TEMA 9. POESÍA
ESPAÑOLA DE 1939 A 1979. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.
En los años
que preceden al estallido de la guerra civil, la poesía había comenzado un
proceso de rehumanización consciente
alimentado por el sentimiento de compromiso ante la realidad, en el cual tuvo
una gran influencia el Surrealismo.
La revista Cruz y raya jugó
un papel fundamental en la difusión de este proceso de rehumanización. Lo social
y lo político entrarán de nuevo en la poesía ante a partir de los años 30. Los
poetas más importantes que cultivaron poesía social fueron Rafael Alberti (
El poeta en la calle (1931-1936), De un momento a otro o Entre
el clavel y la espada.), Luis Cernuda (Las nubes), Emilio
Prados (La voz cautiva; Andando, andando por el mundo, Llanto en
la sangre, Cancionero menor para los combatientes.)
Destaca en
estos años la figura de Miguel Hernández. En 1936 aparece El rayo que no cesa, en la que se concentran sus
tres temas fundamentales: vida, amor y
muerte, aunque en el centro, siempre el amor, un anhelo vitalista que se
estrella contra las barreras que se alzan a su paso. Con el estallido de la
guerra somete su fuerza creadora a los fines más inmediatos con títulos como Viento del pueblo, con el que inicia
una etapa de poesía comprometida o El hombre acecha. En la cárcel escribe Cancionero y romancero de ausencias, que quedó inacabado por
su muerte y que será publicado en Buenos Aires póstumamente. Con él alcanza su
madurez literaria. Este autor supone
un puente entre dos etapas de la
poesía española: la Generación del 27 y la llamada Generación del 36 (la de
Celaya, Rosales...), en la que a veces se le incluye.
Durante la Guerra Civil existió un torrente de
poesía distribuida en folletos y pliegos. Los intelectuales republicanos controlan la mayoría de
las publicaciones cultas como Hora de España o Cuadernos de Madrid.
Altoaguirre reúne un Romancero de la Guerra Civil con poemas de Alberti,
Miguel Hernández o Emilio Prados. En el bando nacional destaca Antología poética del Alzamiento, preparada por Jorge Villen. En ambos
bandos se abordan los mismos temas pero desde diferentes perspectivas. En el
republicano destacan poetas como Alberti, M. Hernández, León Felipe y
escritores de generaciones anteriores como Antonio Machado, Pablo Neruda (España
en el corazón) u Octavio Paz.
DÉCADA DE LOS
CUARENTA.
En la década
de los cuarenta y los primeros años de los cincuenta, nos encontramos con
poetas más o menos coetáneos a Miguel Hernández. Nacidos en torno a 1910, se
les suele agrupar bajo la denominación “Generación del 36”, que incluye
a poetas como Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Gabriel Celaya, Luis Felipe
Vivanco, Juan Gil-Albert o Leopoldo Panero. Se ha hablado también de una
generación escindida ya que parte de ellos continuaron su obra en el exilio.
Los que siguen en España se orientan por diversos caminos que Dámaso Alonso
redujo a dos: poesía arraiga y poesía
desarraigada, aunque hay otras tendencias.
POESÍA
ARRAIGADA
Así llamó
Dámaso Alonso a la poesía de aquellos autores que se expresan “con una luminosa
y reglada creencia en la organización de la realidad”. Se trata de un grupo de
poetas que se autodenomina juventud
creadora y que se agrupan en torno a la revistas Escorial y fundamentalmente Garcilaso, fundada en el 43, de ahí que también se les
llamara garcilasistas. Vuelven sus ojos a Garcilaso y a otros “poetas del
Imperio”. Han salido de la contienda con un afán optimista de claridad, de
perfección, de orden. En puras formas
clásicas, encierran una visión del mundo coherente, ordenada y serena. Uno
de los temas dominantes es un firme sentimiento religioso, junto con temas tradicionales
(el amor, el paisaje...). Se trata de una poesía humanizada pero evasiva,
independiente de los problemas sociales del momento.
A tales
características responde la poesía de Luis Rosales (Abril), Leopoldo
Panero, Luis Felipe Vivanco (Cantos de primavera), Dionisio
Ridruejo o José García Nieto (Víspera hacia ti). Algunos
darían un giro ideológico, como Ridruejo, y otros buscarían nuevas formas: el
máximo exponente de esta búsqueda será la obra de Luis Rosales La casa
encendida (1949), conjunto de largos poemas en versículos y de lenguaje
personalísimo.
POESÍA
DESARRAIGADA
Quedaría
opuesta a la anterior por estas palabras de Dámaso Alonso: “Para otros,
el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de
ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y de toda
serenidad”. Es, pues, una poesía que reacciona
contra el formalismo y neoclasicismo de los garcilasistas. A esta desazón
dramática respondió su obra Hijos de la ira (1944), que
preside toda una veta de creación poética de aquel momento y Sombra del
paraíso de Vicente Aleixandre. En este caso será la revista Espadaña, fundada en 1944 por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, la
que acoja a los poetas de esta tendencia. Se trata de una poesía arrebatada, de agrio tono trágico (que
a veces fue calificada de tremendista), una poesía desazonada que se enfrenta
con un mundo deshecho y caótico,
invadido por el sufrimiento y la angustia. La religiosidad está muy presente, pero en ellos adopta el tono de la
desesperanza o la duda, o en ocasiones se manifiesta en desamparadas
invocaciones e imprecaciones a Dios sobre el misterio del dolor humano. Este
humanismo dramático tiene un entronque con la línea existencialista. El estilo es bronco,
directo, más sencillo y menos preocupado por los primores estéticos. Estas
son las características de esta poesía que se preocupa por el hombre, antes de
que desemboque claramente en una “poesía social”.
En esta línea
se incluyen poetas entre los que destacaremos a Dámaso Alonso, Gabriel
Celaya y Blas de Otero. Hubo otros muchos: Victoriano Crémer, Eugenio de
Nora, José Luis Hidalgo, Carlos Bousoño o Vicente Gaos.
OTRAS
TENDENCIAS
Las tendencias
de la poesía de estos años no se agotan con las dos expuestas en los epígrafes
anteriores; de hecho, ni siquiera entre éstas puede establecerse una tajante
distinción, ya que en ocasiones se observan momentos de zozobra en los poetas
arraigados y de serenidad en algún poeta desarraigado. Y surgen ya en aquellos
años autores muy difíciles de encasillar en esta dicotomía, como José Hierro y
José María Valverde.
En una
posición marginal con respecto a las dos tendencias señaladas, surge un
movimiento conocido como postismo, fundado en 1945 por Eduardo
Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y otros. Abreviatura de Postsurrealismo
enlaza con la poesía de vanguardia: reivindica la libertad expresiva, la
imaginación, lo lúdico... Pretende ser un “surrealismo
ibérico”. Rechaza la angustia
existencialista y, frente a la inminente poesía social, se representará como una rebeldía
subjetiva, aunque no menos antiburguesa. Entre ellos destacan Edmundo de
Ory y Alejandro Carriedo.
Un lugar
especial merece el grupo Cántico de Córdoba, que mantenía en la
posguerra el entronque con el 27 y
cultivaba una poesía predominantemente intimista
y de gran rigor estético, cuya
valoración plena no llegaría hasta los años 70. Sus principales figuras son Ricardo
Molina, Juan Bernier, Julio Aumente y, sobre todo, Pablo García
Baena.
DÉCADA DE LOA
AÑOS CINCUENTA: LA POESÍA SOCIAL.
Hacia 1955 se
consolida en todos los géneros el llamado realismo social. De esta fecha
son dos libros de poemas que marcan un hito: Pido la paz y la palabra,
de Blas de Otero, y Cantos iberos de Gabriel Celaya.
Ambos poetas superan en estas obras su etapa anterior de angustia existencial
para situar los problemas humanos en un marco social. Uno de los poetas de 27, Vicente
Aleixandre, dará un giro profundo a su obra con Historia del corazón,
centrada en la idea de solidaridad. Otra obra fundamental es Antología
consultada (1952), antología poética que recoge la poesía social
de los mejores poetas del momento como Celaya, Crémer, J. Hierro, Nora, Ramón
Garciasol, López Pacheco...
Partiendo de
la poesía desarraigada, hemos llegado a la poesía social: se impone un nuevo
concepto de la función de la poesía en el mundo. La poesía debe tomar partido ante los problemas del
mundo que la rodea y el poeta se hace solidario
de los demás hombres y antepone los
objetivos más inmediatos a las metas estéticas: la preocupación por el
contenido es mayor que el interés por valores formales o estéticos. Para Celaya
La poesía es un arma cargada de futuro.
Poesía es,
pues, un acto de solidaridad con los
que sufren y se abandona la expresión de los problemas íntimos o existenciales
; rechazo de los lujos esteticistas,
repulsa de la neutralidad ante la injusticia o los conflictos sociales.
En cuanto a la
temática, el tema de España se hace protagonista,
más obsesivo aún que en los noventayochistas y con un enfoque político. Dentro de esta preocupación y
del propósito de un realismo crítico se sitúan temas concretos como la
injusticia social, la alienación, el mundo del trabajo, el anhelo de libertad y
de un mundo mejor. De ahí el estilo dominante en este tipo de poesía: se
dirigen a la mayoría, por lo que
emplean un lenguaje claro,
intencionalmente prosaico en muchas ocasiones, y un tono coloquial. A pesar del peligro de caer en una poesía banal, los
grandes poetas descubrieron los valores poéticos de la lengua de todos los
días. Sin embargo, pronto fueron conscientes de que el pueblo realmente no
estaba en condiciones de leer poesía y llegó el desengaño: es muy difícil transformar el mundo usando como arma la
poesía.
El cansancio
de la poesía social no tardó en llegar y, como en los demás géneros, se irá
acentuando en la década de los sesenta.
En cuanto a
los autores, hay que dividirlos en dos grupos: por un lado, los poetas que
publican sus obras en los años 40 o incluso antes, como Gabriel Celaya, Blas
de Otero o José Hierro; y por otro, los poetas de la llamada “Generación
del medio siglo”.
LA DÉCADA DE
LOS AÑOS SESENTA: DE LA POESÍA SOCIAL A UNA NUEVA POÉTICA.
Ya durante los
años del auge del realismo social se observaron otras tendencias: José
Hierro o José Mª Valverde no pueden encasillarse en esta tendencia por su
variedad de temas y enfoques, aunque presenten a veces acentos sociales.
Aunque la
poesía social se prolonga en los años sesenta, ya en los cincuenta empiezan a
aparecer poetas nuevos que, aunque en
sus comienzos tengan acentos sociales, representarán su superación. Los más
notorios son Ángel González (Sin esperanza, con convencimiento),
Jaime Gil de Biedma (Moralidades), José Ángel Valente (Poemas a
Lázaro, La memoria y los signos) o Claudio Rodríguez (Alianza y condena,
Conjuros, Poesía...) Junto a ellos, otros como Francisco Brines, Carlos
Barral, Caballero Bonald, J.A, Goytisolo... han sido recogidos en algunas
antologías bajo la denominación “Grupo poético de los años 50” o “Generación
del medio siglo”.
Aunque en
realidad no configuren un grupo, lo cierto es que hay en ellos notas comunes ya que llevaron a la
poesía por nuevos caminos. Hay en ellos una preocupación por el hombre, pero huyen de todo tratamiento patético;
dan frecuentes muestras de inconformismo
con el mundo que los rodea, pero también cierto escepticismo que les aleja de la poesía social, aunque en alguno de
ellos se ha señalado un realismo crítico.
Lo propio de estos autores es la consolidación de una poesía de experiencia personal, de ahí que muchas
veces se haya hablado de poesía de la experiencia para denominar esta
corriente.
En su temática
se aprecia una vuelta al intimismo:
el fluir del tiempo, la evocación nostálgica de la infancia... En la atención
de lo cotidiano pueden surgir quejas, protestas o ironías, que revelan su inconformismo. Pero otras desemboca en
cierto escepticismo dolorido, en una
conciencia de aislamiento y de soledad.
En cuanto al estilo,
se alejan de los modos de las tendencias anteriores: se rechaza por igual el patetismo de la “poesía desarraigada” (pese al
habitual sentimiento de desarraigo de estos poetas) y el prosaísmo de los
poetas sociales. Llevan a cabo una labor de depuración y de concentración de la palabra, lo que revela un mayor
rigor en el trabajo poético. Junto a ello, cada poeta busca un lenguaje personal, nuevo, más sólido,
aunque no les atraen las experiencias vanguardistas y se quedan en un tono cálido y cordial, contrapesado con un
frecuente empleo de una ironía
triste y reveladora de ese escepticismo. Con estos poetas renace el interés por
los valores estéticos.
LA DÉCADA DE
LOS SETENTA: LOS “NOVÍSIMOS”.
Durante la
década de los setenta y sobre a partir de la segunda mitad, empiezan a publicar
poetas jóvenes que han nacido después de la Guerra Civil, entre 1939 y 1948. La
publicación en 1970 de la antología Nueve “novísimos” poetas españoles,
de José María Castellet, nos da a conocer a estos jóvenes que consideraban que
la poesía es una manera específica de tratar el lenguaje: Manuel Vázquez
Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere
Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo
María Panero.
A este lanzamiento
se habían adelantado algunos de ellos: Pere Gimferrer tenía publicados
sus libros Arde el mar (1966) y La muerte en Beverly Hills (1968),
y Guillermo Carnero el poemario Dibujo de la muerte (1967).
Todos ellos
son representativos de una nueva sensibilidad dentro de la llamada Generación
del 68. Tuvieron una “nueva
educación sentimental” en la que, junto a una formación tradicional y
estrecha, se vieron influenciados por el cine,
los discos, la televisión, los cómics..., tuvieron acceso a libros antes
difíciles de encontrar y entraron en contacto con otras tendencias culturales
en sus viajes por el extranjero.
Su bagaje
cultural y literario es amplio y sus influencias: poetas hispanoamericanos como Vallejo u Octavio Paz, algunos poetas del 27 (principalmente Cernuda y
Aleixandre) y otros poetas posteriores que, al margen de la poesía social, ya
habían intentado renovar el lenguaje poético (el grupo Cántico, postistas, Gil de Biedma, Valente...), a los que
hay que añadir otros poetas extranjeros.
En la temática
encontramos lo “personal” (infancia,
amor, erotismo...) junto a lo “público”
(la sociedad de consumo, la guerra de Vietnam...). Al lado de tonos graves
(ecos de un íntimo malestar) aparece también una provocadora e insolente frivolidad: Marilyn Monroe se codea con
el Che Guevara. Frente a la sociedad de consumo son sarcásticos y corrosivos, pero también se muestran escépticos ante la posibilidad de que
la poesía pueda cambiar el mundo. En lo personal y en lo político, son inconformistas y disidentes; pero como
poetas, persiguen metas estéticas.
Ante todo, lo que les importa es el estilo: la renovación del lenguaje poético es el objetivo principal, y
junto a otros modelos, en el Surrealismo
vieron una lección de ruptura con la lógica de un mundo absurdo.
Los rasgos más
novedosos:
—recuperación
de las actitudes vanguardistas
(Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo), tanto las de preguerra (generación del 27)
como las posteriores a 1940 (grupo “Cántico”, postismo, parasurrealismo de M.
Labordeta)
—esta actitud
se observa en la incorporación brusca de una serie de lenguajes habitualmente ajenos al ámbito literario: el lenguaje del
cine, de la publicidad, del cómic o de la música moderna.
—voluntad de opacidad, hermetismo y autosuficiencia
poemáticos situada en las antípodas del pragmatismo de la poesía social.
Estos principios se manifiestan en actitudes, procedimientos, concepciones
literarias y estilos diferentes entre sí, pero que presentan numerosos
elementos de cohesión. Querían
reorientar la poesía hacia la creatividad, la novedad y el arte.
—una de estas
direcciones adoptó una postura
esteticista, de sabor modernista y rubendariano, plena de referencias
culturales eruditas al mundo de las artes. Esta línea, combinada con un
escepticismo irónico y la defensa del vitalismo como actitud es la seguida por Luis
Antonio de Villena (Hymnica (1979); Huir del invierno (1981)).
El esteticismo culturalista adquiere
un temperamento más plenamente romántico en la obra de Antonio Colinas (Sepulcro
en Tarquinia (1976); Astrolabio (1979)) o en las revisiones
personales de la tradición simbolista de P. Gimferrer y Jaime Siles.
—otra
dirección de la poesía aparece inclinada a atender al texto poético como
entidad autosuficiente de significado incierto. Esta concepción recibió el
nombre de “metapoesía”, y critica la ingenuidad de la literatura
realista, defendiendo la autonomía de lo literario y la insondable ambigüedad
del lenguaje. Los mecanismos de significación del lenguaje y la literatura
misma, se convierten en el objeto temático del texto, y conducen a un arraigado
sentimiento de futilidad de la poesía. (G. Garnero, Ensayo de una
teoría de la visión, 1979).
—asimismo la
poesía novísima desarrolló una serie de intentos de denuncia de la manipulación social y política a través del lenguaje.
Ello se combinó con una fuerte iconoclastia, un notorio despego hacia lo
“literario” y con el renacimiento de actitudes decadentistas y vanguardistas,
en autores como Félix de Azúa, José Miguel Ullán, Manuel Vázquez Montalbán o del
tal vez más famoso de todos ellos, Leopoldo María Panero (Así se
fundó Carnaby Street (1970); Narciso (1979)).
Hubo, además
de la de Castellet, otras antologías que no dejan de ser importantes para
conocer la poesía desde finales de los sesenta y la década de los setenta:
—Antonio
Prieto, Espejo del amor y de la muerte. En ella se
reivindica la finalidad estética del poema. Como características del grupo
señala esa preocupación formal, la añoranza de una edad mítica y el gusto por
el pasado retornado.
—Poetas
españoles poscontemporáneos y Nueve poetas del
resurgimiento, dirigidas por José Batlló y V. Pozanco,
respectivamente.
—Joven
poesía española, que recogió los nombres de los poetas más jóvenes de
ese momento.
Frente a los
novísimos, en los mismos años 70, se alza el Equipo de Claraboya
(Agustín Delgado, Luis Mateo Díez, Ángel Fierro y J. Antonio Llamas). Su
antología Teoría y poemas (1971), supuso un duro ataque
contra los novísimos, a los que acusó de neodecadentes. Propugnaban una poesía
heredada de la conciencia social.
Los poetas más
jóvenes, los que se dan a conocer a finales de los setenta o ya en los ochenta,
continúan en parte las líneas apuntadas, pero parecen alejarse de los aspectos
más característicos de los novísimos y alejarse del vanguardismo más
estridente, a la par que aumenta un mayor interés por la expresión de la
intimidad y por las formas tradicionales.
En la
abundante producción poética de los últimos años del siglo XX y principios del
actual, coexisten en el panorama de la lírica española diversas tendencias. El
poeta y crítico José Luis García Martín en Treinta
años de poesía española, ha sintetizado los aspectos más importantes de
tales tendencias: intimismo,
surrealismo, neorromanticismo, recuperación de la anécdota, lenguaje coloquial,
gusto por contar historias en el poema (narratividad) y por hacer hablar a
distintos personajes (abunda el “monólogo dramático”), preferencia por los
procedimientos retóricos “invisibles” (los que no parecen existir), amplio uso
de la ironía y la parodia, alternancia de estrofas tradicionales con el verso
libre y preferencia por el marco urbano. Algunos, de los muchos, de estos
autores: Ana Rosetti, Álvaro
Valverde, Blanca Andreu, César
Antonio Molina, Miguel D'Ors, Javier
Salvago o Jon Juaristi.
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