HIJOS DE LA IRA.
DÁMASO ALONSO.
MUJER CON ALCUZA
A Leopoldo Panero
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¿Adónde va esa
mujer,
arrastrándose por
la acera,
ahora que ya es
casi de noche,
con la alcuza en
la mano?
Acercaos: no nos
ve.
Ya no sé qué es
más gris,
si el acero frío
de sus ojos,
si el gris
desvaído de ese chal
con el que se
envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje
desolado de su alma.
Va despacio,
arrastrando los pies,
desgastando suela,
desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad
de esquivar algo
horrible.
Sí, estamos
equivocados.
Esta mujer no
avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por
un campo yerto,
entre zanjas abiertas,
zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes
caballones,
de humana
dimensión, de tierra removida,
de tierra
que ya no cabe en
el hoyo de donde se sacó,
entre abismales
pozos sombríos,
y turbias simas
súbitas,
llenas de barro y
agua fangosa y sudarios harapientos del
color de la
desesperanza.
Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la
conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy
largo;
ha viajado durante
muchos días
y durante muchas
noches:
unas veces nevaba
y hacia mucho frío,
otras veces lucía
el sol y remejía el viento
arbustos juveniles
en los campos en
donde incesantemente estallan extrañas
flores
encendidas.
Y ella ha viajado
y ha viajado,
mareada por el
ruido de la conversación,
por el traqueteo
de las ruedas
y por el humo, por
el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos
días,
y muchas, muchas
noches.
Pero el horrible
tren ha ido parando
en tantas
estaciones diferentes,
que ella no sabe
con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.
Ella
recuerda sólo
que en todas hacía
frío,
que en todas
estaba oscuro,
y que al partir,
al arrancar el tren,
ha comprendido
siempre
cuán bestial es el
topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que
era como un ciempiés monstruoso que le colgara
de la
mejilla,
como si con el arrancar
del tren le arrancaran el alma,
como si con el
arrancar del tren le arrancaran innumerables
margaritas,
blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le
arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios
y esa voluntad de minutos en sucesión que
llamamos vivir.
Pero las lúgubres
estaciones se alejaban,
y ella se asomaba
frenética a las ventanillas,
gritando y
retorciéndose,
sólo
para ver alejarse
en la infinita llanura
eso, una solitaria
estación,
un lugar
señalado en las
tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las
estrellas.
Y por fin se ha
dormido,
sí, ha dormitado
en la sombra,
arrullada por un
fondo de lejanas conversaciones,
por gritos
ahogados y empañadas risas,
como de gentes que
hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de
improviso
por lloros de
niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes
chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan
las nalgas,
aun mareada por el
humo del tabaco.
Y ha viajado
noches y días,
sí, muchos días,
y muchas noches.
Siempre parando en
estaciones diferentes,
siempre con un
ansia turbia de bajar ella también, de quedarse ella
también,
ay,
para siempre
partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre
dormitar de nuevo en trayectos inacabables.
...No ha sabido
cómo.
Su sueño era cada
vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado
por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez
una risa como un puñal que brilla un instante en las
sombras,
algún chillido
como un limón agrio que pone amarilla un momento la
noche.
Y luego nada.
Sólo la velocidad,
sólo el traqueteo
de maderas y hierro
del tren,
sólo el ruido del
tren.
Y esta mujer se ha
despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su
alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a
correr por los pasillos del tren,
de un vagón a
otro,
y estaba sola,
y ha buscado al
revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo
que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la
oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en
la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel
horrible tren.
Y no le ha
contestado nadie,
porque estaba
sola,
porque estaba
sola.
Y ha seguido días
y días,
loca, frenética,
en el enorme tren
vacío,
donde no va nadie,
que no conduce
nadie.
...Y esa es la
terrible,
la estúpida fuerza
sin pupilas,
que aún hace que
esa mujer
avance y avance
por la acera,
desgastando la
suela de sus viejos zapatones,
desgastando las
losas,
entre zanjas
abiertas a un lado y otro,
entre caballones
de tierra,
de dos metros de
longitud,
con ese tamaño
preciso
de nuestra ternura
de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa
mujer avanza (en la mano, como el atributo de una
semidiosa, su
alcuza),
abriendo con amor
el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara
surcando un trigal en granazón,
si, como si fuera
surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces,
o una
nebulosa de cruces,
de cercanas
cruces,
de cruces lejanas.
Ella,
en este crepúsculo
que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un
signo de interrogación,
con la espina
dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma
por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara
por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la
estación anónima
en que se debía
haber quedado?
¿Es que le pesan,
es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de
tierra en putrefacción,
y se le tensan
tirantes cables invisibles
desde sus tumbas
diseminadas?
¿O es que como
esos almendros
que en el verano
estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el
invierno el tierno vicio,
guarda aún el
dulce álabe
de la cargazón y
de la compañía,
en sus tristes
ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?
LUIS ROSALES
SONETO A JOSÉ ANTONIO QUE DESCUBRIÓ, EXPRESÓ
Y DEFENDIÓ LA VERDAD DE ESPAÑA. MURIÓ POR ELLA.
Tú amaste el ser de España misionera
frente al peligro y por la luz unida,
el ser de la evidencia enaltecida
del mar latino en la ribera entera:
tú la verdad de España duradera
de la esperanza y del dolor nacida,
verdad de salvación al tiempo asida,
verdad que hace el destino verdadera;
tú la unidad que salva del pecado,
la unidad que nos libra y nos descubre
en los ojos de Dios como alabanza;
¡ya no tienes la vida que has salvado!,
la tierra te defiende y no te cubre
como el vivir defiende la esperanza.
BLAS DE OTERO
ÁNGEL FIERAMENTE
HUMANO.
LA TIERRA (LO ETERNO)
Un mundo como un árbol desgajado.
Una generación desarraigada.
Unos hombres sin más destino que
apuntalar las ruinas.
Romper
el mar
en el mar, como un himen inmenso,
mecen los árboles el silencio verde,
las estrellas crepitan, yo las oigo.
Sólo el hombre está solo. Es que se sabe
vivo y mortal. Es que se siente huir
—ese río del tiempo hacia la muerte—.
Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,
subir, a contra muerte, hasta lo eterno.
Le da miedo mirar. Cierra los ojos
para dormir el sueño de los vivos.
Pero la muerte, desde dentro, ve.
Pero la muerte, desde dentro, vela.
Pero la muerte, desde dentro, mata.
...El mar —la mar—, como un himen inmenso,
los árboles moviendo el verde aire,
la nieve en llamas de la luz en vilo...
JOSE ÁNGEL VALENTE.
CABO DE GATA.
EL
cabo entra en las aguas como el perfil de un muerto o de un durmiente con la
cabellera anegada en el mar. El color no es color; es tan sólo la luz. Y la luz
sucedía a la luz en láminas de tenue transparencia. El cabo baja hacia las
aguas, dibujado perfil por la mano de un dios que aquí encontrara acabamiento,
la perfección del sacrificio, delgadez de la línea que engendra un horizonte o
el deseo sin fin de lo lejano. El dios y el mar. Y más allá, los dioses y los
mares. Siempre. Como las aguas besan las arenas y tan sólo se alejan para
volver, regreso a tu cintura, a tus labios mojados por el tiempo, ala luz de tu
piel que el viento bajo de la tarde enciende. Territorio, tu cuerpo. El
descenso afilado de la piedra hacia el mar, del cabo hacia las aguas. Y el
vacío de todo lo creado envolvente, materno, como inmensa morada.
LEOPOLDO
MARÍA PANERO.
PASADIZO
SECRETO.
Oscuridad
nieve buitres desespero oscuridad nueve buitres nieve
buitres
castillos (murciélagos) os
curidad
nueve buitres deses
pero
nieve lobos casas
abandonadas
ratas desespero o
scuridad
nueve buitres des
"buitres",
"caballos", "el monstruo es verde", "desespero"
bien
planeada oscuridad
Decapitaciones.
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