TEMA
4. MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98.
A
fines del siglo XIX y principios del siglo XX Europa vive un periodo
de inestabilidad que desembocará en la Primera Guerra Mundial.
España
está inmersa en una crisis económica, política, social y
espiritual. La Gloriosa no dio los frutos que se esperaba de ella y
llegó el desencanto. La Restauración no fue capaz de paliar los
graves problemas, aunque supuso un periodo de relativa tranquilidad,
marcado por la alternancia en el gobierno de liberales y
conservadores. En 1898 el gobierno de Sagasta lleva a España a una
guerra desigual que termina con el conocido Desastre del 98, en que
España pierde Cuba, Filipinas y Puerto Rico, muchas vidas e
influencia económica. La situación se agrava y la crisis económica
se convierte en social, cuyo máximo exponente de violencia fue la
Semana Trágica de Barcelona en 1909. La brutal represión provocó
el rechazo de la sociedad española y de Europa. Llegará después el
golpe de estado y la dictadura de Primo de Rivera, que puso fin al
turno de partidos y al parlamentarismo. En 1931 se proclama la 2ª
República, que intentará resolver los graves problemas del país,
pero que encontró todo tipo de obstáculos. España se despeña
entonces en la Guerra Civil (1936-1939).
A
principios de siglo España era un país atrasado en todos los
sentidos. Por ello, se analiza la realidad española en profundidad
para intentar regenerar
el país y se vuelven los ojos a autores como Larra, Cadalso o
incluso Quevedo. Ya a fines del siglo XIX el interés recayó en la
educación como única
vía posible de regeneración. El krausismo
evolucionó al institucionismo
y los viejos líderes intelectuales fueron sustituidos por Giner de
los Ríos ( que fundó la Institución Libre de Enseñanza), Galdós,
Ramón y Cajal, Menéndez Pelayo.... De todo este caldo de cultivo
nació el movimiento regeneracionista: Joaquín
Costa, Ramiro de Maeztu y Francisco Silvela intentaron buscar lo
propio del alma española, labor que será clave para el 98 y que
después continuarán hombres como Menéndez Pidal, Américo Castro y
Ortega y Gasset.
A
fines de siglo XIX en España, Europa e Hispanoamérica surgen
movimientos de tipo disidente e inconformista fruto de la crisis
de la conciencia burguesa.
Nacen en el seno de la burguesía pero son de signo antiburgués. En
la literatura cunden los impulsos renovadores,
radicalmente opuestos a
las tendencias vigentes (realismo, naturalismo, prosaismo
poético...). En un principio se llamó “modernistas” a
los jóvenes escritores movidos por esta ansia de de renovación,
pero con el tiempo el término fue reservándose a aquellos,
especialmente poetas, que
se separan del mundo al que odian y encauzan su inconformismo en la
búsqueda de la belleza, lo
raro, lo exquisito: se propusieron una renovación
estética. Junto a ellos, otros
escritores, fundamentalmente prosistas, movidos
por el mismo afán renovador, dan especial cabida en su temática a
los problemas del momento histórico
y recibieron el nombre de Generación del 98.
Ambos
movimientos coinciden cronológicamente y buscan una renovación
literaria, pero las diferencias
entre ellos son notorias. El Modernismo quiso ser una superación
de las fronteras nacionales y
soñó con París, Oriente y países exóticos. Tal y como llega a
España de la mano de Rubén Darío ( su segunda estancia en España
pone en contacto a modernistas y noventayochistas), es una literatura
de los sentidos, deslumbrante
de cromatismo y atractivos sensuales. Impulsados por la búsqueda de
la belleza, utilizaron
un lenguaje minoritario y
retoricista de
intención predominantemente estética. La Generación del 98 enfocó
su alma en su preocupación por España y
redescubrió Castilla como
cuna de lo español. Se trata de una literatura que constituye un
examen de conciencia y que
busca la verdad. Su
lenguaje huye del barroquismo, del artificio recargado, del
casticismo y del preciosismo literario. Desean una lengua válida
para todos, y para ello había
que conseguir mayor ligereza y precisión.
Modernismo
y Generación del 98 rechazan del ochocientos el cliché lingüístico
y la frase hecha. Ambos comienzan la llamada Edad de Plata o Segunda
Edad de Oro de las letras españolas.
MODERNISMO
Podemos
definir el Modernismo literario como un movimiento de ruptura con la
estética vigente que se inicia en torno a 1880 y cuyo desarrollo
fundamental llega hasta la Primera Guerra Mundial, aunque autores
como Machado o Juan Ramón lo abandonaran antes, o podamos percibir
su eco en momentos posteriores entrelazado con movimientos ya
distintos.
El
término “modernista” fue utilizado en un principio con un matiz
despectivo, pero Rubén Darío, junto a otros escritores, asume con
orgullo ese mote a partir de 1890. Rubén Darío publica en 1888 su
obra Azul (18
cuentos y siete poemas), que supone la obra inaugural del movimiento
y que le convirtió en padre del Modernismo ya que supuso una
revolución formal por la modernización de recursos
expresivos y el cuidado del ritmo.
En el prólogo de Prosas profanas
(1896) formula las bases de la nueva estética: afán de
originalidad, exotismo, exaltación de países lejanos (Grecia,
China, Japón), armonía de la palabra y verso deslumbrante.
Enriqueció el léxico con voces de gran sonoridad, introdujo el
soneto en alejandrinos y cultivó el dodecasílabo y el verso libre.
Evoluciona hacia un tono más reflexivo y abandona el preciosismo en
Cantos de vida y esperanza
(1905), poesía trascendental
en la que reflexiona sobre la vida y en la que aparecen junto a lo
pagano y lo erótico tonos graves, inquietud,
amargura, desengaño. También aparece su preocupación
social y denuncia los peligros
de la dominación americana para la cultura hispana.
El
modernismo triunfante en España coincidió con la segunda estancia
de Rubén en España en 1899, momento en que se encauzó
definitivamente el cambio poético. El afán renovador de los jóvenes
escritores españoles será guiado de la mano de Rubén y de la nueva
poesía de José Martí (Cuba) o M. Gutiérrez Nájera (Méjico). La
aludida crisis de la conciencia burguesa produjo actitudes distintas:
la rebeldía política, como la de José Martí, muy parecida a la
postura de los jóvenes del 98 en España, aunque la más
característica es la de aquellos que expresan literariamente su
repulsa por vía de un aislamiento aristocrático
y un refinamiento estético,
acompañados no pocas veces de actitudes inconformistas como la
bohemia o el
dandismo, y ciertas
conductas asociales y
amorales.
La
primacía de Hispanoamérica en la constitución del Modernismo es
indiscutible. En un principio se rechazó la tradición española y
la poesía dominante en la antigua metrópoli (a excepción de
Bécquer), de ahí que volvieran los ojos a otras literaturas. La
influencia francesa
en fundamental. Además de los grandes románticos (Víctor Hugo),
hubo dos movimientos claves: el Parnasianismo, y
la máxima de T. Gautier “el arte por el arte”, hace que se
instaure el culto a la perfección formal y una poesía serena y
equilibrada de formas puras y escultóricas. Los temas predilectos de
Leconte Lisle reaparecerán en el Modernismo: evocación de los mitos
griegos, de exóticos ambientes orientales, de épocas y
civilizaciones pasadas, el mundo bíblico, el antiguo Egipto, los
pueblos germánicos o la Edad Media española.
El
Simbolismo, corriente de
idealismo poético que arranca de Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y
Mallarmé, sin abandonar las metas estéticas, postula que el mundo
sensible no es más que el reflejo o símbolo de las realidades
escondidas, y la misión del poeta es descubrirlas, de
ahí que los versos se llenen de misterios, sueños y
símbolos (ej, el ocaso=vejez o
muerte, río=vida...) Es una poesía que propone sugerir
mediante un lenguaje fluido y musical.
El
modernismo hispánico es una síntesis de ambos movimientos, aunque
también son destacables otras influencias: E.A.
Poe y Walt Whitman (EEUU), Oscar Wilde (Inglaterra) y poetas de la
propia tradición española: Bécquer y los poetas antiguos: Berceo,
Manrique, el Arcipreste y los poetas de los Cancioneros del siglo XV.
El retorno a las raíces españolas se incrementará tras el 98.
En
cuanto a la temática modernista, apunta
en dos direcciones: la exterioridad sensible
(lo legendario, lo pagano y lo exótico) y la intimidad
del poeta (vitalismo y
sensualidad pero también melancolía y angustia).
Sienten
una desazón romántica (malestar
y rechazo a la sociedad), de la que se deriva una sensación de
soledad y desarraigo.
Se exaltan de nuevo las pasiones y lo irracional frente
a la razón y reaparece el misterio, lo fantástico, el sueño. Pero
lo más importante son las manifestaciones de tedio, tristeza y
profunda melancolía, a veces angustia, de ahí la importancia de la
presencia de lo otoñal. De la necesidad de soñar mundos
de belleza en los que refugiarse de un ambiente mediocre procede
su escapismo, en el
espacio (lo exótico y lo oriental) y el tiempo (hacia el pasado
medieval o el de los mitos clásicos): los versos se llenan de
ninfas, sátiros, vizcondes, caballeros y castillos. La misma
necesidad de evasión supone el cosmopolitismo, que
desemboca en la devoción por París.
En
cuanto al tema del amor y el erotismo, hay un fuerte contraste
entre un amor delicado y una
idealización del amor y la mujer, acompañado casi siempre de
languidez y melancolía (nuevo cultivo del amor imposible) y un
erotismo desenfrenado: Rubén y otros escritores nos muestran
descripciones sensuales y notas orgiásticas, que se interpretan a
veces como un desahogo vitalista ante las frustraciones, y otras
enlaza con actitudes amorales y asociales.
Serán
también importantes los temas americanos: al
principio como evasión a los mitos del pasado, después como
búsqueda de unas raíces comunes.
En
cuanto a los temas hispanos, después
del 98 se produce un acercamiento a lo español y un “panhispanismo”
frente a EEUU (Cantos de
vida y esperanza).
Rubén Darío saludó a España como la la Patria Madre, pero su
mirada fue crítica, vecina en algún punto a los noventayochistas.
En los modernistas españoles será difícil encontrar muestras de
una actitud crítica por la realidad española del momento, pero sí
se aprecian finas captaciones impresionistas del paisaje, presididas
por metas estéticas o evocaciones de figuras a modo de estampa.
La
estética modernista tiene como base la búsqueda de belleza, armonía
y perfección, de ahí el esteticismo que
lo invade todo, al menos en la primera etapa del movimiento. De ahí
la búsqueda de valores sensoriales (para Salinas el Modernismo es
una literatura de los sentidos). Para ello, el manejo del idioma será
imprescindible.
El
enriquecimiento estilístico apunta
en dos direcciones: en el sentido de la brillantez y
los grandes efectos por
un lado; en el sentido de lo delicado, por
otro. Así sucede con el color y
los efectos sonoros.
Los
modernistas se valdrán de todos aquellos recursos estilísticos que
se caractericen por su valor ornamental, su valor sugeridor o ambos:
aliteraciones (la
libélula vaga de una vaga ilusión), sinestesias (verso
azul, sol sonoro), imágenes (nada
más triste que un titán que llora / hombre montaña encadenado a un
lirio) y enriquecimiento del léxico con cultismos o
voces exóticas o
adjetivación ornamental
(dromedario, ebúrneo cisne)
No
podemos olvidarnos de las innovaciones métricas.
En su anhelo de ritmo, usaron con preferencia el verso alejandrino,
de influencia francesa será el
dodecasílabo y el
eneasílabo, aunque
no dejaron los versos tradicionales como el endecasílabo o
el octosílabo. En
cuanto a las estrofas, lo importante era no ceñirse a las estrofas
consagradas, de ahí que el soneto ofrezca múltiples variedades.
Los
principales representantes del Modernismo son:
1.
Ramón María del Valle Inclán.
Su
amplia producción literaria abarca todos los géneros
y nos muestra también una profunda evolución:
desde el Modernismo elegante
y nostálgico, que es una evasión hacia la belleza, a
una literatura crítica basada en la distorsión de la realidad: el
esperpento supone una
evasión hacia lo trágico y miserable del alma humana.
La
etapa modernista de Valle coincide con sus primeros años de creación
literaria. En esta etapa predominan las obras donde aparece una
Galicia primitiva, mezcla de lo patriarcal y lo popular, lo
legendario y lo realista.
Sus
Sonatas representan
la cima de la prosa modernista: son cuatro novelas breves que recogen
las memorias del Marqués de Bradomín, un don juan “feo, católico
y sentimental”. Cada una de ellas supone un paisaje, una estación
y una edad de la vida diferentes: La Sonata de estío
nos cuenta una relación
amorosa en Méjico; la Sonata de otoño,
su relación con una enferma de tuberculosis en Galicia; la Sonata
de primavera la relación
con una novicia a orillas del Tirreno; y la Sonata de
invierno, su pérdida del
brazo por Carlos VII en Navarra.
Domina
en ellas un romanticismo decadente
en el que las mujeres son etéreas y enfermizas y los jardines
descuidados pero hermosos. Constantemente se enfrentan en el héroe
la religiosidad y el
erotismo: mezcla la
elegancia y la amoralidad en una exaltación de un mundo decadente.
Su prosa es rítmica, refinada y bellísima.
2.
Antonio Machado.
A
pesar de ser uno de los principales representantes de la poesía de
la Generación del 98, se adhirió en un principio a la estética
modernista, al igual que Juan Ramón o Valle Inclán, que queda
representada en su obra de 1903 Soledades, que
será ampliada en 1907 a Soledades,galerías y otros
poemas. Se trata de un
modernismo intimista ya
que Machado escribe mirando hacia dentro, en un íntimo
monólogo. En sus 42 poemas
destaca el tema de abril, el
culto a la primavera y
temas con asociaciones religiosas como la irreversibilidad del tiempo
(tempus irreparabile fugit)
o la inexorabilidad del destino.
Intenta apresar sentimientos universales que giran en torno a los
problemas de la condición humana. La soledad, la
melancolía y la
angustia traspasan su
versos. Las expresiones y asociaciones corresponden al simbolismo
francés en el que se formó.
La metáfora de la vida como agua que corre es constante. destaca la
personificación del paisaje y las visiones de la mujer con
resonancia becqueriana. Nunca abandonará la terminología religiosa
en su obra, pero a partir de aquí la usará con otra función.
Es
una etapa de expresión modernista y de influencia simbolista y
parnasiana, aunque ya domina en él el intimismo de épocas
posteriores como se puede apreciar en “Del camino”.
3.Manuel
Machado (1884-1947)
Destaca junto a su
hermano en la poética modernista con obras como Tristes y
alegres, en la que esboza su personalidad, o Alma (1901)
donde es observable un modernismo simbolista mezclado con el
andalucismo colorista y sensual típico del autor. Se trata de una
obra sensual pero con melancolía rubeniana.
El resto de su
producción será un desarrollo de los temas apuntados en Alma.
En la etapa que va desde sus Caprichos (1905) a su Ars
moriendi (1922) se nos aparece como el más fiel de los
modernistas españoles. Los rasgos más destacados de su poesía:
suave sonoridad de los versos, combinación de formas y ritmos
franceses y el sentir popular de Andalucía vestido en los moldes de
la copla, hasta el punto que su poesía se integró en el pueblo
olvidando el nombre de su creador, hecho que, en palabras del propio
autor, constituía la mayor gloria del poeta.
4.
Juan Ramón Jiménez.
(Os lo pongo aquí
porque al menos hay que hacer referencia a su etapa modernista, pero
lo estudiaremos en otros temas en profundidad: el Novecentismo.)
Su
trayectoria poética está marcada por unos temas constantes: la
belleza, la poesía, el amor, la eternidad, Dios. En su creación se
distinguen varias etapas. Dentro de la que él mismo llamó “época
sensitiva”, entre 1908 y 1915, sus obras Elejías y
La soledad sonora, representan su poesía “vestida
con los ropajes del Modernismo” pero sin llegar a la exuberancia de
aquél. Es un Modernismo intimista, orientada hacia la contemplación
y la confesión sentimental.
GENERACIÓN DEL 98
Fue
Azorín quien acuñó el término de Generación de 98 en unos
artículos de 1913. En su nómina aparecen nombres tan sorprendes
como el de Rubén Darío o Benavente, y queda fuera Antonio Machado.
Señala como características comunes de estos jóvenes escritores su
espíritu
de protesta, un profundo amor al arte y las influencias que
recibieron del parnasianismo de Gautier y del simbolista de Verlaine,
con lo que no se presenta aún desligado al grupo del Modernismo.
Sin embargo, autores como Baroja o Unamuno rechazaron o pusieron
reticencias a esta denominación, pero pronto el término hizo
fortuna y Ortega y Gasset lo adopta en seguida.
Se dio el
nombre de Generación del 98 a aquellos autores que compartían una
serie de características generacionales: nacieron
en años poco distantes (10 años separan al mayor, Unamuno, del más
joven, Machado), tuvieron una formación intelectual semejante
(Salinas señala el autodidactismo),
eran un grupo de jóvenes escritores que pronto entraron en contacto,
acudieron a las mismas tertulias y colaboraron en las mismas revistas
(Juventud, Alma española, Helios)
y participaron en actos colectivos
propios, como la
visita a la tumba de Larra. Obviamente el desastre
del 98 aunó voluntades. Unamuno será el
guía de estos jóvenes
cuyo lenguaje generacional
supone importantes novedades estilísticas,
una ruptura con el Realismo y el Naturalismo y una clara voluntad
antirretórica.
Para
Azorín un “espíritu de protesta”
y rebeldía animaba a la juventud del 98, lo cual es una muestra de
la crisis de la conciencia pequeño-burguesa:
procedentes de las clases medias, es la primera generación de
intelectuales que intentó pasarse al enemigo.
A excepción de Valle Inclán y Machado, que tuvieron un proceso
evolutivo inverso, la labor inicial de los noventayochistas se
emparienta con movimientos políticos
revolucionarios: Unamuno está afilado al
marxista PSOE y escribe en revistas subversivas, Maeztu comparte los
anhelos socialistas que vierte en Hacia otra
España, Azorín se declara anarquista y
Baroja siente también simpatía por esta ideología, aunque no
adopte una postura tan activa como la de sus compañeros. Valle, por
el contrario, profesa ideas netamente tradicionalistas y Machado sólo
se conoce por un libro de poesía intimista, Soledades, en el que aún
no aparecen sus ideas liberales.
En 1901 el
“grupo de los tres” publica un Manifiesto
con el fin de cooperar a la generación de un nuevo estado
social: de nada sirven el dogma religioso, ni
el doctrinarismo republicano y socialista ni el ideal democrático.
Sólo la ciencia social
puede mejorar la vida de los miserables. Su posición ahora es la de
un reformismo de tipo regeneracionista.
Pero la
campaña fue fracaso y con ello llega el desengaño.
En 1905 se inicia un giro hacia posturas netamente idealistas
y sienten en el alma el fracaso de los
anhelos juveniles. La preocupación por España
sigue siendo clave, pero ahora desde la actitud contemplativa del
soñador o desde un escepticismo desconsolado.
En 1910
cada autor ha forjado ya una fuerte
personalidad. Hay una serie de
características que configuran lo que tradicionalmente se conoce
como mentalidad del 98, además del ya mencionado idealismo. Se
intensifica el entronque con corrientes
irracionalistas europeas: Nietzsche,
Schopenhauer, Kierkegaard (puede hablarse de un neorromanticismo
coincidente con el de los modernistas). Adquieren especial relieve
las preocupaciones existenciales:
los interrogantes acerca del sentido de la vida, la muerte o el
tiempo producen en los escritores o en sus personajes hastío vital o
angustia, en especial
en Unamuno. El tema de España
se enfocará con tintes subjetivos,
de forma que los anhelos y angustias íntimas de los autores se
proyectan sobre la
realidad española. Y la historia,
es otro de los campos de reflexión: al principio se acude a ella
para rastrear las raíces
de los males presentes, pero después se buscan los valores
permanentes de Castilla y de España. Les
atrajo también lo que Unamuno llamó “intrahistoria”:
la vida callada de los millones de hombres sin historia que, con su
labor diaria, han hecho la historia más profunda”. Y junto al amor
por España, el anhelo de europeización,
aunque con el tiempo dominará en casi todos ellos la exaltación
casticista.
En la
evolución ideológica los noventayochistas, Azorín derivó a
posturas tradicionalistas, Maeztu se convirtió en el adalid de la
derecha nacionalista; Unamuno, en constante contradicción, se
encerró cada vez más en sí mismo y después de una postura ambigua
ante el alzamiento, pronunció su famosa proclama “vencerán pero
no convencerán”. Baroja se recluye en un escepticismo radical.
Valle, por el contrario, se acerca a posturas progresistas cada vez
más radicales y la evolución ideológica de Machado le lleva cada
vez a la izquierda.
La
Generación del 98, como fenómeno estético,
lleva a cabo una renovación literaria
a principios del siglo XX que rechaza la estética precedente, con
significativas excepciones:
Maeztu siente afinidad con Galdós,
y valora con criterios modernos a Bécquer
y a Rosalía. Se toma
a Larra como precursor
y sienten veneración por algunos clásicos:
Fary Luis, Quevedo o Cervantes y la literatura
medieval, en especial el Cantar
de Mio Cid, Berceo, el Arcipreste de Hita o
Manrique.
Con una
clara voluntad antirretórica
quiere ir a las ideas, al fondo,
de ahí el sentido de la sobriedad
y el cuidado del estilo:
desprecian por igual el prosaísmo y el exceso de retórica. Amplían
el léxico español con palabras tradicionales o terruñeras
que toman del habla de los pueblos o de las fuentes clásicas. Como
ya apuntamos, el subjetivismo
se convierte en un rasgo esencial, de ahí que el lirismo
impregne un gran número de páginas que desvelan el sentir personal
de cada autor (intimismo).
Frente al tema de España,
se mezclan amor y
dolor, de ahí que
junto a la visión de atraso y pobreza, encontremos cada vez más una
exaltación lírica de
los pueblos y del paisaje, fundamentalmente de Castilla,
en la que vieron la cuna de la nación, de la tradición literaria y
de la cultura, que tiene como máximo exponente a Don
Quijote. Su atracción por lo austero
de las tierras castellanas supuso una nueva
sensibilidad.
Además,
innovaron en el campo
de los géneros literarios: se observan profundos cambios en la
novela y se configura
el ensayo moderno.
Menor éxito tuvieron los intentos de renovación en el teatro, a
excepción de Valle.
La estética
y el espíritu noventayochista se manifiesta en todos los géneros
literarios: novela, poesía, ensayo y teatro. Sus principales
representantes son:
- Miguel de Unamuno (1864-1936)
Considerado
el guía de los
noventayochistas, estuvo en constante lucha
con los demás,
fundamentalmente contra la ramplonería, y consigo
mismo: varias crisis de fe le hicieron hundirse en los problemas de
la muerte y la nada, y su eterno debate entre fe e incredulidad
llenarán sus páginas de angustia.
Cultivó
todos los géneros literarios y todas su obras se hayan vertebradas
en torno a dos ejes
temáticos
fundamentales: el tema de España
y el sentido de la vida humana.
Su
inmenso amor por la patria le arranca su famoso grito “me duele
España”. En su ensayo En torno al
casticismo, analiza el carácter nacional
a través de la intrahistioria y plantea otras cuestiones
fundamentales del 98: la valoración de Castilla, la articulación de
españolismo y europeización… Vida de
Don Quijote y Sancho es
una interpretación muy personal de la obra cervantina en la que
llega a la conclusión de que los males de la patria residen en que
ya no hay Quijotes. Cambia sus anhelos de europeizar España por el
de españolizar Europa. El tema de España estará presente en otros
ensayos como Por tierras de Portugal y España,
Andanzas y visiones españolas, en
cientos de artículos y en buena parte de su obra poética.
El
tema del sentido de la vida humana cobra acentos muy personales en
este autor. Su pensamiento existencial también se vierte en ensayos,
novelas, teatro y poesía, así como en artículos. En el ensayo Del
sentimiento trágico de la vida nos
muestra su miedo a la Nada,
al anonadamiento tras la muerte, lo que supone la angustia
de despertar a la trágica condición humana. La inmortalidad
se convierte en una idea monomaníaca, de ahí su hambre
de Dios, pero la razón
le niega la esperanza. Los mismos temas aparecerán en La
agonía del cristianismo. Unamuno
contribuyó con éstos y otros ensayos a la creación
de la retórica del ensayo español.
En cuanto a su obra poética, despreció la rima y
prefirió el verso libre. Entiende la poesía como una asociación
poética de las imágenes, con una rima interna y robusta de
pensamiento y con un argumento lírico. Su estilo es sobrio, denso
conceptualmente. Su temática: la inmortalidad, la identidad del ser,
la intucición como forma de conocimiento... Destacaremos Poesías,
Rosario de sonetos líricos, El Cristo de Velázquez y
Cancionero.
En su terato representó directamente los conflictos
íntimos, así en Fedra, Raquel encadenada,
La esfinfe, Soledad y El
otro.
Pero prestaremos más atención a la novela, dada la
renovación del género
que supusieron sus obras, cauce de los conflictos existenciales.
Comenzó, sin embargo, con una novela
histórica o intrahistórica,
que necesitó más de doce años de
preparación (novelista ovíparo), Paz
en la guerra. Amor
y pedagogía ya
es una novela ideas (novelista vivíparo).
A su siguiente novela, Niebla,
la subtitula nivola como
reacción a la crítica: se trata de una naracción
breve en la que apenas hay descripciones, el
diálogo juega un
papel fundamental y sus personajes son agonistas,
anhelosos de serse, que luchan por su
existencia contra la muerte y la disolución de su personalidad.
Después, vendrán otros dramas: Abel
Sánchez (cainismo),
La tía Tula
(maternidad) o San Manuel, bueno, mártir
(un cura pierde la fe pero guarda las
apariencias para procurarles la felicidad a sus feligreses). También
escribió cuentos y novelas cortas como Tres
novelas ejemplares y un prólogo.
2. Ramón María del valle Inclán (1866-1936).
Después de publicar sus Sonatas
empieza a alejarse del Modernismo para preocuparse por el pueblo, los
oprimidos y el la situación de España. Comedias
bárbaras son tres obras teatrales en las
que recupera Galicia pero
ahora con toda su miseria: personajes
violentos, extraños o tarados, y todo ello presidido por Don Juan de
Montenegro, tirano que representa un mundo heroico en descomposición.
El lenguaje se vuelve
más fuerte y hasta
agrio, pero musical
y brillante. Esta
tendencia se acentúa en la trilogía de novelas La
guerra carlista en la que, junto a
resabios modernistas, aparece
un lenguaje desgarrado y
bronco, acentuado por un léxico rústico. En
las novelas de la última etapa, como Tirano
Banderas o el ciclo de novelas históricas
El ruedo ibérico,
el estilo, como en los
esperpentos, es desgarrado, agrio
en su humor, con una fuerte carga crítica,
pero sigue siendo una prosa
de cuidada
elaboración.
Tras esta etapa de transición llega el esperpento,
cuyo máximo exponente es su obra teatral Luces
de bohemia. Pone su estética al servicio
de las ideas del 98:
lo trágico y lo grotesco se mezclan para dar como resultado una
estética que pretende ser la superación del dolor y la risa.
Deforma la realidad para realizar un profundo
análisis crítico de la sociedad.
3. José Martínez Ruiz, “Azorín” (1873-1967)
Su pensamiento se centra en la obsesión
por el tiempo, la fugacidad de la vida, una
melancolía que fluye mansamente unido al deseo de apresar lo que
permanece por debajo de lo que huye o de fijar en el recuerdo las
cosas que pasaron. Es un contemplativo y un
espíritu nostálgico que vive para evocar. Es
el mejor ejemplo de compenetración
novenatyochista con el paisaje
castellano. En sus novelas se difumina
la línea divisoria entre novela y ensayo,
apenas hay trama argumental,
mero pretexto para hilvanar una galería de personajes
fracasados y sensibles. Autor impresionista
atento a la belleza de lo nimio.
Su estilo fluye lento,
con un lirismo
contenido: precisión, claridad y uso de la
palabra justa y la frase breve; técnica miniaturista
en sus descripciones.
Sus tres primeras novelas son de carácter
autobiográfico y de ella toma su pseudónimo: La
voluntad, Azorín y
Confesiones de un pequeño filósofo. En
su segunda etapa recupera a los grandes clásicos y culmina su
percepción del tiempo como en Castilla.
Intentó renovarse con las vanguardias,
pero después volvió al tema del tiempo.
4. Pío Baroja (1872-1956)
Dos son las notas que caracterizan la personalidad de
este autor: pesimismo e
individualismo.
Se dedicó casi en exclusiva a la novela.
Sus personajes, son siempre un reflejo
del autor. Anheló ser un hombre de acción,
pero era un ser abúlico,
de ahí que encontremos personajes en los que
se proyecta este ideal de hombre de acción que siempre quiso ser, y
otros, como Andrés Hurtado, se muevan por el mundo con esa monomanía
deambulatoria tan característica en Baroja.
Su concepción de la vida se inscribe en el pesimismo
existencial: el escepticismo
preside la raíz de todas sus ideas. El mundo
carece de sentido, la
vida es absurda y no
alberga ninguna confianza en el hombre,
lo que explica el hastío
vital de muchos de sus personajes.
De su primera etapa destacaremos Camino
de perfección y dos trilogías La
raza (El árbol de
la ciencia, La dama errante y La
ciudad de la niebla)y La
lucha por la vida (La
busca, Mala hierba, Aurora roja). En la
segunda vuelve con otra trilogía, Las
ciudades, y una tetralogía, El
mar, de la que destacaremos Las
inquietudes de Shanti Andía. Entre 1913
y 1935 se consagró a Memorias de un hombre
de acción. Sus últimos años los dedicó
a sus memorias, Desde la última vuelta del
camino.
5. Antonio Machado (1875-1939)
Pensaba que la poesía es sobre todas las cosas una
honda palpitación del espíritu.
Su estancia en Soria le marcará para el resto de su vida: allí se
enamora de Leonor, con la que se casa en 1909. Pero 3 años más
tarde fallece prematuramente y abandona Castilla, aunque su corazón
queda en “el alto espino”, cementerio en el que reposa su esposa.
Baeza, Segovia, Madrid, Valencia, Barcelona y finalmente Collioure,
donde fallece en el 39. En su obra se distinguen varias etapas
marcadas por los acontecimientos de su vida.
Soledades, un libro
inmerso en el Modernismo pero lejos de lo deslumbrante y lo exótico,
debido a su fuerte influencia simbolista, será
ampliada en 1907 en Soledades, galerías y
otros poemas, en el que se puede ver que
su poesía se personaliza, se depura va
eliminando lo modernista y da entrada al paisaje castellano.
En su tercera etapa, coronada por Campos
de Castilla (1912) el autor se define a
partir de su preocupación por España y
el paisaje castellano es el máximo
protagonista y en el que se basa su reflexión sobre el hombre. Todo
el libro es un itinerario temporal que va desde Castilla la Vieja
hasta Andalucía pasando en el centro de este viaje por la muerte de
Leonor. Vamos de una Castilla vivida,
a una Castilla recordada y meditada.
Predominan como temas meditaciones
sobre la muerte y la existencia de Dios, sátiras y proverbios
morales.
En su etapa final, de 1912 a 1928, disminuye su cultivo
de la poesía. Destaca en este momentos Nuevas
canciones y Poesías
completas. Aparecen elementos de carácter
elegíaco por la muerte de Leonor y
vuelve a u poesía el paisaje andaluz.
Desde este momento hasta su muerte, Machado escribe
poesía de circunstancias como
La muerte fue en Granada
y escribe lo que podríamos denominar un “diario de ideas” en su
Juan de Mairena,
Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos
de un profesor apócrifo. Además publica
bajo el seudónimo de Juan de Mairena algunos escritos en revistas de
la época. Por último, hizo algunas de teatro en colaboración con
se hermano Manuel como La Lola se va a los
puertos o Juan de
Mañara.
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