CANCIÓN DEL JINETE.
LORCA.
Córdoba.
Lejana y sola.
Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.
Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.
¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay, que la muerte me espera,
antes de llegar a Córdoba!
Córdoba.
Lejana y sola.
Lejana y sola.
Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.
Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.
¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay, que la muerte me espera,
antes de llegar a Córdoba!
Córdoba.
Lejana y sola.
De: Canciones.
ROMANCE SONÁMBULO,
LORCA.
Verde que te quiero
verde.
Verde viento. Verdes
ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la
montaña.
Con la sombra en la
cintura
ella sueña en su
baranda,
verde carne, pelo
verde,
con ojos de fría
plata.
Verde que te quiero
verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están
mirando
y ella no puede
mirarlas.
*
Verde que te quiero
verde.
Grandes estrellas de
escarcha,
vienen con el pez de
sombra
que abre el camino
del alba.
La higuera frota su
viento
con la lija de sus
ramas,
y el monte, gato
garduño,
eriza sus pitas
agrias.
¿Pero quién vendrá?
¿Y por dónde...?
Ella sigue en su
baranda,
verde carne, pelo
verde,
soñando en la mar
amarga.
*
Compadre, quiero
cambiar
mi caballo por su
casa,
mi montura por su
espejo,
mi cuchillo por su
manta.
Compadre, vengo
sangrando,
desde los montes de
Cabra.
Si yo pudiera,
mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi
casa.
Compadre, quiero
morir
decentemente en mi
cama.
De acero, si puede
ser,
con las sábanas de
holanda.
¿No ves la herida que
tengo
desde el pecho a la
garganta?
Trescientas rosas
morenas
lleva tu pechera
blanca.
Tu sangre rezuma y
huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi
casa.
Dejadme subir al
menos
hasta las altas
barandas,
dejadme subir,
dejadme,
hasta las verdes
barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el
agua.
*
Ya suben los dos
compadres
hacia las altas
barandas.
Dejando un rastro de
sangre.
Dejando un rastro de
lágrimas.
Temblaban en los
tejados
farolillos de
hojalata.
Mil panderos de
cristal,
herían la madrugada.
*
Verde que te quiero
verde,
verde viento, verdes
ramas.
Los dos compadres
subieron.
El largo viento,
dejaba
en la boca un raro
gusto
de hiel, de menta y
de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde
está, dime?
¿Dónde está mi niña
amarga?
¡Cuántas veces te
esperó!
¡Cuántas veces te
esperara,
cara fresca, negro
pelo,
en esta verde
baranda!
*
Sobre el rostro del
aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo
verde,
con ojos de fría
plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el
agua.
La noche su puso
íntima
como una pequeña
plaza.
Guardias civiles
borrachos,
en la puerta
golpeaban.
Verde que te quiero
verde.
Verde viento. Verdes
ramas.
El barco sobre la
mar.
Y el caballo en la
montaña.
2 de agosto de 1924
De: Romancero gitano.
LA AURORA DE NUEYA YORK, LORCA.
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible:
a veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
De: Poeta en Nueva
York.
ALBERTI.
I
El mar. La mar.
El mar. !Solo la mar!
¿Por qué me trajiste,
padre,
a la ciudad?
¿Por qué me
desenterraste
del mar?
En sueños, la
marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera
llevar.
Padre, ¿por qué me
trajiste
acá?
De: Marinero en
tierra.
PARAÍSO PERDIDO, ALBERTI.
Paraíso perdido
A través de los siglos,
por la nada del mundo,
yo, sin sueño, buscándote.
Tras de mí, imperceptible,
sin rozarme los hombros,
mi ángel muerto, vigía.
"¿Adónde el Paraíso,
sombra, tú que has estado?"
Pregunta con silencio.
Ciudades sin respuesta,
ríos sin habla, cumbres
sin ecos, mares mudos.
Nadie lo sabe. Hombres
fijos, de pie, a la orilla
parada de las tumbas,
me ignoran. Aves tristes,
cantos petrificados,
en éxtasis el rumbo,
ciegas. No saben nada.
Sin sol, vientos antiguos,
inertes, en las leguas
por andar, levantándose
calcinados, cayéndose
de espaldas, poco dicen.
Diluidos, sin forma
la verdad que en sí ocultan,
huyen de mí los cielos.
Ya en el fin de la tierra,
sobre el último filo,
resbalando los ojos,
muerta en mí la esperanza,
ese pórtico verde
busco en las negras simas.
¡Oh boquete de sombras!
¡Hervidero del mundo!
¡Qué confusión de siglos!
¡Atrás, atrás!¡Qué espanto
de tinieblas sin voces!
¡Qué perdida mi alma!
"Ángel muerto, despierta.
¿Dónde estás? Ilumina
con tu rayo el retorno."
Silencio. Más silencio.
Inmóviles los pulsos
del sinfín de la noche.
¡Paraíso Perdido!
Perdido por buscarte,
yo, sin luz para siempre.
De: Sobre los ángeles.
UNDERWOOD GIRLS. PEDRO SALINAS.
Quietas, dormidas están,
las treinta, redondas, blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas, aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas, y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta,
la fórmula, como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco a blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras, sin sentido,
ese, zeda, jota, i...
De: Fábula y signo.
LA VOZ A TI DEBIDA, PEDRO SALINAS.
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más.
El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada
ya, para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no
—¿adónde se me ha escapado?—.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.
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