RECICLAJE, AYUNTAMIENTOS Y RATAS DE
BASURERO.
Voy a
ganarme a pulso una bronca ecológica, incluida mi guerrera del arco
iris particular; pero uno está curtido en broncas, adversidades y
otros etcéteras, así que asumo las consecuencias sin complejos. Y
es ello que acabo de enterarme de que, en la Comunidad de Madrid
–supongo que como en otras comunidades, más o menos–, cuatro de
cada diez ciudadanos sacan la basura sin separar los materiales
orgánicos de los reciclables. O sea: que para buena parte de los
madrileños, y supongo, tirando por elevación, de los españoles en
general, la variedad de colores que adorna los cubos de basura
–envases, papel, materia orgánica y todo eso– no sirve más que
para darle variedad cromática al asunto. 62.532 fotografías de
contenedores frente a 13.000 edificios capitalinos, en una inspección
que ha costado la respetable cifra de 390.000 mortadelos, permiten
llegar a la conclusión de que así están las cosas. Y de que los
ciudadanos somos unos desaprensivos que nos pasamos por la bisectriz
la ecología y las ordenanzas municipales y de la CEE.
Esto último
es muy probable. Sin necesidad de inspecciones y conociendo el
percal, esa cifra de que sólo no reciclan cuatro de cada diez pavos
y pavas me parece demasiado optimista. Y sorprendente, habida cuenta
de dónde estamos, y con quién nos las tenemos, en este bebedero de
patos donde todo cristo, desde los ministerios de Sanidad o Fomento
hasta la concejalía de ruidos y basuras de San Crescencio del
Rebollo, con tal de salir en el telediario, vomitan leyes,
normativas, disposiciones y ordenanzas hasta aburrir a las ovejas,
sin poner luego, por supuesto, los medios adecuados ni hacer el menor
esfuerzo para aplicarlas, o para asegurarse de que se aplican sin
picaresca ni golferías. Como dice un compadre mío que es medio
franchute y medio alemán: «En Espania tenéis más leies que en
toda Eugopa gunta, pego nadie las cumple». Así que permitan que les
cuente un caso particular, casi íntimo, después de hacer una
confesión melodramática y casi chulesca: yo no reciclo. O, para ser
más exactos, llevo algún tiempo sin hacerlo. Y voy a contarles por
qué.
Desde hace
la tira, en mi casa hay cuatrocientos ochenta y seis cubos de basura
con colores distintos, en los que siempre se hizo una minuciosa
selección de materiales: envases, plásticos, papel, etc., incluso
antes de que el ayuntamiento responsable dispusiera en las
proximidades el equivalente en contenedores apropiados. De papel,
sobre todo, entre correspondencia, folios y borradores descartados,
envoltorios de paquetes de libros, revistas, periódicos, folletos y
cosas así, se despachaban cada día muchos kilos debidamente
apartados, limpios y listos para reciclar. Y todo ocurrió así, con
exactitud prusiana y ejemplar ciudadanía, hasta que hace poco llegó
a mi conocimiento que un par de miserables traperos que se dicen
libreros o intermediarios tienen puesto a la venta parte de todo eso
que, en mi virginal inocencia, envié al reciclaje: páginas de
textos con correcciones manuscritas, correspondencia privada y hasta
invitaciones a tal o cual acto presidencial, real, ministerial,
social o literario; de los que, por cierto, debe de haber tarjetones
a cientos, pues nunca voy a ninguno. Al principio, cuando logré
cerrar la boca abierta por el asombro y después de estar un rato
mirándome en el espejo la cara de gilipollas, pensé echarles encima
a los responsables todo el peso de la dura lex, sed lex, ya saben. El
juez Garzón y todo eso. Pero luego consideré que en España no
merece la pena, de momento, legar pleitos a tus nietos. Así que,
hechas mis averiguaciones para reconstruir el proceso, y como a fin
de cuentas todo aquel papelorio no era sino basura sin importancia,
decidí tomarlo con calma y a la expectativa, cual francotirador
paciente detrás de la escopeta, en espera de que se presente la
ocasión personal de toparme a una de esas ratas de cloaca e
incrustarle los borradores de mis obras completas, previamente bien
enrollados y a hostias, en el esófago. En cuanto al ayuntamiento de
donde vivo y a la empresa contratada responsable, que defraudando mi
buena fe –imagino que no sólo hurgarán en mis papeles, sino
también en los de otros vecinos–, son incapaces de garantizar el
buen uso de mis desechos domésticos, y con su complicidad pasiva –o
activa, cualquiera sabe– permiten que mi vida privada sea puesta en
pública almoneda, lo que hago ahora es meter toda la basura bien
mezcladita, papeles, fideos, aceite de latas de sardinas, tomates
pochos y demás, con las siglas QLRVPM pintadas en las bolsas con
rotulador: Que Lo Recicle Vuestra Puta Madre.
Arturo Pérez
Reverte, XLSemanal, marzo 2007.
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