NADA, CARMEN LAFORET.
Al fin se fueron, dejándome con la sombra de los
muebles, que la luz de la vela hinchaba llenando de palpitaciones y profunda
vida. El hedor que se advertía en toda la casa llegó en una ráfaga más fuerte.
Era un olor a porquería de gato. Sentí que me ahogaba y trepé en peligroso
alpinismo sobre le respaldo de un sillón para abrir una puerta que aparecía
entre las cortinas de terciopelo y polvo. Pude lograr mi intento en la medida
que los muebles lo permitían y vi que comunicaba con una de esas galerías
abiertas que dan tanta luz a as casas barcelonesas. Tres estrellas temblaban en
la suave negrura de arriba y al verlas tuve unas ganas súbitas de llorar, como
si viera a antiguos amigos, bruscamente recobrados.
Aquel iluminado palpitar de las estrellas me trajo
en un tropel toda mi ilusión a través de Barcelona, hasta el momento de entrar
en este ambiente de gentes y de muebles endiablados. Tenía miedo de meterme en
aquella cama que parecía un ataúd. Creo que estuve temblando de indefinibles
terrores cuando apagué la vela.
SE CORREGIRÁ EL MIÉRCOLES 24 DE OCTUBRE.
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