GUIONES DE LECTURA SEGUNDA
EVALUACIÓN
PÍO BAROJA, EL ÁRBOL DE LA CIENCIA
1.
Introducción
Pío Baroja
nace en 1872 en San Sebastián. Su padre era ingeniero de minas, por lo que la
familia se vio obligada a viajar con frecuencia por España y Pío Baroja fue
conociendo regiones y ciudades que después irán aflorando en sus obras:
escribió novelas cuya acción sucede en su tierra natal, Madrid, Levante o
Andalucía.
Se dice que
es uno de los novelistas más cultos de la literatura española. Nació en el seno
de una familia con un nivel cultural alto, estudió medicina y fue un lector
curioso interesado por temas literarios, filosóficos y científicos. Su tesis
doctoral trata del dolor, algo my
significado y sobre lo que volveremos a la hora de hablar de la configuración
del personaje de Andrés Hurtado.
Fue un gran observador de la vida pública española
del siglo XX y un cronista de la época en que le tocó vivir.
Al hablar de Baroja hay que resaltar dos aspectos
fundamentales: en primer lugar, su casi exclusiva dedicación a la novela; en
segundo, su biografía y sus ideas: hombre solitario, algo huraño y melancólico,
mostró cierta misoginia ( compensada por la influencia de su madre y de su
hermana), apasionado por la antigüedad reciente; manifestó un orgullo
antropológico de vasco, sentía aversión por la grandilocuencia y había en él un
poso anarquizante: “sin moscas, curas ni carabineros”. Fue un hombre con muchas
manías: a lo francés en general, a la trivialidad... Pero sobre todas las
cosas, hay que destacar su condición de ser abúlico (anulación de la voluntad
de vivir), aunque siempre anheló ser un hombre de acción, lo que le llevó al
conflicto constante entre su intensa vida interior y su incapacidad para
actuar. Era un hombre individualista y
sincero, que incomodaba a casi todo el mundo. Su vida, llena de experiencias
negativas, de fracasos y decepciones, le convierte en un inadaptado, solitario,
inseguro de sí mismo, hasta la neurosis autoconfesada.
Para algunos críticos era anti-casi todo:
antirreligioso, anticlerical, anticristiano, antimilitarista, antiacadémico,
antisemita, antimonárquico, antisocialista, como reacción al ambiente de
brutalidad colectiva de la sociedad de su tiempo, ante cuya farsa hipócrita
adoptó una agresividad activa e iconoclasta, de inconformismo radical y
sincero. Su personalidad puede resumirse en dos apuntes: pesimismo e individualismo. En su alma se puede ver la paradoja de un
sentimental sin amor, de un espíritu tierno
y compasivo herido por sus frustraciones y por su hipocresía ante el
dolor y la injusticia.
Su ideología
se hace patente en toda su obra. Su pesimismo le hace concebir la vida como un
caos donde el fuerte se come al débil. Su única esperanza parece ser la acción.
Se muestra enemigo de cualquier religión, en especial la católica.
Filosóficamente es un autodidacta, admirador de Kant, Nietzsche y Schopenhauer.
Políticamente evoluciona desde su anarquismo juvenil a un liberalismo radical
y, finalmente, a un escepticismo total.
En el ámbito literario, sintió predilección por
la novela inglesa de aventuras, por el
folletín decimonónico y por los grandes escritores rusos del siglo XIX.
Escritor de filias y fobias, Shakespeare es el autor que sale mejor parado,
pues a Cervantes o Goethe los consideraba antipáticos.
2.
Rasgos de la novela barojiana.
—Consideraba la novela como un “saco donde todo
cabe” y no le gustaba la novela de argumento cerrado, prefiere la narración que
marcha al azar, que se hace y se deshace a cada paso. Declaró que sus novelas
no tenían un plan previo ni preocupación por la composición. Concibe la novela
como un género indefinido, abierto a todas las posibilidades de la vida y del
pensamiento libre, espontánea y natural, análoga a su concepción de la vida.
Como constantes, defiende la amenidad, la captación del ambiente, el ritmo
dinámico y el aliento vital. Es “un género multiforme, proteico, en formación,
en fermentación: lo abarca todo”. Admitir un molde único sería una
manifestación de dogmatismo de la que se encuentra muy lejano.
Baroja distingue dos tipos de creaciones: la
novela impermeable y la novela permeable, por la que opta: en ella se filtra el
aire de la vida real. Su ideal es el de obra abierta, concebida como un animal
invertebrado; en cuanto a la génesis de la misma, el punto de partida es una
cuestión de índole impresionista: un tipo o un lugar le sugiere la obra; luego
Baroja irá relatando cuanto ocurra en su mente “sin propósito muy determinado
ni plan”.
—En cuanto al estilo, hay que tener en cuenta que
lo definió como “una manifestación de la personalidad humana como puede serlo
el hablar, el sonreír y el andar. [...] Para mí no es el ideal de estilo ni el
casticismo, ni el adorno ni la elocuencia; lo es, en cambio, la claridad, la precisión y la elegancia.”
Optó por lo que él llamó “retórica de tono menor”,
caracterizada por el uso del párrafo breve, la escasez de nexos, léxico común,
sensibilidad por el color y por lo típico como pervivencia de su formación
modernista. Ella se contrapone a la “retórica de tono mayor”, caracterizada por
intentar conferir solemnidad a hechos que probablemente no la posean de por sí.
—En sus obras pretende reflejar el panorama social de la España mísera en
la que indiferencia del pueblo, la intransigencia, la ignorancia y la pobreza
de espíritu campan a sus anchas.
—Los personajes de sus obras reflejan los conflictos personales del autor (lucha entre querer
ser un hombre de acción y la apatía y la abulia). No son los suyos personajes
activos: no suelen hacer más que andar, modestísima muestra de energía. Son criaturas atacadas de una monomanía deambulatoria, que se pasan
la vida andando por las calles y frecuentemente por las afueras; van mirando de
paso lo que pasa, con ojos inactivos y, sobre todo, van charlando y teorizando.
Junto al protagonista, que centra la acción, hay
gran cantidad de personajes que entran y desaparecen sin dejar rastro, algo
sobre lo que Ortega opinaba que “”llueven torrencialmente sobre cada volumen
las figuras sin que nos dé tiempo a intimar con ellas”. Estos caracteres
obedecen a una exigencia del realismo
y crean un trasfondo de gran fuerza artística.
3. El
árbol de la ciencia
a. Estructura y contenido
Esta
novela suele considerarse fiel expresión del espíritu barojiano y una de las más representativas del regeneracionismo noventayochista. Es la
historia de Andrés Hurtado, la
historia de su incapacidad para adaptarse a la circunstancia que lo rodea. Su
esfuerzo por conseguir un ajuste entre su yo y las vicisitudes de la vida será
un fracaso y le llevará al suicidio.
La
acción se desarrolla a lo largo de diecisiete o diecinueve años, desde que
Andrés comienza la carrera hasta que pone fin a su vida.
Se
divide la obra en siete partes, cada una con un número desigual de capítulos de
extensión variable. Las cuatro primeras partes tienen como escenario Madrid,
excepto la breve estancia del protagonista en un pueblo de Levante y en otro de
Burgos. La quinta recoge la experiencia de Andrés en Alcolea del Campo y las
dos últimas vuelven a situarse en Madrid.
1ª parte: el
primer choque de Andrés con la realidad se produce ya desde el momento en que
inicia sus estudios de medicina. Podemos comprobar el deplorable estado de la
universidad y el desinterés de alumnos y profesores. Se nos muestra también la
insatisfactoria vida familiar del protagonista.
2ª parte: presenta
una buena porción de personajes que Andrés va conociendo y que constituyen un
amplio retablo de la especie humana. Entre ellos se encuentra Lulú, una chica
muy particular a la que le estará reservado un papel importante. Hurtado inicia
sus conversaciones filosóficas con su tío Iturrioz, la única persona con la que
puede tratar asuntos trascendentes.
3ª parte: está marcada por una desgracia familiar: la
enfermedad y muerte de Luisito, el hermano pequeño de Andrés, el único por el
que siente auténtico afecto. Una vez terminada la carrera, el protagonista se
va vivir con los suyos a un pueblo de Valencia para que se reponga la salud del
niño. Se dedica a hacer el doctorado sólo por aburrimiento. Vuelve a Madrid,
pero no está a gusto. Acepta una sustitución del médico titular de un pueblo de
Burgos. En esa aldea encuentra un oasis de paz y se atenúa su pesimismo, pero
la brusca noticia de la muerte de Luisito da al traste con todo.
4ª parte: es un paréntesis en el desarrollo argumental, pues
está íntegramente dedicada a las conversaciones que mantienen Andrés e
Iturrioz.
5ª parte: recoge
los episodios de Alcolea del Campo, donde nuestro personaje que se ha resignado
a ser médico rural, ejerce como titular. Estos dos años dejarán una profunda y
desagradable huella en su ánimo al conocer de cerca la sordidez de la vida de
los pueblos de España. Antes de marcharse tiene su primera experiencia erótica
con Dorotea, la patrona, que, lejos de animarle, le deja una sensación
deprimente.
6ª parte: Andrés
se instala definitivamente en Madrid unos días antes de que se produzca el
desastre del 98. El suceso da pie a la crítica regeneracionista. Reaparecen
algunos personajes que ya conocíamos entre ellos Lulú, por la que Andrés siente
un interés cada vez mayor. Sus perspectivas profesionales son poco
interesantes. El empleo como médico de higiene le pone en contacto con el mundo
degradado de la prostitución. Más tarde su trabajo en una sociedad de
asistencia médica le permite conocer otros aspectos de la miseria.
7ª parte:
asistimos al único periodo apacible de la vida de Andrés después de casarse con
Lulú. Ha abandonado el ejercicio de la medicina y se dedica a traducir en casa,
con lo que se libera de los conflictivos contactos con la realidad. Logra un
estado de ataraxia (impasibilidad y tranquilidad del alma) y teme que cualquier
suceso inesperado trunque su equilibrio. Las antiguas angustias reaparecen
cuando su mujer siente deseos de ser madre, lo que introduce un nuevo elemento
de desestabilización en su vida. La muerte de Lulú y de su hijo tras una
angustiosa espera lo llevan al suicidio.
b. Análisis de Andrés Hurtado.
Baroja
se retrata en este hombre perplejo ante un mundo caótico y cruel. Lo
fundamental no son los episodios concretos que el novelista toma de su vida
sino el reflejo de sus inquietudes y zozobras.
Frente
al superhombre nietzscheano, ideal que Baroja recrea en otras obras, nos
presenta aquí a un personaje abúlico,
imbuido de pesimismo. Su forma de ser viene determinada en buena medida por
su ambiente familiar. En él ve representadas la estupidez y la crueldad que
tanto le molestan. Casi odia a su padre y este sentimiento exacerba su gusto
por la soledad y la independencia.
En
su etapa universitaria se siente cada vez más distante de todo lo que le rodea
y crece su innato pesimismo. La vida le parece una cosa fea, turbia, dolorosa e
indomable. Enemigo de la burguesía y del poder instituido, le atrae un vago
ideal anarquista. Su exaltación humanitaria le lleva a interesarse más por las
preocupaciones y sentimientos de los enfermos que por sus dolencias, de ahí que
fracase como médico.
Su
mayor problema es que no sabe qué hacer con la vida y busca orientación en los
libros de Kant y Schopenhauer. Pero sus meditaciones filosóficas le llevan al
pesimismo y la inacción. Se halla
dolorosamente escindido entre el árbol de la vida y el árbol de la ciencia;
entre voluntad e inteligencia. Su confianza en la ciencia además no le
sirve para resolver su problema que es exclusivamente existencial. No puede
aceptar la realidad que aparece ante sus ojos pero es escéptico respecto a sus
posibilidades de modificarla. Andrés se suicida porque vive aislado, sin
contacto con el entorno, es incompatible con la vida que le rodea.
En
la obra plantea muchas de las inquietudes científicas y filosóficas de aquellos
años con el contrapunto de las opiniones e ideas de Andrés y de su tío Iturrioz
(contrafigura de su propio tío), un hombre de la generación anterior más
realista que su sobrino y cuyas discusiones nos muestran todas las incógnitas
que atormentan al joven estudiante. También hablan de política, y por supuesto
de la guerra de Cuba, punto en el que tampoco están de acuerdo. La realidad de
los hechos acabará por dar la razón a Iturrioz.
Hay
que tener en cuenta que esta novela es casi una autobiografía de la juventud del autor: la acción y su desarrollo
se sitúan en los mismos años en que Baroja fue estudiante de medicina y médico
rural (desde 1887 hasta 1896), y su regreso a Madrid. Va a estructurar la
novela siguiendo los mismos periodos de su vida: vida de estudiante en el
instituto y en la facultad de medicina después, viaje a Valencia y Burjasot,
con la muerte de su hermano mayor, Darío; la etapa como médico rural y la vuelta
a Madrid.
Pero
la semilla de El árbol de la Ciencia
la lleva consigo desde hace mucho tiempo. Recordemos que dijimos en la
introducción que no es casual que su tesis tratara sobre el dolor: esa
preocupación por el dolor es algo muy peligroso para un estudiante que ha de
ser médico rural, y toda esa inquietud, planteada ya desde la adolescencia,
atormentada por las deducciones y alimentada por la filosofía, y rodeada por un
ambiente muy limitado, producen un sentimiento de amargura que es el que sienten Baroja y Andrés. Andrés es un ser
suprasensible atormentado por su idea de llegar a la verdad científica que
tropieza constantemente con ambientes hipócritas y gentes cerriles. En su
primer contacto amoroso encuentra el dolor y cuando por fin descubre a la mujer
de su vida de nuevo vuelve a él la desgracia. Al final Baroja destruye al
científico. Son tres los problemas eternos con los que se encuentra Andrés: el amor, la religión y la ciencia. La
filosofía como arma o medio del conocimiento del hombre es otro de los temas
fundamentales que se plantean en la obra.
Hay
que tener en cuenta que el siglo XIX es el siglo de la Ciencia por
excelencia: los jóvenes de entonces
vieron en ella el remedio que paliaría todas las desgracias del hombre y que
mejoraría la humanidad y el individuo. Esta es una idea bastante romántica, por
eso Andrés pierde todas las ilusiones con las que llega a la universidad cuando
se encuentra con unos profesores farsantes y con Letamendi y su “fórmula de la
vida”
Otra
de las inquietudes que obsesionan a Andrés es la higiene: insiste en que Luisito debe llevar una vida
al aire libre y al sol, insiste en que el aire entre el cuarto del muchacho
cuando se van a casa de los tíos; y en
Alcolea se baña cada día en una tinaja.
Es un “higienista” en el sentido amplio de la palabra, porque sus
principios sobre la asepsia, la limpieza... van más allá de las concepciones
materiales y las lleva al terreno de la de la moral como una forma de dignidad
humana. En este sentido Andrés extrema
esa posición y mantiene un constante
rechazo de todo lo que es burdo, injusto y poco delicado; así la compasión y
repugnancia que siente cuando ve la vida de las prostitutas, o las zafiedades
del sainetero o la relación de Aracil respecto a Niní. Y eso le lleva
peligrosamente a no aceptar nada de lo que le parece injusto o indigno.
La
muerte de Andrés Hurtado es una muerte filosófica que llega cuando el personaje
ha completado su ciclo y no puede seguir viviendo: el fracaso de sus ilusiones,
de sus ideas, la impotencia ante situaciones exteriores más fuertes acaban con
él. Con su muerte muere la ilusión de vivir de un joven agobiado por la
inquietud científica y la búsqueda de la verdad filosófica. Baroja sólo
concedía la muerte a sus personajes más queridos como un don cuando morían sus
ilusiones.
c. Otros personajes
—Iturrioz: adquiere un especial relieve
en la obra. Es, como Hurtado, un álter ego de Baroja, tío y sobrino sustentan
las dos actitudes que entran en conflicto en el novelista. Es un intelectual escéptico que mira la realidad
con cierta distancia y que, a diferencia de Andrés, ha logrado evitar el
padecimiento que le produce su incapacidad para cambiarla. No participa del
entusiasmo de su sobrino por la ciencia sino que predica la vida e intenta
convencer a Andrés de que el conocimiento nos acerca a la verdad, pero también
nos destruye. Opta por el árbol de la vida.
—Lulú: es uno de los personajes que está
tratado con más afecto, es una chica simpática, graciosa y sincera y al mismo
tiempo irónica y mordaz. Su comportamiento resulta totalmente atípico pues es
independiente y se niega a someterse a los convencionalismos, por eso no quiere renunciar a trabajar en la tienda
incluso después de haberse casado con el protagonista. Andrés encuentra en ella
a una mujer inteligente y cerebral, nada romántica pero muy humana que lo
acerca a la realidad de la vida. En realidad Baroja crea en ella un ideal y la
va construyendo poco a poco, haciendo evolucionar a un personaje que comienza
siendo una chica aparentemente insignificante. Después nos irá descubriendo su
carácter, una inteligencia y una sensibilidad, y también una belleza física que
se desarrolla con el amor y la felicidad. Y al llegar a este punto en el que
ambos han alcanzado la plenitud, de plantea de nuevo el drama de la vida,
aparece lo imponderable, la ciencia, la filosofía, y viene la tragedia y
después la inevitable muerte.
—Julio Aracil: condiscípulo de Andrés,
encarna el tipo del vividor. Es un hombre ligero y práctico que carece de
escrúpulos morales. Su conducta es una permanente afirmación de la vida desde
un egoísmo total.
—Lamela: se sitúa en el polo opuesto a
Aracil. Es un idealista romántico que cree en el amor y en Dios pero no
renuncia a satisfacer las necesidades mezquinas del cuerpo siempre y cuando
conserve limpio el espíritu.
—Don Pedro, padre del protagonista, es
el prototipo de un hombre a la antigua. Desprecia a la gente pobre y se
arrastra ante los ricos. Su frenético egoísmo y chulería le hacen anteponer los
caprichos más superfluos a las
necesidades reales de la familia.
Las
figuras centrales están rodeadas de una gran diversidad de personajes que
encarnan los distintos comportamientos y clases sociales que Baroja observa en
la sociedad de su tiempo. Muchos de ellos apenas se cruzan un momento con
Andrés pero son un interesante testimonio de la vida nacional: Margarita, Niní,
Dorotea, Purita, doña Leonarda, Villasús, Fermín Ibarra, Rafael Sañudo,
Montaner...
3. Reflexión filosófica y crítica regeneracionista.
En
esta obra están espléndidamente plasmados los problemas de los intelectuales de
fin de siglo que giran en torno al conflicto entre acción y contemplación, entre vida y conocimiento. Baroja
dijo que El árbol de la ciencia era
de entre sus novelas de carácter filosófico la mejor que había escrito. Para
formular su concepción de la vida, Baroja se vale de las conversaciones entre Andrés e Iturrioz. Si bien estas
conversaciones restan vivacidad al relato por su tono expositivo propio del
ensayo, están íntimamente ligados al sentido último de la obra.
La
novela aparece en un momento de madurez del autor cuando ya tiene treinta y
ocho años y se encuentra perfectamente situado en el mundo literario. Quedan
lejos los sucesos que conmocionaron a los jóvenes de su generación pero su
recuerdo está vivo en estas páginas. Entre los dos grandes ciclos de
experiencias de Andrés Hurtado, en el pueblo y en Madrid, se sitúa la guerra
con los Estados Unidos cuyos preparativos sigue con intensa emoción.
La
derrota militar no se presenta como un hecho aislado sino como un doloroso
desenlace que pone en evidencia el absurdo de la vida española del momento. En
realidad, el desastre es previo al 98. Está en esa universidad sin horizontes
que nos muestra Baroja, en los hospitales donde los médicos maltratan a sus
pacientes, en las pésimas condiciones sanitarias del país, en la falta de
iniciativas y en el atraso científico, en esos pueblos que carecen de sentido
social y solidaridad...
Lo
que más le duele a Hurtado-Baroja no es la derrota sino la actitud indiferente
de los españoles ante esos acontecimientos. Se denuncia la política inmovilista
de la Restauración, el juego democrático de conservadores y liberales está
criticado a través de los dos partidos que existen en Alcolea (Mochuelos y
Ratones). Estos partidos luchan entre sí por el poder y la posibilidad de robar
al municipio lo que les venga en gana. Su política responde al estado de
inercia del pueblo, incapacitado para la acción.
FEDERICO GARCÍA LORCA, ROMANCERO GITANO.
1. Introducción.
Federico García Lorca (Fuente Vaqueros,
Granada, 1898 – Víznar, Granada, 1936)
Es considerado el poeta español más grande
del siglo XX. Antes de su muerte, su fama se había extendido por todo el mundo
hispánico, pero su asesinato lo consagró, como víctima del fascismo, y esto
influyó en la difusión de su obra. Hijo de una familia acomodada, Lorca vivió
entre 1919 y 1928 en la Residencia de Estudiantes. Entre 1929-30 viajó a Nueva
York y Cuba, y entre 1933-34 a Uruguay y a Argentina. Su republicanismo y
tendencias de izquierda lo convirtieron en una víctima fatal al estallar la
guerra. Su obra, comprometida con la tradición, recoge motivos y temas de las
religiones naturalistas, a la vez que desarrolla la relación entre la sangre,
la muerte y la fecundidad, la fascinación ritual por símbolos como el cuchillo,
la luna y el toro, entre otros.
2. Romancero gitano
Fue escrito entre
1924 y 1927, aunque se publicó en 1938. La mayoría de los romances habían ido
apareciendo en revistas literarias. Su título inicial fue Primer romancero gitano: trata de expresar la originalidad del
tema, es decir, haber poetizado el tema gitano por primera vez. En él hay una
fusión de lo culto y lo popular, de lo tradicional y lo nuevo y vanguardista.
Esta poesía se inserta en una corriente conocida como neopopularismo. De los
aspectos que proceden de la tradición, cabe destacar el dramatismo de los temas
(violencia, sensualidad, erotismo, misterio), la densidad expresiva y la
métrica. Lorca eleva a un supremo rango artístico, en sus vertientes lírica,
novelesca y dramática, una estrofa de larga tradición, el romance. Además,
Lorca se atreve a narrar. El lenguaje (sobre todo a lo que la metáfora y
adjetivación se refiere) es siempre sorprendente y de una audacia desconocida.
Romancero gitano canta fraternalmente a una raza marginada y
perseguida que el autor utiliza para ilustrar el destino trágico ya que, por
encima de los gitanos, se eleva un único personaje, la pena negra, que está
presente en todos los rincones: “y donde no hay más que un solo personaje grande y
oscuro como un cielo de estío, un solo personaje que es la Pena que se filtra
en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles, y que no tiene nada
que ver con la melancolía ni con la nostalgia ni con ninguna aflicción o
dolencia de ánimo, que es un sentimiento más celeste que terrestre; pena
andaluza que es una lucha de la inteligencia amorosa con el misterio que la
rodea y no puede comprender.”
Como antagonista de esta raza, la Guardia
Civil, que aparece siempre con notas negativas. De hecho, se hizo una denuncia
en su contra por el supuesto carácter ofensivo de su “Romance a la Guardia
Civil”. (De hecho se sigue apuntando a que una de las posibles causas de su
fusilamiento esté precisamente en el contenido de sus poemas).
Sin embargo, hay que tener
en cuenta que éste no es un testimonio social, documental, de la raza gitana,
sino que utiliza elementos del ámbito gitano para expresar todo su mundo
espiritual, su complejidad anímica. Lorca rehúye la visión pintoresca y
colorista del mundo gitano, frecuente en la literatura anterior, y apunta, más
que a la situación social de esta raza, a los aspectos más profundos de la
misma: “El libro, en conjunto, aunque se
llama gitano, es el poema de Andalucía, y lo llamo gitano porque el gitano es
lo más elevado, lo más profundo, más aristocrático de mi país, lo más
representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de
la verdad andaluza y universal. Así pues, el libro es un retablo de la
Andalucía, con gitanos, caballos, arcángeles, planetas, con su brisa judía, con
su brisa romana, con ríos, con crímenes, con la nota vulgar del contrabandista,
y la nota celeste de los niños desnudos de Córdoba que burlan a San Rafael. Un
libro donde apenas si está expresada la Andalucía que se ve, pero donde está
temblando la que no se ve. Y ahora lo voy a decir. Un libro antipintoresco,
antifolklórico, antiflamenco. Donde no hay ni una chaquetilla corta ni un traje
de torero, ni un sombrero plano ni una pandereta, donde las figuras sirven a
fondos milenarios y donde no hay más que un solo personaje grande y oscuro como
un cielo de estío, un solo personaje que es la Pena[...]”
Para muchos el gitano
representa una marginalidad, a veces delictiva, que le interesa para proyectar
sus aspiraciones y sueños más íntimos, sus deseos de unos modos de vida
marginales y libres, su anhelo de libertad. El gitano representa el hombre
primitivo, que vive fuera de la sociedad, la fuerza elemental de la naturaleza
que existe al margen de las leyes y de las convenciones sociales.
Es
un libro profundo, escrito con materiales folklóricos, que enfrenta el impulso
vital y las pasiones amorosas con la ley, la norma, las costumbres
establecidas, los intereses sociales o las imposiciones de la civilización.
Temas
a.
El destino trágico
Hay poemas
que se adentran decididamente en el mundo de las fuerzas oscuras, del eros
destructor y de la muerte en tanto que compañía fatal de la condición humana,
como en “Romance de la luna, luna”, “Preciosa y el aire”, “Reyerta”, “Romance
sonámbulo”, “Romance de la pena negra”..., o en los poemas del erotismo
marginal “San Rafael” y “La casada infiel”. Pero el mundo de la historia y la
denuncia de los comportamientos colectivos dominan en otros ocasiones, como en
los romances que oponen los gitanos a la Guardia Civil: los del Camborio y la
Benemérita; también encontramos denuncia de la represión religiosa de los
instintos como tema central de “La monja gitana”. “San Miguel” también puede
ser considerado una crítica de la “putrefacción social” de Granada. Esta
crítica se filtra en los poemas de signo ontológico a los que hemos hecho
referencia al principio: por ejemplo, “Preciosa y el aire”, un poema
esencialmente mítico, no carece de sutiles contrastes entre la naturaleza y la
civilización; o “San Rafael”, también podría prestarse a consideraciones sobre
la marginalidad de la condición homosexual.
b.
Amor y muerte
Dos temas que
no siempre son disociables: se presentan unidos en “Reyerta”, “Romance
sonámbulo”, “”Romance de la pena negra” y “Muerto de amor”. Amor y muerte moral
hay en “La monja gitana”; erotismo y frustración social en “San Miguel”. Puro
erotismo en “La casada infiel” y “Thamar y Amnón”
Las presencias del erotismo
en la obra son turbadores, de hecho, se ha considerado el mejor documento de la
literatura española creada sobre la realidad amorosa frustrada en sus raíces
más íntimas y fundamentales.
El romance de “La casada infiel” es el romance del sexo
superficial y físico, sin implicaciones, sin trascendencia ni repercusión para
el espíritu de los actores y, en especial para el gitano que hace la narración
un tanto exhibicionista del encuentro sexual. En el “Romance de la luna, luna”,
esa luna-mujer-bailarina desnuda, lúbrica y pura, seduce y posee al niño con
posesión mortal. Y así hasta llegar hasta el romance último en el que la luna,
que tenía senos duros de estaño en el
primero, se transforma en pechos
durísimos de la hermanastra de Amnón, en el que la luna preside una bíblica
y agitanada violación sexual entre hermanastros. En “Preciosa y el aire” se narra la agresión
sexual de un viento hipermasculinizado sobre una doncella que huye asustada...
En cuanto a la muerte, la
luna-mujer-muerte del primer romance ejerce su actividad mortífera sobre el
niño gitano que allí muere, e inaugura el desfile, ya casi ininterrumpido, de
muertes y violencias del Romancero
Gitano. En el último romance, junto a la violencia de los esclavos del rey
David que quieren matar a Amnón, el propio autor mata el libro que escribe
poniendo fin a aquello que está cultivando: “David
con unas tijeras / cortó las cuerdas del arpa”. Entre estos romances
extremos hay todo un conglomerado de violencias y de crímenes. Es la violencia
agresora, augurio de la violación que cerrará el libro, del viento-hombrón
sobre la alegre Preciosa, en el romance segundo; es la violencia intrínseca de
la raza gitana, que desemboca en turbulenta discusión en el romance tercero en
el que el toro de la reyerta / se sube
por las paredes. El Camborio que provoca el lamento del poeta, ya que
supone el ocaso de una raza violenta: se
acabaron los gitanos / que iban por el monte solos; paga con su sangre y su
vida a la muerte voraz que domina todo el microcosmos de la obra. También muerte en el romance decimotercero y
decimocuarto. Y tanta violencia aislada, tanta muerte individual, halla su
eclosión natural en un asesinato colectivo, en una orgía de violencias, de
saqueo, en el romance de la “Guardia Civil Española”. Así es el final,
coherente, macabro y definitivo de los poéticos gitanos de Lorca, proyección de
su yo más íntimo. Todo cuanto ha cantado es estúpidamente destruido y arde por
voluntad ajena y asesina de las fuerzas de represión, de las fuerzas que están
para exterminar cualquier forma de heterodoxia.
c.
Andalucía del llanto
Refleja el
conflicto que vive la raza gitana porque si se integra en el mundo “payo”
desaparecería como raza; y si no lo hacen, estarán siempre marginados. Todo
esto unido a la tradición del cante jondo.
Estructura de la obra
Se divide en
dos bloques:
a.
Romances del 1 al
15.
Contiene la
personal visión que tiene el autor del mundo gitano o su personal invención del
mundo gitano que se subjetiva a través de elementos tomados de la gitanería
como realidad social y folclórica. Es un mundo cerrado, autónomo,
inconfundible, no identificable con ninguna realidad existente.
Dentro de
este bloque, el más extenso, hay que hacer otra subdivisión:
—Bloque femenino: 1-7 aunque el romance de la “Guardia Civil” puede
—Bloque
masculino: 8-15 considerarse como síntesis final de todos los
anteriores.
a.1.
Bloque femenino.
Habría que hacer, a su vez, una diferenciación
entre los dos primeros y el resto: los unifica la común mitificación de las
fuerzas naturales, “femenina” la primera y masculina la segunda, con
distribución inversa de las víctimas. Del 3 al 7 la temática es amorosa (aunque
ligada a la muerte).
En este bloque las protagonistas son
femeninas: la luna, Preciosa, la gitana suicida, la gitana monja, la casada
infiel, y en el séptimo la figura de la Soledad, la encarnación de la pena
negra, del eterno femenino lorquiano, anhelante y frustrado: es la mujer sin
hombre, a quien probablemente ha perdido.
a.2. Bloque masculino.
Predominan
los hombres: Antoñito, el muerto de amor, el “Emplazado”...
b.
Tres romances
históricos (16-18).
El poeta nos ofrece su visión “agitanada” de unos
cuadros histórico-legendarios de extracción literaria (“Romance de Don Pedro a
caballo”) o de contenido religioso (“Martirio de santa Olalla” y “Thamar y
Amnón”). Esta sección busca prolongar hacia atrás, hacia la antigüedad clásica
o la Judea bíblica, el mundo poético andaluz: Andalucía romana (“Martirio de Santa
Olalla”), Andalucía judaica (“Thamar y Amnón”). En realidad la nota gitana sólo
se encuentra en este último, en el coro de vírgenes que rodea a la violada. La
“Burla de Don Pedro a caballo” es una leyenda medieval o una alegoría del
cristianismo primitivo, según las interpretaciones.
c.
Romances 8, 9 y 10.
Están dedicados a ciudades andaluzas. “San Rafael” es el romance que
evoca y exalta las esencias de Córdoba, ciudad árabe y romana, y esencialmente
andaluza; “San Miguel” Granada, objeto de popular romería; y Sevilla se
identifica con la gracia de “San Gabriel”.
Elementos
formales
Realismo: el libro tiene una base real, es decir, se
produce una perfecta armonía entre la imaginación para acuñar metáforas o
expresiones sorprendentes y la base sólidamente realista de cuanto está
poetizando Lorca. Son acontecimientos absolutamente reales los que Lorca está
transformando en un mundo propio, muy teñido de sabor mítico. Por ejemplo,
preciosa es una muchacha que es
sorprendida por una súbita tormenta, se asusta y corre a refugiarse.
Antropomorfización de lo inerte o lo animal: capacidad para dar
vida a lo que no tiene vida, de humanizar animales, de animalizar objetos,
accidentes atmosféricos o situaciones. Por ejemplo, los faroles tiemblan en el “Romance sonámbulo” o tiritan los cuchillos cuando prenden a
Antoñito, o el mismo viento agrede sexualmente a Preciosa.
Sensualismo y atención a lo concreto: la escritura de
Lorca está centrada en lo concreto, en lo sensorial. Percibe el mundo a través
de los cinco sentidos. Los concreto y lo sensorial aparecen ligados en las
abundantes indicaciones horarias y en las cuantificaciones exactas: al Camborio
se lo llevan a las nueve de la noche o
Thamar se tiende en la cama a las tres y
media.
Figuras
literarias: es clave la tendencia a la metáfora pura, producto de su concepción de la poesía y del influjo
de Góngora, y cuyas repercusiones en el texto son la desrealización y el
hermetismo. A través de la metáfora se constituye una realidad poética distinta
por completo de lo real: la metáfora desrealiza el mundo representado, une la
realidad “verdadera” y la realidad poética mediante un gran “salto ecuestre”
que concilia mundos diversos y antagónicos. El resultado es el hermetismo y dar
la visión de un mundo ambiguo y también oscuro. Por ejemplo, las glorietas de caracolas de “Preciosa
y el aire” son los saltos de los peces que, al asomarse en la superficie,
dibujan una trayectoria curva en el agua. Junto a la metáfora, la elipsis es una técnica fundamental que
también contribuye a la desrealización y al hermetismo. Por ejemplo, ¿qué le
ocurre a Soledad Montoya? Podemos conjeturarlo, pero no afirmarlo. ¿Por qué
prenden a Antoñito? Puede que por contrabandista, pero no hay datos discursivos
seguros.
También la metonimia y el símbolo
son recursos fundamentales que obedecen a la condensación expresiva. En cuanto
a la primera, veamos algunos ejemplos: los martillos sustituyen a los gitanos
de las fraguas en “Reyerta”; los puñales de la “Muerte de Antoñito el Camborio”;
o el barco y el caballo, signos metonímicos decisivos para crear un clima de
misterio.
Respecto al símbolo, hay que tener claro que
funcionan contextualmente, por eso muchas veces algunos críticos señalan que
resultan falsas las lecturas que tienden a establecer valores fijos. Pero, para
facilitar la comprensión del texto, vamos a establecer algunos de ellos: la
luna suele encarnar a la muerte o ser presagio de la misma; los metales también
son un presagio negativo ya que se relacionan con el frío de los cadáveres y el
material de los cuchillos que se emplean en los asesinatos; la cal se relaciona
con los enterramientos; el agua estancada, los pozos y aljibes son escenarios
propicios para la muerte de alguien; el agua que corre libremente es propicia a
los encuentros amorosos; los colores (rojo, amarillo, verde, blanco...) suelen
traer malos augurios. Pero el valor simbólico también alcanza al viento, a las
estrellas, a los caballos, pájaros, a las flores y los frutos... en suma, esta
obra ofrece la proyección del sistema usual de símbolos lorquianos.
Hay una tendencia acusada al
empleo de contrastes binarios
(antítesis): por ejemplo, presentación negativa de la Guardia Civil / ciudad
gitana alegre, la muchacha suicida del “Romance sonámbulo” en el interior, en
tierra / el hombre que llega tarde desde el mar...
La cohesión estructural se consigue mediante
paralelismos sintácticos, léxicos,
estribillos...
Carácter literario y popular del Romancero: sobre una esencia
culta se detectan claras reminiscencias populares como el ritmo,
deliberadamente musical, y los asuntos que
dan vida a los romances: contrabando, peleas, navajazos, tiros, adulterios,
suicidios por amor. Se pueden percibir
dos clases de composiciones en el texto: las de materia más popular y / o de
estilo fuertemente emocional, musicales, leves, y mucho menos densas que otro
grupo de romances de materias más culta, contenido más apretado y con un ritmo
más grave. A este segundo tipo pertenecen “Preciosa y el aire”, “Reyerta”, “San
Miguel”, “San Rafael”, “Muerto de amor”, “El emplazado”, “Martirio de Santa
Olalla” y “Thamar y Amnón”.
Hay
expresiones tomadas de romances
medievales“ Míralo por dónde viene” en “Preciosa y el aire” o el piropo “¡ Ay
Antoñito el Camborio / digno de una Emperatriz!”). En el Romance primero la
zumaya (un pájaro) recuerda a los presagios del vuelo de la corneja del Cantar de Mio Cid. También tiene sabor
medieval el uso del adverbio ya en
“Prendimiento y muerte de Antoñito el Camborio” ( ya mi talle se ha quebrado / como caña de maíz) o en “Thamar y
Amnón” ( ya la coge del cabello / ya la
camisa le rasga). Cercanos a los romances medievales son los diálogos
dramáticos que entran siempre sin
verbo de presentación, y que tienen también valores teatrales y narrativos (Niño, déjame, no pises / mi blancor
almidonado en “Romance de la luna, luna”). Lo mismo ocurre con el fragmentarismo,
ya que nos ofrece los acontecimientos dramáticos sin antecedentes narrativos
creando romances-escena a través de la selección de los momentos culminantes.
ORTEGA Y GASSET, LA DESHUMANIZACIÓN DEL ARTE.
En 1925 apareció en las ediciones de la Revista de
Occidente la obra de Ortega y Gasset La
deshumanización del arte, que constituye el mejor manifiesto de la
vanguardia artística española, aunque nunca hubiese pretendido serlo. Era un
libro de filosofía de la cultura, no un manifiesto. Su propósito no era el de propugnar una estética, sino el
filiar los rasgos constitutivos de un arte ya existente, aunque es cierto que
el autor no ocultaba su simpatía por el arte estudiado, y esto, unido a la
autoridad intelectual de que gozaba Ortega, determinó que los escritores
jóvenes tomaran su libro como un programa y se propusieran llevarlo a cabo con
toda la fidelidad posible. La obra produjo diferentes posturas: aquellos que
consideraban las teorías orteguianas válidas para el análisis de un nuevo arte,
y aquellos que juzgaban sus ideas poco claras, imprecisas y discutibles. Pero
Ortega sólo había buscado describir un fenómeno y ni siquiera llegaba a elogiar
alguna obra específica del arte nuevo.
El filósofo adopta una posición clara desde las
primeras páginas: su pretensión no es condenar las limitaciones de las masas ni
delimitar con precisión las orientaciones del arte nuevo. Su objetivo
primordial es llegar a lo estético. Si parte de la sociología, es para llegar a
la estética, si se plantea el hecho concreto de la deshumanización, es para
llegar a la esencia del arte. Hay que buscar la esencia del arte nuevo para
llegar a su impopularidad.
Ortega nunca llega a definir el arte nuevo, sino
que lo da por generalmente admitido: “Lo importante es que existe en el mundo
el hecho indudable de una nueva sensibilidad estética”. A partir de ello y de
las características de esa nueva estética, quedarían clasificadas las gentes
entre quienes poseen esa sensibilidad y aquellos que carecen de ella.
Impopularidad del arte nuevo
Parte para caracterizar el nuevo arte del punto de
vista social: la actitud que ante este arte adoptan sus destinatarios. Y ésta
es la irritación. Antes, al público podía no gustarle una obra (ya fuera un
poema, una obra teatral o un lienzo), pero la comprendía: “precisamente porque
lo comprendían no les gustaba”. En el arte nuevo, sin embargo, “no se trata de
que a la mayoría del público no le guste la obra joven y a la minoría sí. Lo
que sucede es que la mayoría, la masa, no la entiende.” El arte nuevo es
esencialmente impopular.
Distingue claramente lo que no es popular y lo que
es impopular, y para ello recurre al Romanticismo como fenómeno sociológico
totalmente inverso del que ofrece el nuevo arte. El estilo que innova tarda
algún tiempo en gustar, en conquistar la popularidad: no es popular pero tampoco es impopular. El Romanticismo
pronto conquistó al pueblo, ha sido por excelencia el estilo popular, y los que se opusieron a él fueron una
“minoría selecta que se había quedado anquilosada en las formas arcaicas del
antiguo régimen poético”. Pero el arte nuevo tiene a la masa en su contra
precisamente porque no lo comprende, lo que trasluce que éste no va dirigido a
todo el mundo, sino a una “minoría especialmente dotada”. La característica
específica de la vanguardia respecto a los estilos precedentes consiste en ser
un arte programado y concebido para pocos. Finalmente la burguesía culta –y no
la del dinero- puede conseguir un estilo propio; indiferente al burgués que, a
pesar de su dinero, no podrá entenderlo. De aquí la irritación que despierta en
la “masa”. Afirma el autor que el nuevo
arte obliga al burgués a sentirse tal como es, es decir, “ciego y sordo ante la
belleza pura”, y si durante siglo y medio la masa (entendida como todos
aquellos hombres sin voluntad para mejorar) ha pretendido ser toda la sociedad,
el nuevo arte le obliga “a reconocerse como lo que es, como <solo
pueblo>”, y además contribuye a que los “mejores” se reconozcan entre la
muchedumbre y aprendan su misión: las minorías pueden salvar a la masa siempre
que ésta acepte su papel y se deje guiar por ella.
El primer capítulo del libro se cierra con esta
afirmación: “La masa cocea y no entiende. Intentemos nosotros hacer lo inverso.
Extraigamos del arte joven su principio esencial, y entonces veremos en qué
profundo sentido es impopular.”
Hay que tener en cuenta que ningún movimiento
pretendió llevar tan lejos como el vanguardista su ruptura con lo anterior: no
es sólo reacción contra lo que inmediatamente le precedió, sino que rompía con
la historia y también con la realidad inmediata, con la circunstancia. Hasta entonces todo el arte, hasta el menos
realista, se apoyaba en lo real de algún modo, el arte romántico mismo. Los
vanguardistas repudian por igual romanticismo y realismo (todo ello, en
teoría). En la práctica estos poetas no llegaron a cumplir el programa. Ortega
señala la imposibilidad de prescindir por completo de las referencias a lo
real, aunque lo cierto es que el arte de vanguardia estaba apartado de la
realidad como jamás lo estuvo en el pasado. Y el público, habituado a la fórmula “realista”, añora el supuesto en
que se basó siempre el arte: su correlación con la realidad, con lo humano.
Esta deshumanización o huida de lo real fue el motivo de que los géneros
literarios que más necesitaban sustentarse en la experiencia de la vida y en el
consenso social (novela y drama) fueran menos (o más desafortunadamente)
cultivados que la poesía, que permitía más libertad.
Arte artístico
El autor se plantea qué es el goce estético y
vuelve a la crítica del arte decimonónico. Para Ortega un arte que se basa
principalmente en las emociones humanas y que no representa otra cosa que la
pura realidad es un arte superficial,
aunque pueda ser entendido por cualquiera, incluso un público que no tenga
sensibilidad artística. El arte nuevo, el arte que no busca un nivel de
comprensión receptora fácil, obliga a encarar un modo distinto de relación con
la actividad de recepción de la obra. Parece fechar el divorcio del artista y
el público común en un momento entre el Romanticismo y las vanguardias. Lo
interpreta como la desaparición del realismo sentimental y el aumento de la
incidencia en lo intelectual. El goce estético no es alegrarse o sufrir o
llorar con los destinos humanos que la obra de arte nos presenta; de hecho, esa
ocupación con lo humano de la obra es incompatible con la estricta función
estética. El arte en sí mismo, cuando sólo es arte, no se ocupa de los destinos
humanos, de ahí que alegría o sufrimiento se encuentren en una esfera diferente
de la pura complacencia estética. No interesa lo reflejado, sino el objeto que
lo refleja. Para explicarlo, recurre el autor a varios ejemplos: la
contemplación de un jardín a través de un cristal o asistir a una representación
de Tristán e Iseo: “Del mismo modo, quien en la obra de arte busca el
conmoverse con los destinos de Juan y María o de Tristán e Iseo y a ellos acomoda su percepción espiritual, no
verá la obra de arte”. El siglo XIX habría insistido en el reflejo de la vida
de lo humano, de ahí su popularidad, no porque la masa entendiera los aspectos
verdaderamente artísticos, sino porque compartía con ellos actos y
sentimientos. El objeto artístico sólo es artístico en la medida en que no es
real. Fijémonos en el ejemplo del jardín: el arte de origen romántico se basa
en el jardín, el arte moderno se asienta en el vidrio, porque es una peculiar
transparencia que se establece en el estilo (hoy diríamos escritura),
considerado como la relevancia del trabajo artístico por encima de su
posibilidad referencial. El trabajo artístico está sin estar, se fija porque se
fija. No es, pues, que el arte nuevo no sea humano, sino que deja de importar
ese patetismo de lo mostrado (la anécdota, lo visible), para darle importancia
a la construcción y a su estrategia. Por lo tanto, lo digno de valorarse del
arte se aleja de lo fácilmente comprensible y exige, según Ortega, una especial
preparación, un aristocratismo estético.
Afirma que todo el arte del siglo XIX es
“realista”: Romanticismo, Realismo y Naturalismo. Con ello, lo que quiere
decirnos es que la diferencia del vanguardismo del arte decimonónico es que
éste toca el tacto de las emociones humanas, mientras aquél se dirige a la
parte más elevada del hombre, a aquella que considera el goce estético, el arte
puro. Y, aunque sea imposible un arte puro, “cabe una tendencia a la
purificación del arte. Esta tendencia llevará a la eliminación progresiva de
los elementos humanos, demasiado humanos, que dominan en la producción romántica
y naturalista. Y en este proceso se llegará a un punto en que el contenido
humano de la obra sea tan escaso que casi no se le vea. Entonces tendremos un
objeto que sólo puede ser percibido por quien posea ese don peculiar de la
sensibilidad artística.” Es decir, si la purificación del arte fuese posible
ésta sería únicamente a través de la deshumanización y el resultado por tanto
un arte para artistas y no para la masa del pueblo, será un arte para la elite
que posea esa sensibilidad artística. Y aquí hay que hacer una aclaración: por
artistas entiende no sólo aquellos que producen este arte, sino también
aquellos que tiene la capacidad de percibir valores puramente artísticos.
Los artistas jóvenes han decidido apartarse del
arte tradicional porque les aburre y porque lo rechazan. El agotamiento de las
fórmulas y formas tradicionales ha dado como resultado el nacimiento de una
nueva sensibilidad.
Concluye resumiendo en siete puntos el estilo del
arte nuevo tiende: 1º., a la
deshumanización; 2º., a evitar las
formas vivas; 3º., a hacer que la
obra de arte no sea otra cosa que obra de arte; 4º., a considerar el arte como juego y nada más; 5º., a una esencial ironía; 6º., a eludir toda falsedad, y, por
tanto, a una escrupulosa realización; 7º.,
el arte es, para los jóvenes artistas,
una cosa sin trascendencia alguna.
Estos puntos son en realidad las propuestas con
las que el autor pretende remediar los defectos del arte que ha criticado
anteriormente. Así refuerza la idea de que la deshumanización es la única
solución lógica para asegurar la supervivencia del arte como manifestación
humana digna de ser tomada en serio.
Unas gotas de fenomenología
Nos plantea
un ejemplo: un hombre está agonizando. En esta escena se encuentran su mujer,
un médico, un reportero y un pintor. Utilizará este caso para mostrar que los
grados de proximidad a la realidad equivalen a grados de participación
sentimental en los hechos; mientras que los grados de alejamiento, suponen
grados de liberación en que objetivamos el suceso real, convirtiéndolo en puro
tema de contemplación. La mujer, rota por el dolor, no contempla la escena, la
vive. El médico está un poco más alejado, sin embargo, también toma parte del
hecho, aunque sus motivos sean profesionales y no personales: tendrá alguna
responsabilidad en la muerte, peligrará su prestigio... El reportero está aún
más alejado: no vive el hecho, lo contempla pero está preocupado porque tiene
que relatar el suceso a sus lectores y quiere provocar en ellos una serie de
emociones.
Él “finge” vivir esa situación. La actitud del pintor
es puramente contemplativa y el doloroso sentido interno del hecho queda fuera
de su percepción: “con el pintor hemos llegado al máximum de distancia y al
mínimum de intervención sentimental.”
Sin embargo, el arte no puede prescindir de la
realidad porque sería ininteligible.
A la realidad vivida es a la que llamamos “la”
realidad por excelencia. “El pintor que contempla impasible la escena de agonía
parece “inhumano”. Digamos pues que el punto de vista humano es aquel en que
vivimos las situaciones, las personas, las cosas. Y viceversa, son humanas
todas las realidades –mujer, paisaje, peripecia- cuando ofrecen un aspecto bajo
el cual suelen ser vividas.”[...]”En vez de ser la idea instrumento con que pensamos
un objeto, la hacemos a ella objeto y término de nuestro pensamiento. Ya
veremos el uso inesperado que el arte nuevo hace de esta inversión
inhumana”.
Comienza la deshumanización del arte.
Invitación a comprender. Sigue la deshumanización del arte.
El arte nuevo ha tomado direcciones muy
diferentes, pero hay un fondo común a todas ellas: la tendencia a
deshumanizarlo. Esa nueva sensibilidad estética de la que hablábamos antes
representa lo genérico, frente a la pluralidad de direcciones y de obras individuales.
El artista joven ya no va hacia la realidad, sino que se ha propuesto
deformarla, romper su aspecto humano, es decir, deshumanizarla. De ahí que
afirme que el pintor, en un cuadro, “al extirparles su aspecto de realidad
vivida, el pintor ha cortado el puente y quemado las naves que podían
transportarnos a nuestro mundo habitual”. Hay pues que crear nuevas formas de
tratar y de acercarnos a esos objetos insólitos, y en ellos es donde radica la
comprensión y el goce artísticos, en la que también hay sentimientos y
emociones, pero específicamente estéticos.
Lo que parece importar cuando Ortega escribe es la
conciencia de una ruptura entre obra artística y público que parece haberse
impuesto ya. Es decir, si el arte siempre ha tenido un componente de novedad de
difícil comprensión, el artista ha procurado por lo general tender “puentes” a
los receptores sin obligarles, salvo excepciones, a cruzar necesariamente a
nado la torrentera. La imagen del puente cortado que utiliza Ortega significa que el arte nuevo, el arte que no
busca un nivel de comprensión receptora fácil, obliga, indudablemente, a
encarar un modo distinto de relación con la actividad de recepción de la obra.
(ya lo hemos apuntado antes)
“El placer estético para el artista nuevo emana de
ese triunfo sobre lo humano”.
Si para la mayoría el arte es el reflejo de la
vida, los nuevos artistas sostienen lo contrario. Cuando un artista se preocupa
especialmente por lo artístico de su obra, atiende, siguiendo el ejemplo del
jardín, a la mejor calidad del vidrio, entonces se afirma que tiene voluntad de
estilo. Y dice el filósofo: “Estilizar
es deformar lo real, desrealizar. Estilización implica deshumanización. Y
viceversa, no hay otra manera de deshumanizar que estilizar. El realismo, en
cambio, invitando al artista a seguir dócilmente la forma de las cosas, le
invita a no tener estilo”. Y afirma así la deshumanización como característica
esencial del arte verdadero y, claro es, del arte nuevo.
Y los artistas
jóvenes evitarán lo personal en sus obras, por ser lo más humano. El placer
estético ha de ser un placer inteligente, no debe provenir de un “contagio
psíquico”, de compartir penas o alegrías.
En el ámbito de la poesía, ocurría exactamente lo
mismo: estaba cargada de materia humana, sólo hay que recordar el tema
fundamental de la poesía romántica: exaltación del yo poético, de sus pasiones,
sentimientos... Para Ortega la poesía sólo puede ser ocultación y sugerencia:
“El nombre directo denomina una realidad, y la poesía es, ante todo, una valerosa
fuga, una ardua evitación de realidades (“Mallarmé”).” Incluso llega a
establecer una definición: “La poesía es eufemismo –eludir el nombre cotidiano
de las cosas (“Góngora”)”.
El poeta joven cuando poetiza, se propone
simplemente ser poeta: no hay que confundir las fronteras entre vida y poesía,
y el poeta empieza precisamente donde el hombre acaba y su misión es inventar
aquello que no existe. Se trata de una poesía que no necesita ser “sentida”
porque no hay en ella nada patético, es decir, nada humano. Las palabras se
convierten en las auténticas protagonistas del la creación lírica y el poeta,
que sabe aislarse de su hombre circunstante, se convierte en pura voz anónima
que sostiene en el aire esas palabras. Y al vaciar el arte de patetismo, de toda
sentimentalidad y toda anécdota, éste queda sin trascendencia. Pero volvemos a
insistir: esto no quiere decir que el arte prescinda de la realidad, sino que
ésta no se impone al espectador: el arte nuevo busca “construir algo que no sea
copia del natural y que, sin embargo, posea alguna sustantividad”.
En el ensayo “Sobre el punto de vista de las
artes” afirma: “Gran error creer que poesía es naturalidad: no lo ha sido nunca
mientras fue poesía.” El hecho poético radica, precisamente, en la invención de
la palabra y en su fuerza objetual.
Invención no significa que no existiera antes en sus componentes
fónicos, sino que surge en un mundo nuevo, en una realidad nueva que es la del
poema y cargando, por ello, con valores imprecisos.
Hay muchos procedimientos para llevar a cabo esta
deshumanización, pero sobre todos ellos se impone la metáfora porque “la poesía
es hoy el álgebra superior de las palabras”.
El
tabú y la metáfora. Supra e infrarrealismo. La vuelta del revés. Iconoclasia.
La metáfora facilita la evasión y crea entre las
cosas reales “arrecifes imaginarios”. Deja de ser mero ornamento para
convertirse en sustancia poética al eliminar ese “sostén extrapoético o real”.
Al dar la espalda a la realidad, ya no idealizamos
ésta, sino que tomamos las ideas según son y al hacer esto las desrealizamos
porque son, en efecto, irrealidad: no se va de la mente al mundo, sino al
revés, se da plasticidad a lo interno y subjetivo.
Pero no es el único instrumento de
deshumanización: basta con invertir la visión jerárquica del ser humano y
llevar a un primer plano los mínimos sucesos de la vida, es decir “hacer
protagonistas del drama vital los barrios bajos de la atención, lo que de
ordinario desatendemos”.
Las artes plásticas del nuevo estilo sienten
un verdadero asco hacia las formas
vivas, pero esta iconoclasia ya se ha dado en otros períodos, como en la
evolución el arte prehistórico.
Influencia
negativa del pasado. Irónico destino.
El peso que la tradición artística tiene a la hora
de “crear” es innegable, pero ante el pasado hay dos posibles modos de
reaccionar: sentirse afín a él o, por el contrario, sentir una “indefinible
repugnancia”. Entre el artista que nace y el mundo se interpone un volumen cada
vez mayor de estilos tradicionales que interceptan la comunicación directa y
original entre aquellos. Y buena parte de ese asco a las formas vivas procede
de la antipatía a la interpretación tradicional de las realidades, de ahí que a
los artistas nuevos les repugne el siglo
XIX, a pesar de que en él ya había oposición a estilos más antiguos, pero
sientan simpatía hacia las obras primigenias del arte prehistórico y el
exotismo salvaje, por lo que hay en ellas de ingenuidad, es decir, porque
carecían de una tradición artística que aún no se había formado.
El nuevo estilo únicamente quiere retener la
materia puramente artística y eliminar, como hemos dicho tantas veces, “los
ingredientes humanos, demasiado humanos”.
Este arte deshumanizado no tiene grandes pretensiones, no pretende
salvar al mundo, es un arte sin trascendencia cuya inspiración es siempre
cómica. Parece que Ortega lo conduce al concepto de juego y afirma, por
ejemplo, que el “artista de ahora nos invita a que contemplemos un arte que es
una broma, que es, esencialmente, la burla de sí mismo”. Se va al arte
precisamente porque es una farsa. Estas afirmaciones debieron ser escandalosas,
al menos para la generación anterior. Pero hay que tener en cuenta que el
concepto de juego y deporte para Ortega no era algo superficial, sino que se
inscribía en una filosofía vitalista: “El hombre del presente desconfía de la
razón y la juzga a través de la espontaneidad. No niega la razón, pero reprime
y burla sus pretensiones de soberanía.[...] La
razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital (“El tema de nuestro
tiempo”).” Este vitalismo, se relaciona estrechamente con el interés que el
deporte despierta en la época y que acogerán los totalitarismos del momento. El
ensayo “El origen deportivo del estado” nos permite entender la posición de
Ortega: la vida se presenta en él como un doble esfuerzo, el relacionado con el
trabajo y el voluntario. Éste es el que debe considerarse primario, aunque no
sea imprescindible y resulte por ello superfluo. Visto de esta manera, el
deporte resulta ser una actividad “seria e importante en la vida”. De ahí
extrae su primera conclusión: “en todo proceso vital, lo primario, el punto de
partida, es una energía de sentido superfluo y libérrimo, lo mismo en la vida corporal que en la vida histórica.
[...] Lo más necesario es superfluo, el
que se contente con responder estrictamente a la necesidad que sobreviene será
arrollado por ella”. De ahí que otras afirmaciones orteguianas sólo puedan
entenderse a partir de estas premisas, como cuando afirma que “Ser artista es
no tomar en serio al hombre tan serio que somos cuando no somos artistas”. O
bien “Si cabe decir que el arte salva al hombre, es sólo porque le salva de la
seriedad de la vida”. Así mismo “Todo el arte nuevo resulta comprensible y
adquiere cierta dosis de grandeza cuando
se le interpreta como un ensayo de crear puerilidad en un mundo viejo”. O, más
interesante aún: “Al vaciarse el arte de patetismo humano queda sin
trascendencia alguna –como sólo arte, sin más pretensión”.
El propio artista ve su arte como una labor
intrascendente, pero no porque no le interese: lo que le interesa es que su
oficio no tenga una importancia grave, lo que le diferencia del arte del siglo
XIX, en el que el arte era trascendente por su tema ( los grandes conflictos de
la humanidad) y por sí mismo, “como potencia humana que prestaba justificación
y dignidad a la especie”.
El arte deshumanizado lo que busca es suscitar “un
irreal horizonte”, no reproducir la realidad, y para lograr este fin no hay
otro medio que negarla y colocarnos encima de ella.
Conclusión
El autor apunta a que la finalidad de este ensayo
no es otra que comprender el sentido de los nuevos propósitos artísticos.
Parece estar muy cerca de la opinión de aquellos que creen que el arte
vanguardista no había producido ninguna obra que mereciera la pena, pero alaba
el propósito de estos jóvenes artistas: crear de la nada. Y, a pesar de los
errores que se les puedan achacar, afirma que “hay un punto, a mi juicio,
inconmovible en la nueva posición: la imposibilidad de volver hacia atrás.”
RESUMEN
De las siete características del arte nuevo, las
dos primeras son en realidad una sola; la cuarta, quinta y séptima: arte como
juego, ironía e intrascendecia, pueden también reducirse a una; finalmente, la
tercera y la sexta: que el arte no es más que arte, también pueden
identificarse. Tenemos, pues, tres características esenciales del arte
deshumanizado: eliminación de formas vivas, arte artístico, arte
intrascendente.
La eliminación de formas vivas se realiza en la “iconoclasia”,
ruptura de los objetos concretos, en la ruptura de las estructuras normales en
el orden de los objetos (“Supra e infrarealismo”) y en la sustativación de los
medios expresivos: palabra. Sonido, color (“La vuelta del revés”). Se llama
“deshumanización” en los escritos orteguianos a la reducción de los medios a
fines.
La segunda característica es el intento de que el
arte no sea más que arte. Hay que tener en cuenta que Ortega en El Espectador criticó la cultura del
siglo XIX por tres razones: por haber sido cultura de medios; por haber sido
política (en el sentido de que los hombres del siglo XIX no se contentaban con
permanecer en sus límites); por su optimismo progresista.
La tercera nota del arte deshumanizado era su
intrascendencia. La obra de arte se aísla en el universo, comienza y termina en
sí misma.
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