jueves, 20 de abril de 2017

LITERATURA DE POSGUERRA. MODELO DE RESUMEN. TEMA 7. EL TEATRO ESPAÑOL DE 1939 A 1979. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.


TEMA 7. EL TEATRO ESPAÑOL DE 1939 A 1979. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.

Tras la guerra civil,  la escena española se ve privada de sus figuras más renovadoras: Lorca y Valle Inclán han muerto y Alberti, Max Aub o Alejandro Casona se encuentran en el exilio. Sin duda, fue el género más desfavorecido debido a que los condicionamientos comerciales e ideológicos se extremaron por a la férrea censura y la propia autocensura de los autores, y a que el cine se ha convertido en una fuerte competencia. Es un terreno poco propicio para las inquietudes creadoras.
Prosperan, de un lado, los “autores de diversión” intrascendente o conformista, que ofrecen obras cómicas y evasivas de las circunstancias históricas. Por otro lado, encontramos “autores serios”, que no tendrán acceso al teatro comercial y que en ocasiones encontrarán salida en los teatros de ensayo o en las representaciones de teatro independiente. Hay, por tanto, un “teatro visible” y otro “soterrado” que intentaba responder a las nuevas exigencias estéticas y sociales, pero que apenas logró mostrarse.
Durante la década de los cuarenta y parte de los años cincuenta, se dan cuatro líneas fundamentales.
La alta comedia o comedia de evasión fue denominada “el teatro de la continuidad sin ruptura”. Entre sus cultivadores encontramos a Jose María Pemán, Ignacio Luca de Tena, Claudio de la Torre, Edgar Neville o Joaquín Calvo Sotelo. Viejos maestros como Benavente continúan estrenando obras como Lo increíble.
Este teatro gozó del favor del público y de los empresarios teatrales. Predominan las comedias de salón y los dramas de tesis: la acción se desarrolla en espacios lujosos en los que personajes burgueses viven conflictos relacionados con la soltería, el adulterio, el choque generacional o la pérdida de valores tradicionales. Suelen desembocar en un final feliz moralmente ejemplar. Se eluden los conflictos sociales o políticos y tan sólo se lleva a cabo una moderada crítica social.
Otra línea fue el teatro antirrealista, representada principalmente por la obra de Alejandro Casona. Mezcla en sus obras la realidad y la fantasía y persigue, por lo general, una finalidad didáctica. Los personajes viven a menudo situaciones irreales y los conflictos se resuelven de forma amable y superficial y caen en el melodrama. Destacan títulos como La sirena varada, Los árboles mueren de pie o Prohibido suicidarse en primavera.
El teatro cómico fue otra de las líneas principales. Dentro de este teatro de evasión destacan las figuras de Jardiel Poncela y Miguel Mihura, cuya obra ha sido considerada como precursora del teatro del absurdo por la introducción de un humor disparatado y poético. Suponen el mejor intento de renovación y superación del género.
Jardiel Poncela introdujo en su obra lo inverosímil, dio relevancia a la intriga y buscó el humor verbal. Escribió obras con muchas acotaciones y una gran número de personajes. Algunos de sus títulos más destacados son Los ladrones somos gente honrada o Eloísa está debajo de un almendro.
Miguel Mihuta fundamenta su obra en el choque entre el individuo y la sociedad, motivo de su radical descontento ante un mundo de convenciones que atenazan al hombre y le impiden ser feliz, aunque a veces este conflicto queda escamoteado en los desenlaces. Su mejor obra es Tres sombreros de copa. 
En una línea muy diferente a las anteriores se sitúa un teatro serio, preocupado e inconformista que se inserta, en un principio, en una corriente existencial, aunque presente raíces sociales. En el drama social fueron claves dos obras: Historia de una escalera (1949) de Buero Vallejo, que supuso una crítica a las injusticias del momento y presenta a unos personajes más profundos psicológicamente y unos espacios escénicos más complejos; y Escuadra  hacia la muerte de Alfonso Sastre, que persigue que sus obras sean un medio de reflexión y de transformación social.

Durante la década de los cincuenta y los años sesenta la línea predominante es  el teatro social, también llamado “de protesta y denuncia”.  Aunque los condicionamientos teatrales no varían demasiado,  hay una serie de novedades que se consolidarán hacia 1960: ha aparecido un público nuevo (juvenil y sobre todo universitario) que demanda otro teatro y la censura se relaja y tolera algunos enfoques críticos. Y todo ello coincide cuando en el conjunto de la creación literaria fragua la concepción de realismo social.
Buero Vallejo y Alfonso Sastre habían sido sus pioneros. Tras una primera etapa de teatro existencial se centran en dar a sus obras un enfoque social.
Buero Vallejo, en esta segunda etapa, sin abandonar el interés por el individuo concreto o las facetas morales, insiste en las relaciones entre el individuo y el entorno en obras como Un soñador para un pueblo, Las meninas, El concierto de San Ovidio, El suelo de la razón y, sin duda su obra más compleja, El tragaluz, en la que muestra las consecuencias de la guerra civil.
Para Alfonso Sastre la misión del teatro en un mundo injusto como el nuestro es la de transformarlo y pone en práctica estas ideas en obras como Muerte en el barrio, La mordaza o La cornada.
Tras ellos, aparecen autores más jóvenes coetáneos a la Generación del medio siglo: Rodríguez Méndez (Los inocentes de la Moncloa), Carlos Muñiz (El tintero), Martín Recuerda (Los salvajes en Puente San Gil) y Lauro Olmo (La camisa). El tema común es la injusticia social y la alienación y la actitud del autor será la de testimonio o protesta. En cuanto a la estética y la técnica, todos se inscriben en el realismo, aunque con diferentes matices. Se trata de un teatro comprometido con los problemas de España que quedó al margen del teatro de consumo y tuvo dificultad para difundir sus obras.
Como contraste, hubo un teatro que triunfó: en los años sesenta sigue teniendo éxito la comedia burguesa en las obras de Alfonso Paso que tras una etapa de interés testimonial, prefirió el camino del éxito. Algunos títulos: Vamos a contar mentiras, Cosas de papá y mamá o Los peces gordos.
Muy avanzada la década de los sesenta, pero fundamentalmente en los años setenta, se supera el realismo y los autores se lanzan a la renovación de la expresión dramática y se asimilan las corrientes experimentales del teatro extranjero (teatro del absurdo, Brecht, Artaud). Comienza a desarrollarse un teatro experimental y vanguardista que ha recibido diferentes nombres: subterráneo, del silencio, maldito, etc. Los autores tuvieron muchos problemas para difundir sus obras por su visión crítica y porque su audacia formal los alejó del público mayoritario y de los escenarios convencionales. Seguía siendo un teatro  de protesta y denuncia, pero la novedad radicaba en el tratamiento dramático: desechan el enfoque realista y utilizaron procedimientos alegóricos o simbólicos. Convierten a sus personajes en símbolos que encarnan ideas abstractas: el dictador, el explotador, el oprimido, etc. El lenguaje recurre a la farsa, a lo grotesco, al esperpento, a lo alucinante y onírico, todo ello realzado por la escenografía. Se advierten huellas de Becht, Grotowski, el surrealismo, el expresionismo, el teatro del absurdo y la tradición española (del entremés al esperpento, la tragedia grotesca, el género chico o la revista).
Los autores nunca tuvieron conciencia de formar un grupo homogéneo. Entre sus representantes, de muy diversa edad y formación, destacan Francisco Nieva y Fernando Arrabal.
La obra de Nieva se caracteriza por una libérrima concepción de los elementos teatrales, la subversión de los espacios tradicionales, la supresión de la psicología de los personajes y la renuncia a incluir contenidos ideológicos. Entre sus obras figuran títulos como Nosferatu, Pelo de tormenta.
El teatro de Fernando Arrabal se caracteriza por una iconoclasia que ataca tabúes profundamente arraigados. Hace un teatro al margen de la sociedad por su radical rechazo a la misma y en un proceso que va desde la marginación crítica hasta una ofensiva belicosa contra el mundo, proceso condicionado por la evolución ideológica del autor a lo largo de más de treinta años, en los que nunca ha prescindido de su raíz surrealista. Entre sus títulos: El cementerio de automóviles, El jardín de las delicias y Oye, patria, mi aflicción.
Lo dramaturgos que se habían exiliado permanecieron, con algunas excepciones, alejados de los escenarios (Max Aub, Alberti o León Felipe).
En esta renovación teatral desempeñaron un importante papel los grupos de teatro independiente como Els Comediants, Els Joglars, La Cuadra, El Teatro Libre, La Fura Dels Baus etc., que crearon textos propios, hicieron montajes colectivos y actuaron fuera de los circuitos comerciales. En grandes ciudades como Madrid o Barcelona, comienzan a realizar una importante labor las salas de teatro alternativo, de aforo reducido y de precio más asequible, que generalmente ofrecen un teatro de vanguardia dirigido a un público formado y con inquietudes culturales.
A partir de 1975 el teatro se vio favorecido por la desaparición de la censura, las subvenciones de la Administración Central y de los Gobiernos de las Comunidades Autónomas, el establecimiento de un Centro de Documentación Teatral y de un Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas...; pero el florecimiento del teatro no se produjo porque las obras estrenadas ofrecen un interés limitado para el público mayoritario, que prefirió el cine.
Tras unos años de dominio experimental en la escena teatral, se advierte una vuelta a la estética realista perceptible tantos en autores como en grupos de teatro independiente que, desde una perspectiva social y testimonial, se interesan por los problemas de la vida cotidiana, pero no excluyen elementos oníricos o alucinantes. Por una parte, se emplean elementos de la tradición como el lenguaje del sainete; por otra, se da una moderada renovación formal. Los nuevos dramaturgos se inclinan más por el género de la comedia o la tragicomedia; la tragedia es menos usual. Las obras transmiten con frecuencia un desencanto vital, reflejo de una generación que va viendo caer sus utopías.
De los autores que iniciaron su carrera en décadas precedentes, mantuvieron una presencia continuada en los escenarios Antonio Buero Vallejo (Jueces en la noche, Las trampas del azar) y Antonio Gala, autor difícil de clasificar. La acogida de su obra ha sido irregular, pero con una progresiva aceptación desde los años setenta.  Los verdes campos del Edén, ¡Suerte, campeón! o Petra regalada son algunos de sus títulos.
Mejor acogida que obras del teatro experimental han tenido las de otros dramaturgos de la vieja guardia: Valle Inclán, Lorca, y en menor medida M.Mihura, Jardiel Poncela y Alejandro Casona.
Por otra parte, diversos novelistas y ensayistas –Carmen Martín Gaite, Eduardo Mendoza, Miguel Delibes, Fernando Savater— han hecho sus pinitos en este género, con creaciones originales o con adaptaciones dramáticas de algunos de sus relatos.
También, como ha ocurrido en épocas pasadas, los empresarios han abierto sus puertas, preferentemente, a los cultivadores de un teatro de evasión, humorístico, de corte folletinesco o moralizador y de crítica amable y superficial. Entre los más favorecidos han estado Ana Diosdado y Juan José Alonso Millán (Revistas del corazón, El guardapolvo, Un golpe de suerte).





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