exóticas o adjetivación
ornamental (dromedario, ebúrneo cisne)
No
podemos olvidarnos de las innovaciones métricas. En su anhelo de ritmo,
usaron con preferencia el verso alejandrino, de influencia francesa será
el dodecasílabo y el eneasílabo, aunque no dejaron los versos
tradicionales como el endecasílabo o el octosílabo. En cuanto a
las estrofas, lo importante era no ceñirse a las estrofas consagradas, de ahí
que el soneto ofrezca múltiples variedades.
AUTORES
Los
principales representantes del Modernismo son:
1. Ramón María del Valle Inclán (1866-1936).
Su
amplia producción literaria abarca todos los géneros y nos muestra
también una profunda evolución: desde el Modernismo elegante y
nostálgico, que es una evasión hacia la belleza, a una literatura
crítica basada en la distorsión de la realidad: el esperpento supone una
evasión hacia lo trágico y miserable del alma humana.
La
etapa modernista de Valle coincide con sus primeros años de creación literaria.
En esta etapa predominan las obras donde aparece una Galicia primitiva, mezcla
de lo patriarcal y lo popular, lo legendario y lo realista.
Sus
Sonatas representan la cima de la prosa modernista: son cuatro
novelas breves que recogen las memorias del Marqués de Bradomín, un don juan
“feo, católico y sentimental”. Cada una de ellas supone un paisaje, una
estación y una edad de la vida diferentes: La Sonata de estío nos
cuenta una relación amorosa en Méjico; la Sonata de otoño, su
relación con una enferma de tuberculosis en Galicia; la Sonata de
primavera la relación con una novicia a orillas del Tirreno; y la Sonata
de invierno, su pérdida del brazo por Carlos VII en Navarra.
Domina
en ellas un romanticismo decadente en el que las mujeres son etéreas y
enfermizas y los jardines descuidados pero hermosos. Constantemente se
enfrentan en el héroe la religiosidad y el erotismo: mezcla la
elegancia y la amoralidad en una exaltación de un mundo decadente. Su prosa es
rítmica, refinada y bellísima.
2. Antonio Machado (1875-1936).
Para Machado la poesía es “palabra esencial en el
tiempo”: busca captar la esencia de las cosas al mismo tiempo que su fluir
temporal.
A
pesar de que algunas tradiciones lo han convertido en representante de la
poesía de la Generación del 98, esto es ideológicamente inexacto y su arranque
en el Modernismo es indiscutible:
combina romanticismo tardío y simbolismo, huellas que no
desaparecerán, aunque llevará a cabo un depuración
estilística que desembocarán en estilo sobrio y una densidad expresiva muy
personales.
Su
primer ciclo poético en 1903 fue Soledades, que será ampliada en
1907 a Soledades, galerías y otros poemas. Se trata de un
modernismo intimista ya que Machado escribe mirando hacia dentro, en un íntimo
monólogo como Bécquer o Rosalía de
Castro.
Intenta apresar los sentimientos universales: el
tiempo (tempus fugit), dios (sentido como Unamuno) y la muerte,
y sus reflexiones sobre el destino del hombre y la condición humana justifican
su condición de poeta existencial. A ello se unen recuerdos
nostálgicos del pasado, evocaciones del paisaje y un amor más
soñado que vivido. Soledad, melancolía y
angustia son el resultado de mirar en el fondo del alma.
Utiliza símbolos de realidades profundas: el
agua (fugacidad cuando corre, muerte cuando se detiene…), el camino, la tarde,
etc. Proyecta su interior sobre el paisaje.
La influencia del Modernismo y Simbolismo también se
aprecia en la versificación: utiliza versos dodecasílabos y
alejandrinos, aunque ya aparecen formas más sencillas como la silva.
En
1912, poco antes de la muerte de Leonor, aparece Campos de Castilla. En
ella se aprecia mayor variedad temática: preocupación
patriótica, simple amor a la Naturaleza o reflexión sobre el hombre. Conjuga
poemas intimistas en la línea de Soledades con cuadros de gentes y
tierras de Castilla como base de su preocupación por España. Junto a una visión “objetiva” del paisaje (“Campos de
Soria” “Orillas del Duero”), hay poemas en los que se proyecta sobre el paisaje
(subjetividad) seleccionando lo recio y lo austero e intensificando,
principalmente con adjetivos, lo que sugiere fugacidad, soledad o muerte,
ofreciendo una visión lírica del
paisaje. Junto a ella, ofrece también una visión
crítica, que fue lo que motivó su adscripción al 98, aunque sólo “A orillas
del Duero” o “Por tierras de España” están en la línea regeneracionista. Más tarde
añadirá poemas en los que ofrece una visión progresista, como “Del pasado
efímero” “El mañana efímero”.
Revitaliza
el romance en el extenso poema “La
tierra de Alvar González, centrado en el cainismo.
Pero
empieza a destacar con sus “Proverbios y cantares”, chispazos líricos o
filosóficos que, en formas inspiradas en las coplas tradicionales, recogen sus
hondas preocupaciones.
La
obra muestra un itinerario personal que va de una Castilla vivida a una
Castilla recordada, pasando por la muerte de Leonor.
En
la segunda parte encontramos evocaciones a Soria o la esposa muerta (“Ciclo a
Leonor”) junto con meditaciones sobre el paso del tiempo, la muerte y dios.
Termina con “Elogios”, entre otros, a Giner de los Ríos, Unamuno, Darío o Juan
Ramón Jiménez.
En
la métrica, son frecuentes las silvas
asonantadas, aconsonantadas y la
combinación silva-romance.
En
1924 publica Nuevas canciones, que muestran un menor impulso creador aunque
un mayor interés por lo filosófico. En sus “Proverbios y cantares”, las
inquietudes filosóficas pasan a primer término.
Tras
esta obra desciende el cultivo de la poesía y se dedica a su obra en prosa Juan
de Mairena. Edita sus Poesías completas (1928, 1923, 1936)
con algunos poemas añadidos en los que destaca Canciones a Guiomar, dedicado
a un tardío amor (Pilar de Valderrama).
Durante
la guerra civil se muestra como un poeta cívico de la España republicana. En Poesías
de guerra, dedica un poema a Lorca: “El crimen fue en Granada”.
3. Manuel Machado (1884-1947)
Destaca
junto a su hermano en la poética
modernista con obras como Tristes
y alegres, en la que esboza su personalidad, o Alma (1901) donde es observable un modernismo simbolista mezclado con el andalucismo colorista y sensual típico del autor. Se trata de una
obra sensual pero con melancolía
rubeniana.
El
resto de su producción será un desarrollo de los temas apuntados en Alma.
En la etapa que va desde sus Caprichos
(1905) a su Ars moriendi
(1922) se nos aparece como el más fiel de los modernistas españoles. Los rasgos más destacados de su poesía: suave sonoridad de los versos, combinación
de formas y ritmos franceses y el sentir popular de Andalucía vestido en los
moldes de la copla, hasta el punto que su poesía se integró en el pueblo
olvidando el nombre de su creador, hecho que, en palabras del propio autor,
constituía la mayor gloria del poeta.
4. Juan Ramón Jiménez.
Principal
figura de la Generación del 14, comienza su producción en el Modernismo, aunque llevará cabo una
superación del mismo a través de un ejercicio de depuración constante que dará lugar a una poesía de creciente
dificultad y hermetismo. Su obra
está presidida por una triple sed (de Belleza, de Conocimiento, de Dios), y sus
tres etapas (sensitiva, intelectual, suficiente) son en realidad tres formas
distintas de acercamiento a lo inefable.
Su
producción modernista corresponde a
la etapa sensitiva (de sus
comienzos 1905). En Almas de violeta o Ninfeas
se aprecia un modernismo más ornamental, que luego repudiaría; su
primer gran libro, Arias tristes, muestra ya un modernismo intimista que conjuga la herencia posromántica y el simbolismo, y
que estará también presente en obras como Elejías, La soledad sonoro o
Poemas mágicos y dolientes.
Su
obra en prosa Platero y yo es muestra de una auténtica prosa poética en la
que combina rasgos modernistas con una voluntad de pureza que continuará a lo
largo de su producción posterior.
GENERACIÓN
DEL 98
Fue
Azorín quien acuñó el término de Generación de 98 en unos artículos de 1913. En
su nómina aparecen nombres tan sorprendes como el de Rubén Darío o Benavente, y
queda fuera Antonio Machado. Señala como características comunes de estos
jóvenes escritores su espíritu de protesta, un profundo amor al arte y las
influencias que recibieron del parnasianismo de Gautier y del simbolista de
Verlaine, con lo que no se presenta aún desligado del Modernismo.
Pedro
Salinas habla de Generación del 98 para designar a aquellos autores que
compartían una serie de características generacionales: nacieron en años
poco distantes (10 años separan al mayor, Unamuno, del más joven, Machado),
tuvieron una formación intelectual semejante (el autodidactismo), eran
un grupo de jóvenes escritores que pronto entraron en contacto,
acudieron a las mismas tertulias y colaboraron en las mismas revistas (Juventud,
Alma española, Helios) y participaron en actos colectivos propios,
como la visita a la tumba de Larra. Obviamente el desastre del 98 aunó
voluntades. Señala a Unamuno guía. Sin embargo, autores como Baroja o
Unamuno rechazaron o pusieron reticencias a esta denominación y críticos
actuales niegan la existencia de dicha generación, y lo cierto es la mayoría de
estas características las comparten con los modernistas. Respecto a la
oposición Modernismo y Generación del 98, hoy parece ya superada.
Para
Azorín un “espíritu de protesta” y rebeldía animaba a la juventud del
98, lo cual es una muestra de la crisis de la conciencia pequeño-burguesa:
procedentes de las clases medias, es la primera generación de intelectuales que
intentó pasarse al enemigo. A excepción de Valle Inclán y Machado, que
tuvieron un proceso evolutivo inverso, la labor inicial de los noventayochistas
se emparienta con movimientos políticos revolucionarios: Unamuno está
afilado al marxista PSOE y escribe en revistas subversivas, Maeztu comparte los
anhelos socialistas que vierte en Hacia otra España, Azorín se declara
anarquista y Baroja siente también simpatía por esta ideología, aunque no
adopte una postura tan activa como la de sus compañeros. Valle, por el
contrario, profesa ideas netamente tradicionalistas y Machado sólo se conoce
por un libro de poesía intimista, Soledades,
en el que aún no aparecen sus ideas liberales.
En
1901 el “grupo de los tres” publica un Manifiesto con el fin de
cooperar a la generación de un nuevo estado social: de nada sirven el
dogma religioso, ni el doctrinarismo republicano y socialista ni el ideal
democrático. Sólo la ciencia social puede mejorar la vida de los
miserables. Su posición ahora es la de un reformismo de tipo
regeneracionista.
Pero
la campaña fue fracaso y con ello llega el desengaño. En 1905 se inicia
un giro hacia posturas netamente idealistas y sienten en el alma el
fracaso de los anhelos juveniles. La preocupación por España sigue siendo
clave, pero ahora desde la actitud contemplativa del soñador o desde un
escepticismo desconsolado.
En
1910 cada autor ha forjado ya una fuerte personalidad. Hay una serie de
características que configuran lo que tradicionalmente se conoce como
mentalidad del 98, además del ya mencionado idealismo. Se intensifica el
entronque con corrientes irracionalistas europeas: Nietzsche,
Schopenhauer, Kierkegaard (puede hablarse de un neorromanticismo
coincidente con el de los modernistas). Adquieren especial relieve las preocupaciones
existenciales: los interrogantes acerca del sentido de la vida, la muerte o
el tiempo producen en los escritores o en sus personajes hastío vital o angustia,
en especial en Unamuno. El tema de España se enfocará con tintes subjetivos,
de forma que los anhelos y angustias íntimas de los autores se proyectan
sobre la realidad española. Y la historia, es otro de los campos de
reflexión: al principio se acude a ella para rastrear las raíces de los
males presentes, pero después se buscan los valores permanentes de Castilla y de España. Les atrajo
también lo que Unamuno llamó “intrahistoria”: “la vida callada de los
millones de hombres sin historia que, con su labor diaria, han hecho la
historia más profunda”. Y junto al amor por España, el anhelo de europeización,
aunque con el tiempo dominará en casi todos ellos la exaltación casticista.
En
la evolución ideológica los noventayochistas, Azorín derivó a posturas tradicionalistas,
Maeztu se convirtió en el adalid de la derecha nacionalista; Unamuno, en
constante contradicción, se encerró cada vez más en sí mismo y después de una
postura ambigua ante el alzamiento, pronunció su famosa proclama “vencerán pero
no convencerán”. Baroja se recluye en un escepticismo radical. Valle, por el
contrario, se acerca a posturas progresistas cada vez más radicales y la
evolución ideológica de Machado le lleva cada vez más a la izquierda.
Su lenguaje generacional supone importantes
novedades estilísticas y una ruptura con el Realismo y el Naturalismo. Rechaza
la estética precedente, con significativas excepciones: Maeztu siente
afinidad con Galdós, y valora con criterios modernos a Bécquer y
a Rosalía. Se toma a Larra como precursor y sienten veneración
por algunos clásicos: Fray Luis, Quevedo o Cervantes y la literatura
medieval, en especial el Cantar de Mio Cid, Berceo, el Arcipreste de
Hita o Manrique.
Con
una clara voluntad antirretórica quieren ir a las ideas, al fondo,
de ahí el sentido de la sobriedad y el cuidado del estilo.
Amplían el léxico español con palabras tradicionales o terruñeras que
toman del habla de los pueblos o de las fuentes clásicas. Como ya apuntamos, el
subjetivismo se convierte en un rasgo esencial, de ahí que el lirismo
impregne un gran número de páginas que desvelan el sentir personal de cada
autor (intimismo). Frente al tema de España, se mezclan amor
y dolor, de ahí que junto a la visión de atraso y pobreza, encontremos
cada vez más una exaltación lírica de los pueblos y del paisaje,
fundamentalmente de Castilla, en la que vieron la cuna de la nación, de
la tradición literaria y de la cultura, que tiene como máximo exponente a Don
Quijote. Su atracción por lo austero de las tierras castellanas
supuso una nueva sensibilidad.
Además,
innovaron en el campo de los géneros literarios: se observan profundos
cambios en la novela y se configura el ensayo moderno. Menor
éxito tuvieron los intentos de renovación en el teatro, a excepción de Valle.
La
estética y el espíritu noventayochista se manifiesta en todos los géneros
literarios: novela, poesía, ensayo y teatro. Sus principales representantes
son:
1. Miguel de Unamuno (1864-1936)
Estuvo
en constante lucha con los demás, fundamentalmente contra la
ramplonería, y consigo mismo: varias crisis de fe le hicieron hundirse
en los problemas de la muerte y la nada, y su eterno debate entre fe e
incredulidad llenarán sus páginas de angustia.
Cultivó
todos los géneros literarios y todas su obras se hayan vertebradas en torno a dos
ejes temáticos fundamentales: el tema de España y el sentido
de la vida humana.
Su
inmenso amor por la patria le arranca su famoso grito “me duele España”. En su ensayo En torno al casticismo,
analiza el carácter nacional a través de la intrahistioria y plantea otras
cuestiones fundamentales del 98: la valoración de Castilla, la articulación de
españolismo y europeización… Vida de Don Quijote y Sancho es una
interpretación muy personal de la obra cervantina en la que llega a la
conclusión de que los males de la patria residen en que ya no hay Quijotes.
Cambia sus anhelos de europeizar España por el de españolizar Europa. El tema
de España estará presente en otros ensayos como Por tierras de Portugal y
España, Andanzas y visiones españolas, en cientos de artículos y en
buena parte de su obra poética.
El
tema del sentido de la vida humana cobra acentos muy personales en este autor.
Su pensamiento existencial también se vierte en ensayos, novelas, teatro y
poesía, así como en artículos. En el ensayo
Del sentimiento trágico de la vida nos muestra su miedo a la Nada,
al anonadamiento tras la muerte, lo que supone la angustia de despertar
a la trágica condición humana. La inmortalidad se convierte en una idea
monomaníaca, de ahí su hambre de Dios, pero la razón le niega la
esperanza. Los mismos temas aparecerán en La agonía del cristianismo. Unamuno
contribuyó con éstos y otros ensayos a la creación de la retórica del ensayo
español.
En
cuanto a su obra poética, despreció
la rima y prefirió el verso libre, aunque después recurrió a estrofas
tradicionales. Su estilo es sobrio, denso conceptualmente. Su temática: la
inmortalidad, la identidad del ser, la intuición como forma de conocimiento...
Destacaremos Poesías, Rosario de sonetos líricos, El Cristo de Velázquez y
Cancionero.
En
su teatro representó directamente
los conflictos íntimos, así en Fedra, Raquel encadenada, La esfinfe,
Soledad y El otro.
Pero
prestaremos más atención a la novela,
dada la renovación del género que supusieron sus obras, cauce de los
conflictos existenciales. Comenzó, sin embargo, con una novela histórica
o intrahistórica, que necesitó más de doce años de preparación
(novelista ovíparo), Paz en la guerra. Amor y pedagogía ya
es una novela ideas (novelista vivíparo). A su siguiente novela, Niebla,
la subtitula nivola como reacción a la crítica: se trata de una naracción
breve en la que apenas hay descripciones, el diálogo juega un papel
fundamental y sus personajes son agonistas, anhelosos de serse, que
luchan por su existencia contra la muerte y la disolución de su personalidad.
Después, vendrán otros dramas: Abel Sánchez (cainismo),
La tía Tula (maternidad) o San Manuel, bueno, mártir (un
cura pierde la fe pero guarda las apariencias para procurarles la felicidad a
sus feligreses). También escribió cuentos y novelas cortas como Tres
novelas ejemplares y un prólogo.
2. Ramón María del valle Inclán (1866-1936).
Después
de publicar sus Sonatas empieza a alejarse del Modernismo para
preocuparse por el pueblo, los oprimidos y el la situación de España. Comedias
bárbaras son tres obras teatrales en las que recupera Galicia pero
ahora con toda su miseria: personajes violentos, extraños o tarados, y
todo ello presidido por Don Juan de Montenegro, tirano que representa un mundo
heroico en descomposición. El lenguaje se vuelve más fuerte y
hasta agrio, pero musical y brillante. Esta tendencia se
acentúa en la trilogía de novelas La guerra carlista en la que,
junto a resabios modernistas, aparece un lenguaje desgarrado y
bronco, acentuado por un léxico rústico. En las novelas de la última
etapa, como Tirano Banderas o el ciclo de novelas históricas El
ruedo ibérico, el estilo, como en los esperpentos, es desgarrado,
agrio en su humor, con una fuerte carga crítica, pero sigue siendo
una prosa de cuidada elaboración.
Tras esta etapa de transición llega el esperpento,
cuyo máximo exponente es su obra teatral Luces de bohemia. Pone
su estética al servicio de las ideas del 98: lo trágico y lo grotesco se
mezclan para dar como resultado una estética que pretende ser la superación del
dolor y la risa. Deforma la realidad para realizar un profundo análisis
crítico de la sociedad.
3. José Martínez Ruiz, “Azorín” (1873-1967)
Su
pensamiento se centra en la obsesión por el tiempo, la fugacidad de la
vida, una melancolía que fluye mansamente unido al deseo de apresar lo que
permanece por debajo de lo que huye o de fijar en el recuerdo las cosas que
pasaron. Es un contemplativo y un espíritu nostálgico que vive para evocar. Es
el mejor ejemplo de compenetración noventayochista con el paisaje castellano.
En sus novelas se difumina la línea divisoria entre novela y ensayo,
apenas hay trama argumental, mero pretexto para hilvanar una galería de personajes
fracasados y sensibles. Autor impresionista atento a la belleza de
lo nimio. Su estilo fluye lento, con un lirismo contenido:
precisión, claridad y uso de la palabra justa y la frase breve; técnica miniaturista
en sus descripciones.
Sus
tres primeras novelas son de carácter autobiográfico y de ella toma su
pseudónimo: La voluntad, Azorín y Confesiones de un pequeño
filósofo. En su segunda etapa recupera a los grandes clásicos y culmina
su percepción del tiempo en el ensayo Castilla. Intentó renovarse
con las vanguardias, pero después volvió al tema del tiempo.
4. Pío Baroja (1872-1956)
Dos
son las notas que caracterizan la personalidad de este autor: pesimismo e
individualismo.
Se
dedicó casi en exclusiva a la novela, la que concibe como un saco donde todo cabe. Reivindica la imaginación y
la invención junto con la observación y nos muestra con maestría el panorama
social de la España mísera del momento.
Sus
personajes son siempre un reflejo del autor. Anheló ser un hombre de acción,
pero era un ser abúlico, de ahí que encontremos personajes en los
que se proyecta este ideal de hombre de acción que siempre quiso ser, y otros,
como Andrés Hurtado, se muevan por el mundo con esa monomanía deambulatoria tan
característica en Baroja.
Su
concepción de la vida se inscribe en el pesimismo existencial: el escepticismo
preside la raíz de todas sus ideas. El mundo carece de sentido, la
vida es absurda y no alberga ninguna confianza en el hombre, lo
que explica el hastío vital de muchos de sus personajes.
En
cuanto al estilo, lleva al extremo
la tendencia antirretórica de los noventayochistas:
párrafo breve, frase corta, escasez de nexos, léxico común. Destacan sus
descripciones impresionistas y la
autenticidad conversacional de los diálogos. Su obra puede dividirse en etapas:
Hasta
1912: destacaremos Camino de perfección y las trilogías La
raza (El árbol de la ciencia, La dama errante y La ciudad de
la niebla) y La lucha por la vida (La busca, Mala
hierba, Aurora roja), Las ciudades, y una tetralogía, El
mar, de la que destacaremos Las inquietudes de Shanti Andía.
Entre
1913 y 1935 se consagró a Memorias de un hombre de acción, serie
de 22 novelas en torno a Andrés Aviraneta.
De
1936 hasta su muerte se dedicó a sus memorias, Desde la última vuelta del
camino.
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