miércoles, 12 de marzo de 2014

2º BACHILLERATO. APUNTES LITERATURA TERCERA EVALUACIÓN

 




    LITERATURA DE POSGUERRA.
    Introducción histórica.
El 1 de abril de 1939 termina la Guerra Civil española con el triunfo del ejército nacional. La nueva España es un país de racionamiento, de hambre, de mercado negro, de aislamiento internacional y de represión hasta los años cincuenta. Es necesaria la reconstrucción del país. La persona de Franco da unidad al período que va desde 1939 hasta 1975 pero sus diversas etapas resultaron de apariencia bien distinta. España queda dividida en dos, la de los vencedores y la de los vencidos, muchos de los cuales marcharon al exilio francés o americano; otros permanecieron en España viviendo una especie exilio interno.
Se elimina del panorama nacional a los escritores más brillantes y famosos. Algunos están en la cárcel; en ella muere Miguel Hernández en 1942; muchos han tenido que viajar al exilio (Alberti, Salinas, Cernuda, etc). La mayoría acabó asentándose en Estados Unidos y en Hispanoamérica como profesores universitarios. Algunos países hispanoamericanos desarrollan una intensa actividad editorial y crean importantes revistas de difusión cultural como El Correo Literario y Las Españas. La larga duración del régimen franquista supuso para algunos la muerte lejos de su patria.


TEMA 8. LA NOVELA ESPAÑOLA DE 1939 A 1974. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES. 

DÉCADA DE LOS CUARENTA: LA NOVELA EXISTENCIAL.
Los años cuarenta fueron la década más dura de la posguerra y coinciden con la Segunda Guerra Mundial, en la que España se mantuvo neutral. Es un período de fuerte censura, en el que se prohibió el derecho de reunión y asociación sin autorización del gobierno y el uso de cualquier lengua que no fuera el castellano en educación y en la Administración.
La vida cultural sufre un paréntesis tras la guerra debido a la censura implacable que impedía la recepción general del pensamiento extranjero y que encorsetó la evolución del propio. Se promueve en este ambiente otro tipo de “cultura” basada en las novelas rosas, los tebeos y las canciones populares
El ambiente de desorientación cultural de comienzos de la posguerra es muy acusado en el campo de la novela. Se ha roto con la tradición inmediata: quedan prohibidas las novelas sociales de preguerra y las obras de los exiliados, así como la de aquellos autores extranjeros contrarios al régimen. Además, la novela deshumanizada no podía servir de modelo, ni resultan imitables modelos como Miró, Pérez de Ayala o Ramón Gómez de la Serna. Retrocediendo un poco más, sólo la obra de Baroja parece servir de ejemplo para ciertos narradores de la llamada “Generación del 36” (o de la guerra). Junto al desolado realismo barojiano, se cultivaron otras líneas: la novela psicológica, la poética y simbólica... Es una época de búsqueda, de tanteos muy diversos.
Como continuadores del realismo tradicional tenemos la obra de Ignacio Agustí (Mariona Rebull), la de Zunzunegui (La vida como es y ¡Ay... estos hijos!) y la de J.Mª Gironella que elaboró una trilogía sobre la guerra y la posguerra.
Sin embargo, es la novela existencial la más destacada en este período, de ahí que los grandes temas sean la soledad, la muerte, la frustración, la incertidumbre de la existencia y la dificultad de comunicación entre los hombres. Abundan los personajes marginales y desarraigados (como Pascual Duarte) o desorientados y angustiados (como Andrea), lo que revela sin duda el malestar del momento, malestar que en último término es social y que se trasluce en esas pinturas grises, cuando no sombrías. Pero la censura hace imposible cualquier intento de denuncia y limita los alcances del testimonio. Por eso no se puede hablar aún de novela social, ya que lo que caracteriza a la novela de los años cuarenta es la trasposición del malestar social a la esfera de lo personal, de lo existencial. Si en esta década las novelas nos muestran personajes puestos a prueba en situaciones extremas, durante la década de los cincuenta se centrarán en el conflicto de la colectividad hasta que ya en los sesenta se tenderá hacia la novela psicológica mediante la exploración de la conciencia humana y de su entorno social.
Dos son las fechas que se señalan como momento de un nuevo arranque del género que renueva la técnica tradicional de la novela realista: 1942, con La familia de Pascual Duarte de Cela, y 1945, con Nada, de Carmen Laforet. Entre esos años o poco después se revelan autores como Torrente Ballester, Gironella, Delibes...
La familia de Pascual Duarte, con su agria visión de la realidad, inaugura una corriente que se llamó “tremendismo” y que consistía en una selección de los aspectos más duros y sórdidos de la vida (situaciones repulsivas y espeluznantes, prostitutas, tarados y criminales). La novela es una confesión y una justificación que un condenado a muerte hace de sus crímenes desde la cárcel. Otras novelas destacables de Cela en la década de los cuarenta: Pabellón de reposo, Nuevas andanzas y desventuras del Lazarillo de Tormes o Viaje a la Alcarria.
Carmen Laforet consigue con Nada en 1945 el Premio Nadal. Narrado en primera persona y verosímilmente autobiográfico, esta novela era una implícita denuncia de la sordidez y la miseria física y moral─ de la burguesía barcelonesa tras el trauma bélico. A través de Andrea, la protagonista, que viaja a Barcelona cargada de esperanzas para estudiar en la universidad, nos muestra la parcela irrespirable de la realidad cotidiana del momento, recogida con un estilo desnudo y un tono desesperadamente triste.
De tristezas y de frustración hablaba también Delibes en su primera novela, La sombra del ciprés es alargada (1947), aunque con el contrapeso de una honda religiosidad. Es una novela de temática existencial por el pesimismo con que trata personajes y circunstancias.
Empieza también a destacar por estos años Torrente Ballester, aunque al margen de la literatura existencial: su obra, que experimenta una gran evolución, es difícilmente clasificable. En estos años destacan títulos como Javier Mariño y El golpe de estado de Guadalupe Limón.

LA DÉCADA DE LOS CINCUENTA: EL REALISMO SOCIAL.
Durante los años cincuenta España experimenta una etapa de apertura al exterior: se permite cierto pluralismo interno, se suavizan las relaciones diplomáticas con las potencias occidentales, se permite la entrada en la ONU a España en 1955 y se da un cambio en la política económica que favorece el crecimiento de la renta nacional. Una activa clase media de profesionales, comerciantes y funcionarios desarrollaron poco a poco la economía del país. La marcha a Europa de una enorme masa de trabajadores produjo envíos de dinero que, unidos al incremento paulatino del turismo en nuestro país, harían posible el progreso que se daría durante los años sesenta.
En esta década conviven dos generaciones de escritores: por un lado, los que forman la llamada Generación del 36 (Cela, Torrente Ballester y Miguel Delibes), y otro, aquellos autores nacidos entre 1925 y 1935 que se conocen como “Generación de medio siglo” (Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Juan Goytisolo o Ignacio Aldecoa).
La angustia existencial de los años cuarenta da paso a las inquietudes sociales: la novela social será la corriente dominante entre 1951 y 1962 (fecha en que se publica Tiempos de silencio de Luis Martín Santos).
Será La colmena, de Cela, la que inaugure el realismo social en la novela en 1951 con su despiadada visión de la sociedad madrileña a través de un narrador en tercera persona que actúa como mero testigo de aquello que cuenta. Es una obra de protagonista colectivo en la que aparecen unos 300 personajes, entre los que se puede destacar a Martín Marco. Aparecen representadas todas las clases sociales de ese Madrid de 1942 en el que se centra la obra: el señorito vividor, el pedantón, el impresor adinerado, el guardia, el prestamista, el poeta joven, los músicos miserables, el poeta joven y ridículo...; las beatas, las prostitutas del más variado nivel, las dueñas de las casas de citas, las alcahuetas, la niña vendida a un viejo verde... Se trata, en general, de seres mediocres y, a menudo, de baja talla moral. Pocos se salvan de la vulgaridad, abundan los despreciables (especialmente entre los acomodados), aunque también hay figuras conmovedoras apaleadas por la vida, a veces con una pizca de nobleza. El diálogo ocupa un puesto eminente en la caracterización de los personajes. El ambiente es sobre todo humano: la suma y las relaciones de estos personajes a lo largo de tres días del año 1942.
Otra obra representativa de 1951 es La noria, de Luis Romero, también de protagonista colectivo pero con Barcelona como marco. Y hay que añadir además dos novelas también iniciadoras de Delibes: El camino (1950), que muestra el paso del mundo infantil al adulto, y Mi idolatrado hijo Sisí (1953). Ambas muestran con ojos críticos parcelas concretas de la realidad española: un pueblo castellano y una familia burguesa.
Se llama el año inaugural de la novela social en el sentido más estricto a 1954, momento en que se dan a conocer los autores de la Generación de medio siglo (Igancio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana Mª Matute, Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Caballero Bonald...). Entre ellos hay evidentes rasgos comunes, fundamentalmente la solidaridad con los humildes y los oprimidos, la disconformidad ante la sociedad española, el anhelo de cambios sociales.
Desde el punto de vista de la temática, la sociedad española y sus problemas se convierte en tema principal y deja de ser un puro marco. La influencia de J.P. Sartre es importante.
Las novelas que muestran la aludida solidaridad con los humildes se centrarán en tres temas fundamentales: la dura vida del campo, las relaciones laborales o las novelas de tema urbano en las que predominan las que presentan ese mundo fronterizo a la ciudad que es el suburbio, con toda su miseria. En el extremo opuesto se hallan las novelas de la burguesía, en las que es la juventud desocupada y abúlica pasa a primer plano.
En cuanto a la técnica y estilo, el contenido tiene toda la prioridad y a él se subordinan las técnicas elegidas: se antepone la eficacia de las formas a su belleza y se rechaza la pura experimentación y el virtuosismo. La estructura del relato suele ser aparentemente sencilla. Se prefiere la narración lineal y la sencillez y concisión se perciben asimismo en las descripciones, que no son muy abundantes y que tienen un papel predominantemente funcional (presentación de ambientes). Sin embargo, bajo esa aparente sencillez hay un esfuerzo considerable en la construcción al concentrar la acción en un breve espacio de tiempo (El Jarama o Duelo en el paraíso tienen una duración de un día).
Clara preferencia por el personaje colectivo (siguiendo los pasos de Dos Passos y Sartre), de las que fueron pioneras La colmena y La noria. Junto a éste, también es propia de la novela social la presencia del personaje representativo, tomado como síntesis de una clase o de un grupo, más que como individuo dotado de psicología singular.
El diálogo es imprescindible y se aprecia además un empeño en los autores por recoger el habla viva, ya sea de los campesinos, obreros o señoritos burgueses.
El lenguaje adopta normalmente el estilo de la crónica, desnudo, directo.
En lo concerniente a la orientación estética, dentro del realismo dominante pueden señalarse dos actitudes o enfoques:
a. El objetivismo.
Se propone un testimonio escueto de la sociedad sin aparente intervención del autor. Su manifestación extrema fue el conductismo, procedente del behaviorism americano (behaviour=conducta) y que consiste en limitarse a registrar la pura conducta externa de individuos o grupos, y a recoger sus palabras, sin comentarios ni interpretaciones, aunque en la práctica es difícil establecer la frontera entre el objetivismo y el realismo crítico.
La novela más representativa de esta tendencia fue El Jarama (1956) de Sánchez Ferlosio, novela sobre el tedio que invade una sociedad gris y sin aliento. Otras obras y autores destacables de esta corriente: Ignacio Aldecoa con El fulgor y la sangre y Con el viento solano; Jesús Fernández Santos con Los bravos y Carmen Martín Gaite con Entre visillos.

b. El realismo crítico.
Los novelistas no aceptan la realidad que ven a su alrededor, de ahí que la disconformidad y la rebeldía sean sus rasgos más característicos. Hay que explicar la realidad (no sólo mostrarla) poniendo de relieve sus mecanismos profundos y denunciándolos. El autor, por ello, toma partido, valora las circunstancias y utiliza la novela como vehículo de denuncia social. Destacan dentro de esta corriente Juan Goytisolo con Duelo en el paraíso, la trilogía El mañana efímero o Fin de fiesta, centradas en la hipocresía y el egoísmo de la burguesía, o Luis Goytisolo con Las afueras. Otros: Juan García Hortelano con Nuevas amistades, Caballero Bonald o Jesús López Pacheco.
Ana María Matute, aunque con reflejos y de intención social, constituye en sí misma por la refina prosa poética y su poderosa imaginación: el realismo lírico, bajo cuya denominación se agrupan títulos como Los Abel, Fiesta al Noroeste, Pequeño teatro o Los hijos muertos. 
 
LA DÉCADA DE LOS SESENTA: LA NOVELA EXPERIMENTAL.
Durante la década de los sesenta se produjo un importantísimo crecimiento económico que poco a poco fue modificando la sociedad española. El gobierno se siente tan fuerte que amplía su nivel de tolerancia respecto a las libertades y a las manifestaciones de la oposición. Los principales motores del crecimiento económico y de la paulatina modernización del país fueron el turismo y las inversiones extranjeras.
En la segunda mitad de esta década surge el terrorismo como nueva fuerza de oposición al régimen.
A pesar de que a comienzos de los sesenta predominan aún las formas realistas, objetivistas y de intención social, comienzan a manifestarse signos de cansancio del realismo dominante en la novela española. Algunos críticos manifiestan la necesidad de fantasía o lamentan la despreocupación del escritor respecto del lenguaje. A ellos se suman incluso ciertos adalides del realismo social como Goytisolo, quienes pasarán a propugnar la necesidad de una renovación formal y de enfoques más complejos. Nace la inquietud de conciliar visión crítica y modernidad literaria, se reivindican los aspectos formales y expresivos y se huye de la mera reproducción.
En esta década la censura es menos estricta y nuestros autores tienen cada vez más en cuenta las aportaciones de los grandes novelistas extranjeros como Marcel Proust (En busca del tiempo perdido), William Faulkner (máxima figura de la “generación perdida” norteamericana), Kafka (La Metamorfosis), James Joyce (Ulises) o la noveau roman francesa. Junto a ellos, pronto causaría un gran impacto la nueva novela hispanoamericana: La ciudad de los perros (1962) de Vargas Llosa y Cien años de soledad (1967) de García Márquez serán dos hitos fundamentales. Se dan numerosas innovaciones en las técnicas narrativas como la combinación del monólogo interior, el estilo directo, el indirecto y el indirecto libre; se destruye el párrafo como unidad textual, se superponen varios planos de acción; el personaje es vagamente caracterizado y en la lengua se vuelve a experimentar con la metáfora en asociaciones imposibles.
En cuanto a las características de la novela experimental, podríamos resumirlas en: se organiza en secuencias separadas por espacio en blanco, no por capítulos; el argumento o se disuelve en pequeñas historias que se entrecruzan o se relega a un segundo plano y en él se da cabida junto a lo real, a lo fantástico y lo onírico. Las historias se suceden de manera alternativa, según la técnica del contrapunto. Cuando los personajes son numerosos, se recurre a la técnica caleidoscópica para relatar sus historias. El mundo narrado llega al lector no sólo a través del narrador omnisciente tradicional, sino también desde la perspectiva de un personaje (punto de vista único) o desde múltiples perspectivas, para ofrecer distintas versiones o interpretaciones de una mima historia. Además de la primera y tercera persona, se emplea la segunda persona narrativa, a la manera de un tú reflexivo que se identifica con el personaje que habla. Pierde peso el diálogo en favor del estilo indirecto libre y del monólogo interior, que permite al lector abismarse en la conciencia íntima del personaje. Los personajes reciben un tratamiento individualizado, tienen una personalidad problemática, buscan su identidad y suelen fracasar en el pulso que mantienen con la sociedad. Su vida no se narra cronológicamente, sino que son frecuentes los saltos temporales del presente al pasado (flash back). El relato suele comenzar de manera abrupta (in medias res) y tiene un final abierto. El lenguaje incorpora todos los registros del habla y parodia textos de diversa procedencia (ensayísticos, publicitarios....)
En 1962 Tiempo de silencio de Luis Martín Santos inaugurará la nueva etapa de nuestra narrativa, ya que supuso una renovación formal e ideológica. La obra trata del proceso interior del personaje principal: es una novela “de protagonista”: Pedro viene a ser trasunto de la condición humana. Es un personaje borroso, zarandeado o anulado por las circunstancias del que sólo conocemos sus proyectos de investigación científica. El desarraigo, la impotencia y la frustración marcan a este protagonista y son los temas centrales que confieren a esta novela su significación existencial. Además la novela sitúa este desconsolado reflejo de la miseria existencial en un marco social concreto: el Madrid de los años del hambre y sus distintos estratos sociales: la clase alta, un mundo superficial que vive al margen de la realidad y que se caracteriza fundamentalmente por su inutilidad; la clase media-baja, que por encima de cualquier consideración moral sólo piensa en medrar; la clase baja en su capa más ínfima, el subproletariado de las chabolas donde se dan cita todas las miserias. La crítica de Luis Martín santos no es es nacional y con su sátira feroz quiere ser un violento revulsivo.
Al rechazar el enfoque objetivista adopta lo que llamó “realismo dialéctico”, algo que es inseparable de su posición como narrador: a veces cede la palabra totalmente a sus personajes (monólogo interior), en otros el autor ve los hechos desde el protagonista y en otros los hechos se ven desde el narrador, que está presente en su obra (introduce de nuevo el punto de vista), prodigando comentarios y juicios sobre sus criaturas, con lo que estamos ante un enfoque subjetivista. Fundamental es el estilo indirecto libre.
Desde esta obra, en la que el autor no abandona el compromiso y profundiza en el análisis socio-político, termina la tendencia realista y se puede hablar del triunfo de la novela abierta y de imaginación.
En los diez años que van de 1962 a 1972 se suceden aportaciones decisivas en la línea de la renovación: Últimas tardes con Teresa (1966), de Jua Marsé, que supone una superación del objetivismo y una vuelta al “autor omnisciente”; Cinco horas con Mario (1966), de Delibes, un largo monólogo interior en que la protagonista evoca desordenadamente una vida y unas obsesiones; Señas de identidad (1966), de Juan Goytisolo, uno de los pioneros en la busca de nuevas técnicas narrativas, y en cuya obra se dan cambios de punto de vista, saltos en el tiempo, uso de diversas personas narrativas, monólogos interiores...; Volverás a Región (1968), de Benet; San Camilo 1936 (1969), de Cela, su experimentación más audaz; La saga/fuga de J.B (1972), de Torrente Ballester, que es a la vez un tributo al experimentalismo y una magistral parodia del mismo.

LA DÉCADA DE LOS SETENTA.
El año 1975 supone para España el retorno a la democracia y a la libertad de expresión. El país se abre a Europa y al mundo y soplan vientos huracanados de libertad: es la época del destape, de la “movida”, de la sed de conocimiento y de de la exploración.
Aquellos autores nacidos a partir de 1935 y que, salvo excepciones, se dieron a conocer después de los setenta, han sido denominados la Generación del 68, fecha emblemática de la década. La narrativa de esta época se caracteriza por los siguientes rasgos:
—conservación por el interés renovador y el experimentalismo, y el alejamiento del realismo a favor del absurdo, lo imaginativo, lo onírico, acompañado de toda clase de innovaciones en las estructuras narrativas y el lenguaje. Siguen siendo muy sensibles a las influencias europeas o hispanoamericanas. Es una literatura minoritaria y fuertemente experimental que reacciona contra el realismo social.
pero el abuso del experimentalismo provoca un cierto desconcierto que acaba por favorecer el regreso a ciertos aspectos de la novela tradicional: se recupera la “historia”, el placer de contar. Se aprecia este cambio de actitud hacia 1975, que les lleva a una mayor comunicación con los lectores.
—los géneros marginales se convierten en fuente de inspiración de las nuevas novelas. Surgen diferentes subgéneros en los que la intriga es el ingrediente esencial: relato fantástico o de ciencia- ficción, novela negra, novela policíaca, de aventuras, a modo de reportaje o histórica. Esta última ha tenido un fuerte desarrollo a partir de los años 80.
—en cuanto a la temática, más que de temas comunes deberíamos hablar de notas frecuentes. Es frecuente un cierto sentimiento de desencanto tras el fracaso del 68 y sus anhelos de “cambio de vida”. Se suelen rechazar los valores imperantes; pero ante los problemas colectivos, se adopta a menudo una mirada distanciada, cuando no un cinismo amargo e incluso ciertas notas de evasión. En cualquier caso, se separará el compromiso político —cuando exista— del compromiso estético. Junto a ello, reaparecen las preocupaciones existenciales y la presencia de la intimidad: la soledad, el amor, las relaciones personales, la realización del individuo, el erotismo... El desencanto y el escepticismo se expresan con un tono desenfadado y humorístico, tras del que puede haber un fondo amargo o tierno. La política, en todo caso, queda al margen de la estética. Quedan lejos ya las intenciones políticas o sociales y cualquier clase finalidad didáctica o ideológica.
—la defensa de la condición femenina aparece también en la obra de muchas narradoras: son novelas de corte intimista que favorecen la exploración psicológica y ponen de manifiesto la problemática de la mujer moderna y la fragilidad de la pareja.
abundan los tonos humorísticos, lúdicos o irónicos, pero también están presentes los aires nostálgicos o líricos en novelas de fuerte carácter intimista; los tratamientos culturalistas, exquisitos o refinados; el empleo libre y sin trabas de la fantasía. No es frecuente, sin embargo, el empeño por el realismo a ultranza.
—aunque los personajes suelen estar ubicados en un marco concreto cuyos rasgos se describen, lo que importa es la percepción que el individuo tiene del mundo externo, y no éste en sí mismo.
Todas estas tendencias persisten en los años ochenta con algún nuevo matiz: el experimentalismo radical es mantenido por muy pocos autores y la mayoría de los que se dieron a conocer en los años 80 se orientan hacia formas narrativas más tradicionales. Se consolidan algunas de las líneas que se iniciaron en la década anterior: el intimismo, con una variada gama de problemas personales o existenciales; el gusto por contar historias, ya sea con enfoques graves o lúdicos; y junto al culto de la vena imaginativa reaparece el realismo, pero sin propósitos testimoniales o sociales.
Se ha señalado la ausencia de grandes pretensiones en la narrativa última: no se pretende explicar el mundo sino sólo contar experiencias limitadas, a veces mínimas, o proporcionar un simple, aunque inteligente, pasatiempo al lector. Esa falta de grandes proyectos unida al abandono del vanguardismo y al rechazo de consignas, parecen encajar con la llamada era posmoderna.
Entre otros, destacan los siguientes novelistas:

Luis Goytisolo Gay. Tiene un comienzo precoz en la línea del realismo testimonial, pero tras un giro hacia el relato de imaginación (Fábulas) es en los setenta cuando nos ofrece una tetralogía de larga elaboración, Antagonía, formada por Recuento (1973), Los verdes de mayo hasta el mar (1976), La cólera de Aquiles (1979) y Teoría del conocimiento (1981). En esta obra la novela se hace reflexión sobre la novela misma.
Jose María Vaz de Soto. Destaca una serie compuesta por Diálogos del anochecer (1972), Fabián (1977), Sabas (1982) y Diálogos de la alta noche (1983). En ellas combina novedades con elementos tradicionales.Diálogo, narración y disertación ensayística se funden, pues, borrando los límites de la novela.
Eduardo Mendoza. Es acaso el narrador más representativo de su generación. Se dio a conocer ya con su obra maestra La verdad sobre el caso Savolta (1975), que combina de manera admirable el reportaje histórico, la literatura epistolar, la intriga policíaca y un fundamental ingrediente barojiano y picaresco (piénsese en la condición de auténtico antihéroe que detenta el protagonista-narrador. ). En su compleja trama, situada en la agitada Barcelona de los años 1917-1920, se entretejen conflictos sociales con una historia amorosa; así, se combinan lo público y lo íntimo, lo social y lo existencial; pero todo visto desde un enfoque distanciado. Su estructura es muy significativa: los primeros capítulos son de gran complejidad (mezcla de materiales heterogéneos, desorden cronológico y otras técnicas experimentales); luego va decreciendo esa complejidad para desembocar en los últimos capítulos en un relato lineal con ingredientes de la novela policiaca o de aventuras. A ello se unde el pastiche de otros géneros, como el folletín o la novela rosa, y una sorprendente variedad de estilos, manejado con una inventiva y una imaginación sorprendentes. La obra resume la tendencia que va de la experimentación hacia la vuelta (en parte, irónica) a formas narrativas tradicionales.
Es también autor de divertidas parodias de no velas policiacas, como El misterio de la cripta embrujada (1979) y El laberinto de las aceitunas (1982). De 1986 es otra de sus novelas capitales: La ciudad de los prodigios. En los 90 destaca El año del diluvio (1992).
Manuel Vázquez Montalbán. Cultiva con originalidad la novela negra con ingredientes sociales en su serie protagonizada por el curioso detective Pepe Carvalho: La soledad del manager, Los mares del sur...
Francisco Umbral. Narrador imposible de encasillar que rebasa los límites de la novela mezclando ficción con autobiografía, ensayo, crónica periodística... Él mismo se ha burlado de las fronteras entre los géneros. Dominio de la lengua, de la que extrae los más variados registros: lirismo, ternura, amargura, ingenio, cinismo. Destacan Balada de gamberros, Las ninfas, Trilogía de Madrid, Leyenda del César Visionarioy fundamental es su obra de 1975 Mortal y rosa.
Álvaro Pombo. Crea personajes que buscan su personalidad. La ironía y la crítica social son constantes en sus novelas. Obras: El héroe de las mansardas de Mansard, La cuadratura del círculo.
Juan José Millás. Ha obtenido su popularidad sobre todo en el ámbiro del periodismo literario, por la originalidad de su enfoque. Entre sus obras: Visión del abogado, Papel mojado, La soledad era esto.
Arturo Pérez Reverte. Su experiencia como periodista y reportero de guerra se refleja en su escritura dinámica y en el gusto por la aventura y la acción. Obras: El húsar, El maestro de esgrima, La tabla de Flandes.... y la serie de novelas protagonizadas por el famoso capitán Alatriste. Muchas han sido adaptadas al cine.
Antonio Muñoz Molina. Uno de los autores de más prestigio entre las últimas generaciones. Sus novelas generalmente se organizan en torno a la reconstrucción de una historia. Entre sus obras: Beatus ille, El invierno en Lisbpa, Beltenebros o Plenilunio.

TEMA 9. POESÍA ESPAÑOLA DE 1939 A 1979. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES. 

En los años que preceden al estallido de la guerra civil, la poesía había comenzado un proceso de rehumanización consciente alimentado por el sentimiento de compromiso ante la realidad, en el cual tuvo una gran influencia el Surrealismo. Más tarde se percibe una vuelta a lo humano a través de los clásicos y se toma a Garcilaso como maestro de expresión vital. La revista Cruz y raya jugó un papel fundamental en la difusión de este proceso de rehumanización. Los autores más destacados en este momento que cultivaron poesía social fueron: Rafael Alberti ( El poeta en la calle (1931-1936), De un momento a otro o Entre el clavel y la espada.), Luis Cernuda (Las nubes), Emilio Prados (La voz cautiva; Andando, andando por el mundo, Llanto en la sangre, Cancionero menor para los combatientes.)
Destaca en estos años la figura de Miguel Hernández. En 1936 aparece El rayo que no cesa. Poco después la guerra supondría, al igual que ocurriría con los demás géneros, un corte brutal en la creación poética. En El rayo que no cesa se concentran sus tres temas fundamentales: vida, amor y muerte, aunque en el centro, siempre el amor, un anhelo vitalista que se estrella contra las barreras que se alzan a su paso. Con el estallido de la guerra somete su fuerza creadora a los fines más inmediatos con títulos como Viento del pueblo, con el que inicia una etapa de poesía comprometida o El hombre acecha. Este autor supone un puente entre dos etapas de la poesía española: sus contactos con la Generación del 27 y la llamada Generación del 36 (la de Celaya, Rosales...), en la que a veces se le incluye.
Durante la Guerra Civil existió un torrente de poesía distribuida en folletos y pliegos. Los intelectuales republicanos controlan la mayoría de las publicaciones cultas como Hora de España o Cuadernos de Madrid. Altoaguirre reúne un Romancero de la Guerra Civil con poemas de Alberti, Miguel hernández, Emilio Prados... En el bando nacional destaca Antología poética del Alzamiento. En ambos bandos se abordan los mismos temas pero desde diferentes perspectivas. En el republicano destacan poetas como Alberti, M. Hernández, León Felipe y escritores de generaciones anteriores como Antonio Machado, Pablo Neruda (España en el corazón) u Octavio Paz.
Tras la contienda se reanuda la vida literaria con la creación de revistas como Garcilaso. Los poetas que publican en ella sienten interés por los clásicos como Lope, Fray Luis o Herrera, y persiguen en sus poemas una belleza humanizada pero evasiva.

DÉCADA DE LOS CUARENTA.
En la década de los cuarenta y los primeros años de los cincuenta, nos encontramos con poetas más o menos coetáneos a Miguel Hernández. Nacidos en torno a 1910, se les suele agrupar bajo la denominación “Generación del 36”, que incluye a poetas como Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Gabriel Celaya, Luis Felipe Vivanco, Juan Gil-Albert o Leopoldo Panero. Se ha hablado también de una generación escindida ya que parte de ellos continuaron su obra en el exilio. Los que siguen en España se orientan por diversos caminos que Dámaso Alonso redujo a dos: poesía arraiga y poesía desarraigada, aunque hay otras tendencias.
POESÍA ARRAIGADA
Así llamó Dámaso Alonso a la poesía de aquellos autores que se expresan “con una luminosa y reglada creencia en la organización de la realidad”. Se trata de un grupo de poetas que se autodenomina juventud creadora y que se agrupan en torno a la revistas Escorial y fundamentalmente Garcilaso, fundada en el 43, de ahí que también se les llamara garcilasistas. Vuelven sus ojos a Garcilaso y a otros “poetas del Imperio”. Han salido de la contienda con un afán optimista de claridad, de perfección, de orden. En puras formas clásicas, encierran una visión del mundo coherente, ordenada y serena. Uno de los temas dominantes es un firme sentimiento religioso, junto con temas tradicionales (el amor, el paisaje...). Se trata de una poesía humanizada pero evasiva, independiente de los problemas sociales del momento.
A tales características responde la poesía de Luis Rosales (Abril), Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco (Cantos de primavera), Dionisio Ridruejo o José García Nieto (Víspera hacia ti). Algunos darían un giro ideológico, como Ridruejo, y otros buscarían nuevas formas: el máximo exponente de esta búsqueda será la obra de Luis Rosales La casa encendida (1949), conjunto de largos poemas en versículos y de lenguaje personalísimo.
POESÍA DESARRAIGADA
Quedaría opuesta a la anterior por estas palabras de Dámaso Alonso: “Para otros, el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y de toda serenidad”. Es, pues, una poesía que reacciona contra el formalismo y neoclasicismo de los garcilasistas. A esta desazón dramática respondió su obra Hijos de la ira (1944), que preside toda una veta de creación poética de aquel momento y Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre. En este caso será la revista Espadaña, fundada en 1944 por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, la que acoja a los poetas de esta tendencia. Se trata de una poesía arrebatada, de agrio tono trágico (que a veces fue calificada de tremendista), una poesía desazonada que se enfrenta con un mundo deshecho y caótico, invadido por el sufrimiento y la angustia. La religiosidad está muy presente, pero en ellos adopta el tono de la desesperanza o la duda, o en ocasiones se manifiesta en desamparadas invocaciones e imprecaciones a Dios sobre el misterio del dolor humano. Este humanismo dramático tiene un entronque con la línea existencialista. El estilo es bronco, directo, más sencillo y menos preocupado por los primores estéticos. Estas son las características de esta poesía que se preocupa por el hombre, antes de que desemboque claramente en una “poesía social”.
En esta línea se incluyen poetas entre los que destacaremos a Dámaso Alonso, Gabriel Celaya y Blas de Otero. Hubo otros muchos: Victoruano crémer, Eugenio de Mora, José Luis Hidalgo, Carlos Bousoño o Vicente Gaos.
OTRAS TENDENCIAS
Las tendencias de la poesía de estos años no se agotan con las dos expuestas en los epígrafes anteriores; de hecho, ni siquiera entre éstas puede establecerse una tajante distinción, ya que en ocasiones se observan momentos de zozobra en los poetas arraigados y de serenidad en algún poeta desarraigado. Y surgen ya en aquellos años autores muy difíciles de encasillar en esta dicotomía, como José Hierro y José María Valverde.
En una posición marginal con respecto a las dos tendencias señaladas, surge un movimiento conocido como postismo, fundado en 1945 por Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y otros. Abreviatura de Postsurrealismo enlaza con la poesía de vanguardia: reivindica la libertad expresiva, la imaginación, lo lúdico... Pretende ser un “surrealismo ibérico”. Rechaza la angustia existencialista y, frente a la inminente poesía social, se representará como una rebeldía subjetiva, aunque no menos antiburguesa. Entre ellos destacan Edmundo de Ory y Alejandro Carriedo.
Un lugar especial merece el grupo Cántico de Córdoba, que mantenía en la posguerra el entronque con el 27 y cultivaba una poesía predominantemente intimista y de gran rigor estético, cuya valoración plena no llegaría hasta los años 70. Sus principales figuras son Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente y, sobre todo, Pablo García Baena. 
 
DÉCADA DE LOA AÑOS CINCUENTA: LA POESÍA SOCIAL.
Hacia 1955 se consolida en todos los géneros el llamado realismo social. De esta fecha son dos libros de poemas que marcan un hito: Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero, y Cantos iberos de Gabriel Celaya. Ambos poetas superan en estas obras su etapa anterior de angustia existencial para situar los problemas humanos en un marco social. Uno de los poetas de 27, Vicente Aleixandre, dará un giro profundo a su obra con Historia del corazón, centrada en la idea de solidaridad. Otra obra fundamental es Antología consultada (1952), antología poética que recoge la poesía social de los mejores poetas del momento como Celaya, Crémer, J.Hierro, Nora, Ramón Garciasol, López Pacheco...
Partiendo de la poesía desarraigada, hemos llegado a la poesía social: se impone un nuevo concepto de la función de la poesía en el mundo. La poesía debe tomar partido ante los problemas del mundo que la rodea y el poeta se hace solidario de los demás hombres y antepone los objetivos más inmediatos a las metas estéticas: la preocupación por el contenido es mayor que el interés por valores formales o estéticos. Para Celaya La poesía es un arma cargada de futuro.
Poesía es, pues, un acto de solidaridad con los que sufren, abandonando la expresión de los problemas íntimos o existenciales ; rechazo de los lujos esteticistas, repulsa de la neutralidad ante la injusticia o los conflictos sociales.
En cuanto a la temática, el tema de España se hace protagonista, más obsesivo aún que en los noventayochistas y con un enfoque político. Dentro de esta preocupación y del propósito de un realismo crítico se sitúan temas concretos como la injusticia social, la alienación, el mundo del trabajo, el anhelo de libertad y de un mundo mejor. De ahí el estilo dominante en este tipo de poesía: se dirigen a la mayoría, por lo que emplean un lenguaje claro, intencionalmente prosaico en muchas ocasiones, y un tono coloquial. A pesar del peligro de caer en una poesía banal, los grandes poetas descubrieron los valores poéticos de la lengua de todos los días. Sin embargo, pronto fueron conscientes de que el pueblo realmente no estaba en condiciones de leer poesía y llegó el desengaño: es muy difícil transformar el mundo usando como arma la poesía.
El cansancio de la poesía social no tardó en llegar y, como en los demás géneros, se irá acentuando en la década de los sesenta.
En cuanto a los autores, hay que dividirlos en dos grupos: por un lado, los poetas que publican sus obras en los años 40 o incluso antes, como Gabriel Celaya, Blas de Otero o José Hierro; y por otro, los poetas de la llamada “Generación de medio siglo”.

LA DÉCADA DE LOS AÑOS SESENTA: DE LA POESÍA SOCIAL A UNA NUEVA POÉTICA.
Ya durante los años del auge del realismo social se observaron otras tendencias: José Hierro o José Mª Valverde no pueden encasillarse en esta tendencia por su variedad de temas y enfoques, aunque presenten a veces acentos sociales.
Aunque la poesía social se prolonga en los años sesenta, ya en los cincuenta empiezan a aparecer poetas nuevos que, aunque en sus comienzos tengan acentos sociales, representarán su superación. Los más notorios son Ángel González (Sin esperanza, con convencimiento), Jaime Gil de Biedma (Moralidades), José Ángel Valente(Poemas a Lázaro, La memoria y los signos) o Claudio Rodríguez (Alianza y condena, Conjuros, Poesía...) Junto a ellos, otros como Francisco Brines, Carlos Barral, Caballero Bonald, J.A, Goytisolo... han sido recogidos en algunas antologías bajo la denominación “Grupo poético de los años 50” o “Generación de medio siglo”.
Aunque en realidad no configuren un grupo, lo cierto es que hay en ellos notas comunes ya que llevaron a la poesía por nuevos caminos. Hay en ellos una preocupación por el hombre, pero huyen de todo tratamiento patético; dan frecuentes muestras de inconformismo con el mundo que los rodea, pero también cierto escepticismo que les aleja de la poesía social, aunque en alguno de ellos se ha señalado un realismo crítico. Lo propio de estos autores es la consolidación de una poesía de experiencia personal, de ahí que muchas veces se haya hablado de poesía de la experiencia para denominar esta corriente.
En su temática se aprecia una vuelta al intimismo: el fluir del tiempo, la evocación nostálgica de la infancia... En la atención de lo cotidiano pueden surgir quejas, protestas o ironías, que revelan su inconformismo. Pero otras desemboca en cierto escepticismo dolorido, en una conciencia de aislamiento y de soledad.
En cuanto al estilo, se alejan de los modos de las tendencias anteriores: se rechaza por igual el patetismo de la “poesía desarraigada” (pese al habitual sentimiento de desarraigo de estos poetas) y el prosaísmo de los poetas sociales. Llevan a cabo una labor de depuración y de concentración de la palabra, lo que revela un mayor rigor en el trabajo poético. Junto a ello, cada poeta busca un lenguaje personal, nuevo, más sólido, aunque no les atraen las experiencias vanguardistas y se quedan en un tono cálido y cordial, contrapesado con un frecuente empleo de una ironía triste y reveladora de ese escepticismo.
Con estos poetas renace el interés por los valores estéticos. 
 
LA DÉCADA DE LOS SETENTA: LOS “NOVÍSIMOS”.
Durante la década de los setenta y sobre a partir de la segunda mitad, empiezan a publicar poetas jóvenes que han nacido después de la Guerra Civil, entre 1939 y 1948. La publicación en 1970 de la antología Nueve “novísimos” poetas españoles, de José María Casteller, nos da a conocer a estos jóvenes que consideraban que la poesía es una manera específica de tratar el lenguaje: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero.
A este lanzamiento se habían adelantado algunos de ellos: Pere Gimferrer tenía publicados sus libros Arde el mar (1966) y La muerte en Beverly Hills (1968), y Guillermo Carnero el poemario Dibujo de la muerte (1967).
Todos ellos son representativos de una nueva sensibilidad dentro de la llamada Generación del 68. Tuvieron una “nueva educación sentimental” en la que, junto a una formación tradicional y estrecha, se vieron influenciados por el cine, los discos, la televisión, los cómics..., tuvieron acceso a libros antes difíciles de encontrar y entraron en contacto con otras tendencias culturales en sus viajes por el extranjero.
Su bagaje cultural y literario es amplio y sus influencias: poetas hispanoamericanos como Vallejo u Octavio Paz, algunos poetas del 27 (principalmente Cernuda y Aleixandre) y otros poetas posteriores que, al margen de la poesía social, ya habían intentado renovar el lenguaje poético (el grupo Cántico, postistas, Gil de Biedma, Valente...), a los que hay que añadir otros poetas extranjeros. Y sus poemas están llenos, como veremos, de referencias al mundo del cine, de la música o del cómic.
En la temática encontramos lo “personal” (infancia, amor, erotismo...) junto a lo “público” (la sociedad de consumo, la guerra de Vietnam...). Al lado de tonos graves (ecos de un íntimo malestar) aparece también una provocadora e insolente frivolidad: Marilyn Monroe se codea con el Che Guevara. Frente a la sociedad de consumo son sarcásticos y corrosivos, pero también se muestran escépticos ante la posibilidad de que la poesía pueda cambiar el mundo. En lo personal y en lo político, son inconformistas y disidentes; pero como poetas, persiguen metas estéticas. Ante todo, lo que les importa es el estilo: la renovación del lenguaje poético es el objetivo principal, y junto a otros modelos, en el Surrealismo vieron una lección de ruptura con la lógica de un mundo absurdo.
Los rasgos más novedosos:
—recuperación de las actitudes vanguardistas (Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo), tanto las de preguerra (generación del 27) como las posteriores a 1940 (grupo “Cántico”, postismo, parasurrealismo de M. Labordeta)
—esta actitud se observa en la incorporación brusca de una serie de lenguajes habitualmente ajenos al ámbito literario: el lenguaje del cine, de la publicidad, del cómic o de la música moderna.
—voluntad de opacidad, hermetismo y autosuficiencia poemáticos situada en las antípodas del pragmatismo de la poesía social. Estos principios se manifiestan en actitudes, procedimientos, concepciones literarias y estilos diferentes entre sí, pero que presentan numerosos elementos de cohesión. Querían reorientar la poesía hacia la creatividad, la novedad y el arte.
—una de estas direcciones adoptó una postura esteticista, de sabor modernista y rubendariano, plena de referencias culturales eruditas al mundo de las artes. Esta línea, combinada con un escepticismo irónico y la defensa del vitalismo como actitud es la seguida por Luis Antonio de Villena (Hymnica (1979); Huir del invierno (1981)). El esteticismo culturalista adquiere un temperamento más plenamente romántico en la obra de Antonio Colinas (Sepulcro en Tarquinia (1976); Astrolabio (1979)) o en las revisiones personales de la tradición simbolista de P. Gimferrer y Jaime Siles.
—otra dirección de la poesía aparece inclinada a atender al texto poético como entidad autosuficiente de significado incierto. Esta concepción recibió el nombre de “metapoesía”, y critica la ingenuidad de la literatura realista, defendiendo la autonomía de lo literario y la insondable ambigüedad del lenguaje. Los mecanismos de significación del lenguaje y la literatura misma, se convierten en el objeto temático del texto, y conducen a un arraigado sentimiento de futilidad de la poesía. (G. Garnero, Ensayo de una teoría de la visión, 1979).
—asimismo la poesía novísima desarrolló una serie de intentos de denuncia de la manipulación social y política a través del lenguaje. Ello se combinó con una fuerte iconoclastia, un notorio despego hacia lo “literario” y con el renacimiento de actitudes decadentistas y vanguardistas, en autores como Félix de Azúa, José Miguel Ullán, Manuel Vázquez Montalbán o del tal vez más famoso de todos ellos, Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street (1970); Narciso (1979)).
Hubo, además de la de Castellet, otras antologías que no dejan de ser importantes para conocer la poesía desde finales de los sesenta y la década de los setenta:
Antonio Prieto, Espejo del amor y de la muerte. En ella se reivindica la finalidad estética del poema. Como características del grupo señala esa preocupación formal, la añoranza de una edad mítica y el gusto por el pasado retornado.
Poetas españoles poscontemporáneos y Nueve poetas del resurgimiento, dirigidas por José Batlló y V. Pozanco, respectivamente.
Joven poesía española, que recogió los nombres de los poetas más jóvenes de ese momento.
—frente a los novísimos, en los mismos años 70, se alza el Equipo de Claraboya (Agustín Delgado, Luis Mateo Díez, Ángel Fierro y J. Antonio Llamas). Su antología Teoría y poemas (1971), supuso un duro ataque contra los novísimos, a los que acusó de neodecadentes. Propugnaban una poesía heredada de la conciencia social.
Los poetas más jóvenes, los que se dan a conocer a finales de los setenta o ya en los ochenta, continúan en parte las líneas apuntadas, pero parecen alejarse de los aspectos más característicos de los novísimos y alejarse del vanguardismo más estridente, a la par que aumenta un mayor interés por la expresión de la intimidad y por las formas tradicionales.
En la abundante producción poética de los últimos años del siglo XX y principios del actual, coexisten en el panorama de la lírica española diversas tendencias. El poeta y crítico José Luis García Martín en Treinta años de poesía española, ha sintetizado los aspectos más importantes de tales tendencias: intimismo, surrealismo, neorromanticismo, recuperación de la anécdota, lenguaje coloquial, gusto por contar historias en el poema (narratividad) y por hacer hablar a distintos personajes (abunda el “monólogo dramático”), preferencia por los procedimientos retóricos “invisibles” (los que no parecen existir), amplio uso de la ironía y la parodia, alternancia de estrofas tradicionales con el verso libre y preferencia por el marco urbano. Algunos, de los muchos, de estos autores: Ana Rosetti, Álvaro Valverde, Blanca Andreu, César Antonio Molina, Miguel D'Ors, Javier Salvago o Jon Juaristi.

    TEMA 10. EL TEATRO ESPAÑOL DE 1939 A 1979. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.
Durante la guerra se desarrolló, por un lado, un teatro de corte revolucionario que sustituyó a la comedia burguesa y que trataba de levantar el ánimo y de mantener la cohesión del bando republicano. Es un teatro de urgencia y comprometido. Algunos autores de esta época fueron Alberti y Max Aub. Por otro lado, en la zona nacional, fue menos importante ya que el teatro que sustentaba su ideología ya estaba inventado: teatro burgués.
Tras la contienda, el panorama de la escena española resultará muy pobre. Es indudable que, de todos los géneros, el teatro fue el menos favorecido por las circunstancias: condicionamientos comerciales e ideológicos, que se extreman hasta límites insospechados, debido a la férrea censura y a la propia autocensura a la que los autores sometían a sus creaciones (la Ley de Unidad Sindical promulgada en 1940, que prohibió trabajar en el teatro a todo aquel que no tuviera el carnet del sindicato.) Todo ello explica que el teatro de posguerra sea un terreno poco propicio para las inquietudes creadoras.
Por eso, tras la guerra, prosperaron, de una parte, los “autores de diversión” intrascendente o conformista, un teatro que trata de dar al público obras cómicas y evasivas de las circunstancias históricas; y de otra, los autores “serios”, que se abrirán difícilmente camino en el teatro comercial. Algunos tendrán salida en los teatros de ensayo o en las representaciones de “teatro independiente” (aventuras no comerciales y muy minoritarias); muchos de ellos no podrán publicar sus obras. Así, junto a un teatro “visible”, que accede a los escenarios, se habló de un “teatro soterrado”, que intentaba responder a nuevas exigencias sociales o estéticas, y que apenas logró mostrarse. Se defiende un teatro simplificado en el que los problemas sociales se reducen al humor o a la ideologización. Una de las consecuencias de este estrecho margen fue la reposición de obras de clásicos españoles. 
 
DÉCADA DE LOS 40 Y PARTE DE LOS AÑOS 50.
La Guerra Civil supuso un corte profundo para el teatro: algunos dramaturgos han muerto, como Lorca o Valle Inclán; otros, sufren el exilio, como Casona, Alberti o Max Aub; de “escaso interés” es lo que producen viejos maestros como Benavente y Arniches. La escena se ve privada de sus figuras más renovadoras. En las carteleras proliferan comedias extranjeras , normalmente obras mediocres de diversión, que hacen que el público burgués se olvide de los problemas. Sin embargo, el cine le lleva ventaja al teatro como instrumento de diversión, lo que añade otra causa a la crisis del género.
En la producción más atendible de los autores españoles de los años 40 y principios de los 50, hay cuatro líneas fundamentales:
LA ALTA COMEDIA O COMEDIA DE EVASIÓN
Está en la línea del teatro benaventino de principios de siglo. Es lo que se llamó el teatro de “la continuidad sin ruptura”. Entre sus cultivadores encontramos a José María Pemán, Igancio Luca de Tena, Claudio de la Torre, Edgar Neville o Joaquín Calvo Sotelo.
Gozó del favor del público y de los empresarios teatrales. Se desarrolla en espacios lujosos donde personajes pertenecientes a la burguesía viven conflictos personales relacionados con la soltería, el adulterio, la nostalgia del pasado, el choque generacional o la crisis de los valores tradicionales. La resolución de tales conflictos, suele desembocar en un final feliz moralmente ejemplar. se eluden los conflictos sociales o políticos y ta sólo se realiza una moderada crítica social. Se trata de un teatro caracterizado, con salvedades, por lo siguiente:
—predominio de las comedias de salón o de los dramas de tesis; a veces, con una amable crítica de costumbres (pero sin romper con la ideología oficial), unida a una defensa de los valores tradicionales.
—preocupación por la obra “bien hecha”, con un diálogo cuidado y estructuras escénicas consagradas, aunque a veces con incorporación de técnicas nuevas.
Jacinto Benavente continuó publicando y estrenando obras como Lo increíble (1940).
TEATRO ANTIRREALISTA
Alejandro Casona. Su producción se instala en una línea antirrealista con aspiraciones poéticas y, frecuentemente, con una finalidad didáctica. Será una constante en su obra el juego de realidad y fantasía. Sus personajes viven a menudo situaciones irreales en las que los conflictos humanos se desnudan y al final de la trama han aprendido una lección moral que suele resumirse en aceptar la realidad tal y como es. Los planteamientos son interesantes y la historia suele estar bien llevada, pero casi siempre los conflictos se resuelven de forma demasiado amable y superficial y caen en el melodrama. Entre sus obras: La sirena varada, Prohibido suicidarse en primavera, los árboles mueren de pie.
EL TEATRO CÓMICO
Junto a la comedia burguesa destaca, en la línea de la comedia de evasión, destacan las figuras de Jardiel Poncela y Miguel Mihura cuyo teatro del humor representó el mejor intento de renovación y superación del género.
Jardiel Poncela, desde antes de la guerra, había propuesto “renovar la risa” introduciendo lo inverosímil y apartándose todo lo posible de las convenciones vigentes. Escribe obras con muchas acotaciones y con una gran número de personajes. Busca el humor verbal y de situación e introduce lo mágico, lo fantástico y la intriga en sus obras. Su teatro no tenía intención crítica (suele ambientar sus obras en la época contemporánea, pero sin abordar los problemas de la vida española del momento) y la burguesía vio confirmados los valores de su clase en sus obras. Nunca fue un artista comprometido al uso: su compromiso era contra las costumbres opresivas y las relaciones sentimentales románticas, contra el lenguaje trasnochado y los tópicos que invadían la vida cotidiana. Aunque la crítica lo apoyaba, tuvo poco éxito. Entre sus obras: Los ladrones somos gente honrada; Agua, aceite y gasolina y Eloísa está debajo de un almendro.
Miguel Mihura no triunfó en su momento y su obra más conocida es Tres sombreros de copa, que fue estrenada en 1952, veinte años después de su creación, en 1932. Mihura ha confesado que todo su teatro responde a una misma línea: “la de ocultar mi pesimismo, mi melancolía, mi desencanto por todo, bajo un disfraz burlesco”. Es cierto que, junto a comedias que son puros pasatiempos, hay otras en las que late la idea que constituye la base de su concepción del teatro: el choque entre individuo y sociedad, motivo de un radical descontento ante un mundo de convenciones que atenazan al hombre y le impiden ser feliz. Lo que ocurre es que ese conflicto queda escamoteado en los desenlaces o amortiguado en el desarrollo de muchas obras.
Ambos autores presentan facetas que se han considerado precedentes del teatro del absurdo, al menos por la introducción de un humor disparatado y poético. Pero esta línea sólo encontró ciertos continuadores de valor desigual.

EL DRAMA SOCIAL
En una línea muy distinta, hay que situar este tipo de teatro grave, preocupado e inconformista, que se inserta, al principio, en una corriente existencial, aunque tras el malestar vital y las angustias personales, se perciban una raíces sociales concretas, aun cuando los autores no tuvieran, o no pudieran, una intención social patente. Dos fechas resultan claves: 1949, con el insólito estreno de Historia de una escalera de Buero Vallejo, y 1953 en que un teatro universitario presenta Escuadra hacia la muerte de Alfonso Sastre. La primera, supuso una crítica a la sociedad del momento : retrata la clase media de los años cuarenta con referencias a las injusticias del momento. Los personajes son más profundos psicológicamente y los espacios escénicos más complejos. Para Alfonso Sastre, el teatro tiene una función más social que artística y por ello usa las obras como medio de reflexión y como vehículo de transformación social. Escuadra hacia la muerte marca un hito en el teatro de posguerra por su hondura existencial.

EL TEATRO REALISTA Y DE DENUNCIA SOCIAL: DÉCADA DE LOS 50 Y 60.
Desde la publicación de Historia de una escalera el teatro español encuentra un nuevo rumbo. El año 1955 vuelve a ser, como para la novela, un hito: marca una nueva etapa orientada hacia el teatro social (o de “protesta y denuncia”).
En esta etapa los condicionamientos del teatro no sufren grandes cambios, pero sí hay algunas variaciones que pueden explicar las novedades que se consolidarán hacia 1960: junto al público burgués ha aparecido un público nuevo (juvenil y sobre todo universitario) que demanda otro teatro. Además, la censura se relaja y tolera algunos enfoques críticos. Y todo ello coincide cuando en el conjunto de la creación literaria fragua la concepción de realismo social.
El teatro de testimonio social tiene como pioneros a Buero Vallejo y a Alfonso Sastre.
Buero Vallejo, en esta segunda época, se centra en el enfoque social, pero no supone un descenso de la atención por el individuo concreto o por facetas morales. Lleva a escena la realidad que era negada por el resto y ahora insiste en las relaciones entre el individuo y el entorno. Destacan sus obras Un soñador para un pueblo, Las meninas, El concierto de San Ovidio o El sueño de la razón y su obra más compleja y lograda, El tragaluz, en la que dramatiza las consecuencias de la Guerra Civil.
Alfonso Sastre, además, es su principal teorizador: en Drama y sociedad, expone su tesis: el arte es una representación reveladora de la realidad, lo social es una característica superior a lo artístico y la principal misión del arte en el mundo injusto en el que vivimos consiste en transformarlo. En 1950 había intentado fundar un “Teatro de Agitación Social” (prohibido) y en el 61 crearía el “Grupo de Teatro Realista”. Como autor, tras su etapa existencial, ponía en práctica su ideas en obras como Muerte en el barrio, La cornada, La mordaza.
Tras Buero y Sastre aparecerán autores nacidos nacidos en torno a 1925 y que son coétaneos a la Generación de medio siglo: Rodríguez Méndez (Los inocentes de la Moncloa), Carlos Muñiz (El tintero), Martín Recuerda (Los salvajes en Puente San Gil) y Lauro Olmo (La camisa).
Son obras cuya temática es característica del teatro social y abordan problemas muy concretos: la burocracia deshumanizada y la esclavitud del trabajador, las angustias de unos jóvenes opositores, la situación de los obreros que se ven forzados a emigrar o a soñar con las quinielas (La camisa), la brutalidad de unos aldeanos instigados por fuerzas retrógadas... Lo común es el tema de la injusticia social y la alienación, y la actitud del autor será de testimonio o de protesta (con las limitaciones de la censura). En cuanto a la estética y la técnica, todas se inscriben en el realismo aunque con diversos matices: por ejemplo, Lauro Olmo se apoya a veces en recursos y lenguaje del sainete, o Martín Recuerda en rasgos esperpénticos.
Tanto por su temática como por su actitud estos autores representan el intento de crear al margen de los espectáculos de “consumo” un teatro comprometido con los problemas de la España en que vivían. Tuvieron problemas para difundir sus obras, como es lógico.
Como contraste, hubo un teatro que triunfó: en los años sesenta continuaba teniendo éxito la comedia burguesa en la obra de Alfonso Paso, aunque su producción es muy variada: obras poético-humorísticas como Vamos a contar mentiras o Cosas de papá y mamá, obras de sátira o denuncia social como Los peces gordos, y alguna de recreación histórica como Preguntad por Julio César. Tras unas primeras obras de interés testimonial, prefirió el camino del éxito.

LOS AÑOS 70 Y LA BÚSQUEDA DE NUEVAS FORMAS.
Hacia muy avanzada la década de los 60 , pero fundamentalmente ya en los años 70, un grupo de dramaturgos se lanzan a la renovación de la expresión dramática. Al igual que en la novela, se supera el realismo y se asimilan corrientes experimentales del teatro extranjero (el teatro del absurdo, Brecht, Artaud...). Comienza a desarrollarse un teatro de carácter experimental y vanguardista, que ha recibido diversas denominaciones: subterráneo, del silencio, maldito, marginado, inconformista... Entre sus representantes, de muy distinta formación y edades, hay que destacar a Fernando Arrabal, quien inició su carrera mucho antes, o Francisco Nieva, que alcanzará notables éxitos a partir de 1975.
Tuvieron mayores dificultades incluso que los representantes del realismo social: su teatro era igual o más crítico que el de aquellos, lo que provocó problemas con la censura, y su audacia formal los alejó de los escenarios convencionales y del público mayoritario, convirtiéndose en una nueva corriente de teatro soterrado.
Características generales de este teatro:
—nunca tuvieron conciencia de formar un grupo homogéneo.
—pretendieron ofrecer una visión crítica de diversos aspectos, morales, sociales y políticos, del mundo contemporáneo. Seguía siendo un teatro de protesta y de denuncia en torno a temas como la falta de libertad, la injusticia y la alienación, pero la novedad estriba en el tratamiento dramático:
—se desecha el enfoque realista y, en la mayor parte de los casos, se sirvieron de procedimientos alegóricos, simbólicos y connotativos, muchas veces crípticos y de difícil interpretación.
—el afán de dar a sus obras una dimensión universal los llevó a convertir a sus personajes en símbolos, despojados de rasgos psicológicos individualizadores, en encarnaciones de ideas abstractas: el dictador, el explotador, el oprimido...
— junto a tonos directos, acude al tono poético o ceremonial.
—el lenguaje recurre a la farsa, a lo grotesco, al esperpento, a lo alucinante, a lo onírico, todo ello realzado por la escenografía. Es fácil advertir en ellos las huellas, según los casos, de Brecht, Grotowski, del surrealismo, del expresionismo, del teatro del absurdo y de una tradición española que va del entremés y de los autos sacramentales hasta el esperpento, la tragedia grotesca, el género chico y la revista... De ellos se inspiraron para cultivar numerosos recursos extraverbales: sonoros, visuales, corporales...
Francisco Nieva. Clasificó su teatro en:
—teatro de farsa y calamidad: al que pertenecen obras más poéticas y de contenido metafísico: Maldita sean Coronada y sus hijas, El corazón acelerado....
—teatro furioso: cuestiona el autoritarismo y las instituciones tradicionales españolas: Nosferatu, Pelo de tormenta...
teatro de crónica y estampa: de tema político.
Toda su obra la libérrima concepción de los elementos teatrales, la subversión de los espacios tradicionales, la supresión de la psicología de los personajes y la renuncia a incluir contenidos ideológicos.
Fernando Arrabal. Es un autor con una actitud personal y estética provocadora desde la que lanza un auténtico reto a la sociedad y a los moldes occidentales de comportamiento más extendido, dentro de una iconoclastia que ataca tabúes profundamente arraigados. Hace su teatro al margen de la sociedad, por su radical rechazo de la misma y en un proceso que va desde una marginación crítica hasta una ofensiva belicosa contra el mundo. Este proceso aparece condicionado por la evolución ideológica del autor a lo largo de más de treinta de actividad en los que nunca ha prescindido de su raíz surrealista. Podemos clasificar su teatro en:
—teatro del exilio: Destaca, entre otras muchas, El cementerio de automóviles, representada en Madrid en 1977 y que decepcionó a un público que no fue capaz de leer en ella la metáfora del franquismo.
—teatro pánico: caracterizado por la búsqueda formal (espacial y gestual) y por el uso surrealista del lenguaje. Podemos destacar ¿Se ha vuelto loco Dios?
—teatro del “yo” y el mundo, en el que el autor indaga su situación en un determinado entorno social. Destacaremos El jardín de las delicias.
—teatro del “yo” en el mundo, en el que reflexiona sobre el compromiso del escritor en la sociedad. Destacaremos Oye, patria, mi aflicción.
Los dramaturgos que al terminar la guerra se habían exiliado como Max Aub, Rafael Alberti, León Felipe... permanecieron, con algunas excepciones, alejados de nuestros escenarios.
En esta renovación teatral desempeñaron un importante papel los grupos de teatro independiente sin cuya labor sería inexplicable la renovación teatral, como Els Comediants, Els Joglars, La Cuadra, El Teatro Libre, La Fura Dels Baus etc., que buscaron con ahínco una línea de trabajo peculiar e inconfundible. Crean textos propios, hacen montajes colectivos y actúan fuera de los circuitos comerciales. En grandes ciudades como Madrid o Barcelona, comienzan a realizar una importante labor las salas de teatro alternativo, de aforo reducido y de precio más asequible, que generalmente ofrecen un teatro de vanguardia dirigido a un público formado y con inquietudes culturales.
A partir de 1975 el teatro, al compás de los cambios trascendentales de la sociedad española, se vio favorecido por la desaparición de la censura, las subvenciones de la Administración Central y de los Gobiernos de las Comunidades Autónomas, el establecimiento de un Centro de Documentación Teatral y de un Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas...; pero el florecimiento del teatro no se produjo porque las obras estrenadas en este período ofrecen un interés, con pocas excepciones, limitado y como consecuencia el público, que además tiene cubiertas sus necesidades de diversión con el cine y otras formas de comunicación, se siente cada vez menos atraído por este género.
Tras unos años de dominio experimental en la escena teatral, se advierte una vuelta a la estética realista perceptible tantos en autores como en grupos de teatro independiente que, desde una perspectiva social y testimonial, se interesan por los problemas de la vida cotidiana, pero no excluyen elementos oníricos o alucinantes. Por una parte, se emplean elementos de la tradición como el lenguaje del sainete; por otra, se da una moderada renovación formal. Los nuevos dramaturgos se inclinan más por el género de la comedia o la tragicomedia; la tragedia es menos usual. las obras transmiten con frecuencia un desencanto vital, reflejo de una generación que va viendo caer sus utopías.
De los autores que iniciaron su carrera en décadas precedentes, Antonio Buero Vallejo (Jueces en la noche, Las trampas del azar) y Antonio Gala han mantenido una presencia continuada en los escenarios. Antonio Gala es un autor difícil de clasificar. Sus primeros estrenos se remontan a los años 60; desvinculado del teatro comercial de la época y del drama social de su generación, cultiva el realismo poético, la farsa histórica, el drama simbólico-moral... La acogida de su obra ha sido irregular, pero con una progresiva aceptación desde los años setenta. En 1963 se representa Los verdes campos del Edén, obra de humor y ternura. Gala escribe con regularidad y con éxito constante. En 1980 llega a los escenarios ¡Suerte, campeón!, hasta entonces prohibida por la censura. Con Petra regalada (1980), despertó el entusiasmo del público.
Mejor acogida que obras del teatro experimental han tenido las obras de otros dramaturgos de la vieja guardia: Valle Inclán, Lorca, y en menor medida M.Mihura, Jardiel Poncela y Alejandro Casona.
Por otra parte, diversos novelistas y ensayistas –Carmen Martín Gaite, Eduardo Mendoza, Miguel Delibes, Fernando Savater— han hecho sus pinitos en este género, con creaciones originales o con adaptaciones dramáticas de algunos de sus relatos.
También, como ha ocurrido en épocas pasadas, los empresarios han abierto sus puertas, preferentemente, a los cultivadores de un teatro de evasión, humorístico, de corte folletinesco o moralizador y de crítica amable y superficial. Entre los más favorecidos han estado Ana Diosdado y Juan José Alonso Millán (Revistas del corazón, El guardapolvo, Un golpe de suerte).

NOTA: EL TEMA 11. LA NOVELA Y EL CUENTO HISPANOAMERICANO DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX, se entregará por fotocopias del libro de AKAL. El tema 12 aún está en proceso de elaboración. 



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