"7.000"
Que
me los presenten. Que me presenten a esos 7.000 madrileños que abandonaron a
sus perros para irse con toda tranquilidad de vacaciones.
Que
me presenten a esos 7.000 energúmenos capaces de dejar atrás, con impavidez
espeluznante y una pachorra inmensa, los hocicos temblorosos y las miradas
dolientes de sus animales.
¿Cómo
lo harán? ¿Apearán al perro en mitad de un campo solitario y huirán después a
todo rugir de coche, con el pobre bicho galopando espantado detrás del
guardabarros hasta que su aliento ya no dé para más? ¿O quizá lo llevarán a
algún barrio lejano y escaparán aprovechando algún descuido, un amistoso
encuentro con otros perros o un goloso olfatear de algún alcorque?
No
les importa que luego el animal, al descubrirse solo, repase una vez y otra,
con zozobra creciente y morro en tierra, la borrosa huella de sus dueños,
intentando encontrar inútilmente el rastro hacia el único mundo que conoce. Son
7.000 sólo en Madrid: el censo estatal de malas bestias puede aumentar bastante.
Que
me presenten a esos tipos que tuvieron el cuajo de tumbarse con la barriga al
sol en una playa, plácidos y satisfechos tras haber condenado a sus perros, en
el mejor de los casos, al exterminio en la perrera, y, más probablemente, a una
atroz y lenta agonía en cualquier cuneta, con el cuerpo roto tras un atropello.
O a servir de cobaya en un laboratorio, o a morir en las peleas de perros,
espeluznantes carnicerías que, aunque ilegales, parecen estar en pleno auge como
juego de apuestas.
Que
me presenten a esos seres de conciencia de piedra. Quiero saber quiénes son,
porque me asustan: si han cometido un acto tan miserable e inhumano, ¿cómo no esperar
de ellos todo tipo de traiciones y barbaries? Probablemente pululan por la vida
disfrazados de gente corriente: es una pena que las canalladas no dejen impresa
una marca indeleble.
Rosa Montero, El País,
16 de junio de 1998
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