TEXTO 1
Las estrellas jóvenes consiguen su
energía de las reacciones termonucleares que convierten hidrógeno en helio, en
su interior más profundo. Cuando se ha consumido cierta fracción de hidrógeno,
el núcleo de helio resultante empieza a contraerse. La evolución subsiguiente
de la estrella depende de si su masa es menor o mayor que cierto valor crítico,
conocido como límite de Chandrasekhar. Si la masa está por debajo de este
valor, la “presión de degeneración” de los electrones detiene el colapso del
núcleo de helio antes de que su temperatura alcance un valor suficiente para
iniciar las reacciones termonucleares que convierten helio en carbono.
Mientras, las capas externas de la estrella que evoluciona se han expulsado con
mayor o menor violencia. (Se sospecha que las nebulosas planetarias se han
formado de esta manera.) El núcleo de helio, rodeado por una cubierta de
hidrógeno más o menos extensa, constituye una enana blanca.
Construcción del universo, David Layzer.
TEXTO
2
Toda la vida de Dios, el lenguaje castellano
ha tenido fresca y pronta una expresión para dar comienzo a un nuevo capítulo,
tras los avatares turbulentos o felices que quedaron reseñados en el anterior,
cuando el tiempo que media entre ambos es el de la noche que los separa […]
¿Cómo se dice? Adivínelo. ¡Empieza a correr el tiempo!
La respuesta inmediata parece que
podría ser formularla en términos correctos el más inculto, nervioso o pasmado
asistente a cualquier concurso televisivo, de esos que ofrecen cifras
millonarias por juntar la P con la A. […] “¡Pues vaya un acertijo. ¡Al día
siguiente! ¡Está chupado!” Se encienden lucecitas rojas, suena un timbre
estridente, llueven las monedas, estallan los aplausos. “¡Ha acertado, señores,
lo ha dicho bien! Ya tiene un viaje al Caribe con su esposa y 3,000 euros.
¿Desea continuar?”
Parece que sería de cajón que
contestara eso, ¿no?, sin necesidad de haber leído ni a Cervantes ni a Larra.
Pues no, no es de cajón, ni obvio, ni natural, ni nada. […] Lo que oímos por
todas partes es un sucedáneo del inglés, que suena a rayos y se propaga como la
mala hierba. Lo que oímos y leemos, y la gente traga sin hacer ascos es “el día
después”. Incorrección manifiesta porque “siguiente” es un adjetivo que
acompaña al nombre (“la página siguiente”, “nos contó la siguiente historia”) o
lo sustituye (“que pase el siguiente”). Y a ver quién se atreve a decir: “Que
pase el después” o “Nos contó la después historia”. No entra, claro, porque
“después” es un adverbio de tiempo que además, en general, se usa con preposición
(“mi nombre está después del tuyo” o “después de echar la carta me arrepentí”).
Las renovaciones inútiles, Carmen Martín Gaite.
TEXTO 3
Todas las lenguas tienen formas especiales para codificar
diferentes tipos de elementos de la situación: los deícticos. Entre ellos se
encuentran no solo los pronombres personales de primera y segunda personas en
todas sus formas, los demostrativos, los posesivos, y muchos adverbios de lugar
y de tiempo; debemos contar también los morfemas de tiempo de la flexión verbal
y las fórmulas de tratamiento. Además, habría que añadir todas las formas
anafóricas y catafóricas, es decir, aquellas que se usan en el discurso para
hacer referencia a algunas partes del propio discurso. Por todo ello no es de
extrañar que más del noventa por ciento de las oraciones de una lengua
contengan unidades de este tipo.
Una vez más, nos
encontramos con que una parte importante de la interpretación de un gran número
de enunciados depende decisivamente de los factores extralingüísticos que
configuran el acto comunicativo: conocer la identidad del emisor o destinatario
y conocer las circunstancias de lugar y tiempo de emisión se ha convertido en
un requisito imprescindible para conseguir una interpretación plena. Y una vez
más, también resulta evidente que solo desde una perspectiva pragmática se
podrá tener acceso al tipo de información necesaria para lograr este objetivo.
Mª Victoria Escandell: Introducción
a la pragmática.
TEXTO 4.
Los resultados de la prueba de
selectividad de este año revelan, al menos en Cataluña, que la media de alumnos
ha obtenido un suspenso en matemáticas aplicadas, en ciencias sociales, en lengua
y literatura, en física y química. La estadística de que dispongo no indica qué
asignatura es un coladero de tal calibre que ha permitido que el 87% de los
alumnos presentados haya aprobado con una nota media de 5,8.
El fenómeno no es nuevo ni nos pilla
desprevenidos y las voces que reiteran la gravedad de la situación lo hacen con
aire desesperanzado. El mundo es cada día más competitivo y nosotros más
incompetentes. Supongo que se refieren a nuestra incompetencia en el terreno de
la ciencia y la tecnología, cosa que a mí me preocupa poco. Que la mayoría no
pase el examen de química tiene una importancia relativa. Sólo se necesita un
número determinado de químicos para atender las necesidades de la comunidad. Al
resto nos basta con saber que el detergente de la lavadora no debe ingerirse.
Más preocupante es el pobre resultado
obtenido por los estudiantes en el apartado de lengua, porque considero
importantísimo que todo el mundo sea capaz de entender y expresar de palabra y
por escrito ideas que vayan más allá de lo visceral y lo estrictamente
deportivo, y esto, aunque nadie lo crea, sólo se aprende estudiando. Pensar que
una cosa es hablar y escribir y otra distinta la gramática es un error muy
extendido. Para comprobarlo sólo hay que acudir a los medios de difusión, donde
advertirá que, aparte de algunos profesionales, el ciudadano se expresa como un
protozoo. En el lenguaje oral, los gritos y los desplantes, algunos acentos
locales, la imitación de defectos físicos y un casticismo barato disimulan la magnitud
de la catástrofe. Por escrito, ni eso. Frente a esta situación, los políticos
encogen sus anchos hombros. La enseñanza es un problema insoluble: alumnos
reacios, profesores deprimidos, presupuesto insuficiente y un plan de estudios
enmarañado e ineficaz. Sí, el resultado es malo, pero otros años fue peor. El
mismo razonamiento que se aplica, por estas mismas fechas, a los incendios
forestales. Y expuesto con un rigor y una elocuencia que en la prueba de
selectividad sacaría, con suerte, un 3 pelado.
MENDOZA,
Eduardo: Selectividad. EL PAÍS, 12-VII-2004.
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