domingo, 16 de diciembre de 2012

2º BACHILLERATO. APUNTES LITERATURA. TEMA 4: MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98.



TEMA 4. MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98.
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX Europa vive un periodo de inestabilidad que desembocará en la Primera Guerra Mundial.
España está inmersa en una crisis económica, política, social y espiritual. La Gloriosa no dio los frutos que se esperaba de ella y llegó el desencanto. La Restauración no fue capaz de paliar los graves problemas, aunque supuso un periodo de relativa tranquilidad, marcado por la alternancia en el gobierno de liberales y conservadores. En 1898 el gobierno de Sagasta lleva a España a una guerra desigual que termina con el conocido Desastre del 98, en que España pierde Cuba, Filipinas y Puerto Rico, muchas vidas e influencia económica. La situación se agrava y la crisis económica se convierte en social, cuyo máximo exponente de violencia fue la Semana Trágica de Barcelona en 1909. La brutal represión provocó el rechazo de la sociedad española y de Europa. Llegará después el golpe de estado y la dictadura de Primo de Rivera, que puso fin al turno de partidos y al parlamentarismo. En 1931 se proclama la 2ª República, que intentará resolver los graves problemas del país, pero que encontró todo tipo de obstáculos. España se despeña entonces en la Guerra Civil (1936-1939).
A principios de siglo España era un país atrasado en todos los sentidos. Por ello, se analiza la realidad española en profundidad para intentar regenerar el país y se vuelven los ojos a autores como Larra, Cadalso o incluso Quevedo. Ya a fines del siglo XIX el interés recayó en la educación como única vía posible de regeneración. El krausismo evolucionó al institucionismo y los viejos líderes intelectuales fueron sustituidos por Giner de los Ríos ( que fundó la Institución Libre de Enseñanza), Galdós, Ramón y Cajal, Menéndez Pelayo.... De todo este caldo de cultivo nació el movimiento regeneracionista: Joaquín Costa, Ramiro de Maeztu y Francisco Silvela intentaron buscar lo propio del alma española, labor que será clave para el 98 y que después continuarán hombres como Menéndez Pidal, Américo Castro y Ortega y Gasset.
A fines de siglo XIX en España, Europa e Hispanoamérica surgen movimientos de tipo disidente e inconformista fruto de la crisis de la conciencia burguesa. Nacen en el seno de la burguesía pero son de signo antiburgués. En la literatura cunden los impulsos renovadores, radicalmente opuestos a las tendencias vigentes (realismo, naturalismo, prosaismo poético...). En un principio se llamó “modernistas” a los jóvenes escritores movidos por esta ansia de de renovación, pero con el tiempo el término fue reservándose a aquellos, especialmente poetas, que se separan del mundo al que odian y encauzan su inconformismo en la búsqueda de la belleza, lo raro, lo exquisito: se propusieron una renovación estética. Junto a ellos, otros escritores, fundamentalmente prosistas, movidos por el mismo afán renovador, dan especial cabida en su temática a los problemas del momento histórico y recibieron el nombre de Generación del 98.
Ambos movimientos coinciden cronológicamente y buscan una renovación literaria, pero las diferencias entre ellos son notorias. El Modernismo quiso ser una superación de las fronteras nacionales y soñó con París, Oriente y países exóticos. Tal y como llega a España de la mano de Rubén Darío ( su segunda estancia en España pone en contacto a modernistas y noventayochistas), es una literatura de los sentidos, deslumbrante de cromatismo y atractivos sensuales. Impulsados por la búsqueda de la belleza, utilizaron un lenguaje minoritario y retoricista de intención predominantemente estética. La Generación del 98 enfocó su alma en su preocupación por España y redescubrió Castilla como cuna de lo español. Se trata de una literatura que constituye un examen de conciencia y que busca la verdad. Su lenguaje huye del barroquismo, del artificio recargado, del casticismo y del preciosismo literario. Desean una lengua válida para todos, y para ello había que conseguir mayor ligereza y precisión.
Modernismo y Generación del 98 rechazan del ochocientos el cliché lingüístico y la frase hecha. Ambos comienzan la llamada Edad de Plata o Segunda Edad de Oro de las letras españolas.
MODERNISMO
Podemos definir el Modernismo literario como un movimiento de ruptura con la estética vigente que se inicia en torno a 1880 y cuyo desarrollo fundamental llega hasta la Primera Guerra Mundial, aunque autores como Machado o Juan Ramón lo abandonaran antes, o podamos percibir su eco en momentos posteriores entrelazado con movimientos ya distintos.
El término “modernista” fue utilizado en un principio con un matiz despectivo, pero Rubén Darío, junto a otros escritores, asume con orgullo ese mote a partir de 1890. Rubén Darío publica en 1888 su obra Azul (18 cuentos y siete poemas), que supone la obra inaugural del movimiento y que le convirtió en padre del Modernismo ya que supuso una revolución formal por la modernización de recursos expresivos y el cuidado del ritmo. En el prólogo de Prosas profanas (1896) formula las bases de la nueva estética: afán de originalidad, exotismo, exaltación de países lejanos (Grecia, China, Japón), armonía de la palabra y verso deslumbrante. Enriqueció el léxico con voces de gran sonoridad, introdujo el soneto en alejandrinos y cultivó el dodecasílabo y el verso libre. Evoluciona hacia un tono más reflexivo y abandona el preciosismo en Cantos de vida y esperanza (1905), poesía trascendental en la que reflexiona sobre la vida y en la que aparecen junto a lo pagano y lo erótico tonos graves, inquietud, amargura, desengaño. También aparece su preocupación social y denuncia los peligros de la dominación americana para la cultura hispana.
El modernismo triunfante en España coincidió con la segunda estancia de Rubén en España en 1899, momento en que se encauzó definitivamente el cambio poético. El afán renovador de los jóvenes escritores españoles será guiado de la mano de Rubén y de la nueva poesía de José Martí (Cuba) o M. Gutiérrez Nájera (Méjico). La aludida crisis de la conciencia burguesa produjo actitudes distintas: la rebeldía política, como la de José Martí, muy parecida a la postura de los jóvenes del 98 en España, aunque la más característica es la de aquellos que expresan literariamente su repulsa por vía de un aislamiento aristocrático y un refinamiento estético, acompañados no pocas veces de actitudes inconformistas como la bohemia o el dandismo, y ciertas conductas asociales y amorales.
La primacía de Hispanoamérica en la constitución del Modernismo es indiscutible. En un principio se rechazó la tradición española y la poesía dominante en la antigua metrópoli (a excepción de Bécquer), de ahí que volvieran los ojos a otras literaturas. La influencia francesa en fundamental. Además de los grandes románticos (Víctor Hugo), hubo dos movimientos claves: el Parnasianismo, y la máxima de T. Gautier “el arte por el arte”, hace que se instaure el culto a la perfección formal y una poesía serena y equilibrada de formas puras y escultóricas. Los temas predilectos de Leconte Lisle reaparecerán en el Modernismo: evocación de los mitos griegos, de exóticos ambientes orientales, de épocas y civilizaciones pasadas, el mundo bíblico, el antiguo Egipto, los pueblos germánicos o la Edad Media española.
El Simbolismo, corriente de idealismo poético que arranca de Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé, sin abandonar las metas estéticas, postula que el mundo sensible no es más que el reflejo o símbolo de las realidades escondidas, y la misión del poeta es descubrirlas, de ahí que los versos se llenen de misterios, sueños y símbolos (ej, el ocaso=vejez o muerte, río=vida...) Es una poesía que propone sugerir mediante un lenguaje fluido y musical.
El modernismo hispánico es una síntesis de ambos movimientos, aunque también son destacables otras influencias: E.A. Poe y Walt Whitman (EEUU), Oscar Wilde (Inglaterra) y poetas de la propia tradición española: Bécquer y los poetas antiguos: Berceo, Manrique, el Arcipreste y los poetas de los Cancioneros del siglo XV. El retorno a las raíces españolas se incrementará tras el 98.
En cuanto a la temática modernista, apunta en dos direcciones: la exterioridad sensible (lo legendario, lo pagano y lo exótico) y la intimidad del poeta (vitalismo y sensualidad pero también melancolía y angustia).
Sienten una desazón romántica (malestar y rechazo a la sociedad), de la que se deriva una sensación de soledad y desarraigo. Se exaltan de nuevo las pasiones y lo irracional frente a la razón y reaparece el misterio, lo fantástico, el sueño. Pero lo más importante son las manifestaciones de tedio, tristeza y profunda melancolía, a veces angustia, de ahí la importancia de la presencia de lo otoñal. De la necesidad de soñar mundos de belleza en los que refugiarse de un ambiente mediocre procede su escapismo, en el espacio (lo exótico y lo oriental) y el tiempo (hacia el pasado medieval o el de los mitos clásicos): los versos se llenan de ninfas, sátiros, vizcondes, caballeros y castillos. La misma necesidad de evasión supone el cosmopolitismo, que desemboca en la devoción por París.
En cuanto al tema del amor y el erotismo, hay un fuerte contraste entre un amor delicado y una idealización del amor y la mujer, acompañado casi siempre de languidez y melancolía (nuevo cultivo del amor imposible) y un erotismo desenfrenado: Rubén y otros escritores nos muestran descripciones sensuales y notas orgiásticas, que se interpretan a veces como un desahogo vitalista ante las frustraciones, y otras enlaza con actitudes amorales y asociales.
Serán también importantes los temas americanos: al principio como evasión a los mitos del pasado, después como búsqueda de unas raíces comunes.
En cuanto a los temas hispanos, después del 98 se produce un acercamiento a lo español y un “panhispanismo” frente a EEUU (Cantos de vida y esperanza). Rubén Darío saludó a España como la la Patria Madre, pero su mirada fue crítica, vecina en algún punto a los noventayochistas. En los modernistas españoles será difícil encontrar muestras de una actitud crítica por la realidad española del momento, pero sí se aprecian finas captaciones impresionistas del paisaje, presididas por metas estéticas o evocaciones de figuras a modo de estampa.
La estética modernista tiene como base la búsqueda de belleza, armonía y perfección, de ahí el esteticismo que lo invade todo, al menos en la primera etapa del movimiento. De ahí la búsqueda de valores sensoriales (para Salinas el Modernismo es una literatura de los sentidos). Para ello, el manejo del idioma será imprescindible.
El enriquecimiento estilístico apunta en dos direcciones: en el sentido de la brillantez y los grandes efectos por un lado; en el sentido de lo delicado, por otro. Así sucede con el color y los efectos sonoros.
Los modernistas se valdrán de todos aquellos recursos estilísticos que se caractericen por su valor ornamental, su valor sugeridor o ambos: aliteraciones (la libélula vaga de una vaga ilusión), sinestesias (verso azul, sol sonoro), imágenes (nada más triste que un titán que llora / hombre montaña encadenado a un lirio) y enriquecimiento del léxico con cultismos o voces exóticas o adjetivación ornamental (dromedario, ebúrneo cisne)
No podemos olvidarnos de las innovaciones métricas. En su anhelo de ritmo, usaron con preferencia el verso alejandrino, de influencia francesa será el dodecasílabo y el eneasílabo, aunque no dejaron los versos tradicionales como el endecasílabo o el octosílabo. En cuanto a las estrofas, lo importante era no ceñirse a las estrofas consagradas, de ahí que el soneto ofrezca múltiples variedades.
Los principales representantes del Modernismo son:
1. Ramón María del Valle Inclán.
Su amplia producción literaria abarca todos los géneros y nos muestra también una profunda evolución: desde el Modernismo elegante y nostálgico, que es una evasión hacia la belleza, a una literatura crítica basada en la distorsión de la realidad: el esperpento supone una evasión hacia lo trágico y miserable del alma humana.
La etapa modernista de Valle coincide con sus primeros años de creación literaria. En esta etapa predominan las obras donde aparece una Galicia primitiva, mezcla de lo patriarcal y lo popular, lo legendario y lo realista.
Sus Sonatas representan la cima de la prosa modernista: son cuatro novelas breves que recogen las memorias del Marqués de Bradomín, un don juan “feo, católico y sentimental”. Cada una de ellas supone un paisaje, una estación y una edad de la vida diferentes: La Sonata de estío nos cuenta una relación amorosa en Méjico; la Sonata de otoño, su relación con una enferma de tuberculosis en Galicia; la Sonata de primavera la relación con una novicia a orillas del Tirreno; y la Sonata de invierno, su pérdida del brazo por Carlos VII en Navarra.
Domina en ellas un romanticismo decadente en el que las mujeres son etéreas y enfermizas y los jardines descuidados pero hermosos. Constantemente se enfrentan en el héroe la religiosidad y el erotismo: mezcla la elegancia y la amoralidad en una exaltación de un mundo decadente. Su prosa es rítmica, refinada y bellísima.
2. Antonio Machado.
A pesar de ser uno de los principales representantes de la poesía de la Generación del 98, se adhirió en un principio a la estética modernista, al igual que Juan Ramón o Valle Inclán, que queda representada en su obra de 1903 Soledades, que será ampliada en 1907 a Soledades,galerías y otros poemas. Se trata de un modernismo intimista ya que Machado escribe mirando hacia dentro, en un íntimo monólogo. En sus 42 poemas destaca el tema de abril, el culto a la primavera y temas con asociaciones religiosas como la irreversibilidad del tiempo (tempus irreparabile fugit) o la inexorabilidad del destino. Intenta apresar sentimientos universales que giran en torno a los problemas de la condición humana. La soledad, la melancolía y la angustia traspasan su versos. Las expresiones y asociaciones corresponden al simbolismo francés en el que se formó. La metáfora de la vida como agua que corre es constante. destaca la personificación del paisaje y las visiones de la mujer con resonancia becqueriana. Nunca abandonará la terminología religiosa en su obra, pero a partir de aquí la usará con otra función.
Es una etapa de expresión modernista y de influencia simbolista y parnasiana, aunque ya domina en él el intimismo de épocas posteriores como se puede apreciar en “Del camino”.
3.Manuel Machado (1884-1947)
Destaca junto a su hermano en la poética modernista con obras como Tristes y alegres, en la que esboza su personalidad, o Alma (1901) donde es observable un modernismo simbolista mezclado con el andalucismo colorista y sensual típico del autor. Se trata de una obra sensual pero con melancolía rubeniana.
El resto de su producción será un desarrollo de los temas apuntados en Alma. En la etapa que va desde sus Caprichos (1905) a su Ars moriendi (1922) se nos aparece como el más fiel de los modernistas españoles. Los rasgos más destacados de su poesía: suave sonoridad de los versos, combinación de formas y ritmos franceses y el sentir popular de Andalucía vestido en los moldes de la copla, hasta el punto que su poesía se integró en el pueblo olvidando el nombre de su creador, hecho que, en palabras del propio autor, constituía la mayor gloria del poeta.
4. Juan Ramón Jiménez.
(Os lo pongo aquí porque al menos hay que hacer referencia a su etapa modernista, pero lo estudiaremos en otros temas en profundidad: el Novecentismo.)
Su trayectoria poética está marcada por unos temas constantes: la belleza, la poesía, el amor, la eternidad, Dios. En su creación se distinguen varias etapas. Dentro de la que él mismo llamó “época sensitiva”, entre 1908 y 1915, sus obras Elejías y La soledad sonora, representan su poesía “vestida con los ropajes del Modernismo” pero sin llegar a la exuberancia de aquél. Es un Modernismo intimista, orientada hacia la contemplación y la confesión sentimental.

GENERACIÓN DEL 98
Fue Azorín quien acuñó el término de Generación de 98 en unos artículos de 1913. En su nómina aparecen nombres tan sorprendes como el de Rubén Darío o Benavente, y queda fuera Antonio Machado. Señala como características comunes de estos jóvenes escritores su espíritu de protesta, un profundo amor al arte y las influencias que recibieron del parnasianismo de Gautier y del simbolista de Verlaine, con lo que no se presenta aún desligado al grupo del Modernismo. Sin embargo, autores como Baroja o Unamuno rechazaron o pusieron reticencias a esta denominación, pero pronto el término hizo fortuna y Ortega y Gasset lo adopta en seguida.
Se dio el nombre de Generación del 98 a aquellos autores que compartían una serie de características generacionales: nacieron en años poco distantes (10 años separan al mayor, Unamuno, del más joven, Machado), tuvieron una formación intelectual semejante (Salinas señala el autodidactismo), eran un grupo de jóvenes escritores que pronto entraron en contacto, acudieron a las mismas tertulias y colaboraron en las mismas revistas (Juventud, Alma española, Helios) y participaron en actos colectivos propios, como la visita a la tumba de Larra. Obviamente el desastre del 98 aunó voluntades. Unamuno será el guía de estos jóvenes cuyo lenguaje generacional supone importantes novedades estilísticas, una ruptura con el Realismo y el Naturalismo y una clara voluntad antirretórica.
Para Azorín un “espíritu de protesta” y rebeldía animaba a la juventud del 98, lo cual es una muestra de la crisis de la conciencia pequeño-burguesa: procedentes de las clases medias, es la primera generación de intelectuales que intentó pasarse al enemigo. A excepción de Valle Inclán y Machado, que tuvieron un proceso evolutivo inverso, la labor inicial de los noventayochistas se emparienta con movimientos políticos revolucionarios: Unamuno está afilado al marxista PSOE y escribe en revistas subversivas, Maeztu comparte los anhelos socialistas que vierte en Hacia otra España, Azorín se declara anarquista y Baroja siente también simpatía por esta ideología, aunque no adopte una postura tan activa como la de sus compañeros. Valle, por el contrario, profesa ideas netamente tradicionalistas y Machado sólo se conoce por un libro de poesía intimista, Soledades, en el que aún no aparecen sus ideas liberales.
En 1901 el “grupo de los tres” publica un Manifiesto con el fin de cooperar a la generación de un nuevo estado social: de nada sirven el dogma religioso, ni el doctrinarismo republicano y socialista ni el ideal democrático. Sólo la ciencia social puede mejorar la vida de los miserables. Su posición ahora es la de un reformismo de tipo regeneracionista.
Pero la campaña fue fracaso y con ello llega el desengaño. En 1905 se inicia un giro hacia posturas netamente idealistas y sienten en el alma el fracaso de los anhelos juveniles. La preocupación por España sigue siendo clave, pero ahora desde la actitud contemplativa del soñador o desde un escepticismo desconsolado.
En 1910 cada autor ha forjado ya una fuerte personalidad. Hay una serie de características que configuran lo que tradicionalmente se conoce como mentalidad del 98, además del ya mencionado idealismo. Se intensifica el entronque con corrientes irracionalistas europeas: Nietzsche, Schopenhauer, Kierkegaard (puede hablarse de un neorromanticismo coincidente con el de los modernistas). Adquieren especial relieve las preocupaciones existenciales: los interrogantes acerca del sentido de la vida, la muerte o el tiempo producen en los escritores o en sus personajes hastío vital o angustia, en especial en Unamuno. El tema de España se enfocará con tintes subjetivos, de forma que los anhelos y angustias íntimas de los autores se proyectan sobre la realidad española. Y la historia, es otro de los campos de reflexión: al principio se acude a ella para rastrear las raíces de los males presentes, pero después se buscan los valores permanentes de Castilla y de España. Les atrajo también lo que Unamuno llamó “intrahistoria”: la vida callada de los millones de hombres sin historia que, con su labor diaria, han hecho la historia más profunda”. Y junto al amor por España, el anhelo de europeización, aunque con el tiempo dominará en casi todos ellos la exaltación casticista.
En la evolución ideológica los noventayochistas, Azorín derivó a posturas tradicionalistas, Maeztu se convirtió en el adalid de la derecha nacionalista; Unamuno, en constante contradicción, se encerró cada vez más en sí mismo y después de una postura ambigua ante el alzamiento, pronunció su famosa proclama “vencerán pero no convencerán”. Baroja se recluye en un escepticismo radical. Valle, por el contrario, se acerca a posturas progresistas cada vez más radicales y la evolución ideológica de Machado le lleva cada vez a la izquierda.
La Generación del 98, como fenómeno estético, lleva a cabo una renovación literaria a principios del siglo XX que rechaza la estética precedente, con significativas excepciones: Maeztu siente afinidad con Galdós, y valora con criterios modernos a Bécquer y a Rosalía. Se toma a Larra como precursor y sienten veneración por algunos clásicos: Fary Luis, Quevedo o Cervantes y la literatura medieval, en especial el Cantar de Mio Cid, Berceo, el Arcipreste de Hita o Manrique.
Con una clara voluntad antirretórica quiere ir a las ideas, al fondo, de ahí el sentido de la sobriedad y el cuidado del estilo: desprecian por igual el prosaísmo y el exceso de retórica. Amplían el léxico español con palabras tradicionales o terruñeras que toman del habla de los pueblos o de las fuentes clásicas. Como ya apuntamos, el subjetivismo se convierte en un rasgo esencial, de ahí que el lirismo impregne un gran número de páginas que desvelan el sentir personal de cada autor (intimismo). Frente al tema de España, se mezclan amor y dolor, de ahí que junto a la visión de atraso y pobreza, encontremos cada vez más una exaltación lírica de los pueblos y del paisaje, fundamentalmente de Castilla, en la que vieron la cuna de la nación, de la tradición literaria y de la cultura, que tiene como máximo exponente a Don Quijote. Su atracción por lo austero de las tierras castellanas supuso una nueva sensibilidad.
Además, innovaron en el campo de los géneros literarios: se observan profundos cambios en la novela y se configura el ensayo moderno. Menor éxito tuvieron los intentos de renovación en el teatro, a excepción de Valle.
La estética y el espíritu noventayochista se manifiesta en todos los géneros literarios: novela, poesía, ensayo y teatro. Sus principales representantes son:
  1. Miguel de Unamuno (1864-1936)
Considerado el guía de los noventayochistas, estuvo en constante lucha con los demás, fundamentalmente contra la ramplonería, y consigo mismo: varias crisis de fe le hicieron hundirse en los problemas de la muerte y la nada, y su eterno debate entre fe e incredulidad llenarán sus páginas de angustia.
Cultivó todos los géneros literarios y todas su obras se hayan vertebradas en torno a dos ejes temáticos fundamentales: el tema de España y el sentido de la vida humana.
Su inmenso amor por la patria le arranca su famoso grito “me duele España”. En su ensayo En torno al casticismo, analiza el carácter nacional a través de la intrahistioria y plantea otras cuestiones fundamentales del 98: la valoración de Castilla, la articulación de españolismo y europeización… Vida de Don Quijote y Sancho es una interpretación muy personal de la obra cervantina en la que llega a la conclusión de que los males de la patria residen en que ya no hay Quijotes. Cambia sus anhelos de europeizar España por el de españolizar Europa. El tema de España estará presente en otros ensayos como Por tierras de Portugal y España, Andanzas y visiones españolas, en cientos de artículos y en buena parte de su obra poética.
El tema del sentido de la vida humana cobra acentos muy personales en este autor. Su pensamiento existencial también se vierte en ensayos, novelas, teatro y poesía, así como en artículos. En el ensayo Del sentimiento trágico de la vida nos muestra su miedo a la Nada, al anonadamiento tras la muerte, lo que supone la angustia de despertar a la trágica condición humana. La inmortalidad se convierte en una idea monomaníaca, de ahí su hambre de Dios, pero la razón le niega la esperanza. Los mismos temas aparecerán en La agonía del cristianismo. Unamuno contribuyó con éstos y otros ensayos a la creación de la retórica del ensayo español.
En cuanto a su obra poética, despreció la rima y prefirió el verso libre. Entiende la poesía como una asociación poética de las imágenes, con una rima interna y robusta de pensamiento y con un argumento lírico. Su estilo es sobrio, denso conceptualmente. Su temática: la inmortalidad, la identidad del ser, la intucición como forma de conocimiento... Destacaremos Poesías, Rosario de sonetos líricos, El Cristo de Velázquez y Cancionero.
En su terato representó directamente los conflictos íntimos, así en Fedra, Raquel encadenada, La esfinfe, Soledad y El otro.
Pero prestaremos más atención a la novela, dada la renovación del género que supusieron sus obras, cauce de los conflictos existenciales. Comenzó, sin embargo, con una novela histórica o intrahistórica, que necesitó más de doce años de preparación (novelista ovíparo), Paz en la guerra. Amor y pedagogía ya es una novela ideas (novelista vivíparo). A su siguiente novela, Niebla, la subtitula nivola como reacción a la crítica: se trata de una naracción breve en la que apenas hay descripciones, el diálogo juega un papel fundamental y sus personajes son agonistas, anhelosos de serse, que luchan por su existencia contra la muerte y la disolución de su personalidad. Después, vendrán otros dramas: Abel Sánchez (cainismo), La tía Tula (maternidad) o San Manuel, bueno, mártir (un cura pierde la fe pero guarda las apariencias para procurarles la felicidad a sus feligreses). También escribió cuentos y novelas cortas como Tres novelas ejemplares y un prólogo.
2. Ramón María del valle Inclán (1866-1936).
Después de publicar sus Sonatas empieza a alejarse del Modernismo para preocuparse por el pueblo, los oprimidos y el la situación de España. Comedias bárbaras son tres obras teatrales en las que recupera Galicia pero ahora con toda su miseria: personajes violentos, extraños o tarados, y todo ello presidido por Don Juan de Montenegro, tirano que representa un mundo heroico en descomposición. El lenguaje se vuelve más fuerte y hasta agrio, pero musical y brillante. Esta tendencia se acentúa en la trilogía de novelas La guerra carlista en la que, junto a resabios modernistas, aparece un lenguaje desgarrado y bronco, acentuado por un léxico rústico. En las novelas de la última etapa, como Tirano Banderas o el ciclo de novelas históricas El ruedo ibérico, el estilo, como en los esperpentos, es desgarrado, agrio en su humor, con una fuerte carga crítica, pero sigue siendo una prosa de cuidada elaboración.
Tras esta etapa de transición llega el esperpento, cuyo máximo exponente es su obra teatral Luces de bohemia. Pone su estética al servicio de las ideas del 98: lo trágico y lo grotesco se mezclan para dar como resultado una estética que pretende ser la superación del dolor y la risa. Deforma la realidad para realizar un profundo análisis crítico de la sociedad.
3. José Martínez Ruiz, “Azorín” (1873-1967)
Su pensamiento se centra en la obsesión por el tiempo, la fugacidad de la vida, una melancolía que fluye mansamente unido al deseo de apresar lo que permanece por debajo de lo que huye o de fijar en el recuerdo las cosas que pasaron. Es un contemplativo y un espíritu nostálgico que vive para evocar. Es el mejor ejemplo de compenetración novenatyochista con el paisaje castellano. En sus novelas se difumina la línea divisoria entre novela y ensayo, apenas hay trama argumental, mero pretexto para hilvanar una galería de personajes fracasados y sensibles. Autor impresionista atento a la belleza de lo nimio. Su estilo fluye lento, con un lirismo contenido: precisión, claridad y uso de la palabra justa y la frase breve; técnica miniaturista en sus descripciones.
Sus tres primeras novelas son de carácter autobiográfico y de ella toma su pseudónimo: La voluntad, Azorín y Confesiones de un pequeño filósofo. En su segunda etapa recupera a los grandes clásicos y culmina su percepción del tiempo como en Castilla. Intentó renovarse con las vanguardias, pero después volvió al tema del tiempo.
4. Pío Baroja (1872-1956)
Dos son las notas que caracterizan la personalidad de este autor: pesimismo e individualismo.
Se dedicó casi en exclusiva a la novela. Sus personajes, son siempre un reflejo del autor. Anheló ser un hombre de acción, pero era un ser abúlico, de ahí que encontremos personajes en los que se proyecta este ideal de hombre de acción que siempre quiso ser, y otros, como Andrés Hurtado, se muevan por el mundo con esa monomanía deambulatoria tan característica en Baroja.
Su concepción de la vida se inscribe en el pesimismo existencial: el escepticismo preside la raíz de todas sus ideas. El mundo carece de sentido, la vida es absurda y no alberga ninguna confianza en el hombre, lo que explica el hastío vital de muchos de sus personajes.
De su primera etapa destacaremos Camino de perfección y dos trilogías La raza (El árbol de la ciencia, La dama errante y La ciudad de la niebla)y La lucha por la vida (La busca, Mala hierba, Aurora roja). En la segunda vuelve con otra trilogía, Las ciudades, y una tetralogía, El mar, de la que destacaremos Las inquietudes de Shanti Andía. Entre 1913 y 1935 se consagró a Memorias de un hombre de acción. Sus últimos años los dedicó a sus memorias, Desde la última vuelta del camino.
5. Antonio Machado (1875-1939)
Pensaba que la poesía es sobre todas las cosas una honda palpitación del espíritu. Su estancia en Soria le marcará para el resto de su vida: allí se enamora de Leonor, con la que se casa en 1909. Pero 3 años más tarde fallece prematuramente y abandona Castilla, aunque su corazón queda en “el alto espino”, cementerio en el que reposa su esposa. Baeza, Segovia, Madrid, Valencia, Barcelona y finalmente Collioure, donde fallece en el 39. En su obra se distinguen varias etapas marcadas por los acontecimientos de su vida.
Soledades, un libro inmerso en el Modernismo pero lejos de lo deslumbrante y lo exótico, debido a su fuerte influencia simbolista, será ampliada en 1907 en Soledades, galerías y otros poemas, en el que se puede ver que su poesía se personaliza, se depura va eliminando lo modernista y da entrada al paisaje castellano.
En su tercera etapa, coronada por Campos de Castilla (1912) el autor se define a partir de su preocupación por España y el paisaje castellano es el máximo protagonista y en el que se basa su reflexión sobre el hombre. Todo el libro es un itinerario temporal que va desde Castilla la Vieja hasta Andalucía pasando en el centro de este viaje por la muerte de Leonor. Vamos de una Castilla vivida, a una Castilla recordada y meditada. Predominan como temas meditaciones sobre la muerte y la existencia de Dios, sátiras y proverbios morales.
En su etapa final, de 1912 a 1928, disminuye su cultivo de la poesía. Destaca en este momentos Nuevas canciones y Poesías completas. Aparecen elementos de carácter elegíaco por la muerte de Leonor y vuelve a u poesía el paisaje andaluz.
Desde este momento hasta su muerte, Machado escribe poesía de circunstancias como La muerte fue en Granada y escribe lo que podríamos denominar un “diario de ideas” en su Juan de Mairena, Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo. Además publica bajo el seudónimo de Juan de Mairena algunos escritos en revistas de la época. Por último, hizo algunas de teatro en colaboración con se hermano Manuel como La Lola se va a los puertos o Juan de Mañara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario