viernes, 11 de abril de 2014

2º BACHILLERATO. COMENTARIO DE TEXTOS PERIODÍSTICOS II.

TEXTO I.

TODAS
Impresionante polvareda la que ha levantado el informe de la Real Academia sobre el Sexismo lingüístico, como evidenciaba ayer el estupendo reportaje de Winston Manrique. El texto de Ignacio Bosque que ha originado la zapatiesta es magnífico y no tiene nada que ver con las rancias gracietas de esos articulistas que se creen ocurrentísimos al escribir “miembros y miembras”. La lengua es como la piel de la sociedad; se adapta a los repliegues del cuerpo colectivo y sigue fielmente sus cambios. Es un tejido vivo que no puede modificarse por decreto: los ortopédicos tropezones de los “compañeros y compañeras” no son más que feísimas verrugas que, de seguir creciendo desordenadamente, terminarán por convertir nuestro cuerpo social en un deformado hombre (mujer) elefante. Es verdad que el lenguaje es sexista, porque la sociedad también lo es. Cuentan las profesoras de párvulos que a los muy pequeños hay que decirles “todos” y “todas”, porque, si no, las niñas no se sienten aludidas. O sea: no es algo natural, sino un orden impuesto y masculino. Pero eso no se arregla con voluntaristas verrugas verbales, sino modificando la realidad. Porque el lenguaje se va adaptando a esos cambios: hace seis años, al comienzo de las bodas homosexuales, nos chocaba que un hombre llamara a otro “mi marido”, pero hoy ya no. Porque refleja una realidad. Yo ya no uso “el hombre” como genérico, porque me chirría. Utilizo “el ser humano” o “los humanos” y las frases quedan, creo, más naturales, porque la sociedad ya ha dejado eso atrás. A veces, estando muchas mujeres con un solo hombre, se nos ha escapado sin querer un “todas” y nos hemos reído. Quién sabe, quizá en el futuro la concordancia se hará con el género que más abunde en cada momento. Pero, de ser así, saldrá naturalmente; y me temo que antes tendríamos que haber cambiado mucho.
Rosa Montero, El país (03-03-2012)

TEXTO II

UNA REFLEXIÓN PSICOSOCIAL

La introducción del uniforme escolar en los centros públicos no es una medida anodina. Puede herir sensiblidades, dar lugar a conflictos o abrir un debate más amplio sobre un orden social dado. Desde un punto de vista psicológico, atañe a la sempiterna tensión entre la necesidad de ser al mismo tiempo semejante y diferente de los demás. Los argumentos a favor del uniforme son numerosos y conocidos. Se imagina como un freno al marquismo, a ver los centros escolares como una pasarela. Desde una perspectiva psicosocial, se añade que el uniforme acabaría con la comparación entre los alumnos, se destronaría el estilo de vestir como signo de diferencias sociales, económicas, étnicas, religiosas, nacionales o incluso entre pandillas. Se cree también que favorece la disciplina, y la concentración. No faltan tampoco razones de tipo económico o de sentido práctico.
Pero vestir de uniforme tiene tras sí una larga historia. Recordemos, por ejemplo, cómo el cuello Mao se impuso a 900 millones de habitantes. El uniforme ha sido un instrumento para establecer jerarquías y distancias entre clases o entre castas. En suma, el uniforme trae a la memoria lo militar, la penitenciaría, la hospitalización, el internado. Evoca la despersonalización, lo homogéneo, la falta de iniciativa y de autonomía o la ausencia de sensibilidad estética. Suele oponerse a modernidad, innovación y juventud.

Juan Antonio Pérez, El país (17-06-2008.)

TEXTO III
 
HA MUERTO UN PAPA

No sé si estos días han servido para aprender quién fue Adolfo Suárez, pero han resultado imprescindibles para averiguar quiénes somos nosotros. Al ensalzar al difunto, nos ha salido un retrato colectivo al que da pánico asomarse. La historia comenzó con la sorprendente necrológica que le hicimos en vida. Desde el viernes, cuando nos comunicaron que había comenzado a agonizar, hasta el domingo, cuando falleció, echamos sobre él paladas y paladas de adjetivos hipócritas como el que arroja paladas de tierra sobre un vivo que se resiste a ser enterrado. Suárez se resistió lo suyo, pese a que todos, amigos y enemigos, hablaban ya de él en pasado. Su último suspiro nos pilló a medio obituario, entre el más allá y el más acá, podríamos decir. Estábamos al borde de la tumba, con la camisa empapada en sudor debido al esfuerzo. Pero somos un pueblo al que nada detiene.

¡Más madera!, gritaron desde la sala de máquinas. Y cuando ya creíamos que era imposible soltar más ditirambos, más apologías, más exageraciones acerca de aquel hombre al que habíamos en su día detestado también hasta el exceso, empezó a salirnos de la boca lo mejor de nuestro instinto necrológico. No parecía que se había muerto un político, sino el Papa de una religión verdadera. De hecho, se le ha enterrado en una catedral, llevándose consigo, además de los ramos de flores, un aeropuerto, decenas de calles y avenidas, jardines, parques, monumentos, colegios, qué sé yo. De repente, todo se llama Adolfo Suárez. En la comunidad de vecinos de mi casa, que tiene tres escaleras, hemos decidido llamar Adolfo Suárez a la del centro, y con los votos de los de la izquierda y la derecha. No se fijen ustedes en lo que hemos dicho estos días de Suárez; fíjense en lo que hemos dicho de nosotros al hablar de él y comprenderán quizá por qué nos pasa lo que nos pasa.
Juan José Millás, El país (28-03-2014)
 NOTA: LOS TEXTOS QUE PODRÁN SER RECOGIDOS SERÁN EL I Y II.

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