TEXTO 1. SONATINA
[1893] Rubén Darío.
La
princesa está triste . . . ¿qué tendrá la princesa?
Los
suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha
perdido la risa, que ha perdido el color.
La
princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo
el teclado de su clave sonoro;
y en un
vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín
puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina,
la dueña dice cosas banales,
y, vestido
de rojo, piruetea el bufón.
La
princesa no ríe, la princesa no siente;
la
princesa persigue por el cielo de Oriente
la
líbelula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa
acaso en el príncipe de Golconda o de China,
o en el
que ha detenido su carroza argentina
para ver
de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el
rey de las Islas de las Rosas fragantes,
o en el
que es soberano de los claros diamantes,
o en el
dueño orgullosos de las perlas de Ormuz?
¡Ay! La
pobre princesa de la boca de rosa,
quiere ser
golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas
ligeras, bajo el cielo volar,
ir al sol
por la escala luminosa de un rayo,
saludar a
los lirios con los versos de mayo,
o perderse
en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no
quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el
halcón encantado, ni el bufón escarlata
ni los
cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están
tristes las flores por la flor de la corte;
los
jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de
Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita
princesa de los ojos azules!
Esta presa
en sus oros, esta presa en sus tules,
en la
jaula de mármol del palacio real,
el palacio
soberbio que vigilan los guardas,
que
custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel
que no duerme y un dragón colosal,
¡Oh quien
fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La
princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh
visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién
volara a la tierra donde un príncipe existe
(La
princesa está palida. La princesa está triste)
más
brillante que el alba, más hermoso que abril!
--¡Calla,
calla, princesa --dice el hada madrina--,
en caballo
con alas, hacia acá se encamina,
en el
cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz
caballero que te adora sin verte,
y que
llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a
encenderte los labios con su beso de amor!
TEXTO 2. A UN OLMO SECO. ANTONIO MACHADO.
Al
olmo viejo, hendido por el rayo
y
en su mitad podrido,
con
las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas
hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que
lame el Duero! Un musgo amarillento
le
mancha la corteza blanquecina
al
tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que
guardan el camino y la ribera,
habitado
de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va
trepando por él, y en sus entrañas
urden
sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con
su hacha el leñador, y el carpintero
te
convierta en melena de campana,
lanza
de carro o yugo de carreta;
antes
que rojo en el hogar, mañana,
ardas
en alguna mísera caseta,
al
borde de un camino;
antes
que te descuaje un torbellino
y
tronche el soplo de las sierras blancas;
antes
que el río hasta la mar te empuje
por
valles y barrancas,
olmo,
quiero anotar en mi cartera
la
gracia de tu rama verdecida.
Mi
corazón espera
también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro
milagro de la primavera.
Campos
de Castilla
TEXTO 3. ANTONIO MACHADO.
XI
Yo voy
soñando caminos
de la
tarde. ¡Las colinas
doradas,
los verdes pinos,
las
polvorientas encinas!...
¿Adónde
el camino irá?
Yo voy
cantando, viajero
a lo
largo del sendero...
—La
tarde cayendo está—.
"En
el corazón tenía
la
espina de una pasión;
logré
arrancármela un día;
ya no
siento el corazón."
Y todo el campo un momento
se
queda, mudo y sombrío,
meditando.
Suena el viento
en los
álamos del río.
La
tarde más se oscurece;
y el
camino que serpea
y
débilmente blanquea,
se enturbia
y desaparece.
Mi
cantar vuelve a plañir;
"Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada."
Soledades.
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