jueves, 6 de abril de 2017

LITERATURA DE POSGUERRA. TEMA 6. LA POESÍA POSTERIOR A 1939. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.


TEMA 9. POESÍA ESPAÑOLA DE 1939 A 1979. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES. 
En los años que preceden al estallido de la guerra civil, la poesía había comenzado un proceso de rehumanización consciente alimentado por el sentimiento de compromiso ante la realidad, en el cual tuvo una gran influencia el Surrealismo. La revista Cruz y raya jugó un papel fundamental en la difusión de este proceso de rehumanización. Lo social y lo político entrarán de nuevo en la poesía ante a partir de los años 30. Los poetas más importantes que cultivaron poesía social fueron Rafael Alberti ( El poeta en la calle (1931-1936), De un momento a otro o Entre el clavel y la espada.), Luis Cernuda (Las nubes), Emilio Prados (La voz cautiva; Andando, andando por el mundo, Llanto en la sangre, Cancionero menor para los combatientes.)
Destaca en estos años la figura de Miguel Hernández. En 1936 aparece El rayo que no cesa, en la que se concentran sus tres temas fundamentales: vida, amor y muerte, aunque en el centro, siempre el amor, un anhelo vitalista que se estrella contra las barreras que se alzan a su paso. Con el estallido de la guerra somete su fuerza creadora a los fines más inmediatos con títulos como Viento del pueblo, con el que inicia una etapa de poesía comprometida o El hombre acecha. En la cárcel escribe Cancionero y romancero de ausencias, que quedó inacabado por su muerte y que será publicado en Buenos Aires póstumamente. Con él alcanza su madurez literaria.  Este autor supone un puente entre dos etapas de la poesía española: la Generación del 27 y la llamada Generación del 36 (la de Celaya, Rosales...), en la que a veces se le incluye.
Durante la Guerra Civil existió un torrente de poesía distribuida en folletos y pliegos. Los intelectuales republicanos controlan la mayoría de las publicaciones cultas como Hora de España o Cuadernos de Madrid. Altoaguirre reúne un Romancero de la Guerra Civil con poemas de Alberti, Miguel Hernández o Emilio Prados. En el bando nacional destaca Antología poética del Alzamiento, preparada por Jorge Villen. En ambos bandos se abordan los mismos temas pero desde diferentes perspectivas. En el republicano destacan poetas como Alberti, M. Hernández, León Felipe y escritores de generaciones anteriores como Antonio Machado, Pablo Neruda (España en el corazón) u Octavio Paz.
DÉCADA DE LOS CUARENTA.
En la década de los cuarenta y los primeros años de los cincuenta, nos encontramos con poetas más o menos coetáneos a Miguel Hernández. Nacidos en torno a 1910, se les suele agrupar bajo la denominación “Generación del 36”, que incluye a poetas como Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Gabriel Celaya, Luis Felipe Vivanco, Juan Gil-Albert o Leopoldo Panero. Se ha hablado también de una generación escindida ya que parte de ellos continuaron su obra en el exilio. Los que siguen en España se orientan por diversos caminos que Dámaso Alonso redujo a dos: poesía arraiga y poesía desarraigada, aunque hay otras tendencias.
POESÍA ARRAIGADA
Así llamó Dámaso Alonso a la poesía de aquellos autores que se expresan “con una luminosa y reglada creencia en la organización de la realidad”. Se trata de un grupo de poetas que se autodenomina juventud creadora y que se agrupan en torno a la revistas Escorial y fundamentalmente Garcilaso, fundada en el 43, de ahí que también se les llamara garcilasistas. Vuelven sus ojos a Garcilaso y a otros “poetas del Imperio”. Han salido de la contienda con un afán optimista de claridad, de perfección, de orden. En puras formas clásicas, encierran una visión del mundo coherente, ordenada y serena. Uno de los temas dominantes es un firme sentimiento religioso, junto con temas tradicionales (el amor, el paisaje...). Se trata de una poesía humanizada pero evasiva, independiente de los problemas sociales del momento.
A tales características responde la poesía de Luis Rosales (Abril), Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco (Cantos de primavera), Dionisio Ridruejo o José García Nieto (Víspera hacia ti). Algunos darían un giro ideológico, como Ridruejo, y otros buscarían nuevas formas: el máximo exponente de esta búsqueda será la obra de Luis Rosales La casa encendida (1949), conjunto de largos poemas en versículos y de lenguaje personalísimo.
POESÍA DESARRAIGADA
Quedaría opuesta a la anterior por estas palabras de Dámaso Alonso: “Para otros, el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y de toda serenidad”. Es, pues, una poesía que reacciona contra el formalismo y neoclasicismo de los garcilasistas. A esta desazón dramática respondió su obra Hijos de la ira (1944), que preside toda una veta de creación poética de aquel momento y Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre. En este caso será la revista Espadaña, fundada en 1944 por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, la que acoja a los poetas de esta tendencia. Se trata de una poesía arrebatada, de agrio tono trágico (que a veces fue calificada de tremendista), una poesía desazonada que se enfrenta con un mundo deshecho y caótico, invadido por el sufrimiento y la angustia. La religiosidad está muy presente, pero en ellos adopta el tono de la desesperanza o la duda, o en ocasiones se manifiesta en desamparadas invocaciones e imprecaciones a Dios sobre el misterio del dolor humano. Este humanismo dramático tiene un entronque con la línea existencialista. El estilo es bronco, directo, más sencillo y menos preocupado por los primores estéticos. Estas son las características de esta poesía que se preocupa por el hombre, antes de que desemboque claramente en una “poesía social”.
En esta línea se incluyen poetas entre los que destacaremos a Dámaso Alonso, Gabriel Celaya y Blas de Otero. Hubo otros muchos: Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, José Luis Hidalgo, Carlos Bousoño o Vicente Gaos.
OTRAS TENDENCIAS
Las tendencias de la poesía de estos años no se agotan con las dos expuestas en los epígrafes anteriores; de hecho, ni siquiera entre éstas puede establecerse una tajante distinción, ya que en ocasiones se observan momentos de zozobra en los poetas arraigados y de serenidad en algún poeta desarraigado. Y surgen ya en aquellos años autores muy difíciles de encasillar en esta dicotomía, como José Hierro y José María Valverde.
En una posición marginal con respecto a las dos tendencias señaladas, surge un movimiento conocido como postismo, fundado en 1945 por Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y otros. Abreviatura de Postsurrealismo enlaza con la poesía de vanguardia: reivindica la libertad expresiva, la imaginación, lo lúdico... Pretende ser un “surrealismo ibérico”. Rechaza la angustia existencialista y, frente a la inminente poesía social, se representará como una rebeldía subjetiva, aunque no menos antiburguesa. Entre ellos destacan Edmundo de Ory y Alejandro Carriedo.
Un lugar especial merece el grupo Cántico de Córdoba, que mantenía en la posguerra el entronque con el 27 y cultivaba una poesía predominantemente intimista y de gran rigor estético, cuya valoración plena no llegaría hasta los años 70. Sus principales figuras son Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente y, sobre todo, Pablo García Baena. 
DÉCADA DE LOA AÑOS CINCUENTA: LA POESÍA SOCIAL.
Hacia 1955 se consolida en todos los géneros el llamado realismo social. De esta fecha son dos libros de poemas que marcan un hito: Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero, y Cantos iberos de Gabriel Celaya. Ambos poetas superan en estas obras su etapa anterior de angustia existencial para situar los problemas humanos en un marco social. Uno de los poetas de 27, Vicente Aleixandre, dará un giro profundo a su obra con Historia del corazón, centrada en la idea de solidaridad. Otra obra fundamental es Antología consultada (1952), antología poética que recoge la poesía social de los mejores poetas del momento como Celaya, Crémer, J. Hierro, Nora, Ramón Garciasol, López Pacheco...
Partiendo de la poesía desarraigada, hemos llegado a la poesía social: se impone un nuevo concepto de la función de la poesía en el mundo. La poesía debe tomar partido ante los problemas del mundo que la rodea y el poeta se hace solidario de los demás hombres y antepone los objetivos más inmediatos a las metas estéticas: la preocupación por el contenido es mayor que el interés por valores formales o estéticos. Para Celaya La poesía es un arma cargada de futuro.
Poesía es, pues, un acto de solidaridad con los que sufren y se abandona la expresión de los problemas íntimos o existenciales ; rechazo de los lujos esteticistas, repulsa de la neutralidad ante la injusticia o los conflictos sociales.
En cuanto a la temática, el tema de España se hace protagonista, más obsesivo aún que en los noventayochistas y con un enfoque político. Dentro de esta preocupación y del propósito de un realismo crítico se sitúan temas concretos como la injusticia social, la alienación, el mundo del trabajo, el anhelo de libertad y de un mundo mejor. De ahí el estilo dominante en este tipo de poesía: se dirigen a la mayoría, por lo que emplean un lenguaje claro, intencionalmente prosaico en muchas ocasiones, y un tono coloquial. A pesar del peligro de caer en una poesía banal, los grandes poetas descubrieron los valores poéticos de la lengua de todos los días. Sin embargo, pronto fueron conscientes de que el pueblo realmente no estaba en condiciones de leer poesía y llegó el desengaño: es muy difícil transformar el mundo usando como arma la poesía.
El cansancio de la poesía social no tardó en llegar y, como en los demás géneros, se irá acentuando en la década de los sesenta.
En cuanto a los autores, hay que dividirlos en dos grupos: por un lado, los poetas que publican sus obras en los años 40 o incluso antes, como Gabriel Celaya, Blas de Otero o José Hierro; y por otro, los poetas de la llamada “Generación del medio siglo”.
LA DÉCADA DE LOS AÑOS SESENTA: DE LA POESÍA SOCIAL A UNA NUEVA POÉTICA.
Ya durante los años del auge del realismo social se observaron otras tendencias: José Hierro o José Mª Valverde no pueden encasillarse en esta tendencia por su variedad de temas y enfoques, aunque presenten a veces acentos sociales.
Aunque la poesía social se prolonga en los años sesenta, ya en los cincuenta empiezan a aparecer poetas nuevos que, aunque en sus comienzos tengan acentos sociales, representarán su superación. Los más notorios son Ángel González (Sin esperanza, con convencimiento), Jaime Gil de Biedma (Moralidades), José Ángel Valente (Poemas a Lázaro, La memoria y los signos) o Claudio Rodríguez (Alianza y condena, Conjuros, Poesía...) Junto a ellos, otros como Francisco Brines, Carlos Barral, Caballero Bonald, J.A, Goytisolo... han sido recogidos en algunas antologías bajo la denominación “Grupo poético de los años 50” o “Generación del medio siglo”.
Aunque en realidad no configuren un grupo, lo cierto es que hay en ellos notas comunes ya que llevaron a la poesía por nuevos caminos. Hay en ellos una preocupación por el hombre, pero huyen de todo tratamiento patético; dan frecuentes muestras de inconformismo con el mundo que los rodea, pero también cierto escepticismo que les aleja de la poesía social, aunque en alguno de ellos se ha señalado un realismo crítico. Lo propio de estos autores es la consolidación de una poesía de experiencia personal, de ahí que muchas veces se haya hablado de poesía de la experiencia para denominar esta corriente.
En su temática se aprecia una vuelta al intimismo: el fluir del tiempo, la evocación nostálgica de la infancia... En la atención de lo cotidiano pueden surgir quejas, protestas o ironías, que revelan su inconformismo. Pero otras desemboca en cierto escepticismo dolorido, en una conciencia de aislamiento y de soledad.
En cuanto al estilo, se alejan de los modos de las tendencias anteriores: se rechaza por igual el patetismo de la “poesía desarraigada” (pese al habitual sentimiento de desarraigo de estos poetas) y el prosaísmo de los poetas sociales. Llevan a cabo una labor de depuración y de concentración de la palabra, lo que revela un mayor rigor en el trabajo poético. Junto a ello, cada poeta busca un lenguaje personal, nuevo, más sólido, aunque no les atraen las experiencias vanguardistas y se quedan en un tono cálido y cordial, contrapesado con un frecuente empleo de una ironía triste y reveladora de ese escepticismo. Con estos poetas renace el interés por los valores estéticos. 
LA DÉCADA DE LOS SETENTA: LOS “NOVÍSIMOS”.
Durante la década de los setenta y sobre a partir de la segunda mitad, empiezan a publicar poetas jóvenes que han nacido después de la Guerra Civil, entre 1939 y 1948. La publicación en 1970 de la antología Nueve “novísimos” poetas españoles, de José María Castellet, nos da a conocer a estos jóvenes que consideraban que la poesía es una manera específica de tratar el lenguaje: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero.
A este lanzamiento se habían adelantado algunos de ellos: Pere Gimferrer tenía publicados sus libros Arde el mar (1966) y La muerte en Beverly Hills (1968), y Guillermo Carnero el poemario Dibujo de la muerte (1967).
Todos ellos son representativos de una nueva sensibilidad dentro de la llamada Generación del 68. Tuvieron una “nueva educación sentimental” en la que, junto a una formación tradicional y estrecha, se vieron influenciados por el cine, los discos, la televisión, los cómics..., tuvieron acceso a libros antes difíciles de encontrar y entraron en contacto con otras tendencias culturales en sus viajes por el extranjero.
Su bagaje cultural y literario es amplio y sus influencias: poetas hispanoamericanos como Vallejo u Octavio Paz, algunos poetas del 27 (principalmente Cernuda y Aleixandre) y otros poetas posteriores que, al margen de la poesía social, ya habían intentado renovar el lenguaje poético (el grupo Cántico, postistas, Gil de Biedma, Valente...), a los que hay que añadir otros poetas extranjeros.
En la temática encontramos lo “personal” (infancia, amor, erotismo...) junto a lo “público” (la sociedad de consumo, la guerra de Vietnam...). Al lado de tonos graves (ecos de un íntimo malestar) aparece también una provocadora e insolente frivolidad: Marilyn Monroe se codea con el Che Guevara. Frente a la sociedad de consumo son sarcásticos y corrosivos, pero también se muestran escépticos ante la posibilidad de que la poesía pueda cambiar el mundo. En lo personal y en lo político, son inconformistas y disidentes; pero como poetas, persiguen metas estéticas. Ante todo, lo que les importa es el estilo: la renovación del lenguaje poético es el objetivo principal, y junto a otros modelos, en el Surrealismo vieron una lección de ruptura con la lógica de un mundo absurdo.
Los rasgos más novedosos:
—recuperación de las actitudes vanguardistas (Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo), tanto las de preguerra (generación del 27) como las posteriores a 1940 (grupo “Cántico”, postismo, parasurrealismo de M. Labordeta)
—esta actitud se observa en la incorporación brusca de una serie de lenguajes habitualmente ajenos al ámbito literario: el lenguaje del cine, de la publicidad, del cómic o de la música moderna.
—voluntad de opacidad, hermetismo y autosuficiencia poemáticos situada en las antípodas del pragmatismo de la poesía social. Estos principios se manifiestan en actitudes, procedimientos, concepciones literarias y estilos diferentes entre sí, pero que presentan numerosos elementos de cohesión. Querían reorientar la poesía hacia la creatividad, la novedad y el arte.
—una de estas direcciones adoptó una postura esteticista, de sabor modernista y rubendariano, plena de referencias culturales eruditas al mundo de las artes. Esta línea, combinada con un escepticismo irónico y la defensa del vitalismo como actitud es la seguida por Luis Antonio de Villena (Hymnica (1979); Huir del invierno (1981)). El esteticismo culturalista adquiere un temperamento más plenamente romántico en la obra de Antonio Colinas (Sepulcro en Tarquinia (1976); Astrolabio (1979)) o en las revisiones personales de la tradición simbolista de P. Gimferrer y Jaime Siles.
—otra dirección de la poesía aparece inclinada a atender al texto poético como entidad autosuficiente de significado incierto. Esta concepción recibió el nombre de “metapoesía”, y critica la ingenuidad de la literatura realista, defendiendo la autonomía de lo literario y la insondable ambigüedad del lenguaje. Los mecanismos de significación del lenguaje y la literatura misma, se convierten en el objeto temático del texto, y conducen a un arraigado sentimiento de futilidad de la poesía. (G. Garnero, Ensayo de una teoría de la visión, 1979).
—asimismo la poesía novísima desarrolló una serie de intentos de denuncia de la manipulación social y política a través del lenguaje. Ello se combinó con una fuerte iconoclastia, un notorio despego hacia lo “literario” y con el renacimiento de actitudes decadentistas y vanguardistas, en autores como Félix de Azúa, José Miguel Ullán, Manuel Vázquez Montalbán o del tal vez más famoso de todos ellos, Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street (1970); Narciso (1979)).
Hubo, además de la de Castellet, otras antologías que no dejan de ser importantes para conocer la poesía desde finales de los sesenta y la década de los setenta:
Antonio Prieto, Espejo del amor y de la muerte. En ella se reivindica la finalidad estética del poema. Como características del grupo señala esa preocupación formal, la añoranza de una edad mítica y el gusto por el pasado retornado.
Poetas españoles poscontemporáneos y Nueve poetas del resurgimiento, dirigidas por José Batlló y V. Pozanco, respectivamente.
Joven poesía española, que recogió los nombres de los poetas más jóvenes de ese momento.
Frente a los novísimos, en los mismos años 70, se alza el Equipo de Claraboya (Agustín Delgado, Luis Mateo Díez, Ángel Fierro y J. Antonio Llamas). Su antología Teoría y poemas (1971), supuso un duro ataque contra los novísimos, a los que acusó de neodecadentes. Propugnaban una poesía heredada de la conciencia social.
Los poetas más jóvenes, los que se dan a conocer a finales de los setenta o ya en los ochenta, continúan en parte las líneas apuntadas, pero parecen alejarse de los aspectos más característicos de los novísimos y alejarse del vanguardismo más estridente, a la par que aumenta un mayor interés por la expresión de la intimidad y por las formas tradicionales.
En la abundante producción poética de los últimos años del siglo XX y principios del actual, coexisten en el panorama de la lírica española diversas tendencias. El poeta y crítico José Luis García Martín en Treinta años de poesía española, ha sintetizado los aspectos más importantes de tales tendencias: intimismo, surrealismo, neorromanticismo, recuperación de la anécdota, lenguaje coloquial, gusto por contar historias en el poema (narratividad) y por hacer hablar a distintos personajes (abunda el “monólogo dramático”), preferencia por los procedimientos retóricos “invisibles” (los que no parecen existir), amplio uso de la ironía y la parodia, alternancia de estrofas tradicionales con el verso libre y preferencia por el marco urbano. Algunos, de los muchos, de estos autores: Ana Rosetti, Álvaro Valverde, Blanca Andreu, César Antonio Molina, Miguel D'Ors, Javier Salvago o Jon Juaristi.

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