Para probar la inferioridad de la mujer, los antifeministas han apelado
no sólo a la religión, la filosofía y la teología, como antes, sino
también a la ciencia: biología, psicología experimental, etcétera. A lo
sumo, consentían en aceptar al otro sexo “la igualdad en la diferencia”.
Esta fórmula, que ha hecho fortuna, es muy significativa. Es
exactamente la que utilizan, a propósito de los negros de América, las
leyes Jim Crown; pero esa segregación pretendidamente igualitaria sólo
ha servido para introducir las discriminaciones más extremas. Esa
coincidencia no es nada casual; ya se trate de una raza, de una casta,
de una clase o de un sexo reducidos a una condición inferior, los
procesos de justificación son los mismos. “El eterno femenino” es el homólogo del “alma negra” y del “carácter judío”.
Por otra parte, el problema judío, en su conjunto, es muy distinto de
los otros dos. Para el antisemita, el judío no es tanto un inferior como
un enemigo, y no le reconoce ningún lugar propio en este mundo; más
bien, desea aniquilarlo. Pero hay analogías profundas entre la situación
de las mujeres y la de los negros; unos y otros se emancipan hoy día de
un mismo paternalismo, y la casta que ha sido dueña quiere mantenerlos
en “su lugar”,
es decir, en el lugar que ha elegido para ellos; en los dos casos se
explaya en elogios más o menos sinceros acerca de las virtudes del “buen negro”, del alma inconsciente, infantil y riente del negro resignado, y de la mujer “verdaderamente mujer”,
es decir, frívola, pueril e irresponsable, la mujer sometida al hombre.
En los dos casos extrae argumentos del estado de hecho que ha creado.
Se conoce la salida de Bernard Shaw: “el norteamericano blanco –ha dicho, en síntesis- relega al negro al grado de lustrabotas y deduce de ello que sólo sirve para ser un lustrabotas”.
Este mismo círculo vicioso se encuentra en todas las circunstancias
análogas: cuando se mantiene a un individuo o grupo de individuos en
situación de inferioridad es un hecho que es inferior, pero habría que
ponerse de acuerdo acerca del alcance de la palabra ser; la mala fe consiste en darle un valor substancial cuando tiene el sentido dinámico hegeliano: ser es haber devenido, es haber sido hecho tal cual se manifiesta; sí, las mujeres, en conjunto son
hoy día inferiores a los hombres, es decir, que su situación le abre
menos posibilidades: el problema consiste en saber si ese estado de
cosas debe perpetuarse.
Muchos hombres lo desean; no todos se han despojado aún de su actitud.
La burguesía conservadora sigue viendo en la emancipación de la mujer un
peligro que amenaza su moral y sus intereses. Ciertos machos temen la
competencia femenina.
Simon de Beauvoir, El segundo sexo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario