LITERATURA
DE POSGUERRA.
Introducción
histórica.
El
1 de abril de 1939 termina la Guerra Civil española con el triunfo
del ejército nacional. La nueva España es un país de
racionamiento, de hambre, de mercado negro, de aislamiento
internacional y de represión hasta los años cincuenta. Es necesaria
la reconstrucción del país. La persona de Franco da unidad al
período que va desde 1939 hasta 1975 pero sus diversas etapas
resultaron de apariencia bien distinta. España queda dividida en
dos, la de los vencedores y la de los vencidos, muchos de los cuales
marcharon al exilio francés o americano; otros permanecieron en
España viviendo una especie exilio interno.
Se
elimina del panorama nacional a los escritores más brillantes y
famosos. Algunos están en la cárcel; en ella muere Miguel Hernández
en 1942; muchos han tenido que viajar al exilio (Alberti, Salinas,
Cernuda, etc). La mayoría acabó asentándose en Estados Unidos y
en Hispanoamérica como profesores universitarios. Algunos países
hispanoamericanos desarrollan una intensa actividad editorial y crean
importantes revistas de difusión cultural como El
Correo Literario
y Las
Españas.
La larga duración del régimen franquista supuso para algunos la
muerte lejos de su patria.
TEMA 8. LA NOVELA ESPAÑOLA DE 1939 A 1974. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.
DÉCADA DE LOS CUARENTA: LA NOVELA EXISTENCIAL.
Los
años
cuarenta fueron
la década más dura de la posguerra y coinciden con la Segunda
Guerra Mundial, en la que España se mantuvo neutral. Es un período
de fuerte censura, en el que se prohibió el derecho de reunión y
asociación sin autorización del gobierno y el uso de cualquier
lengua que no fuera el castellano en educación y en la
Administración.
La
vida
cultural sufre
un paréntesis tras la guerra debido a la censura implacable que
impedía la recepción general del pensamiento extranjero y que
encorsetó la evolución del propio. Se promueve en este ambiente
otro tipo de “cultura” basada en las novelas rosas, los tebeos y
las canciones populares
El
ambiente de desorientación cultural de comienzos de la posguerra es
muy acusado en el campo de la novela. Se ha roto con la tradición
inmediata: quedan prohibidas las novelas sociales de preguerra y las
obras de los exiliados, así como la de aquellos autores extranjeros
contrarios al régimen. Además, la novela deshumanizada no podía
servir de modelo, ni resultan imitables modelos como Miró, Pérez de
Ayala o Ramón Gómez de la Serna. Retrocediendo un poco más, sólo
la obra de Baroja parece servir de ejemplo para ciertos narradores de
la llamada “Generación del 36” (o de la guerra). Junto al
desolado realismo barojiano, se cultivaron otras líneas: la novela
psicológica, la poética y simbólica... Es una época de búsqueda,
de tanteos muy diversos.
Como
continuadores
del realismo tradicional
tenemos la obra de Ignacio Agustí (Mariona
Rebull),
la de Zunzunegui (La
vida como es
y ¡Ay...
estos hijos!)
y la de J.Mª Gironella que elaboró una trilogía sobre la guerra y
la posguerra.
Sin
embargo, es
la novela existencial la
más destacada en este período, de ahí que los grandes temas sean
la soledad, la muerte, la frustración, la incertidumbre de la
existencia y la dificultad de comunicación entre los hombres.
Abundan los personajes marginales y desarraigados (como Pascual
Duarte) o desorientados y angustiados (como Andrea), lo que revela
sin duda el malestar del momento, malestar que en último término es
social y que se trasluce en esas pinturas grises, cuando no sombrías.
Pero la censura hace imposible cualquier intento de denuncia y limita
los alcances del testimonio. Por eso no se puede hablar aún de
novela social, ya que lo que caracteriza a la novela de los años
cuarenta es la trasposición del malestar social a la esfera de lo
personal, de lo existencial. Si en esta década las novelas nos
muestran personajes puestos a prueba en situaciones extremas, durante
la década de los cincuenta se centrarán en el conflicto de la
colectividad hasta que ya en los sesenta se tenderá hacia la novela
psicológica mediante la exploración de la conciencia humana y de su
entorno social.
Dos
son las fechas que se señalan como momento de un nuevo arranque del
género que renueva la técnica tradicional de la novela realista:
1942, con La
familia de Pascual Duarte
de Cela, y
1945, con
Nada,
de Carmen Laforet.
Entre esos años o poco después se revelan autores como Torrente
Ballester, Gironella, Delibes...
La
familia de Pascual Duarte,
con su agria visión de la realidad, inaugura una corriente que se
llamó “tremendismo”
y que
consistía en una selección de los aspectos más duros y sórdidos
de la vida (situaciones repulsivas y espeluznantes, prostitutas,
tarados y criminales). La novela es una confesión y una
justificación que un condenado a muerte hace de sus crímenes desde
la cárcel. Otras novelas destacables de Cela en la década de los
cuarenta: Pabellón
de reposo, Nuevas andanzas y desventuras del Lazarillo de Tormes o
Viaje
a la Alcarria.
Carmen
Laforet consigue con Nada
en 1945 el
Premio Nadal. Narrado en primera persona y verosímilmente
autobiográfico, esta novela era una implícita denuncia de la
sordidez y la miseria ─física
y moral─ de
la burguesía barcelonesa tras el trauma bélico.
A través de Andrea, la protagonista, que viaja a Barcelona cargada
de esperanzas para estudiar en la universidad, nos muestra la parcela
irrespirable de la realidad cotidiana del momento, recogida con un
estilo desnudo y un tono desesperadamente triste.
De
tristezas y de frustración hablaba también Delibes
en su
primera novela, La
sombra del ciprés es alargada
(1947),
aunque con el contrapeso de una honda religiosidad. Es una novela de
temática existencial por el pesimismo con que trata personajes y
circunstancias.
Empieza
también a destacar por estos años Torrente Ballester, aunque al
margen de la literatura existencial: su obra, que experimenta una
gran evolución, es difícilmente clasificable. En estos años
destacan títulos como Javier
Mariño y
El
golpe de estado de Guadalupe Limón.
LA
DÉCADA DE LOS CINCUENTA: EL REALISMO SOCIAL.
Durante
los años
cincuenta España
experimenta una etapa de apertura al exterior: se permite cierto
pluralismo interno, se suavizan las relaciones diplomáticas con las
potencias occidentales, se permite la entrada en la ONU a España en
1955 y se da un cambio en la política económica que favorece el
crecimiento de la renta nacional. Una activa clase media de
profesionales, comerciantes y funcionarios desarrollaron poco a poco
la economía del país. La marcha a Europa de una enorme masa de
trabajadores produjo envíos de dinero que, unidos al incremento
paulatino del turismo en nuestro país, harían posible el progreso
que se daría durante los años sesenta.
En
esta década conviven dos generaciones de escritores: por un lado,
los que forman la llamada Generación
del 36 (Cela, Torrente Ballester y Miguel Delibes),
y otro, aquellos autores nacidos entre 1925 y 1935 que se conocen
como “Generación
de medio siglo”
(Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Juan Goytisolo o
Ignacio Aldecoa).
La
angustia existencial de los años cuarenta da paso a las inquietudes
sociales: la
novela social
será la corriente dominante entre 1951 y 1962 (fecha en que se
publica Tiempos
de silencio
de Luis Martín Santos).
Será
La
colmena,
de Cela,
la que inaugure el realismo social en la novela en 1951 con su
despiadada visión de la sociedad madrileña a través de un narrador
en tercera persona que actúa como mero testigo de aquello que
cuenta. Es una obra de protagonista colectivo en la que aparecen
unos 300 personajes, entre los que se puede destacar a
Martín Marco. Aparecen representadas todas las clases sociales de
ese Madrid de 1942 en el que se centra la obra: el señorito vividor,
el pedantón, el impresor adinerado, el guardia, el prestamista, el
poeta joven, los músicos miserables, el poeta joven y ridículo...;
las beatas, las prostitutas del más variado nivel, las dueñas de
las casas de citas, las alcahuetas, la niña vendida a un viejo
verde... Se trata, en general, de seres mediocres y, a menudo, de
baja talla moral. Pocos se salvan de la vulgaridad, abundan los
despreciables (especialmente entre los acomodados), aunque también
hay figuras conmovedoras apaleadas por la vida, a veces con una pizca
de nobleza. El diálogo ocupa un puesto eminente en la
caracterización de los personajes. El ambiente es sobre todo humano:
la suma y las relaciones de estos personajes a lo largo de tres días
del año 1942.
Otra
obra representativa de 1951 es La
noria,
de Luis Romero,
también de protagonista colectivo pero con Barcelona como marco. Y
hay que añadir además dos novelas también iniciadoras de Delibes:
El
camino
(1950),
que muestra el paso del mundo infantil al adulto, y
Mi
idolatrado hijo Sisí
(1953).
Ambas muestran con ojos críticos parcelas concretas de la realidad
española: un pueblo castellano y una familia burguesa.
Se
llama el año inaugural de la novela social en el sentido más
estricto a 1954, momento en que se dan a conocer los autores de la
Generación
de medio siglo
(Igancio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana Mª Matute, Juan
Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Caballero Bonald...). Entre ellos
hay evidentes rasgos comunes, fundamentalmente la solidaridad con los
humildes y los oprimidos, la disconformidad ante la sociedad
española, el anhelo de cambios sociales.
Desde
el punto de vista de la temática, la sociedad española y sus
problemas se convierte en tema principal y deja de ser un puro marco.
La influencia de J.P. Sartre es importante.
Las
novelas que muestran la aludida solidaridad con los humildes se
centrarán en tres temas fundamentales: la dura vida del campo, las
relaciones laborales o las novelas de tema urbano en las que
predominan las que presentan ese mundo fronterizo a la ciudad que es
el suburbio, con toda su miseria. En el extremo opuesto se hallan
las novelas de la burguesía, en las que es la juventud desocupada y
abúlica pasa a primer plano.
En
cuanto a la técnica y estilo, el contenido tiene toda la prioridad y
a él se subordinan las técnicas elegidas: se antepone la eficacia
de las formas a su belleza y se rechaza la pura experimentación y el
virtuosismo. La estructura del relato suele ser aparentemente
sencilla. Se prefiere la narración lineal y la sencillez y concisión
se perciben asimismo en las descripciones, que no son muy abundantes
y que tienen un papel predominantemente funcional (presentación de
ambientes). Sin embargo, bajo esa aparente sencillez hay un esfuerzo
considerable en la construcción al concentrar la acción en un breve
espacio de tiempo (El
Jarama o
Duelo en el
paraíso tienen
una duración de un día).
Clara
preferencia por el personaje colectivo (siguiendo los pasos de Dos
Passos y Sartre), de las que fueron pioneras La
colmena y
La noria.
Junto a éste, también es propia de la novela social la presencia
del personaje representativo, tomado como síntesis de una clase o de
un grupo, más que como individuo dotado de psicología singular.
El
diálogo es imprescindible y se aprecia además un empeño en los
autores por recoger el habla viva, ya sea de los campesinos, obreros
o señoritos burgueses.
El
lenguaje adopta normalmente el estilo de la crónica, desnudo,
directo.
En
lo concerniente a la orientación estética, dentro del realismo
dominante pueden señalarse dos actitudes o enfoques:
a.
El objetivismo.
Se
propone un testimonio escueto de la sociedad sin aparente
intervención del autor. Su manifestación extrema fue el
conductismo, procedente del behaviorism
americano (behaviour=conducta) y que consiste en limitarse a
registrar la pura conducta externa de individuos o grupos, y a
recoger sus palabras, sin comentarios ni interpretaciones, aunque en
la práctica es difícil establecer la frontera entre el objetivismo
y el realismo crítico.
La
novela más representativa de esta tendencia fue El
Jarama
(1956) de Sánchez Ferlosio, novela
sobre el tedio que invade una sociedad gris y sin aliento. Otras
obras y autores destacables de esta corriente: Ignacio
Aldecoa con
El
fulgor y la sangre y
Con
el viento solano;
Jesús Fernández Santos con
Los
bravos y
Carmen
Martín Gaite con
Entre
visillos.
b.
El realismo
crítico.
Los
novelistas no aceptan la realidad que ven a su alrededor, de ahí que
la disconformidad y la rebeldía sean sus rasgos más
característicos. Hay que explicar la realidad (no sólo mostrarla)
poniendo de relieve sus mecanismos profundos y denunciándolos. El
autor, por ello, toma partido, valora las circunstancias y utiliza la
novela como vehículo de denuncia social. Destacan dentro de esta
corriente Juan
Goytisolo
con Duelo
en el paraíso,
la trilogía El
mañana efímero
o Fin
de fiesta, centradas
en la hipocresía y el egoísmo de la burguesía, o Luis
Goytisolo
con Las
afueras.
Otros: Juan
García Hortelano con Nuevas
amistades,
Caballero Bonald o Jesús López Pacheco.
Ana
María Matute,
aunque con reflejos y de intención social, constituye en sí misma
por la refina prosa poética y su poderosa imaginación: el
realismo lírico, bajo
cuya denominación se agrupan títulos como Los
Abel, Fiesta al Noroeste, Pequeño teatro o
Los hijos muertos.
LA
DÉCADA DE LOS SESENTA: LA NOVELA EXPERIMENTAL.
Durante
la década
de los sesenta
se produjo un importantísimo crecimiento económico que poco a poco
fue modificando la sociedad española. El gobierno se siente tan
fuerte que amplía su nivel de tolerancia respecto a las
libertades y a las manifestaciones de la oposición. Los principales
motores del crecimiento económico y de la paulatina modernización
del país fueron el turismo y las inversiones extranjeras.
En
la segunda mitad de esta década surge el terrorismo como nueva
fuerza de oposición al régimen.
A
pesar de que a comienzos de los sesenta predominan aún las formas
realistas, objetivistas y de intención social, comienzan a
manifestarse signos de cansancio del realismo dominante en la novela
española. Algunos críticos manifiestan la necesidad de fantasía o
lamentan la despreocupación del escritor respecto del lenguaje. A
ellos se suman incluso ciertos adalides del realismo social como
Goytisolo, quienes pasarán a propugnar la necesidad de una
renovación formal y de enfoques más complejos. Nace la inquietud
de conciliar
visión crítica y modernidad literaria,
se
reivindican los aspectos formales y expresivos y se huye de la mera
reproducción.
En
esta década la censura es menos estricta y nuestros autores tienen
cada vez más en cuenta las aportaciones de los grandes
novelistas extranjeros
como Marcel Proust (En
busca del tiempo perdido),
William Faulkner (máxima figura de la “generación perdida”
norteamericana), Kafka (La
Metamorfosis),
James Joyce (Ulises)
o la noveau
roman
francesa. Junto a ellos, pronto causaría un gran impacto la nueva
novela
hispanoamericana:
La ciudad
de los perros
(1962) de Vargas Llosa y Cien
años de soledad (1967)
de García Márquez serán dos hitos fundamentales. Se dan numerosas
innovaciones en las técnicas narrativas como la combinación del
monólogo interior, el estilo directo, el indirecto y el indirecto
libre; se destruye el párrafo como unidad textual, se superponen
varios planos de acción; el personaje es vagamente caracterizado y
en la lengua se vuelve a experimentar con la metáfora en
asociaciones imposibles.
En
cuanto a las características de la novela experimental, podríamos
resumirlas en: se organiza en secuencias separadas por espacio en
blanco, no por capítulos; el argumento o se disuelve en pequeñas
historias que se entrecruzan o se relega a un segundo plano y en él
se da cabida junto a lo real, a lo fantástico y lo onírico. Las
historias se suceden de manera alternativa, según la técnica del
contrapunto. Cuando los personajes son numerosos, se recurre a la
técnica caleidoscópica para relatar sus historias. El mundo narrado
llega al lector no sólo a través del narrador omnisciente
tradicional, sino también desde la perspectiva de un personaje
(punto de vista único) o desde múltiples perspectivas, para ofrecer
distintas versiones o interpretaciones de una mima historia. Además
de la primera y tercera persona, se emplea la segunda persona
narrativa, a la manera de un tú reflexivo que se identifica con el
personaje que habla. Pierde peso el diálogo en favor del estilo
indirecto libre y del monólogo interior, que permite al lector
abismarse en la conciencia íntima del personaje. Los personajes
reciben un tratamiento individualizado, tienen una personalidad
problemática, buscan su identidad y suelen fracasar en el pulso que
mantienen con la sociedad. Su vida no se narra cronológicamente,
sino que son frecuentes los saltos temporales del presente al pasado
(flash back). El relato suele comenzar de manera abrupta (in medias
res) y tiene un final abierto. El lenguaje incorpora todos los
registros del habla y parodia textos de diversa procedencia
(ensayísticos, publicitarios....)
En
1962 Tiempo
de silencio
de Luis
Martín Santos
inaugurará la nueva etapa de nuestra narrativa, ya que supuso una
renovación formal e ideológica. La obra
trata del proceso interior del personaje principal: es una novela “de
protagonista”: Pedro viene a ser trasunto de la condición humana.
Es un personaje borroso, zarandeado o anulado por las circunstancias
del que sólo conocemos sus proyectos de investigación científica.
El desarraigo, la impotencia y la frustración marcan a este
protagonista y son los temas centrales que confieren a esta novela su
significación existencial. Además la novela sitúa este
desconsolado reflejo de la miseria existencial en un marco social
concreto: el Madrid de los años del hambre y sus distintos estratos
sociales: la clase alta, un mundo superficial que vive al margen de
la realidad y que se caracteriza fundamentalmente por su inutilidad;
la clase media-baja, que por encima de cualquier consideración moral
sólo piensa en medrar; la clase baja en su capa más ínfima, el
subproletariado de las chabolas donde se dan cita todas las miserias.
La crítica de Luis Martín santos no es es nacional y con su sátira
feroz quiere ser un violento revulsivo.
Al
rechazar el enfoque objetivista adopta lo que llamó “realismo
dialéctico”, algo que es inseparable de su posición como
narrador: a veces cede la palabra totalmente a sus personajes
(monólogo interior), en otros el autor ve los hechos desde el
protagonista y en otros los hechos se ven desde el narrador, que está
presente en su obra (introduce de nuevo el punto de vista),
prodigando comentarios y juicios sobre sus criaturas, con lo que
estamos ante un enfoque subjetivista. Fundamental es el estilo
indirecto libre.
Desde
esta obra, en la que el autor no abandona el compromiso y profundiza
en el análisis socio-político, termina la tendencia realista y se
puede hablar del triunfo de la novela abierta y de imaginación.
En
los diez años que van de 1962 a 1972 se suceden aportaciones
decisivas en la línea de la renovación: Últimas
tardes con Teresa (1966),
de Jua Marsé,
que supone una superación del objetivismo y una vuelta al “autor
omnisciente”;
Cinco
horas con Mario
(1966), de Delibes,
un largo monólogo interior en que la protagonista evoca
desordenadamente una vida y unas obsesiones; Señas
de identidad (1966),
de
Juan Goytisolo,
uno de los pioneros en la busca de nuevas técnicas narrativas, y en
cuya obra se dan cambios de punto de vista, saltos en el tiempo, uso
de diversas personas narrativas, monólogos interiores...; Volverás
a Región
(1968), de Benet;
San
Camilo 1936
(1969), de Cela,
su experimentación más audaz; La
saga/fuga de J.B (1972),
de Torrente Ballester,
que es a la vez un tributo al experimentalismo y una magistral
parodia del mismo.
LA
DÉCADA DE LOS SETENTA.
El
año 1975 supone para España el retorno a la democracia y a la
libertad de expresión. El país se abre a Europa y al mundo y soplan
vientos huracanados de libertad: es la época del destape, de la
“movida”, de la sed de conocimiento y de de la exploración.
Aquellos
autores nacidos a partir de 1935 y que, salvo excepciones, se dieron
a conocer después de los setenta, han sido denominados la Generación
del 68,
fecha emblemática de la década. La narrativa de esta época se
caracteriza por los siguientes rasgos:
—conservación
por el interés renovador y el experimentalismo, y el alejamiento del
realismo a favor del absurdo, lo imaginativo, lo onírico, acompañado
de toda clase de innovaciones en las estructuras narrativas y el
lenguaje. Siguen siendo muy sensibles a las influencias europeas o
hispanoamericanas. Es una literatura minoritaria y fuertemente
experimental que reacciona contra el realismo social.
—pero
el abuso del experimentalismo provoca un cierto desconcierto que
acaba por favorecer el regreso a ciertos aspectos de la novela
tradicional: se recupera la “historia”, el placer de contar. Se
aprecia este cambio de actitud hacia 1975, que les lleva a una mayor
comunicación con los lectores.
—los
géneros marginales se convierten en fuente de inspiración de las
nuevas novelas. Surgen diferentes subgéneros en los que la intriga
es el ingrediente esencial: relato fantástico o de ciencia- ficción,
novela negra, novela policíaca, de aventuras, a modo de reportaje o
histórica. Esta última ha tenido un fuerte desarrollo a partir de
los años 80.
—en
cuanto a la temática, más que de temas comunes deberíamos hablar
de notas frecuentes. Es frecuente un cierto sentimiento de
desencanto tras el fracaso del 68 y sus anhelos de “cambio de
vida”. Se suelen rechazar los valores imperantes; pero ante los
problemas colectivos, se adopta a menudo una mirada distanciada,
cuando no un cinismo amargo e incluso ciertas notas de evasión. En
cualquier caso, se separará el compromiso político —cuando
exista— del compromiso estético. Junto a ello, reaparecen las
preocupaciones existenciales y la presencia de la intimidad: la
soledad, el amor, las relaciones personales, la realización del
individuo, el erotismo... El desencanto y el escepticismo se
expresan con un tono desenfadado y humorístico, tras del que puede
haber un fondo amargo o tierno. La política, en todo caso, queda al
margen de la estética. Quedan lejos ya las intenciones políticas o
sociales y cualquier clase finalidad didáctica o ideológica.
—la
defensa de la condición femenina aparece también en la obra de
muchas narradoras: son novelas de corte intimista que favorecen la
exploración psicológica y ponen de manifiesto la problemática de
la mujer moderna y la fragilidad de la pareja.
—abundan
los tonos humorísticos, lúdicos o irónicos, pero también están
presentes los aires nostálgicos o líricos en novelas de fuerte
carácter intimista; los tratamientos culturalistas, exquisitos o
refinados; el empleo libre y sin trabas de la fantasía. No es
frecuente, sin embargo, el empeño por el realismo a ultranza.
—aunque
los personajes suelen estar ubicados en un marco concreto cuyos
rasgos se describen, lo que importa es la percepción que el
individuo tiene del mundo externo, y no éste en sí mismo.
Todas
estas tendencias persisten en los años ochenta con algún
nuevo matiz: el experimentalismo radical es mantenido por muy pocos
autores y la mayoría de los que se dieron a conocer en los años 80
se orientan hacia formas narrativas más tradicionales. Se consolidan
algunas de las líneas que se iniciaron en la década anterior: el
intimismo, con una variada gama de problemas personales o
existenciales; el gusto por contar historias, ya sea con enfoques
graves o lúdicos; y junto al culto de la vena imaginativa reaparece
el realismo, pero sin propósitos testimoniales o sociales.
Se
ha señalado la ausencia de grandes pretensiones en la narrativa
última: no se pretende explicar el mundo sino sólo contar
experiencias limitadas, a veces mínimas, o proporcionar un simple,
aunque inteligente, pasatiempo al lector. Esa falta de grandes
proyectos unida al abandono del vanguardismo y al rechazo de
consignas, parecen encajar con la llamada era posmoderna.
Entre
otros, destacan los siguientes novelistas:
Luis
Goytisolo Gay.
Tiene un comienzo precoz en la línea del realismo testimonial, pero
tras un giro hacia el relato de imaginación (Fábulas)
es en los setenta cuando nos ofrece una tetralogía de larga
elaboración, Antagonía,
formada por Recuento
(1973), Los
verdes de mayo hasta el mar
(1976), La
cólera de Aquiles
(1979) y Teoría
del conocimiento
(1981). En
esta obra la novela se hace reflexión sobre la novela misma.
Jose
María Vaz de Soto.
Destaca una serie compuesta por Diálogos
del anochecer (1972),
Fabián
(1977),
Sabas
(1982) y
Diálogos
de la alta noche (1983).
En ellas combina novedades con elementos tradicionales.Diálogo,
narración y disertación ensayística se funden, pues, borrando los
límites de la novela.
Eduardo
Mendoza.
Es acaso el narrador más representativo de su generación. Se dio a
conocer ya con su obra maestra La
verdad sobre el caso Savolta
(1975),
que combina de manera admirable el reportaje histórico, la
literatura epistolar, la intriga policíaca y un fundamental
ingrediente barojiano y picaresco (piénsese en la condición de
auténtico antihéroe que detenta el protagonista-narrador. ). En su
compleja trama, situada en la agitada Barcelona de los años
1917-1920, se entretejen conflictos sociales con una historia
amorosa; así, se combinan lo público y lo íntimo, lo social y lo
existencial; pero todo visto desde un enfoque distanciado. Su
estructura es muy significativa: los primeros capítulos son de gran
complejidad (mezcla de materiales heterogéneos, desorden cronológico
y otras técnicas experimentales); luego va decreciendo esa
complejidad para desembocar en los últimos capítulos en un relato
lineal con ingredientes de la novela policiaca o de aventuras. A ello
se unde el pastiche de otros géneros, como el folletín o la novela
rosa, y una sorprendente variedad de estilos, manejado con una
inventiva y una imaginación sorprendentes. La
obra resume la tendencia que va de la experimentación hacia la
vuelta (en parte, irónica) a formas narrativas tradicionales.
Es
también autor de divertidas parodias de no velas policiacas, como El
misterio de la cripta embrujada
(1979) y
El
laberinto de las aceitunas
(1982). De
1986 es otra de sus novelas capitales: La
ciudad de los prodigios.
En los 90 destaca El
año del diluvio (1992).
Manuel
Vázquez Montalbán.
Cultiva con originalidad la novela
negra con
ingredientes sociales en su serie protagonizada por el curioso
detective Pepe Carvalho: La
soledad del manager, Los mares del sur...
Francisco
Umbral.
Narrador imposible de encasillar que rebasa los límites de la novela
mezclando ficción con autobiografía, ensayo, crónica
periodística... Él mismo se ha burlado de las fronteras entre los
géneros. Dominio de la lengua, de la que extrae los más variados
registros: lirismo, ternura, amargura, ingenio, cinismo. Destacan
Balada de
gamberros, Las ninfas, Trilogía de Madrid, Leyenda del César
Visionarioy
fundamental es su obra de 1975
Mortal
y rosa.
Álvaro
Pombo. Crea
personajes que buscan su personalidad. La ironía y la crítica
social son constantes en sus novelas. Obras: El
héroe de las mansardas de Mansard, La cuadratura del círculo.
Juan
José Millás. Ha
obtenido su popularidad sobre todo en el ámbiro del periodismo
literario, por la originalidad de su enfoque. Entre sus obras: Visión
del abogado, Papel mojado, La soledad era esto.
Arturo
Pérez Reverte. Su
experiencia como periodista y reportero de guerra se refleja en su
escritura dinámica y en el gusto por la aventura y la acción.
Obras: El
húsar, El maestro de esgrima, La tabla de Flandes....
y la serie de novelas protagonizadas por el famoso capitán
Alatriste.
Muchas
han sido adaptadas al cine.
Antonio
Muñoz Molina. Uno
de los autores de más prestigio entre las últimas generaciones. Sus
novelas generalmente se organizan en torno a la reconstrucción de
una historia. Entre sus obras:
Beatus
ille, El invierno en Lisbpa, Beltenebros o Plenilunio.
TEMA 9. POESÍA ESPAÑOLA DE 1939 A 1979. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.
En
los años que preceden al estallido de la guerra civil, la poesía
había comenzado un proceso de rehumanización consciente alimentado
por el sentimiento de compromiso ante la realidad, en el cual tuvo
una gran influencia el Surrealismo. Más tarde se percibe una vuelta
a lo humano a través de los clásicos y se toma a Garcilaso como
maestro de expresión vital. La revista Cruz
y raya
jugó un papel fundamental en la difusión de este proceso de
rehumanización. Los autores más destacados en este momento que
cultivaron poesía social fueron: Rafael
Alberti (
El poeta en
la calle (1931-1936),
De un
momento a otro
o Entre el
clavel y la espada.),
Luis
Cernuda (Las
nubes), Emilio
Prados (La
voz cautiva; Andando, andando por el mundo, Llanto en la sangre,
Cancionero menor para los combatientes.)
Destaca
en estos años la figura de
Miguel Hernández.
En 1936 aparece El
rayo que no cesa.
Poco después la guerra supondría, al igual que ocurriría con los
demás géneros, un corte brutal en la creación poética. En El
rayo que no cesa se
concentran sus tres temas fundamentales: vida, amor y muerte, aunque
en el centro, siempre el amor, un anhelo vitalista que se estrella
contra las barreras que se alzan a su paso. Con el estallido de la
guerra somete su fuerza creadora a los fines más inmediatos con
títulos como Viento
del pueblo,
con el que inicia una etapa de poesía
comprometida
o El
hombre acecha. Este
autor supone
un puente entre dos etapas de la poesía española: sus contactos con
la Generación del 27 y la llamada Generación del 36 (la de Celaya,
Rosales...), en la que a veces se le incluye.
Durante
la Guerra Civil existió un torrente de poesía distribuida en
folletos y pliegos. Los intelectuales republicanos controlan la
mayoría de las publicaciones cultas como Hora
de España
o Cuadernos
de Madrid.
Altoaguirre reúne un Romancero
de la Guerra Civil
con poemas de Alberti, Miguel hernández, Emilio Prados... En el
bando nacional destaca Antología
poética del Alzamiento.
En ambos bandos se abordan los mismos temas pero desde diferentes
perspectivas. En el republicano destacan poetas como Alberti, M.
Hernández, León Felipe y escritores de generaciones anteriores como
Antonio Machado, Pablo Neruda (España
en el corazón)
u Octavio Paz.
Tras
la contienda se reanuda la vida literaria con la creación de
revistas como Garcilaso.
Los poetas que publican en ella sienten interés por los clásicos
como Lope, Fray Luis o Herrera, y persiguen en sus poemas una belleza
humanizada pero evasiva.
DÉCADA
DE LOS CUARENTA.
En
la década de los cuarenta y los primeros años de los cincuenta, nos
encontramos con poetas más o menos coetáneos a Miguel Hernández.
Nacidos en torno a 1910, se les suele agrupar bajo la denominación
“Generación
del 36”,
que incluye a poetas como Luis
Rosales, Dionisio Ridruejo, Gabriel Celaya, Luis Felipe Vivanco, Juan
Gil-Albert o Leopoldo Panero.
Se ha hablado también de una generación escindida ya que parte de
ellos continuaron su obra en el exilio. Los que siguen en España se
orientan por diversos caminos que Dámaso Alonso redujo a dos: poesía
arraiga y poesía desarraigada, aunque hay otras tendencias.
POESÍA
ARRAIGADA
Así
llamó Dámaso Alonso a la poesía de aquellos autores que se
expresan “con una luminosa y reglada creencia en la organización
de la realidad”. Se trata de un grupo de poetas que se autodenomina
juventud creadora y que se agrupan en torno a la revistas Escorial
y fundamentalmente Garcilaso,
fundada en el 43, de ahí que también se les llamara garcilasistas.
Vuelven sus ojos a Garcilaso y a otros “poetas del Imperio”. Han
salido de la contienda con un afán optimista de claridad, de
perfección, de orden. En puras formas clásicas, encierran una
visión del mundo coherente, ordenada y serena. Uno de los temas
dominantes es un firme sentimiento religioso, junto con temas
tradicionales (el amor, el paisaje...). Se trata de una poesía
humanizada pero evasiva, independiente de los problemas sociales del
momento.
A
tales características responde la poesía de Luis
Rosales
(Abril),
Leopoldo
Panero, Luis Felipe Vivanco
(Cantos de
primavera),
Dionisio
Ridruejo o
José
García Nieto
(Víspera
hacia ti).
Algunos darían un giro ideológico, como Ridruejo, y otros buscarían
nuevas formas: el máximo exponente de esta búsqueda será la obra
de Luis
Rosales La
casa encendida (1949),
conjunto de largos poemas en versículos y de lenguaje personalísimo.
POESÍA
DESARRAIGADA
Quedaría
opuesta a la anterior por estas palabras de Dámaso
Alonso:
“Para otros, el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía
una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros
estamos muy lejos de toda armonía y de toda serenidad”. Es, pues,
una poesía que reacciona contra el formalismo y neoclasicismo de los
garcilasistas. A esta desazón dramática respondió su obra Hijos
de la ira
(1944),
que preside toda una veta de creación poética de aquel momento y
Sombra
del paraíso
de Vicente
Aleixandre.
En este caso será la revista Espadaña,
fundada en 1944 por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, la que
acoja a los poetas de esta tendencia. Se trata de una poesía
arrebatada, de agrio tono trágico (que a veces fue calificada de
tremendista), una poesía desazonada que se enfrenta con un mundo
deshecho y caótico, invadido por el sufrimiento y la angustia. La
religiosidad está muy presente, pero en ellos adopta el tono de la
desesperanza o la duda, o en ocasiones se manifiesta en desamparadas
invocaciones e imprecaciones a Dios sobre el misterio del dolor
humano. Este humanismo dramático tiene un entronque con la línea
existencialista. El estilo es bronco, directo, más sencillo y menos
preocupado por los primores estéticos. Estas son las
características de esta poesía que se preocupa por el hombre, antes
de que desemboque claramente en una “poesía
social”.
En
esta línea se incluyen poetas entre los que destacaremos a Dámaso
Alonso, Gabriel Celaya y Blas de Otero.
Hubo otros muchos: Victoruano crémer, Eugenio de Mora, José Luis
Hidalgo, Carlos Bousoño o Vicente Gaos.
OTRAS
TENDENCIAS
Las
tendencias de la poesía de estos años no se agotan con las dos
expuestas en los epígrafes anteriores; de hecho, ni siquiera entre
éstas puede establecerse una tajante distinción, ya que en
ocasiones se observan momentos de zozobra en los poetas arraigados y
de serenidad en algún poeta desarraigado. Y surgen ya en aquellos
años autores muy difíciles de encasillar en esta dicotomía, como
José Hierro y José María Valverde.
En
una posición marginal con respecto a las dos tendencias señaladas,
surge un movimiento conocido como postismo,
fundado en 1945 por Eduardo
Chicharro, Carlos Edmundo de Ory
y otros. Abreviatura de Postsurrealismo enlaza con la poesía de
vanguardia: reivindica la libertad expresiva, la imaginación, lo
lúdico... Pretende ser un “surrealismo ibérico”. Rechaza la
angustia existencialista y, frente a la inminente poesía social, se
representará como una rebeldía subjetiva, aunque no menos
antiburguesa. Entre ellos destacan Edmundo de Ory y Alejandro
Carriedo.
Un
lugar especial merece el grupo Cántico
de Córdoba, que mantenía en la posguerra el entronque con el 27 y
cultivaba una poesía predominantemente intimista y de gran rigor
estético, cuya valoración plena no llegaría hasta los años 70.
Sus principales figuras son Ricardo
Molina, Juan Bernier, Julio Aumente y,
sobre todo, Pablo
García Baena.
DÉCADA
DE LOA AÑOS CINCUENTA: LA POESÍA SOCIAL.
Hacia
1955 se consolida en todos los géneros el llamado realismo
social.
De esta fecha son dos libros de poemas que marcan un hito: Pido
la paz y la palabra,
de Blas
de Otero,
y Cantos
iberos
de Gabriel
Celaya.
Ambos poetas superan en estas obras su etapa anterior de angustia
existencial para situar los problemas humanos en un marco social. Uno
de los poetas de 27, Vicente
Aleixandre,
dará un giro profundo a su obra con Historia
del corazón,
centrada en la idea de solidaridad. Otra obra fundamental es
Antología
consultada
(1952),
antología poética que recoge la poesía social de los mejores
poetas del momento como Celaya, Crémer, J.Hierro, Nora, Ramón
Garciasol, López Pacheco...
Partiendo
de la poesía desarraigada, hemos llegado a la poesía social: se
impone un nuevo concepto de la función de la poesía en el mundo. La
poesía debe tomar partido ante los problemas del mundo que la rodea
y el poeta se hace solidario de los demás hombres y antepone los
objetivos más inmediatos a las metas estéticas: la preocupación
por el contenido es mayor que el interés por valores formales o
estéticos. Para Celaya La
poesía es un arma cargada de futuro.
Poesía
es, pues, un acto de solidaridad con los que sufren, abandonando la
expresión de los problemas íntimos o existenciales ; rechazo de
los lujos esteticistas, repulsa de la neutralidad ante la injusticia
o los conflictos sociales.
En
cuanto a la temática, el tema de España se hace protagonista, más
obsesivo aún que en los noventayochistas y con un enfoque político.
Dentro de esta preocupación y del propósito de un realismo crítico
se sitúan temas concretos como la injusticia social, la alienación,
el mundo del trabajo, el anhelo de libertad y de un mundo mejor. De
ahí el estilo dominante en este tipo de poesía: se dirigen a la
mayoría, por lo que emplean un lenguaje claro, intencionalmente
prosaico en muchas ocasiones, y un tono coloquial. A pesar del
peligro de caer en una poesía banal, los grandes poetas descubrieron
los valores poéticos de la lengua de todos los días. Sin embargo,
pronto fueron conscientes de que el pueblo realmente no estaba en
condiciones de leer poesía y llegó el desengaño: es muy difícil
transformar el mundo usando como arma la poesía.
El
cansancio de la poesía social no tardó en llegar y, como en los
demás géneros, se irá acentuando en la década de los sesenta.
En
cuanto a los autores, hay que dividirlos en dos grupos: por un lado,
los poetas que publican sus obras en los años 40 o incluso antes,
como Gabriel
Celaya, Blas de Otero o José Hierro;
y por otro, los poetas de la llamada “Generación
de medio siglo”.
LA DÉCADA DE LOS AÑOS SESENTA: DE LA POESÍA SOCIAL A UNA NUEVA
POÉTICA.
Ya
durante los años del auge del realismo social se observaron otras
tendencias: José
Hierro o José Mª Valverde
no pueden encasillarse en esta tendencia por su variedad de temas y
enfoques, aunque presenten a veces acentos sociales.
Aunque
la poesía social se prolonga en los años sesenta, ya en los
cincuenta empiezan a aparecer poetas nuevos que, aunque en sus
comienzos tengan acentos sociales, representarán su superación. Los
más notorios son Ángel
González (Sin
esperanza, con convencimiento),
Jaime Gil de Biedma (Moralidades),
José Ángel Valente(Poemas
a Lázaro, La memoria y los signos)
o Claudio Rodríguez (Alianza
y condena, Conjuros, Poesía...)
Junto a ellos, otros como Francisco Brines, Carlos Barral, Caballero
Bonald, J.A, Goytisolo... han sido recogidos en algunas antologías
bajo la denominación “Grupo
poético de los años 50” o “Generación de medio siglo”.
Aunque
en realidad no configuren un grupo, lo cierto es que hay en ellos
notas comunes ya que llevaron a la poesía por nuevos caminos. Hay en
ellos una preocupación por el hombre, pero huyen de todo tratamiento
patético; dan frecuentes muestras de inconformismo con el mundo que
los rodea, pero también cierto escepticismo que les aleja de la
poesía social, aunque en alguno de ellos se ha señalado un realismo
crítico. Lo propio de estos autores es la consolidación de una
poesía de experiencia personal, de ahí que muchas veces se haya
hablado de poesía
de la experiencia para
denominar esta corriente.
En
su temática se aprecia una vuelta al intimismo: el fluir del tiempo,
la evocación nostálgica de la infancia... En la atención de lo
cotidiano pueden surgir quejas, protestas o ironías, que revelan su
inconformismo. Pero otras desemboca en cierto escepticismo dolorido,
en una conciencia de aislamiento y de soledad.
En
cuanto al estilo, se alejan de los modos de las tendencias
anteriores: se rechaza por igual el patetismo de la “poesía
desarraigada” (pese al habitual sentimiento de desarraigo de estos
poetas) y el prosaísmo de los poetas sociales. Llevan a cabo una
labor de depuración y de concentración de la palabra, lo que revela
un mayor rigor en el trabajo poético. Junto a ello, cada poeta busca
un lenguaje personal, nuevo, más sólido, aunque no les atraen las
experiencias vanguardistas y se quedan en un tono cálido y cordial,
contrapesado con un frecuente empleo de una ironía triste y
reveladora de ese escepticismo.
Con
estos poetas renace el interés por los valores estéticos.
LA
DÉCADA DE LOS SETENTA: LOS “NOVÍSIMOS”.
Durante
la década de los setenta y sobre a partir de la segunda mitad,
empiezan a publicar poetas jóvenes que han nacido después de la
Guerra Civil, entre 1939 y 1948. La publicación en 1970 de la
antología
Nueve
“novísimos” poetas españoles,
de José María Casteller, nos da a conocer a estos jóvenes que
consideraban que la poesía es una manera específica de tratar el
lenguaje: Manuel
Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María
Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix,
Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero.
A
este lanzamiento se habían adelantado algunos de ellos: Pere
Gimferrer tenía
publicados sus libros
Arde
el mar (1966)
y La
muerte en Beverly Hills (1968),
y Guillermo
Carnero el
poemario Dibujo
de la muerte (1967).
Todos
ellos son representativos de una nueva sensibilidad dentro de la
llamada Generación
del 68.
Tuvieron una “nueva educación sentimental” en la que, junto a
una formación tradicional y estrecha, se vieron influenciados por el
cine, los discos, la televisión, los cómics..., tuvieron acceso a
libros antes difíciles de encontrar y entraron en contacto con otras
tendencias culturales en sus viajes por el extranjero.
Su
bagaje cultural y literario es amplio y sus influencias: poetas
hispanoamericanos como Vallejo u Octavio Paz, algunos poetas del 27
(principalmente Cernuda y Aleixandre) y otros poetas posteriores que,
al margen de la poesía social, ya habían intentado renovar el
lenguaje poético (el grupo Cántico, postistas, Gil de Biedma,
Valente...), a los que hay que añadir otros poetas extranjeros. Y
sus poemas están llenos, como veremos, de referencias al mundo del
cine, de la música o del cómic.
En
la temática encontramos lo “personal” (infancia, amor,
erotismo...) junto a lo “público” (la sociedad de consumo, la
guerra de Vietnam...). Al lado de tonos graves (ecos de un íntimo
malestar) aparece también una provocadora e insolente frivolidad:
Marilyn Monroe se codea con el Che Guevara. Frente a la sociedad de
consumo son sarcásticos y corrosivos, pero también se muestran
escépticos ante la posibilidad de que la poesía pueda cambiar el
mundo. En lo personal y en lo político, son inconformistas y
disidentes; pero como poetas, persiguen metas estéticas. Ante todo,
lo que les importa es el estilo: la renovación del lenguaje poético
es el objetivo principal, y junto a otros modelos, en el Surrealismo
vieron una lección de ruptura con la lógica de un mundo absurdo.
Los
rasgos más novedosos:
—recuperación
de las actitudes vanguardistas (Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo),
tanto las de preguerra (generación del 27) como las posteriores a
1940 (grupo “Cántico”, postismo, parasurrealismo de M.
Labordeta)
—esta
actitud se observa en la incorporación brusca de una serie de
lenguajes habitualmente ajenos al ámbito literario: el lenguaje del
cine, de la publicidad, del cómic o de la música moderna.
—voluntad
de opacidad, hermetismo y autosuficiencia poemáticos situada en las
antípodas del pragmatismo de la poesía social. Estos principios se
manifiestan en actitudes, procedimientos, concepciones literarias y
estilos diferentes entre sí, pero que presentan numerosos elementos
de cohesión. Querían reorientar la poesía hacia la creatividad, la
novedad y el arte.
—una
de estas direcciones adoptó una postura esteticista, de sabor
modernista y rubendariano, plena de referencias culturales eruditas
al mundo de las artes. Esta línea, combinada con un escepticismo
irónico y la defensa del vitalismo como actitud es la seguida por
Luis
Antonio de Villena (Hymnica
(1979);
Huir del
invierno (1981)).
El esteticismo culturalista adquiere un temperamento más plenamente
romántico en la obra de Antonio
Colinas
(Sepulcro
en Tarquinia (1976);
Astrolabio
(1979)) o
en las revisiones personales de la tradición simbolista de P.
Gimferrer y Jaime Siles.
—otra
dirección de la poesía aparece inclinada a atender al texto poético
como entidad autosuficiente de significado incierto. Esta concepción
recibió el nombre de “metapoesía”,
y critica
la ingenuidad de la literatura realista, defendiendo la autonomía de
lo literario y la insondable ambigüedad del lenguaje. Los mecanismos
de significación del lenguaje y la literatura misma, se convierten
en el objeto temático del texto, y conducen a un arraigado
sentimiento de futilidad de la poesía. (G.
Garnero,
Ensayo de
una teoría de la visión, 1979).
—asimismo
la poesía novísima desarrolló una serie de intentos de denuncia de
la manipulación social y política a través del lenguaje. Ello se
combinó con una fuerte iconoclastia, un notorio despego hacia lo
“literario” y con el renacimiento de actitudes decadentistas y
vanguardistas, en autores como Félix de Azúa, José Miguel Ullán,
Manuel Vázquez Montalbán o del tal vez más famoso de todos ellos,
Leopoldo
María Panero
(Así se
fundó Carnaby Street (1970);
Narciso
(1979)).
Hubo,
además de la de Castellet, otras antologías que no dejan de ser
importantes para conocer la poesía desde finales de los sesenta y
la década de los setenta:
—Antonio
Prieto,
Espejo
del amor y de la muerte.
En ella se
reivindica la finalidad estética del poema. Como características
del grupo señala esa preocupación formal, la añoranza de una edad
mítica y el gusto por el pasado retornado.
—Poetas
españoles poscontemporáneos
y Nueve
poetas del resurgimiento,
dirigidas
por José Batlló y V. Pozanco, respectivamente.
—Joven
poesía española,
que recogió los nombres de los poetas más jóvenes de ese momento.
—frente
a los novísimos, en los mismos años 70, se alza el Equipo
de Claraboya
(Agustín Delgado, Luis Mateo Díez, Ángel Fierro y J. Antonio
Llamas). Su antología Teoría
y poemas (1971),
supuso un duro ataque contra los novísimos, a los que acusó de
neodecadentes. Propugnaban una poesía heredada de la conciencia
social.
Los
poetas más jóvenes, los que se dan a conocer a finales de los
setenta o ya en los ochenta, continúan en parte las líneas
apuntadas, pero parecen alejarse de los aspectos más característicos
de los novísimos y alejarse del vanguardismo más estridente, a la
par que aumenta un mayor interés por la expresión de la
intimidad y por las formas tradicionales.
En
la abundante producción poética de los últimos años del siglo XX
y principios del actual, coexisten en el panorama de la lírica
española diversas tendencias. El poeta y crítico José Luis García
Martín en Treinta años de poesía española, ha sintetizado los
aspectos más importantes de tales tendencias: intimismo,
surrealismo, neorromanticismo, recuperación de la anécdota,
lenguaje coloquial, gusto por contar historias en el poema
(narratividad) y por hacer hablar a distintos personajes (abunda el
“monólogo dramático”), preferencia por los procedimientos
retóricos “invisibles” (los que no parecen existir), amplio uso
de la ironía y la parodia, alternancia de estrofas tradicionales con
el verso libre y preferencia por el marco urbano. Algunos, de los
muchos, de estos autores: Ana Rosetti, Álvaro Valverde, Blanca
Andreu, César Antonio Molina, Miguel D'Ors, Javier Salvago o Jon
Juaristi.
TEMA 10. EL TEATRO ESPAÑOL DE 1939 A 1979. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.
Durante
la guerra se desarrolló, por un lado, un teatro de corte
revolucionario que sustituyó a la comedia burguesa y que trataba de
levantar el ánimo y de mantener la cohesión del bando republicano.
Es un teatro de urgencia y comprometido. Algunos autores de esta
época fueron Alberti
y Max Aub.
Por otro lado, en la zona nacional, fue menos importante ya que el
teatro que sustentaba su ideología ya estaba inventado: teatro
burgués.
Tras
la contienda, el
panorama de la escena española resultará muy pobre. Es indudable
que, de todos los géneros, el teatro fue el menos favorecido por las
circunstancias: condicionamientos comerciales e ideológicos, que se
extreman hasta límites insospechados, debido a la férrea censura y
a la propia autocensura a la que los autores sometían a sus
creaciones (la Ley de Unidad Sindical promulgada en 1940, que
prohibió trabajar en el teatro a todo aquel que no tuviera el carnet
del sindicato.) Todo ello explica que el teatro de posguerra sea un
terreno poco propicio para las inquietudes creadoras.
Por
eso, tras la guerra, prosperaron, de una parte, los “autores
de diversión”
intrascendente o conformista, un teatro que trata de dar al público
obras cómicas y evasivas de las circunstancias históricas; y de
otra, los autores “serios”,
que se abrirán difícilmente camino en el teatro comercial. Algunos
tendrán salida en los teatros de ensayo o en las representaciones de
“teatro
independiente”
(aventuras no comerciales y muy minoritarias); muchos de ellos no
podrán publicar sus obras. Así, junto a un teatro “visible”,
que accede
a los escenarios, se habló de un “teatro soterrado”,
que
intentaba responder a nuevas exigencias sociales o estéticas, y que
apenas logró mostrarse. Se defiende un teatro simplificado en el
que los problemas sociales se reducen al humor o a la ideologización.
Una de las consecuencias de este estrecho margen fue la reposición
de obras de clásicos españoles.
DÉCADA
DE LOS 40 Y PARTE DE LOS AÑOS 50.
La
Guerra Civil supuso un corte profundo para el teatro: algunos
dramaturgos han muerto, como Lorca o Valle Inclán; otros, sufren el
exilio, como Casona, Alberti o Max Aub; de “escaso interés” es
lo que producen viejos maestros como Benavente y Arniches. La escena
se ve privada de sus figuras más renovadoras. En las carteleras
proliferan comedias extranjeras , normalmente obras mediocres de
diversión, que hacen que el público burgués se olvide de los
problemas. Sin embargo, el cine le lleva ventaja al teatro como
instrumento de diversión, lo que añade otra causa a la crisis del
género.
En
la producción más atendible de los autores españoles de los años
40 y principios de los 50, hay cuatro líneas fundamentales:
LA
ALTA COMEDIA O COMEDIA DE EVASIÓN
Está
en la línea del teatro benaventino de principios de siglo. Es lo que
se llamó el teatro de “la continuidad sin ruptura”. Entre sus
cultivadores encontramos a José
María Pemán,
Igancio
Luca de Tena,
Claudio de
la Torre, Edgar Neville o Joaquín Calvo Sotelo.
Gozó
del favor del público y de los empresarios teatrales. Se desarrolla
en espacios lujosos donde personajes pertenecientes a la burguesía
viven conflictos personales relacionados con la soltería, el
adulterio, la nostalgia del pasado, el choque generacional o la
crisis de los valores tradicionales. La resolución de tales
conflictos, suele desembocar en un final feliz moralmente ejemplar.
se eluden los conflictos sociales o políticos y ta sólo se realiza
una moderada crítica social. Se trata de un teatro caracterizado,
con salvedades, por lo siguiente:
—predominio
de las comedias de salón o de los dramas de tesis; a veces, con una
amable crítica de costumbres (pero sin romper con la ideología
oficial), unida a una defensa de los valores tradicionales.
—preocupación
por la obra “bien hecha”, con un diálogo cuidado y estructuras
escénicas consagradas, aunque a veces con incorporación de técnicas
nuevas.
Jacinto Benavente continuó publicando y estrenando obras como Lo
increíble (1940).
TEATRO
ANTIRREALISTA
Alejandro
Casona. Su
producción se instala en una línea antirrealista con aspiraciones
poéticas y, frecuentemente, con una finalidad didáctica. Será una
constante en su obra el juego de realidad y fantasía. Sus personajes
viven a menudo situaciones irreales en las que los conflictos humanos
se desnudan y al final de la trama han aprendido una lección moral
que suele resumirse en aceptar la realidad tal y como es. Los
planteamientos son interesantes y la historia suele estar bien
llevada, pero casi siempre los conflictos se resuelven de forma
demasiado amable y superficial y caen en el melodrama. Entre sus
obras: La
sirena varada, Prohibido suicidarse en primavera, los árboles mueren
de pie.
EL
TEATRO CÓMICO
Junto
a la comedia burguesa destaca, en la línea de la comedia de evasión,
destacan las figuras de Jardiel Poncela y Miguel Mihura cuyo teatro
del humor representó el mejor intento de renovación y superación
del género.
Jardiel
Poncela,
desde antes de la guerra, había propuesto “renovar la risa”
introduciendo lo inverosímil y apartándose todo lo posible de las
convenciones vigentes. Escribe obras con muchas acotaciones y con una
gran número de personajes. Busca el humor verbal y de situación e
introduce lo mágico, lo fantástico y la intriga en sus obras. Su
teatro no tenía intención crítica (suele ambientar sus obras en la
época contemporánea, pero sin abordar los problemas de la vida
española del momento) y la burguesía vio confirmados los valores de
su clase en sus obras. Nunca fue un artista comprometido al uso: su
compromiso era contra las costumbres opresivas y las relaciones
sentimentales románticas, contra el lenguaje trasnochado y los
tópicos que invadían la vida cotidiana. Aunque la crítica lo
apoyaba, tuvo poco éxito. Entre sus obras: Los
ladrones somos gente honrada; Agua, aceite y gasolina y
Eloísa
está debajo de un almendro.
Miguel
Mihura
no triunfó en su momento y su obra más conocida es Tres
sombreros de copa,
que fue estrenada en 1952, veinte años después de su creación, en
1932. Mihura ha confesado que todo su teatro responde a una misma
línea: “la de ocultar mi pesimismo, mi melancolía, mi desencanto
por todo, bajo un disfraz burlesco”. Es cierto que, junto a
comedias que son puros pasatiempos, hay otras en las que late la idea
que constituye la base de su concepción del teatro: el choque entre
individuo y sociedad, motivo de un radical descontento ante un mundo
de convenciones que atenazan al hombre y le impiden ser feliz. Lo que
ocurre es que ese conflicto queda escamoteado
en los desenlaces o amortiguado en el desarrollo de muchas obras.
Ambos
autores presentan facetas que se han considerado precedentes del
teatro
del absurdo,
al menos por la introducción de un humor disparatado y poético.
Pero esta línea sólo encontró ciertos continuadores de valor
desigual.
EL
DRAMA SOCIAL
En
una línea muy distinta, hay que situar este tipo de teatro grave,
preocupado e inconformista, que se inserta, al principio, en una
corriente
existencial,
aunque tras el malestar vital y las angustias personales, se perciban
una raíces sociales concretas, aun cuando los autores no tuvieran, o
no pudieran, una intención social patente. Dos fechas resultan
claves: 1949, con el insólito estreno de Historia
de una escalera
de Buero
Vallejo,
y 1953 en que un teatro universitario presenta Escuadra
hacia la muerte
de Alfonso
Sastre.
La primera, supuso una crítica a la sociedad del momento : retrata
la clase media de los años cuarenta con referencias a las
injusticias del momento. Los personajes son más profundos
psicológicamente y los espacios escénicos más complejos. Para
Alfonso Sastre, el teatro tiene una función más social que
artística y por ello usa las obras como medio de reflexión y como
vehículo de transformación social. Escuadra
hacia la muerte
marca un hito en el teatro de posguerra por su hondura existencial.
EL TEATRO REALISTA Y DE DENUNCIA SOCIAL: DÉCADA DE LOS 50 Y 60.
Desde
la publicación de Historia
de una escalera
el teatro español encuentra un nuevo rumbo. El año 1955 vuelve a
ser, como para la novela, un hito: marca una nueva etapa orientada
hacia el teatro
social
(o de “protesta y denuncia”).
En
esta etapa los condicionamientos del teatro no sufren grandes
cambios, pero sí hay algunas variaciones que pueden explicar las
novedades que se consolidarán hacia 1960: junto al público burgués
ha aparecido un público nuevo (juvenil y sobre todo universitario)
que demanda otro teatro. Además, la censura se relaja y tolera
algunos enfoques críticos. Y todo ello coincide cuando en el
conjunto de la creación literaria fragua la concepción de realismo
social.
El
teatro de testimonio social tiene como pioneros a Buero
Vallejo
y a Alfonso
Sastre.
Buero
Vallejo,
en esta segunda época, se centra en el enfoque social, pero no
supone un descenso de la atención por el individuo concreto o por
facetas morales. Lleva a escena la realidad que era negada por el
resto y ahora insiste en las relaciones entre el individuo y el
entorno. Destacan sus obras Un
soñador para un pueblo, Las meninas, El concierto de San Ovidio o
El
sueño de la razón y
su obra más compleja y lograda,
El
tragaluz,
en la que dramatiza las consecuencias de la Guerra Civil.
Alfonso
Sastre,
además, es su principal teorizador: en Drama
y sociedad,
expone su tesis: el arte es una representación reveladora de la
realidad, lo social es una característica superior a lo artístico y
la principal misión del arte en el mundo injusto en el que vivimos
consiste en transformarlo. En 1950 había intentado fundar un
“Teatro de Agitación Social” (prohibido) y en el 61 crearía el
“Grupo de Teatro Realista”. Como autor, tras su etapa
existencial, ponía en práctica su ideas en obras como Muerte
en el barrio,
La
cornada, La mordaza.
Tras
Buero y Sastre aparecerán autores nacidos nacidos en torno a 1925 y
que son coétaneos a la Generación de medio siglo: Rodríguez
Méndez (Los
inocentes de la Moncloa),
Carlos
Muñiz
(El
tintero),
Martín
Recuerda (Los
salvajes en Puente San Gil)
y Lauro
Olmo
(La
camisa).
Son
obras cuya temática es característica del teatro social y abordan
problemas muy concretos: la burocracia deshumanizada y la esclavitud
del trabajador, las angustias de unos jóvenes opositores, la
situación de los obreros que se ven forzados a emigrar o a soñar
con las quinielas (La
camisa), la
brutalidad de unos aldeanos instigados por fuerzas retrógadas... Lo
común es el tema de la injusticia social y la alienación, y la
actitud del autor será de testimonio o de protesta (con las
limitaciones de la censura). En cuanto a la estética y la técnica,
todas se inscriben en el realismo aunque con diversos matices: por
ejemplo, Lauro Olmo se apoya a veces en recursos y lenguaje del
sainete, o Martín Recuerda en rasgos esperpénticos.
Tanto
por su temática como por su actitud estos autores representan el
intento de crear al margen de los espectáculos de “consumo” un
teatro comprometido con los problemas de la España en que vivían.
Tuvieron problemas para difundir sus obras, como es lógico.
Como
contraste, hubo un teatro que triunfó: en los años sesenta
continuaba teniendo éxito la comedia
burguesa
en la obra de Alfonso
Paso,
aunque su producción es muy variada: obras poético-humorísticas
como Vamos
a contar mentiras
o Cosas
de papá y mamá,
obras de sátira o denuncia social como Los
peces gordos,
y alguna de recreación histórica como Preguntad
por Julio César.
Tras unas primeras obras de interés testimonial, prefirió el camino
del éxito.
LOS
AÑOS 70 Y LA BÚSQUEDA DE NUEVAS FORMAS.
Hacia
muy avanzada la década de los 60 , pero fundamentalmente ya en los
años 70, un grupo de dramaturgos se lanzan a la renovación de la
expresión dramática. Al igual que en la novela, se supera el
realismo y se asimilan corrientes experimentales del teatro
extranjero (el teatro del absurdo, Brecht, Artaud...). Comienza a
desarrollarse un teatro de carácter experimental
y vanguardista,
que ha recibido diversas denominaciones: subterráneo, del silencio,
maldito, marginado, inconformista... Entre sus representantes, de muy
distinta formación y edades, hay que destacar a Fernando
Arrabal,
quien inició su carrera mucho antes, o Francisco
Nieva, que
alcanzará notables éxitos a partir de 1975.
Tuvieron
mayores dificultades incluso que los representantes del realismo
social: su teatro era igual o más crítico que el de aquellos, lo
que provocó problemas con la censura, y su audacia formal los alejó
de los escenarios convencionales y del público mayoritario,
convirtiéndose en una nueva corriente de teatro soterrado.
Características
generales de este teatro:
—nunca
tuvieron conciencia de formar un grupo homogéneo.
—pretendieron
ofrecer una visión crítica de diversos aspectos, morales, sociales
y políticos, del mundo contemporáneo. Seguía siendo un teatro de
protesta y de denuncia en torno a temas como la falta de libertad, la
injusticia y la alienación, pero la novedad estriba en el
tratamiento dramático:
—se
desecha el enfoque realista y, en la mayor parte de los casos, se
sirvieron de procedimientos alegóricos, simbólicos y connotativos,
muchas veces crípticos y de difícil interpretación.
—el
afán de dar a sus obras una dimensión universal los llevó a
convertir a sus personajes en símbolos, despojados de rasgos
psicológicos individualizadores, en encarnaciones de ideas
abstractas: el dictador, el explotador, el oprimido...
— junto
a tonos directos, acude al tono poético o ceremonial.
—el
lenguaje recurre a la farsa, a lo grotesco, al esperpento, a lo
alucinante, a lo onírico, todo ello realzado por la escenografía.
Es fácil advertir en ellos las huellas, según los casos, de Brecht,
Grotowski, del surrealismo, del expresionismo, del teatro del absurdo
y de una tradición española que va del entremés y de los autos
sacramentales hasta el esperpento, la tragedia grotesca, el género
chico y la revista... De ellos se inspiraron para cultivar numerosos
recursos extraverbales: sonoros, visuales, corporales...
Francisco
Nieva. Clasificó
su teatro en:
—teatro
de farsa y calamidad: al que pertenecen obras más poéticas y de
contenido metafísico: Maldita
sean Coronada y sus hijas, El corazón acelerado....
—teatro
furioso: cuestiona el autoritarismo y las instituciones tradicionales
españolas:
Nosferatu, Pelo de tormenta...
—teatro
de crónica y estampa:
de
tema político.
Toda
su obra
la libérrima concepción de los elementos teatrales, la subversión
de los espacios tradicionales, la supresión de la psicología de los
personajes y la renuncia a incluir contenidos ideológicos.
Fernando
Arrabal.
Es un autor con una actitud personal y estética provocadora desde la
que lanza un auténtico reto a la sociedad y a los moldes
occidentales de comportamiento más extendido, dentro de una
iconoclastia que ataca tabúes profundamente arraigados. Hace su
teatro al margen de la sociedad, por su radical rechazo de la misma y
en un proceso que va desde una marginación crítica hasta una
ofensiva belicosa contra el mundo. Este proceso aparece condicionado
por la evolución ideológica del autor a lo largo de más de treinta
de actividad en los que nunca ha prescindido de su raíz surrealista.
Podemos clasificar su teatro en:
—teatro
del exilio: Destaca, entre otras muchas, El
cementerio de automóviles,
representada
en Madrid en 1977 y que decepcionó a un público que no fue capaz de
leer en ella la metáfora del franquismo.
—teatro
pánico: caracterizado por la búsqueda formal (espacial y gestual) y
por el uso surrealista del lenguaje. Podemos destacar ¿Se
ha vuelto loco Dios?
—teatro
del “yo” y el mundo, en el que el autor indaga su situación en
un determinado entorno social. Destacaremos El
jardín de las delicias.
—teatro
del “yo” en el mundo, en el que reflexiona sobre el compromiso
del escritor en la sociedad. Destacaremos Oye,
patria, mi aflicción.
Los
dramaturgos que al terminar la guerra se habían exiliado como Max
Aub, Rafael Alberti, León Felipe... permanecieron, con algunas
excepciones, alejados de nuestros escenarios.
En
esta renovación teatral desempeñaron un importante papel los
grupos de teatro independiente
sin cuya labor sería inexplicable la renovación teatral, como Els
Comediants, Els Joglars, La Cuadra, El Teatro Libre, La Fura Dels
Baus etc., que buscaron con ahínco una línea de trabajo peculiar e
inconfundible. Crean textos propios, hacen montajes colectivos y
actúan fuera de los circuitos comerciales. En grandes ciudades como
Madrid o Barcelona, comienzan a realizar una importante labor las
salas de teatro
alternativo,
de aforo reducido y de precio más asequible, que generalmente
ofrecen un teatro de vanguardia dirigido a un público formado y con
inquietudes culturales.
A
partir de 1975 el teatro, al compás de los cambios trascendentales
de la sociedad española, se vio favorecido por la desaparición de
la censura, las subvenciones de la Administración Central y de los
Gobiernos de las Comunidades Autónomas, el establecimiento de un
Centro de Documentación Teatral y de un Centro Nacional de Nuevas
Tendencias Escénicas...; pero el florecimiento del teatro no se
produjo porque las obras estrenadas en este período ofrecen un
interés, con pocas excepciones, limitado y como consecuencia el
público, que además tiene cubiertas sus necesidades de diversión
con el cine y otras formas de comunicación, se siente cada vez menos
atraído por este género.
Tras
unos años de dominio experimental en la escena teatral, se advierte
una vuelta a la estética realista perceptible tantos en autores como
en grupos de teatro independiente que, desde una perspectiva social y
testimonial, se interesan por los problemas de la vida cotidiana,
pero no excluyen elementos oníricos o alucinantes. Por una parte, se
emplean elementos de la tradición como el lenguaje del sainete; por
otra, se da una moderada renovación formal. Los nuevos dramaturgos
se inclinan más por el género de la comedia o la tragicomedia; la
tragedia es menos usual. las obras transmiten con frecuencia un
desencanto vital, reflejo de una generación que va viendo caer sus
utopías.
De
los autores que iniciaron su carrera en décadas precedentes, Antonio
Buero Vallejo
(Jueces en
la noche, Las trampas del azar)
y Antonio
Gala han
mantenido una presencia continuada en los escenarios. Antonio
Gala es un
autor difícil de clasificar. Sus primeros estrenos se remontan a los
años 60; desvinculado del teatro comercial de la época y del drama
social de su generación, cultiva el realismo poético, la farsa
histórica, el drama simbólico-moral... La acogida de su obra ha
sido irregular, pero con una progresiva aceptación desde los años
setenta. En 1963 se representa Los
verdes campos del Edén,
obra de humor y ternura. Gala escribe con regularidad y con éxito
constante. En 1980 llega a los escenarios ¡Suerte,
campeón!,
hasta entonces prohibida por la censura. Con Petra
regalada
(1980), despertó el entusiasmo del público.
Mejor
acogida que obras del teatro experimental han tenido las obras de
otros dramaturgos de la vieja guardia: Valle Inclán, Lorca, y en
menor medida M.Mihura, Jardiel Poncela y Alejandro Casona.
Por
otra parte, diversos novelistas y ensayistas –Carmen Martín Gaite,
Eduardo Mendoza, Miguel Delibes, Fernando Savater— han hecho sus
pinitos en este género, con creaciones originales o con adaptaciones
dramáticas de algunos de sus relatos.
También,
como ha ocurrido en épocas pasadas, los empresarios han abierto sus
puertas, preferentemente, a los cultivadores de un teatro de evasión,
humorístico, de corte folletinesco o moralizador y de crítica
amable y superficial. Entre los más favorecidos han estado Ana
Diosdado y Juan José Alonso Millán (Revistas
del corazón, El guardapolvo, Un golpe de suerte).
TEMA 11. LA NOVELA Y EL CUENTO HISPANOAMERICANO DE LA SEGUNDA MITAD DEL
SIGLO XX.
A
pesar de que el tema se ciñe exclusivamente a la narrativa de la segunda mitad
del siglo XX, haremos un sucinto resumen de la narrativa anterior, que engloba
las siguientes tendencias o movimientos:
1. Prosa modernista.
A
principios de siglo se observa en la narrativa una huella del Modernismo que se
irá abandonando poco a poco debido al paulatino rechazo del cosmopolitismo y a
la búsqueda de lo peculiar americano y la sencillez estilística. El género
predilecto será el cuento. Los
autores más famosos de este tipo de relatos son Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Enrique Larreta.
La
salida del Modernismo de la narrativa hispanoamericana se produce de modo paulatino
y conduce a la novela de la tierra.
2. Novela de la tierra.
La
búsqueda de la esencia de lo americano en el floklore y las costumbres
tradicionales da lugar a un tipo de relatos centrados en las peculiaridades de
las diferentes regiones americanas, por lo que muchas veces se habla de novela
regionalista. El tema predilecto es el intento del hombre de dominar la
Naturaleza implacable, que con frecuencia acaba derrotándolo. Las tres grandes
novelas de la tierra son La vorágine, de José
Eustasio Rivera, Don Segundo Sombra,
de Ricardo Güirales, y Doña Bárbara, de Rómulo
Gallegos.
3. Novela social.
Las convulsiones sociales de los
años diez y veinte dan lugar a una narrativa de carácter social que, o bien se
centra en hechos históricos concretos, como la novela de la Revolución
mexicana, o bien denuncia la marginación de los indios en la sociedad criolla
poscolonial, como es el caso de la novela indigenista.
La novela de la Revolución mexicana al
principio tienen un propósito testimonial y después nos dará la interpretación
de una época histórica que supuso la constitución nacional y social del México
moderno. La obra pionera fue Los de abajo,
de Mariano Azuela, aunque se prolonga
hasta los años 50 en la obra de Juan Rulfo y más tarde en novelas de Carlos
Fuentes y otros escritores.
Las novelas proletarias, escritas y
publicadas en los años 20 y 30, tienen un propósito social explícito dentro de una orientación socialista y
comunista en diferentes países hispanoamericanos, aunque es en Perú donde más
se alienta la literatura proletaria. Destaca El tungsteno de César
Vallejo.
Las
novelas indigenistas denuncian las
pésimas condiciones de los indios (Jorge Icaza, Huasipungo) o de los negros (Alejo Carpentier, ¡Ecué-Yamba-Ó!).
4. LA NOVELA HISPANOAMERICANA DEL MEDIO
SIGLO: LA RENOVACIÓN NARRATIVA.
A partir de los años 40 se produce
un enriquecimiento y una renovación de la narrativa debido, entre otras causas,
a la asimilación técnica de los grandes novelistas europeos y norteamericanos
de la primera mitad del siglo XX, a la influencia de las vanguardias,
principalmente el Surrealismo, y a las transformaciones sociales: crecimiento
de las ciudades y alejamiento del mundo rural poscolonial del siglo XIX.
Entre
1940 y 1960 conviven en novelas y cuentos diferentes tendencias.
4.1. Narrativa metafísica.
A pesar de las diferencias entre
ellos, dos autores muestran su preocupación por los problemas trascendentes:
Jorge Luis Borges y José Lezana Lima.
Jorge Luis Borges alcanzó renombre con
una serie de cuentos o relatos cortos que reunió en diferentes volúmenes, como El Aleph, en los que da entrada a
elementos fantásticos que cuestionan la estética realista y la realidad misma,
de ahí el uso frecuente de mitos clásicos, referencias literarias o símbolos.
El libro o la biblioteca son metáforas del mundo, por ello la propia literatura
se convierte en tema narrativo y objeto de especulación filosófica. El autor
está convencido de que no es posible un verdadero conocimiento de las cosas,
por ello son temas recurrentes el laberinto, el destino incierto o la muerte,
aunque huyó el tono patético y prefirió la exposición irónica y burlesca por
influencia de la Vanguardia.
José Lezama Lima alcanzó notoriedad con
su novela Paradiso (1966), una
especie de extensa autobiografía en la que, con un lengua extraordinariamente
barroco, nos da su particular visión del mundo.
4.2. Narrativa existencial.
Las preocupaciones existenciales
propias de la cultura occidental se acentúan en los años 40 y en los 50 tras la
Segunda Guerra Mundial. Tuvieron gran repercusión en la literatura
Hispanoamérica y en la narrativa cuentan con dos grandes nombres:
Juan Carlos Onetti nos ofrece en sus
cuentos y novelas una concepción pesimista de la existencia y unos personajes
desorientados en un mundo gris que les conduce a la frustración y a la soledad.
Recurre a procedimientos de la novela contemporánea, principalmente a Faulkner:
ruptura de la linealidad temporal o cambio del punto de vista. Entre sus obras:
El pozo, La vida breve, Los adioses.
Ernesto Sábato, influenciado por el existencialismo y el psicoanálisis, rechaza el positivismo científico (la
bomba atómica). Indaga en el espíritu humano y cree que la novela puede
contribuir a desvelar la desesperanza del hombre, para así reconciliarlo con el
mundo y con su propia vida. Entre sus obras: El túnel, Sobre héroes y
tumbas, Ababdón el exterminador.
4.2. Realismo mágico, lo real maravilloso, realismo fantástico.
La novela de la segunda mitad del
siglo rompe con el realismo tradicional pero mantiene una trama verosímil,
aunque introduce elementos fantásticos y míticos. Según Alejo Carpentier la
realidad americana (exuberante naturaleza, pueblos indígenas o negros de origen
africano) no puede ser racionalizada por una mentalidad occidental. Se busca
una identidad propia diferente al pasado colonial y se identifican con una
realidad mágica diferente a la exhausta realidad europea, que de alguna forma
se revela como el paraíso perdido de los occidentales. Se ofrece una visión de
lo mítico y ancestral americano no como evasión, sino como una faceta más de su
realidad. Los mitos, aceptados por la colectividad, operan en la vida
cotidiana. Esta concepción maravillosa de América ya estaba en las crónicas de
los conquistadores españoles, que
miraron maravillados el insólito mundo al que llegaron.
Miguel Ángel Asturias combina en sus obras la América maravillosa, la denuncia
social y las formas literarias vanguardistas. Entre su obras: Leyendas de Guatemala, El Señor Presidente (novela de dictador)
y Hombres de maíz (inserta el
realismo mágico).
Alejo Carpentier expone en el prólogo
de su novela El reino de este mundo su idea de lo real maravilloso, de la
que es ejemplo la propia novela. En Los
pasos perdidos contrapone la civilización contemporánea al mundo primitivo
americano, que aparece como paraíso perdido. También escribió una novela de
dictador, El recurso del método, y
una novela histórica, El siglo de las luces,
y cuentos y relatos cortos. Su novela más ambiciosa es La consagración de la primavera.
Julio Cortázar es, sin duda, el gran renovador de la
narrativa hispanoamericana. Incorpora en su obra el elemento
maravilloso, pero la influencia de la cultura francesa hizo que considerara que
el elemento telúrico y la vuelta a los orígenes de cierta literatura
latinoamericana eran artística e ideológicamente negativos. Su realismo
fantástico es deudor de la vanguardia, principalmente del Surrealismo, y de la
propia tradición americana. El realismo en su obra consiste en relatar de forma
objetiva lo anómalo y lo fantástico, de tal forma que lo insólito resulte
creíble, con lo que cuestiona los pilares de una sociedad erigida sobre la fe
absoluta en la razón. Ello se advierte en sus cuentos, recogidos en diferentes
volúmenes: Bestiario, Final de juego, Las
armas secretas o Historias de
cronopios y famas. Su novela más famosa, Rayuela, muestra innovaciones técnicas fundamentales como el
collage narrativo, metáfora literaria de la fragmentación del mundo. Estas
innovaciones también aparecerán en El
libro de Manuel, que además hace patente su compromiso social.
Augusto Roa Bastos tomará como punto de
partida de sus obras Paraguay y la cultura guaraní, que trascienden el
localismo y se convierten en una meditación social, política, estética y
metafísica. Entre sus obras: Hijo de
hombre, Guerra del Chaco y Yo el Supremo,
una novela de dictador y la más importante de su producción.
Juan Rulfo representa con su breve obra
la culminación de la novela de la Revolución mexicana. El llano en llamas es un libro de dieciséis cuentos con los que
supera el realismo tradicional incorporando técnicas novedosas como el monólogo
interior o la ruptura de la linealidad temporal. Nos muestra un mundo cerrado y
hostil (Jalisco) que da lugar a una honda meditación sobre temas universales
como la soledad, la violencia y el dolor. Su obra maestra es una novela corta, Pedro Páramo, con la que da un giro al
realismo mágico: lo real no es menos mágico, lo fantástico no puede
diferenciarse de lo cotidiano, pero la América mítica y ancestral (el México
heredado de la cultura azteca y su culto a la muerte) no es paradisíaca sino
infernal. También escribió algunos guiones cinematográficos.
4.4. Novela hispanoamericana desde 1960.
A partir de los años 60 hay una
difusión internacional de la novela hispanoamericana, por lo que se habló de boom
de la novela y de nueva novela hispanoamericana, aunque la renovación partía de
autores de décadas anteriores (Borges, Onetti, Carpentier, Cortázar), algunos
de los cuales habían marchado al exilio y tuvieron acceso al mundo editorial
europeo. Influyeron en la literatura mundial, principalmente en la española,
cuyo papel fue decisivo para la renovación de la novela.
Los
autores que habían publicado tiempo atrás escriben sus obras más
características: Rayuela, El siglo de las
luces… Junto a ellos, aparecen nuevos novelistas que incorporan en sus
obras innovaciones técnicas de la literatura universal del siglo XX, la
tradición narrativa hispanoamericana anterior y son deudores de la novela
española clásica, especialmente Cervantes, lo libros de caballerías y los
autores clásicos barrocos.
G. García Márquez (Colombia) Desde los
años 50 compagina su labor periodística
con la escritura de cuentos y novelas cortas, como La hojarasca, en la que funde lo real con lo imaginario y aparece
ya Macondo, ese lugar imaginario que volverá a surgir en otros relatos como El coronel no tienen quien le escriba o Mala hora, y que se ha interpretado como
símbolo de América Latina. El ambiente, los personajes, los temas y la técnica
de estos primeros libros se reúnen en Cien
años de soledad, novela que se centra en los temas del tiempo y la soledad,
producto del ensimismamiento, la incomunicación y la falta de amor. La técnica
de la novela se basa en la metamorfosis de lo común en algo extraordinario o al
revés con total naturalidad. Otras novelas: El
otoño del patriarca (novela de dictador), Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del
cólera.
Carlos Fuentes (México) es heredero de la novela de la Revolución mexicana. El tema
principal de su obra es la identidad mexicana, pero como escritor cosmopolita
nos ofrece una visión distanciada y crítica de México y de América Latina. En
su novela La región más transparente
experimenta con nuevas técnicas narrativas, pero será La muerte de Artemio Cruz el hito en la renovación novelística.
Otras novelas: Zona sagrada, Cambio de
piel.
Mario Vargas Llosa (Perú). Su obra La ciudad y los perros es la novela
inaugural del boom. No incorpora en sus obras elementos fantásticos o
maravillosos y se caracteriza por su gran capacidad de fabulación, el
virtuosismo narrativo, la inclusión de elementos autobiográficos y el realismo
crítico en obras como La casa verde o
Pantaleón y las visitadoras. En La guerra del fin del mundo abandona sus
simpatías izquierdistas de los años 60 y desconfía de las ideologías
progresistas, tono antirrevolucionario que se acentuará en La fiesta del chivo o Historia
de Mayta.
No hay espacio ni tiempo para
abarcar toda la narrativa hispanoamericana de los últimos 60 años, pero hay que
mencionar nombres imprescindibles como Mario Benedetti, Álvaro Mutis, Roberto
Bolaño o Cabrera Infante.
TEMA
12. NOVELAS ESPAÑOLA DESDE 1975 A FINES DEL SIGLXX. AUTORES, TENDENCIAS Y OBRAS
PRINCIPALES.
A la
muerte de Franco (20 de noviembre de 1975), se restaura la monarquía con Juan
Carlos I y se promulga la Constitución y el Estado de las Autonomías en 1978.
La mejora y consolidación del estado del bienestar ayuda a la estabilización
del país (aunque de los últimos años mejor no hablamos...). La desaparición de
la censura y el ambiente de libertad en el que comenzó a desarrollarse la
cultura española permitió un mejor conocimiento de la literatura española en
Europa y de la literatura occidental en España, así como la recuperación de la
obra de los escritores exiliados.
La
publicación en 1975 de La verdad sobre el caso Savolta , de Eduardo Mendoza,
significa el nuevo giro de la narrativa española, que vuelve al "placer de
contar". A pesar de que incorpora elementos formales que permiten
entroncarla con la novela experimental, revela una vuelta al realismo, al
interés por la trama argumental, al viejo placer de contar historias, rasgo que
se convertirá en el principal nexo de unión de las diversas modalidades de
relato en esta etapa:
Se
simplifican las estructuras narrativas, que eliminan la complejidad textual
anterior; se recupera el argumento, la trama y los personajes, contándose una
historia cerrada y continua; se utilizan las personas narrativas tradicionales
(primera y tercera)... Se trata de una narrativa que se dirige a un lector
medio que prefiere el entretenimiento a la complejidad narrativa.
En
los últimos veinte años ha crecido espectacularmente el número de publicaciones
a causa de la gran cantidad de premios literarios que existen actualmente y del
boom editorial (se publican unos 75.000 títulos cada año, de los cuales
constituyen novedades unos 10.000). De hecho, el mercado impone su peso a la
literatura, de manera que se comienza a publicar con la finalidad de vender una
gran cantidad de obras de escaso valor literario. El término inglés best seller
se asienta entre nuestros autores y cabe hablar de una novela comercial de
fácil lectura y rápido olvido, como suelen ser las novelas históricas,
románticas, policiacas o las novelas fantásticas orientadas al público juvenil.
Además
de esa vuelta al interés por la historia contada y de la enorme proliferación
de títulos, otras características de esta época son el incremento del número de
escritoras (Almudena Grandes -El corazón helado, 2007-, Dulce Chacón, Elvira
Lindo, Rosa Montero, Lucía Etxebarría...), la vinculación entre la labor
literaria y la periodística (son frecuentes las colaboraciones en prensa de los
más destacados narradores y cabe citar, en este sentido, los articuentos de
Juan José Millás) o el gusto creciente por el relato corto (y, en los últimos
años, incluso del microrrelato).
Otros
aspectos significativos de la novela española en los últimos treinta años son
el individualismo (cada autor emprende un camino personal con la pretensión de
diferenciarse al máximo de sus contemporáneos, lo cual puede hablar de
desorientación estética) y el eclecticismo: los autores se acogen prácticamente
a todas las tendencias, modalidades, discursos, temas, experiencias y
preocupaciones personales.
Por
eso y porque hace falta un poco más de perspectiva para analizar el panorama
actual, es difícil clasificar la novela
actual en distintas tendencias. Podemos, eso sí, observar que en las últimas
décadas del siglo XX conviven autores de distintas generaciones anteriores:
novelistas de la posguerra inmediata (Cela, Delibes, Torrente Ballester),
algunos novelistas de la "Generación del 50" (Juan Goytisolo, Carmen
Martín Gaite, Ana María Matute...), autores posteriores como Juan Marsé o
Manuel Vázquez Montalbán, además de nuevos escritores dados a conocer después
del franquismo, como Julio Llamazares, Javier Marías, Luis Mateo Díez, Antonio
Muñoz Molina, Luis Landero, etc.
Perduran
las novelas herederas del experimentalismo, novelas minoritarias y
culturalistas, herméticas y experimentales, como Escuela de mandarines (1974),
de Miguel Espinosa, la tetralogía Antagonía (1973-1981) de Luis Goytisolo o
Larva (1983), de Julián Ríos. Al margen de esto, podemos identificar ciertas
tendencias temáticas:
Metanovela:
el narrador reflexiona sobre los aspectos teóricos de la novela que suele
trasladar a la ficción como motivo del relato. Algunos ejemplos: La orilla
oscura (1985), de José Mª Merino; El desorden de tu nombre (1987), de Juan José
Millás; o El vano ayer (2004), de Isaac Rosa.
Novela
lírica: el valor esencial es la introspección, así como calidad técnica con que
está escrita, la búsqueda de la perfección formal. Centra su interés en un
mundo más sugerente que concreto, con personaje-símbolo y una mayor tendencia
al lenguaje poético. Mortal y rosa (1975), de Francisco Umbral; La lluvia
amarilla (1988), de Julio Llamazares; o El lápiz del carpintero (1998), de
Manuel Rivas.
Novela
histórica: se trata de un tipo de novela de gran precisión histórica que obliga
al novelista a documentarse sobre el período, acontecimientos y personajes
sobre los que pretende novelar. Pueden servirnos de ejemplos El oro de los
sueños (1986), de José María Merino; La vieja sirena (1990), de José Luis
Sampedro; la saga de las novelas de Pérez-Reverte, El capitán Alatriste (1996);
Tierra firme (2007), de Matilde Asensi... Dentro de esta tendencia cabe citar
aquella que se ocupa de la reconstrucción de la historia de la Guerra Civil. Se
trata de obras como Luna de lobos (1985), de Julio Llamazares; Soldados de
Salamina (2001), de Javier Cercas; La voz dormida (2002), de Dulce Chacón; Las
trece rosas (2003), de Jesús Ferrero; Los girasoles ciegos (2004) de Alberto
Méndez...
Novela
policíaca y de intriga: mezcla esquemas policíacos con aspectos políticos e
históricos. La serie de novelas sobre el detective Carvalho (que sirve como
crónica sociopolítica, mordaz e irónica de la transición democrática) o
Galíndez (1990) convierten a Manuel Vázquez Montalbán en el escritor más
representativo; aunque no es el único, ya que de algunos elementos de este
género también se han servido Eduardo Mendoza (La ciudad de los prodigios,
1986), Arturo Pérez-Reverte (La tabla de Flandes, 1990), Antonio Muñoz Molina
(Plenilunio, 1997) o Carlos Ruiz Zafón
(La sombra del viento, 2001).
Novela
de la memoria y del testimonio: de enfoque realista, la memoria de una
generación y el compromiso son los temas básicos de esta corriente, que abarca
también el mundo onírico, irracional o absurdo. En esta línea cabría mencionar
el realismo carnavalesco de Luis Mateo Díez (La fuente de la edad, 1986), el
realismo imaginario de Luis Landero (Juegos de la edad tardía, 1989), así como
la decidida defensa de la condición femenina de Rosa Montero en Te trataré como
a una reina (1981), la revisión crítica de los desajustes sociales de nuestro
tiempo de Rafael Chirbes (Crematorio, 2007) o la revisión caleidoscópica de la
Transición de El día de mañana (2011), de Ignacio Martínez de Pisón.
Novela
de pensamiento: cercana al ensayo, se trata de un tipo de narrativa en la que
se difuminan las fronteras entre la novela y el ensayo, pues da cauce a
múltiples digresiones sobre las preocupaciones del autor, en un tono cercano a
veces a lo autobiográfico. Un ejemplo de ello es Sefarad (2001), de Antonio
Muñoz Molina, o muchas de las obras de Javier Marías (Todas las almas (1989),
Negra espalda del tiempo (1998), Tu
rostro mañana, 2009).
Novela
neorrealista o de la generación X: otra tendencia en la novela de los autores
más jóvenes es la de hacer una novela que trata los problemas de la juventud
urbana (sus salidas nocturnas en las grandes ciudades, el uso y abuso de
drogas, del sexo, del alcohol y de la música rock...), con una estética muy cercana
a la contracultura: Héroes (1993), de Ray Loriga; Historias del Kronen (1994),
de José Ángel Mañas; Sexo, prozac y dudas (1997), de Lucía Etxebarría; o Deseo
de ser punk (2009), de Belén Gopegui).
Entre
los novelistas de este período sobresalen, por la coherencia de su trayectoria
y el reconocimiento crítico, tres autores: Eduardo Mendoza, Javier Marías y
Antonio Muñoz Molina:
EDUARDO
MENDOZA (Barcelona, 1943) publicó en 1975 La verdad sobre el caso Savolta,
título que, en buena medida, puede considerarse el punto de partida de la
narrativa actual. En obras posteriores, Mendoza ha mostrado su excepcional
capacidad paródica: El misterio de la cripta embrujada (1978), El laberinto de
las aceitunas (1982) y Sin noticias de Gurb (1992) actualizan y subvierten de
forma hilarante los tópicos de tres géneros consagrados: la novela de misterio,
la novela negra o policíaca y la novela de ciencia ficción. La ciudad de los
prodigios (1986) es la más ambiciosa de sus obras y probablemente la más
lograda; en ella se recrea la evolución histórica y social de la ciudad de
Barcelona en el período comprendido entre las exposiciones universales de 1888
y 1929, tomando como hilo conductor la progresión en la escala social del
protagonista. Más recientemente ha publicado La aventura del tocador de señoras
(2001), El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) o El enredo de la bolsa y
la vida (2012).
La
obra de JAVIER MARÍAS (Madrid, 1951) constituye una de las apuestas más
originales de las últimas décadas. Las novelas y cuentos de este autor se
distinguen por la presencia de una serie de temas obsesivos, como el misterio
de la identidad personal y la reflexión sobre el tiempo. Su estilo, muy
elaborado, posee una rara capacidad envolvente, que difumina y transforma la
realidad. Entre sus obras destacan Todas las almas (1989), Corazón tan blanco
(1992) y Mañana en la batalla piensa en mí (1994). El tiempo y la identidad
personal son temas que aparecen con fuerza en sus últimas novelas, como en
Negra espalda del tiempo (1998), juego entre la realidad y la ficción
literaria, o en la más reciente trilogía titulada Tu rostro mañana, su obra más
ambiciosa. Se trata del autor con más proyección internacional: sus obras han
sido traducidas a 40 idiomas y publicadas en 50 países.
En
la narrativa de ANTONIO MUÑOZ MOLINA (Úbeda, 1956) se conjugan de forma
armónica el rigor en la construcción del relato y la preocupación por elaborar
un argumento atractivo para el lector. Destaca asimismo la calidad de la prosa,
intensa, que se desarrolla en períodos amplios, de ritmo muy cuidado.
Sobresalen entre sus obras El invierno en Lisboa (1987), una magnífica novela
de intriga; El jinete polaco (1991), evocación autobiográfica que juega
hábilmente con los tiempos del relato; y Plenilunio (1997), acertado intento de
remozar el género policiaco. Sefarad (2001) huye del argumento tradicional y
desarrolla en clave de literatura personajes y situaciones históricas. Su
última novela, La noche de los tiempos (2009), es una historia que bucea en los
orígenes de la guerra civil española y posiblemente se trate de una de las
mejores obras de la década.
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