2º BACHILLERATO. GUIÓN DE LECTURAS. PRIMERA EVALUACIÓN.
Recordad que, a pesar del año del estreno, se considera obra representativa del siglo XVIII a El sí de las niñas (comedia neoclásica). El resto de obras son del siglo XIX: Don Juan Tenorio, de Zorrilla (drama romántico), Artículos
de Larra (autor que encarna en sí mismo el Romanticismo, pero sus
artículos, que pertenecen al género del costumbrismo, suponen un
antecedente de la novela realista de la segunda mitad de siglo) y La desheredada de Galdós (novela realista con tintes naturalistas).
IMPORTANTE: lo que tenéis que hacer es elaborar la pregunta 5.b
de la PAU: Comenta los aspectos más relevantes de la obra del siglo
XVIII (por ejemplo) que haya leído, teniendo en cuenta su contexto
histórico y literario. Haremos juntos la del siglo XVIII, pero en todas
ellas será imprescindible:
-El nombre del autor.
-El título de la obra.
-Género y corriente a la que pertenece.
-Tema.
-Características más importantes de la misma en relación a lo expuesto anteriormente.
GUIONES
DE LECTURA 1ª EVALUACIÓN. 2º BACHILLERATO.
EL
SÍ DE LAS NIÑAS, L.FERNÁNDEZ DE MORATÍN
Leandro
Fernández de Moratín nace en 1760 y muere en 1828. Consecuente con
la época en que le tocó vivir, el siglo XVIII, siglo de “las
luces” y de la confianza fundamentada en la razón, esta obra nos
muestra aquel ideal ilustrado de “enseñar deleitando”. La
literatura debía ser útil y bella.
Los
ilustrados vieron en el teatro el medio perfecto para que fuera una
escuela de costumbres. Las obras debían perseguir una finalidad
didáctica: respetar la moral pública y el orden social. Lo más
importante era el texto teatral, no el espectáculo, y rechazaron
aquellas obras en la que imperaba la inverosimilitud y la falta de
decoro poético.
Las
comedias neoclásicas de Moratín tienen esta finalidad moral. En
ellas se respeta la regla de las tres unidades (espacio, tiempo y
acción). Su tema fundamental es la inautenticidad como forma de
vida:
—en
los matrimonios de conveniencia: El viejo y la
niña y El sí de las
niñas.
—la
educación de las jóvenes: La mojigata
—el
teatro de su tiempo: La comedia nueva y el
café.
El
sí de las niñas fue estrenada en 1806. Llevaba a escena el
tema de las bodas arregladas por padres y tutores sin contar con la
voluntad de la novia. Los matrimonios impuestos y desiguales eran una
realidad social de la época, dato que lo demuestra el hecho de que
en 1787 había tres veces más viudas que viudos. En el propio
círculo del escritor encontramos casos muy significativos: su tío
Nicolás se había casado a los cuarenta y pico años con una
jovencita a la que ni conocía; el Conde de Aranda se casó a los
sesenta y cinco con una nieta sobrina que no había cumplido los
dieciséis; y él mismo, rehusa casarse con Paquita Muñoz, joven de
20 años (él tenía cuarenta y dos), para no ser igual que el
protagonista despreciable de su obra El viejo y la niña.
La
finalidad de la obra no era tanto proponer soluciones (el divorcio
era impensable) como concienciarse del problema y denunciar las
conductas que lo ocasionaban.
Analicemos los caracteres de
la obra, que se articula en torno a siete personajes que se agrupan
en tres parejas (solo queda “suelto” Simón, el criado de D.
Carlos). A excepción de los criados, todos ellos pertenecen a la
clase media.- Don Diego / Dª Irene
Don
Diego es un burgués acaudalado de cincuenta y nueve años que
pretende casarse con una joven de dieciséis, lo cual es un
despropósito. Sin embargo, está lleno de virtudes: es sensible, ama
a Paquita, aunque es consciente de que ella nunca le amará, se
comporta con su sobrino como si de un hijo se tratase... sabe que de
Paquita no podrá conseguir más que la estimación y la amistad, y
eso le produce un desasosiego que no le deja dormir. Don Diego
intenta por todos los medios saber si Paquita da su consentimiento
para la boda, algo que Doña Irene no permite porque lo que quiere es
imponer su egoísmo. Su sacrifico en aras de lo racional permitirá
la felicidad de los jóvenes. Representa la discreción.
Doña
Irene es su contrapunto cómico. Su función no es sólo provocar la
risa sino resaltar la cordura, sensibilidad y generosidad de Don
Diego. Es un personaje al que se caracteriza con una verborrea
insustancial que estorba el propósito de Don Diego de conocer la
respuesta de Paquita. A través de ella se proyecta la sátira contra
la beatería y la santurronería. Es egoísta y no quiere que su hija
se meta a monja: prefiere casarla “bien” y así reponer su
economía. Representa la insensatez.
Pero
a pesar de que está dispuesta a sacrificar a su hija por fines
puramente económicos, Moratín no la presenta como un personaje
cruel, y más que odio despierta compasión.
- Paquita /Carlos: el amor
Paquita
se debate entre la obediencia a su madre y el amor a Don carlos. Es
inocente, pero también sabe lo que es el amor. Su amor por Don
Carlos, al que pide ayuda, es totalmente desinteresado, pues
desconoce su fortuna y parientes. Conocemos su carácter por sus
palabras y su acciones, pero también por cómo la ven los demás
personajes. por ejemplo, destaca de ella Don Diego su candor y su
inocencia; su madre, por el contrario, nos la muestra como una
simple.
Representa
el amor adolescente junto a la capacidad de sacrificio ante lo
inevitable. Todo hace de ella un ser encantador del que el espectador
se compadece.
Don
Carlos es militar, obediente y con un gran respeto hacia su tío. Es
capaz de dominar sus sentimientos y subordinarlos a la razón, al
deber filial que le une a su tío.
- Rita / Calamocha: los
criados.
Son
los criados de Doña Paquita y Don Carlos, tienen una función cómica
y sus diálogos, además de aportar frescura y verosimilitud,
representan con su carácter desvergonzado el contraste necesario
para resaltar la ternura y el lirismo de las palabras de Carlos y
Paquita. Ambos tienen en común la juventud, la gracia y el buen
humor.
Ella
es la confidente de Paquita, su consejera; destaca en ella la
amistad. Con sus comentarios ridiculiza a Doña Irene. Él, va
desapareciendo poco a poco de la escena; tal vez con ello el autor
quería evitar la típica boda entre los sirvientes de la comedia
barroca.
- Simón.
Criado
y consejero de Don Diego. Le aprecia realmente y cree que es un
hombre de bien.
Los
personajes también se agrupan por sus relaciones: tío/sobrino,
madre/hija, amo/criado; y por su posición social (cuatro señores y
tres criados).Todo discurre por el diálogo, distinto en cada
personaje (verosímil, que respeta el decoro) según su edad, su
estado social y su sexo, tres factores que imponen el tono.
El
lenguaje que usa Moratín es sencillo y natural sin caer en la
vulgaridad. Fue el primer autor en introducir en este tipo de teatro
la prosa, lo que suponía además una toma de postura ideológica,
pues se desvinculaba de los cánones heredados del teatro del siglo
XVII.
El respeto de las tres
unidades se consigue sin la menor inverosimilitud.- Espacio.
Una
sala de una posada de Alcalá de Henares, un lugar de cruce que
favorece el diálogo y la acción en el que están presentes las
confesiones íntimas y el mundo exterior con las salidas y llegadas.
El espacio es claro y sencillo. Para los momentos de confusión en la
trama se utiliza la falta de luz.
- Tiempo.
Dura
diez horas (desde las 7 de la tarde hasta las 5 de la mañana), del
atardecer al alba. Tiempo concentrado y gran dinamismo en la escena.
La luz juega un papel simbólico fundamental: en la oscuridad tiene
lugar la desolación de los jóvenes; el alba significa la felicidad
de los personajes protagonistas. La luz que se impone a las
tinieblas, un símbolo cargado de significación en el siglo en el
que la obra se creó. La oscuridad propicia la peripecia y domina en
los momentos en los que el corazón anula la razón; el sol sustituye
a las tinieblas de la noche y aclara los malentendidos.
- Acción.
Única.
Se resume en el proyectado matrimonio que una joven de dieciséis
años, doña Francisca, con un acaudalado burgués de cincuenta y
nueve. La muchacha se ve obligada a aceptar por el amor y obediencia
que le debe a su madre, aunque esté enamorada de Carlos, un joven
militar. Este amor sólo lo conocen sus criados, Rita y Calamocha.
Cuando don Carlos acude en ayuda de Paquita, que le ha enviado una
carta, descubre que su rival es su tío y tutor, por lo que su
sentido de la obediencia le obliga a renunciar a su amada. Sólo la
cordura y la comprensión de Don Diego –y su sacrificio- podrá
resolver lo que se encaminaba a la ruptura de un orden racional y
natural.
Todo
en la obra es moderado: el sentimiento, la gracia, la amistad, el
amor. La luz va marcando el paso del tiempo y tiene, como hemos
señalado, una función simbólica:
La
mujer en esta obra de Moratín cobra una inusitada importancia para
la época. El mayor contraste en torno a Paquita lo podemos ver en
las diferentes visiones que de ella tienen D. Diego y Dª Irene: Dª
Irene tiene una actitud “machista” ante la situación y no cree a
su hija capacitada para prácticamente ninguna decisión, frente a
ella, D. Diego considera que Paquita está totalmente capacitada
para tomar sus propias decisiones y expresarlas sin temor.
El
tema, como también señalamos al principio, es la imposición
paterna en el casamiento, frente a lo natural y racional, que es el
amor entre dos jóvenes. Moratín nos dice con esta obra que la
autoridad paterna debe ejercerse de una manera no despótica. El tema
de la educación de la mujer también es importante en la obra:
podemos ver el contraste entre don Carlos, que renuncia a su amor por
el deber, y Paquita, que lo hace por simple disimulación.
Se
postula como posible fuente extranjera La escuela de madres
del autor francés Marivaux: parece ser que Moratín pudo tomar de
esa obra la severidad educativa de Dª Irene para con su hija.
También
pudo inspirarse Moratín en algunas obras españolas como Entre
bobos anda el juego de Rojas Zorrilla en la que también se
plantea el tema de un casamiento ridículo entre una joven y un
anciano.
No
obstante, el tema de las bodas desiguales queda justificado en la
propia época de Moratín en la que los casamientos arreglados por
los padres entre novias jóvenes y ricos ancianos eran bastante
comunes. De igual modo, era una preocupación general en la época,
como queda reflejado en la prensa periódica, el conflicto entre la
autoridad paterna y la libertad de los hijos y sobre todo de la
mujer. La preocupación de aquellos que como Moratín defendían la
libertad de la mujer en la elección de marido no era tanto por
considerar a la mujer capacitada para adquirir las mismas libertades
que los hombres, sino, muy al contrario, porque se pensaba que las
bodas irracionales a la larga provocarían que las mujeres buscaran
fuera del matrimonio, y por lo tanto en una situación de adulterio,
el pretendiente que les gustara. Esto es, se temía el desquite de
las mujeres casadas contra su voluntad.
Estuvo
representándose 26 días seguidos. Gustó a todos los públicos
(clases acomodadas y clase media). La clase media se sentía
identificada con la historia. El éxito demostró que el respeto por
la regla de las tres unidades no era un obstáculo, no era
incompatible con la popularidad de una obra, de lo que se deduce que
el público permanecía en su mayoría totalmente ajeno a la
polémica.
DON
JUAN TENORIO, JOSÉ DE ZORRILLA
- Autor: José de Zorrilla (1817-1893)
Ya
desde niño se destacaba en él una exaltada imaginación y una
propensión a lo misterioso y plástico. En contra de lo que su padre
esperaba de él, llegar a ser un gran abogado, pasó sus años de
estudiante leyendo a los románticos, escribiendo versos y
representando antiguas comedias refundidas “a lo divino” por los
padres jesuitas.
Dos fueron las
ciudades que le dejaron una honda huella. En Sevilla el sentimiento
del paisaje se apoderó de él y sus rincones más pintorescos
aparecerán constantemente en su obra literaria. En Toledo sintió
los hechizos de sus calles moriscas, de sus antiguas sinagogas, de
sus puentes romanos..., y será ésta otra ciudad presente en su obra
y escenario obligado de muchas de sus leyendas.
Cuando por fin llegó
a Madrid, meca de sus aspiraciones literarias, vivió días de
estrecheces y bohemia, siempre alerta para evitar a los ministriles
de su padre que le buscaban. Los versos que leyó en el entierro de
Larra (que se había suicidado dos días antes) le consagraron
oficialmente como poeta y su producción literaria se iniciará desde
entonces.
Pero ni siquiera sus
éxitos literarios convencieron a su padre. Esta desavenencia y
distanciamiento familiar fueron para él una obsesión. Cuando tres
años después de la muerte de su madre, en 1849, fallece su padre,
cae en una profunda amargura. Don José Zorrilla Caballero había
muerto sin llamarle a su lado, de cara a la pared como gesto de
condena de los éxitos literarios de su hijo. Entre 1850 y 1854 su
producción literaria fue casi nula.
En realidad su
actividad productiva se centró entre 1837 (año de la muerte de
Larra) y 1850. Durante este período poesías, leyendas y dramas se
sucedieron en constante progresión. En 1844 apareció su obra
cumbre, Don Juan Tenorio, que
le elevaría a la apoteosis de la popularidad. Traidor,
inconfeso y mártir (1849) fue el tercer gran
drama de Zorrilla.
Lo que más estimó
de toda su obra fueron las leyendas. El legendario cristiano A
buen juez mejor testigo y otras leyendas
supusieron los bocetos de piezas dramáticas con elementos
donjuanescos que preconizaban el Tenorio.
Zorrilla recogió los temas de la tradición
popular, de vidas de santos, de dramas del Siglo de Oro, de romances,
de novelas y de crónicas antiguas.
Los últimos años
del poeta transcurrieron entre las dulzuras del éxito, la gloria y
la fama conseguida, y las amarguras que le produjeron las
dificultades económicas y los problemas de salud. Cuando muere en
1893 miles de personas acuden a su entierro en Madrid, y periódicos
y revistas del mundo hispánico se hacen eco de este auténtico y
espontáneo dolor de la patria. La celebridad que consiguió en vida
en todas las esferas sociales se debió a su dedicación literaria al
pueblo.
Sin embargo, de la
obra que le dio fama dijo a los 64 años que estaba llena de errores
que se reducían al amaneramiento y mal gusto de situaciones, “ripios
y hojarasca” en la versificación y la desafortunada creación de
don Juan, personaje sin carácter y con defectos enormes. Por ello
pensó en una refundición del drama que corregiría estos defectos y
le hiciera recobrar los derechos de la obra, que había vendido años
antes y que estaba enriqueciendo a editores, actores y empresarios,
mientras él vivía prácticamente de la caridad pública. Nunca
ocurrió.
También hay que
destacar de sus últimos años de vida la amargura que le producía
el sentirse anticuado, un escritor lleno de prestigio, pero cuyo
mensaje había perdido actualidad. De ahí su frustración al no
conseguir que los editores aceptaran sus obras.
- Contexto cultural de la España del último tercio del siglo XIX.
El período
romántico se había caracterizado por el predominio de la poesía y,
sobre todo, del drama. Sin embargo, a partir de 1870, con la
aparición de la primera obra de Galdós, La
fontana de oro, surge un mayor interés por
la novela con una marcada tendencia al realismo costumbrista,
psicológico y social. La Restauración (1874) incrementa aún más
dicho interés y da obras como Pepita Jiménez,
El sombrero de tres picos. Galdós, por su
parte, escribe profusamente sus Episodios
Nacionales desde 1873. En ellos, y a
diferencia de los románticos como Zorrilla, que exaltaban el pasado
español, descubre la historia española inmediata, la del siglo XIX,
más asequible al público a que se dirige y más conforme con su
sentido de actualidad, de ansia por una España nueva, de
responsabilidad ante la problemática nacional, trayectoria
claramente precedente del 98.
En 1879 Galdós
cierra la segunda serie de sus Episodios.
La novela histórica pasa temporalmente de moda. Don Benito,
observador atento a los gustos del público, abre la serie de
“novelas contemporáneas”, obras ideológicas, de tesis y
tendencia social, en consonancia con los gustos y corrientes de la
época.
En el terreno del
drama encontramos, sin embargo, una excepción, la del “rezagado
romántico” Echegaray, que se fabricó su propia receta teatral:
resucita el drama romántico en su forma más florida, melodramática
y efectista, y le aplica el moderno teatro realista de ideas y nuevos
problemas de la época positivista. Desliga de sus dramas el pasado
histórico y legendario, sin situarlos tampoco en la época
contemporánea. Sus tipos son símbolos de violentas pasiones humanas
en conflicto con los rígidos conceptos del deber y del honor
calderonianos, y les hace llegar, por medio de fines efectistas, a
una solución detonante de moral implacable, sin tener en cuenta la
lógica interna y natural de las pasiones humanas. (buscar algo de
Echegaray). Esta fórmula hizo de Echegaray el “monstruo de la
naturaleza” de su tiempo. Y Zorrilla, por el contrario, romántico
cantor de las glorias nacionales, en un pasado histórico y
legendario, sonaba a eco anticuado en una época burguesa,
materialista y crítica, de gustos e ideas positivistas.
- Don Juan Tenorio, drama romántico.
El estreno en 1835
de Don Álvaro o la fuerza del sino, del
Duque de Rivas, supone la inauguración solemne del Romanticismo
español. Pero su dominio en las letras patrias va a durar poco más
de una época.
Lo dominante en el
espíritu del Romanticismo español es el retorno a la Edad Media, el
entronque con la tradición nacional del Siglo de Oro, la de Lope,
Calderón y el Romancero. Los dos representantes máximos del
romanticismo nacional fueron Rivas y Zorrilla.
Don Juan Tenorio
es la obra más representativa del teatro
romántico español con su poder de parodia clásica: tiene todos los
elementos de la obra seria, pero sin bases para la credibilidad. Es
una refundición del Burlador de Sevilla de
Tirso y del Convidado de piedra de
Zamora. Con técnica y sensibilidad románticas el poeta revive la
figura mítica del libertino, creada por Tirso.
Sus rasgos de héroe
romántico y lo esencial de la intriga y
acción cobran vigor con la presencia del antagonista,
Luis Mejía, de personalidad paralela a la de Juan, aunque más
esquemática y desdibujada. El rígido código
del honor clásico está representado en don
Gonzalo de Ulloa con la misma inflexibilidad que en los dramas
calderonianos. Brígida encarna la tradición celestinesca.
Ciutti es la “figura del donaire”,
tan esencial en el Siglo de Oro. Lucía es la criada
clásica, materialista e infiel, que vende a
su ama por dinero. Une además Zorrilla el tema del “burlador”
con el de “el convidado de piedra” y su banquete macabro.
Pero la gran
contribución de Zorrilla y del Romanticismo al tema donjuanesco es
la bella creación de doña Inés, ángel de amor, “Virgen maría”
medianera, que hace posible la salvación del libertino. La salvación
por el amor sitúa el drama dentro del gusto romántico: la unión de
la mujer y el amor contribuye a ese alto de redención romántica.
El estilo
del drama está en armonía con el tono paródico propio de estas
obras románticas. Los personajes usan un castellano moderno, aunque
salpicado de ciertos arcaísmos, giros, juramentos e interjecciones
que abundan en los dramas del Siglo de oro. El breve diálogo en
italiano entre Buttarelli y Miguel es también un remedo de recursos
parecidos de la comedia clásica, a la vez que un intento de Zorrilla
de darle un tono realista.
Una acumulación
de motivos románticos invade el drama:
1ª parte: misterio
inicial del héroe acompañado de elementos carnavalescos (antifaces,
máscaras, duelos, apuestas sobre vicios y crímenes...), el tiempo
con calidad dramática, la noche de luna y misterio en las calles
sevillanas, encarcelamientos, tapias de convento asaltadas, celdas de
clausura mancilladas, sacrilegio y rapto, un barco esperando en el
Guadalquivir profundo y enigmático, muertes a fuego y espada y huida
veloz del héroe arrebatado por la desesperación.
Todo envuelto en
movimiento, dinamismo y acción. Don Juan es una vorágine que
arrebata todo a su paso.
2ª parte: se abre
en el panteón de la familia Tenorio. Sepulcros, estatuas de piedra,
sauces llorones inclinados sobre las tumbas y cipreses en una noche
de luna plateada y gélida. Un Don Juan meditabundo entre tumbas
sobrecogedoras, sombras de ultratumba (Inés), la estatua animada del
comendador y la invitación temeraria. Banquete, brindis y euforia en
casa de Don Juan seguidos de duelos y muerte. Cena paródica en el
sepulcro del Convidado de piedra (reloj, plato de ceniza y copa de
fuego), espectros, sudarios y sombras macabras. Campanas fúnebres y
cantos funerarios. Arrepentimiento y apoteosis final de amor. Dos
almas que ascienden al cielo al esclarecer el alba de un nuevo día
que aterrará a los sevillanos.
- Estructura del drama.
Libertad absoluta en
la construcción del drama, lo que evidencia de nuevo su
romanticismo. La obra
está dividida en dos partes:
—comedia
de capa y espada.
—historia del
libertino.
1ª
parte —cuatro actos.
—despliegue
de acción y violencia en una increíble concentración de tiempo.
—drama religioso
—moralidad propia
del auto sacramental cuya culminación marca la salvación del
pecador.
—tres actos.
2ª parte —ritmo
más lento y meditabundo, en armonía con los conflictos internos del
héroe, que vacila entre realidad y delirio, y con el misterio y
suspense de su salvación. El reloj de arena desliza implacable los
granos de la vida, marca el ritmo y eleva la tensión.
—todo transcurre
en una noche de verano cinco años más tarde.
Los
siete actos van encabezados con títulos efectistas que nos previenen
y ambientan.
El
drama brota de la interacción de los personajes, que aparecen
aislados sin saber de dónde viene y en cuadros sucesivos. La técnica
interna de los actos sigue una serie de paralelismos y contrastes de
personajes, temas y situaciones que nos recuerdan a la comedia
clásica. Esta construcción simétrica domina sobre todo la primera
parte, aunque en los actos finales de la segunda parte, aparecen de
nuevo situaciones paralelas.
También
encontramos paralelismo de estilo: frecuentes repeticiones de versos,
palabras y expresiones de diálogos con el mismo tono y rapidez. Esta
construcción simétrica revela su intención de crear una obra con
la simplicidad del arte popular.
El
paralelismo de acción y de estilo es un recurso técnico de gran
valor efectista, tensional y climático, dentro de la libertad
estructural del romanticismo.
Compuesto
en verso encontramos todo tipo de estrofas: redondillas, quintillas,
romances, versos sueltos, octavillas. Ovillejos, décimas, cuartetos.
A excepción del romance, que prefiere la asonancia, las demás
combinaciones métricas llenan, con su rima consonante, de sonoridad
el drama, que nos muestra también ese afán de prosa que se fermenta
en dicho período.
Ya
dijimos que el propio Zorrilla encontraba en su obra exceso de
“ripios y hojarasca” y que su poesía estaba vacía de contenido
y emoción por haber sido producto de su delirante imaginación, no
brote espontáneo del corazón. Para muchos críticos el drama es un
muestrario de elementos externos y efectistas que componen la
sonoridad populachera de poesía primitiva: encabalgamientos,
repeticiones, ripios, todo al servicio de una rima y ritmo enfáticos
y rebuscados, propios de la poesía popular.
- La salvación por el amor.
El
Burlador de Tirso de
Molina es un ejemplo de moralidad ortodoxa que condena a Don Juan por
morir impenitente e incontrito: desperdicia el último grano de arena
de su reloj. Sus pecados son de irresponsable autosuficiencia y de
desprecio por la gracia, pecados contra el Espíritu Santo. En el
drama de Tirso triunfa la justicia divina.
Pero
el Don Juan de Zorrilla seguirá el camino de la contrición por el
amor sincero a una mujer. Los suyos no son pecados contra el Espíritu
Santo, sino pecados “normales”, calaveradas y bravuconadas
juveniles motivadas por su vanagloria y estima personal. Y será la
infinita misericordia de Dios la que triunfe, esta vez, en el drama
zorrillesco.
Paradójicamente
es el “bueno”, el recto e intransigente, Don Gonzalo de Ulloa,
quien va al infierno por pecar de orgullo, odio y soberbia
espirituales, víctima del frío código de honor.
El
autor, dado el carácter religioso del drama (lo subtitula “drama
religioso-fantástico”), rodea a Don Juan de un marcado satanismo
que desde el principio está en boca de todos los personajes, y que
se ve acentuado por su destreza, fuerza y valor físicos, arrojo y
temeridad con los muertos y su poder seductor en el terreno del amor.
Inés
es víctima de este poder diabólico desde que le ve por primera vez
a través de unas celosías, y cuando despierta de su desmayo, se
siente víctima de amuletos y filtros infernales que la arrastran
tras el libertino con la fuerza irresistible de un amor que ella cree
de Satanás. Y siente la tiranía de su pecado, el haberse entregado
al amor del libertino a despecho de su honor y obligación. Pero
reconoce la culpabilidad de su amor, que confirmará la sentencia
divina tras su muerte: su tumba será el purgatorio donde ha de
esperar al asesino de su padre, ya que por pertenecer tan fiel a su
amor “satánico”, su salvación quedará pendiente de la última
decisión de Don Juan. Y finalmente el poder del amor transformará
en ángel al demonio que fue.
Los
problemas religiosos de Don Juan son primariamente dudas, no
obstinación contra la fe: no sabe si hay un reino más allá del
terrenal. Y cuando la estatua del Comendador le prueba la existencia
de Dios y de una vida tras la muerte, primero blasfema, y después
entra en un estado de desesperación pues es imposible borrar treinta
años de crímenes y delitos en un momento. Pero antes de caer el
último grano de vida le ilumina la fe: “...
si es verdad / que un punto de contrición / da a un alma la
salvación / de toda una eternidad, / yo, Santo Dios, creo en Ti: /
si es mi maldad inaudita, / tu piedad es infinita... / ¡Señor, ten
piedad de mí!” Y es Inés quien toma la
mano que don Juan tiende al cielo, sosteniendo así su fe: “Yo
mi alma he dado por ti, / y Dios te otorga por mí / tu dudosa
salvación.”
ARTÍCULOS,
MARIANO JOSÉ DE LARRA.
A
la edad de cuatro años su padre se exilia voluntariamente a Francia.
Su infancia la pasa entre París y Burdeos. Allí aprende el francés,
lengua de la que tendrá un perfecto dominio y que después le
ayudará a ir viviendo en algunas etapas de su corta vida. Cuando
regresa a Madrid tiene nueve años: es señalado como hijo de un
afrancesado, lo que esto significa en una España en la que
predominaba el más exaltado y hostil patriotismo contra los
franceses. Fue un niño reflexivo e introvertido, apegado a la
soledad, pero un precoz y brillante estudiante, que pronto superó
sus dificultades con el español, que casi había olvidado. A los
dieciséis años empieza sus estudios universitarios. En Valladolid
se enamora de una joven que se complace en torturar al pobre
enamorado. Resultó ser ésta la amante de su propio padre, y este
desengaño y fracaso sentimental produjeron en él una atroz tristeza
y desencanto. Pronto interrumpió su estudios de medicina para
dedicarse de lleno a la literatura. Comienza a componer versos al
gusto neoclásico, pero pronto va a manifestar en prosa su verdadera
personalidad. A los diecinueve años comienza su carrera periodística
con El Duende satírico del día, de
la que es único redactor y en cuyos artículos se muestran las tres
variedades que cultivará en adelante: crítico literario, escritor
costumbrista y escritor satírico.
Poseedor
de un temperamento de desbocadas pasiones, a los veinte años se casa
con Pepita Wetoret, con la que tiene tres hijos. Pero el matrimonio
pronto comienza a ser desgraciado ( evidente reflejo autobiográfico
será su artículo “El casarse pronto y mal”) y se romperá
definitivamente a causa de su relación adúltera con Dolores Armijo,
el gran amor trágico de su vida y de su muerte, por la que sintió
un amor inquebrantable y vehemente. Su atormentada relación quedó
plasmada en su obra en el Macías y
en su novela El Doncel de Don Enrique el
Doliente. Se gana la vida haciendo
traducciones y con la ayuda de su familia. Una discusión con su
amante le empuja a salir de España, pero finalmente vuelve a su país
natal, donde están su mujer, con la que ha roto definitivamente pero
de la que se considera un fiel amigo (está realmente preocupado por
su situación), sus hijos, a los que adora, su amante y la nueva
situación política de España. Larra, enamorado de la política de
altura, en la que sueña como posible y esencial factor de la
salvación y regeneración de España, que tanto le duele en el alma,
ve que la victoria de la guerra Carlista va inclinándose a favor de
los isabelinos, que son los suyos.
Tras
una época dedicado al cultivo de versos y al teatro, pronto vuelve
al periodismo con El pobrecito hablador.
Colabora con la Revista Española
y comienza a usar su seudónimo más famoso, Fígaro. Su esplendor
literario tiene lugar al final de su vida, etapa en la que nacen sus
dos hijas y Dolores rompe definitivamente con él.
El
12 de febrero de 1837, a las ocho y media de la noche, Larra se
suicida frente al espejo pegándose un tiro en la cabeza, después de
una fuerte discusión con Dolores, que ha decidido marcharse con su
marido a Manila, donde ha sido destinado.
Su
trayectoria literaria es curiosa: se inicia como poeta neoclasicista,
evoluciona luego hacia el costumbrismo, la sátira política y la
crítica literaria, teñidos todos sus escritos de humor y de ironía.
Pero en cuanto hombre, es hijo de su propio tiempo: el romanticismo
no es para él una tendencia literaria, sino una forma de vida, una
auténtica modalidad vital, en quien priva la pasión sobre la razón,
enamorado de una mujer casada, consumido por esta relación y que
pone fin a su vida como holocausto de su amor imposible. A Larra le
mata su pasión, y lo más auténtico de su intimidad sentimental
quedó reflejado en dos de sus obras menos valoradas. (drama y novela
apuntadas anteriormente).
Aunque
no es una noticia confirmada, parece que, ironías del destino, el
barco que llevaba a Dolores y a su marido a Filipinas naufragó y no
hubo supervivientes.
Hombre
de difícil carácter, poseía al mismo tiempo una intensa capacidad
para el amor, el afecto y la amistad, y por el contrario sentía
absoluta repugnancia por lo necio, lo ridículo, el esnobismo, la
presunción de los viejos verdes, la pedantería de unos y otros, por
todo cuanto consideraba impropio y artificioso. Rehuía lo zafio, lo
burdo, por un innato aristocratismo de su carácter, de su persona,
él, tan democrático, abierto y liberal en cuanto a la cuestión
política. Su repugnancia por lo plebeyo es extrema, y así se pone
de manifiesto en artículos como “El castellano viejo”.
ARTÍCULOS
Larra representa el
romanticismo democrático en acción. España es el tema central de
su obra crítica y satírica. Ridiculiza el conservadurismo del
gobierno, parodia el estilo ampuloso y hueco de los debates
parlamentarios. El gobierno liberal en el que tenía puestas todas
sus esperanzas le defraudó. Larra tenía una gran preocupación por
España y por su sociedad, su rebeldía melancólica le irían
llevando a la autodestrucción provocada por un alejamiento cada vez
mayor entre su interior y el contexto social. Su frustración
personal fue no poder superar el conflicto entre su ser, su clase y
su mundo.
Vemos
una evolución en su pensamiento: parte con un pensamiento ilustrado
y optimista, tiene confianza en el hombre y siente un profundo
respeto por la ciencia. Tras la muerte de Fernando VII, sus ideas
cambian: ve los peligros en el materialismo como anulador del alma,
rechaza la obsesión por el dinero, la burguesía ya no es la elite
intelectual sino la clase explotadora. Criticó el uso de ideales
liberales para defender intereses económicos y políticos.
En
cuanto al estilo, a pesar de que en sus primeros escritos hace una
exhibición de sus conocimientos lingüísticos y consigue un
lenguaje de ostentación gramatical y léxica, suele ser claro,
directo, evidente y muy gráfico. Hace ver con exactitud las cosas
que describe. Y desde luego, sencillo. Rara vez usa vocablos
desusados, si le es posible hacer uso de palabras corrientes. Utiliza
mucho la caricatura, las enumeraciones caóticas, la ironía (como
mecanismo principal para desvelar apariencias). Contribuyó a crear
una lengua moderna liberada de adornos gastados que no significaban
nada.
Seudónimos:
Duende satírico, Pobrecito hablador, Bachiller Pérez de Munguía,
Andrés Niporesas, Fígaro.
Nos
dejó mas de doscientos artículos, que se suelen clasificar en tres
grupos:
- Artículos de crítica literaria y cultural, en los que trata sobre la libertad de expresión, la censura y la incultura. Pide utilidad en literatura no sólo forma. Gran preocupación por le teatro de su tiempo del que tenía una visión muy negativa (malas condiciones de los locales, poca ayuda del estado, fallos de dirección de los autores...).
El
propio Larra escribió dolorosamente: “Escribir en Madrid es
llorar, es buscar voz sin encontrarla en una pesadilla abrumadora y
violenta” (“Horas de invierno”, El Español, 1836). Para Azorín
“todo Larra está en estas frases”: se refiere a los múltiples
obstáculos que estorbaban la expresión, a lo que se podría llamar
su dolor de España, a la triste España en guerra civil, que
constituía su más honda preocupación, a las molestias de la
censura
- Artículos de costumbres y de crítica social.
Se
aleja de sus contemporáneos Mesonero Romanos y Estébanez Calderón,
que crean definitivamente el cuadro de costumbres, pero que se
limitan a pintar, a describir, unos cuadros alegres, agradables a la
lectura y a la vista de lo que hacen imaginar, pero vacíos, sin
intención ulterior alguna. Larra no busca agradar sino corregir y
educar, en ningún caso intenta divertir ni describir lo pintoresco
simplemente, ni se contenta con hacer reír al lector. Larra utiliza
una sátira aguda e hiriente, con intención de avispa (aunque sea
para corregir defectos y debilidades de comportamiento), con una
patriótica ansiedad de reformador de su propio país. La labor del
escritor satírico ha de ser trascendental y con una función
regeneradora.
Podríamos
sintetizar los vicios nacionales que le irritan y preocupan:
—la
holgazanería y la pereza. (“Vuelva usted mañana”)
—la
brutalidad y falta de educación de las gentes de “abajo”:
empleados, camareros, mozos de tienda...
—la
presunción de la clase media y la insensatez de la clase más alta.
—la
hipocresía de muchos y la estupidez de la gente madura que pretende
rejuvenecerse (“El mundo todo es máscaras. Todo el año es
carnaval”).
—la
suciedad de los lugares donde debería haber limpieza, tales como
cafés o fondas.
Y
contra estos males que nos hacían ir a remolque de otros países
europeos, la intensificación de una educación básica y fundamental
para el pueblo.
En
ningún caso personaliza: no trata de retratar a un individuo
determinado, sino que se refiere a rasgos genéricos de unos y otros,
creando un tipo risible y caricaturesco, con la intención de que,
quienes pudieran parecerse a este prototipo irrisorio, se corrigieran
los defectos.
- Artículos políticos.
Son
escritos de agudísimo ingenio, aunque para muchos críticos,
predomina en ellos una calidad y un valor extraliterarios.
Hay
que destacar el valor y la arrogancia de un escritor que, a veces con
velada ironía, a veces de cara, comenta la mediocre política de su
tiempo en una época confusa, de censura absolutista y en la que
podía exponerse incluso la vida. La verdad y la razón son dos de
los temas que más le preocupan. En estos artículos se centra en la
gestión del gobierno, ataca los fallos de dirección del país,
defiende la libertad y la justicia. Critica los mandatos de los
liberales que le fueron decepcionando uno tras otro. También toca el
tema de las luchas carlistas primero en tono humorístico, después
con amargura por la poca efectividad del gobierno en su lucha contra
él.
Los
artículos que deberéis leer son:
El
café, Corrida de toros, Carta a Andrés escrita desde las Batuecas
por El pobrecito hablador,
El casarse pronto y mal, El castellano viejo, Vuelva usted mañana,
El mundo todo es máscaras, La vida de Madrid, El día de difuntos de
1836, La Nochebuena de 1836.
LA
DESHEREDADA, BENITO PÉREZ
GALDÓS.
La
desheredada pertenece a la
primera etapa de la serie de “novelas contemporáneas”. La
redacción de la obra comienza a finales de 1880 y termina en junio
del año siguiente. En un principio se editó por entregas, pero en
1881 ya aparece en un volumen unitario.
La
protagonista es Isidora Rufete, una muchacha que vive en un ambiente
muy humilde, pero que cree poseer unos documentos que la acreditan
como hija ilegítima de la marquesa de Aransis. Basa toda su
existencia en su presunta nobleza y gasta mucho más de lo que le
permite su situación real. Es su padre, encerrado en un manicomio,
quien le mete en la cabeza las ideas de su supuesto verdadero origen.
Su hermano Mariano es un delincuente que llegará incluso a matar a
un muchacho en una pelea.
Tras
la muerte de su padre en el manicomio, va a vivir con su tía, la
Sanguijuelera, en un barrio mugriento y miserable. Se marcha a raíz
de una disputa y pasa a estar bajo la protección de su padrino, don
José de Relimpio, que la quiere con locura.
Isidora
sufre una terrible decepción cuando su presunta abuela la rechaza y
niega el parentesco. Escoge un camino equivocado y se enamora de
Joaquín Pez, marqués viudo de Saldeoro, que la arrastra a la
perdición. Viven juntos y tienen un hijo, un pequeño monstruo
macrocéfalo. La falta de dinero resulta cada vez más acuciante,
hasta que la casa es desmontada pieza por pieza. Los amantes discuten
y rompen sus relaciones.
A
partir de entonces Isidora se entrega a un desorden total.
Constantemente debe pedir dinero ya que lleva una vida demasiado
espléndida, confiada siempre en que su caso se resuelva de forma
favorable. Empieza a relacionarse con algunos hombres que acaban de
degradarla. Incluso va a parar a la cárcel porque se la acusa de
haber falsificado un documento, aunque ella no es responsable.
Después
de una serie de tropiezos, acaba totalmente destrozada. Su
convivencia con Gaiticia la salva de una miseria para precipitarla a
otra peor. El horror y la sorpresa de su antiguo amigo Augusto Miquis
no tienen límites al ver a una Isidora nueva, desfigurada,
desgreñada, con un lenguaje arrabalero, en medio de un ambiente de
abandono total. Se irá a morir en la calle, tras haber dejado a su
hijo.
EL
NATURALISMO EN LA OBRA.
Galdós
se sitúa dentro de la estética naturalista y se recrea en la
plasmación de un mundo sórdido que acaba envolviendo a Isidora
hasta arrojarla en la más absoluta degradación. El determinismo
ambiental pesa de forma considerable a lo largo de todo el relato. Se
nos muestra un mundo opresivo que empuja a los personajes a una vida
sombría y rutinaria, de tal manera que parecen estar asfixiados
entre las cuatro paredes que acotan su vulgar existencia. En estas
condiciones Isidora es incapaz de realizar su ideal, de desarrollar
su personalidad en la línea que ella cree necesaria para vivir con
decoro. En su lucha contra el medio ambiente acaba sucumbiendo al
dejar ahogar lo más esencial de sí misma.
Son varios los cuadros que a lo
largo de la obra inciden sobre los aspectos más desagradables de la
realidad. Como novela documental que pretende ser, empieza con la
cruda descripción de un ambiente patológico: el manicomio de
Leganés. En pocas palabras se perfila cuidadosamente la vida que
llevan los enfermos en “aquel limbo enmascarado de mundo”, su
existencia dolorosamente inútil.
Cuando Isidora llega al barrio
de la Sanguijuelera, apenas puede dominar el asco que la invade. El
ambiente del tenducho que tiene su tía, el “nido de urracas”, no
puede ser menos adecuado para la delicadeza de su espíritu. La
sordidez de la miseria humana llega a límites extremos.
Otro duro golpe para su
sensibilidad es la visita a la fábrica donde trabaja su hermano, en
la que descubre la dura vida de aquellos hombres. A través de la
figura de Mariano nos pone en contacto el autor con los golfos de los
suburbios madrileños: dedica varias páginas a la descripción de
esta vida infrahumana llena de niños sucios, hambrientos,
harapientos y salvajes que se dedican a recoger colillas: el desecho
de una sociedad que finge ignorarlos y en la que están expuestos a
los mayores riesgos.
También se nos cuentan las
cotidianas mezquindades de la clase media, con las frustraciones de
su día a día. Esta perspectiva nos la muestra a través de la
familia de Relimpio que, como la mayoría de familias madrileñas,
vive en permanente lucha por el sustento. En su casa Isidora se muere
de aburrimiento y se refugia en sus sueños quiméricos.
Los capítulos dedicados a la
perversión moral de la heroína van acompañados también de una
descarnada incursión en el mundo degradado. Si la obra se abre con
la estampa de un manicomio, los pasos finales de Isidora nos llevan a
la cárcel. Los gritos desaforados y las blasfemias de las reclusas
pueden parangonarse a los de los locos. En definitiva, la novela es
una peregrinación a través del dolor y la miseria.
PERSONAJES.
- Isidora.Su rasgo más característico es su delirio quijotesco, que utiliza para rebelarse contra los padecimientos que padece desde su niñez. Cree que su verdadero lugar está entre la nobleza y por un error del destino le ha sido injustamente arrebatado. Por ello, va a dedicar toda su existencia a intentar recuperarlo. El orgullo que siente hacia sí misma, tanto física como espiritualmente, la mantiene alejada de los que la rodean y siente desprecio por la gente humilde. Lo cierto es que posee una especie de natural nobleza que no halla correlato en su situación social. Aunque pase hambre y privaciones, siempre se sentirá muy por encima de los demás, reservada a un destino superior.Es muy significativo que rechace casarse con Juan Bou, que la quiere y puede darle la estabilidad que necesita, pero una de las causas de este rechazo es la burla de Bou a la nobleza parasitaria.A pesar de su aspiración, Isidora sufre altibajos y tiene insomnios y pesadillas que le hacen vislumbrar el abismo que la rodea.Gullón incluye a la protagonista entre los personales anormales condicionados no sólo por el contexto, sino también por la herencia biológica: su madre era una enferma y su padre acaba volviéndose loco, frustrado no haber conseguido la posición que esperaba. También encontramos un antecedente patológico en su tío Santiago Quijano-Quijada.Isidora es, en el fondo, una farsante, pero su grandeza trágica radica en que se engaña a sí misma.
- Mariano.“Pecado”, un muchacho díscolo e inculto al que su tía califica de “buitre”. La influencia que ejerce sobre él su hermana es nefasta: el niño que vemos en un principio realizando un trabajo demasiado duro para su edad, va a adoptar como ideal de vida elevarse a la alta condición que su hermana le promete, sin tener que trabajar: desde el principio se deja arrastrar por la locura de su hermana porque le va muy bien a su vida de golfo.
- En torno a ellos aparecen otros muchos personajes que contribuyen a crear el cuadro colectivo.Los locos de Leganés, la gente del bajo pueblo, encabezados por la Sanguijuelera, mujer burda y de modales agresivos, pero generosa y práctica; la familia de Relimpio, integrada por el buenazo y juicioso don José, su áspera cónyuge doña Laura, su hijo Melchor, un ignorante abogadillo, y sus hijas Leonor y Emilia, educadas en la escuela del “quiero y no puedo”; los diversos hombres que contribuyen a degradar a Isidora, en especial Joaquín Pez, de quien está terriblemente enamorada, etc.Quizá es importante destacar la figura de Augusto Miquis, que representa el ideal galdosiano del médico generoso y desinteresado. Su amor por Isidora hace que intente salvarla por todos los medios, pero no lo consigue. Galdós no puede ocultar la simpatía que siente por este personaje.Porotro lado el barcelonés Juan Bou es el prototipo de hombre activo y trabajador que logra establecerse por su cuenta con notable fortuna después de haber sido obrero varios años. Su gran devoción es la política, pero Galdós nos habla un poco burlonamente de su frenética lucha por los derechos del pueblo. Sin embargo, pese a su excesiva vehemencia, es para el novelista un hombre útil para el progreso. Su lem vital se resume en su expresión “palante”, muletilla que expresa su espíritu emprendedor.
Algunos críticos afirman que a
pesar de que Galdós participa de algunos de los rasgos del
naturalismo “no figuró nunca con plena convicción en las filas
naturalistas” debido al modo de tratar a sus personajes, la calidad
de su humor, tan afín a Cervantes, la piedad que ciertas gentes y
cosas le inspiran; todo lo que hace que el autor esté más presente
en la novela de lo que un naturalista que se estime puede estar.
TEMAS
Y SENTIDO
Toda
la obra descansa sobre un enfrentamiento entre la realidad ficticia o
soñada y la realidad concreta o cotidiana, y el novelista se
esfuerza por presentar sistemáticamente este plano simultáneo de
visión, en una perspectiva de contraste.
La novela se dirige a una clara
denuncia de una “España de locos”. Pero Isidora no es un ser
simbólico, abstracto, sino un personaje perfectamente
individualizado -incluso a través de rasgos hereditarios- pero
normal en España. Su vida corre paralela a una serie de
acontecimientos históricos que la amplifican, que le dan carácter
de cosa habitual en este país.
El hecho de que el primer
capítulo se desarrolle en el manicomio donde el infeliz Tomás
Rufete da rienda suelta a sus sueños de grandeza, es muy
significativo: el lector, conforme avanza la obra, se percata de que
se encuentra ante un mundo de locos en el que cada cual tiene su
peculiar locura.
También se ha incidido sobre la
relación entre el problema de Isidora y la vida nacional
contemporánea: “en esos momentos en que la ansiedad de una nación
totalmente desorientada alterna con otros de extrañísimo marasmo,
ocurre un drama humano en sorprende armonía con la vida de la
nación”.
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