TEMA 6. LA
POESÍA DE 1939 A 1979. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.
En los años que preceden
a la guerra civil, la poesía había comenzado un proceso de rehumanización
consciente en el que jugó un papel esencial el Surrealismo y la revista Cruz y raya. Se da entrada a lo social y
a lo político y en los años treinta algunos poetas del 27 cultivarían poesía social,
como Alberti, Cernuda o Emilio Prados.
Miguel Hernández es una
figura clave ya que supone un puente entre el grupo poético del 27 y los autores
de la “Generación del 36”. Comienza su producción bajo la influencia de la
vanguardia con Perito en lunas. En
1936 escribe El rayo que no cesa, que
gira en torno a tres temas esenciales: vida, amor y muerte. La poesía social y
comprometida llega con Viento del pueblo
y El hombre acecha. Ya en la cárcel,
alcanza su madurez literaria con Cancionero
y romancero y ausencias.
Terminada la guerra
civil, el país queda dividido en dos: vencedores y vencidos. La década de los
cuarenta fue, sin duda, la más dura de la posguerra debido al hambre y la
férrea censura. Los poetas más brillantes del 27 están en el exilio o han
muerto (Lorca). Únicamente Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Gerardo Diego
permanecieron en España. Dámaso Alonso redujo a dos los caminos que siguió la
poesía dentro de nuestras fronteras: la poesía arraigada y la poesía
desarraigada, aunque se dieron otras tendencias.
Los poetas arraigados se
autodenominan “juventud creadora” y se agrupan en torno a las revistas Escorial y, sobre todo, Garcilaso. Tienen un afán optimista de
claridad, perfección y orden y encierran en puras formas clásicas una visión
del mundo coherente, ordenada y serena. Junto a temas tradicionales, destaca un
firme sentimiento religioso. Es una poesía humanizada pero evasiva de los
problemas sociales del momento.
A tales características
responde la obra de Luis Rosales (Abril),
Leopoldo Panero (Escrito a cada instante),
Luis Felipe Vivancos (Cantos de primavera),
Dioniso Ridruejo (que dará un giro ideológico en Sonetos a la piedra) o José García Nieto (que abandonará los
estereotipos garcilasistas en Geografía
es amor). Luis Rosales buscará nuevas formas de expresión en La casa encendida.
Los poetas desarraigados
reaccionan contra el neoclasicismo y el formalismo de los garcilasistas. Hijos de la ira de Dámaso Alonso y Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre
son dos obras de referencia. Será la revista Espadaña (fundada por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora) la que
acoja a estos autores que cultivan una poesía arrebata, de agrio tono trágico,
que se enfrenta a un mundo caótico invadido por el sufrimiento y la angustia.
El sentimiento religioso también está presente, pero desde otra perspectiva: su
humanismo dramático entronca con el existencialismo. El estilo es bronco, directo
y más sencillo. Desembocará en una poesía social.
Los autores más
destacados son Gabriel Celaya (Tranquilamente hablando) y Blas de Otero (Ángel
fieramente humano), junto a otros como José Luis Hidalgo, Carlos Bousoño o
Vicente Gaos.
Frente a ellos, surge un
movimiento fundado por Eduardo Chicharro y Carlos Edmundo de Ory llamado
postismo, que pretendía ser una “surrealismo ibérico” que rechaza la angustia
existencialista y se presenta como una rebeldía subjetiva.
El grupo Cántico de
Córdoba mantiene un entronque con los poetas del 27 y cultiva una poesía intimista y de gran
rigor estético, como la de Juan Bernier o Pablo García Baena.
En la década de los
cincuenta se consolida en todos los géneros el realismo social. En 1955 se
publican dos libros de poemas que suponen un hito: Pido la paz y la palabra de Blas de Otero y Cantos iberos de Gabriel Celaya. Ambos abandonan su angustia
existencial y sitúan los problemas humanos en un marco social. Vicente
Aleixandre da un giro a su producción con Historia
del corazón, en la que aparece ya el concepto de solidaridad. Antología consultada recoge la poesía
social de los mejores poetas del momento: Celaya, Crémer, José Hierro o Nora.
La poesía debe tomar
partido y se concibe como un acto de solidaridad, de ahí la repulsa de la
neutralidad ante las injusticias, la preocupación por el contenido y el rechazo
de los lujos esteticistas y el empleo de un lenguaje claro y un tono coloquial,
ya que se dirigen a la mayoría. Sin embargo, pronto llegó el desengaño: es muy
difícil transformar el mundo usando como arma la poesía.
Tendríamos que dividir a
los autores en dos grupos: los que publican obras en los años cuarenta o antes
como Celaya, Blas de Otero o José Hierro (Tierra
sin nosotros), y los que integran la “mal” llamada “Generación del medio
siglo”.
El cansancio de la
poesía social no tardó en llegar y se acentúa durante la década de los años
sesenta. Ya en los cincuenta aparecieron poetas nuevos que, aunque en sus
comienzos tengan acentos sociales, representarán sus superación. Algunas
antologías los recogen bajo la denominación de “Grupo poético de los años 50” o
“Generación del medio siglo”, denominación poco acertada porque será en los
años sesenta cuando alcancen su madurez literaria, coincidiendo con el agotamiento
de la poesía social. Los más notorios son Ángel González (Sin esperanza, con convencimiento), Jaime Gil de Biedma (Moralidades), José Ángel Valente (Poemas a Lázaro) o Claudio Rodríguez (Don de la ebriedad).
Consolidan una poesía de
experiencia personal, por lo que se ha hablado de poesía de la experiencia. Hay
en ellos preocupación por el hombre, pero huyen de todo tratamiento patético;
son inconformistas con el mundo que les rodea, pero también escépticos, y a
veces muestran una conciencia de soledad y aislamiento. En la temática hay una
vuelta al intimismo y, en cuanto al estilo, rechazan tanto el patetismo de los
desarraigados como el prosaísmo de los poetas sociales: depuración y
concentración de la palabra, búsqueda de un lenguaje personal, tono cálido y
cordial e interés por los valores estéticos.
En 1970 José María
Castellet publica la antología Nueve “novísimos” poetas españoles para dar a
conocer a unos jóvenes poetas que consideran la poesía como una forma
específica de tratar el lenguaje: Manuel Vázquez Montalbán, A. Martínez
Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Fix,
Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Suponen una nueva
sensibilidad dentro de la llamada “Generación del 68”.
Reciben la influencia de
las vanguardias (Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo), de algunos poetas del 27,
especialmente Cernuda y Aleixandre, el Grupo Cántico, los postitas, Gil de
Biedma, Valente y otros poetas extranjeros (T.S.Eliot, E.Pound, Rimbaud).
Incorporan lenguajes habitualmente ajenos al ámbito literario (el cine, la
publicidad, los comic o la música) y buscan la opacidad, el hermetismo y la
autosuficiencia poemáticas y orientan la poesía hacia la creatividad, la
novedad y el arte.
En cuanto a la temática,
combinan lo personal (infancia, amor, erotismo) con lo público (la sociedad de
consumo o la guerra de Vietnam); junto a tonos graves, una insolente
frivolidad. Frente a la sociedad de consumo suelen ser corrosivos y
sarcásticos, pero escépticos ante la posibilidad de que la poesía pueda cambiar
el mundo. En lo político son inconformista, pero como poetas buscan metas
estéticas. Lo más importante es el estilo y la renovación del lenguaje poético.
Se tomaron diferentes
direcciones. Algunos adoptaron una postura esteticista de sabor modernista y
rubendarianocomo Luis Antonio de Villena (Hymnica), Antonio Colinas
(Astrolabio), Pere Gimferrer o Jaime Siles. Otros cultivaron la llamada
“metapoesía”, como Guillermo Carnero; y otros llevaron a cabo intentos de denuncia
de la manipulación social y política, como Azúa, Montalbán o Lepoldo María
Panero (Narciso), el más famoso de ellos.
Frente a los novísismos reacciona
el Equipo Claraboya (Luis Mateo Díez, Ángel Fierro, Antonio Llamas), que propugnaba
una poesía heredada de la conciencia social.
En la
abundante producción poética de los últimos años del siglo XX y principios del
actual, coexisten en el panorama de la lírica española diversas tendencias. El
poeta y crítico José Luis García Martín en Treinta años de poesía española, ha
sintetizado los aspectos más importantes de tales tendencias: intimismo,
surrealismo, neorromanticismo, recuperación de la anécdota, lenguaje coloquial,
gusto por contar historias en el poema (narratividad) y por hacer hablar a
distintos personajes (abunda el “monólogo dramático”), preferencia por los
procedimientos retóricos “invisibles” (los que no parecen existir), amplio uso
de la ironía y la parodia, alternancia de estrofas tradicionales con el verso
libre y preferencia por el marco urbano. Algunos, de los muchos, de estos
autores: Ana Rosetti, Álvaro Valverde, Blanca Andreu, César Antonio Molina,
Miguel D'Ors, Javier Salvago o Jon Juaristi.
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