domingo, 11 de mayo de 2014

2º BACHILLERATO. COMENTARIO DE TEXTOS PAU.

 RECICLAJE, AYUNTAMIENTOS Y RATAS DE ALCANTARILLA

Voy a ganarme a pulso una bronca ecológica, incluida mi guerrera del arco iris particular; pero uno está curtido en broncas, adversidades y otros etcéteras, así que asumo las consecuencias sin complejos. Y es ello que acabo de enterarme de que, en la Comunidad de Madrid -supongo que como en otras comunidades, más o menos-, cuatro de cada diez ciudadanos sacan la basura sin separar los materiales orgánicos de los reciclables. O sea: que para buena parte de los madrileños, y supongo, tirando por elevación, de los españoles en general, la variedad de colores que adorna los cubos de basura -envases, papel, materia orgánica y todo eso- no sirve más que para darle variedad cromática al asunto. 62.532 fotografías de contenedores frente a 13.000 edificios capitalinos, en una inspección que ha costado la respetable cifra de 390.000 mortadelos, permiten llegar a la conclusión de que así están las cosas. Y de que los ciudadanos somos unos desaprensivos que nos pasamos por la bisectriz la ecología y las ordenanzas municipales y de la CEE.

Esto último es muy probable. Sin necesidad de inspecciones y conociendo el percal, esa cifra de que sólo no reciclan cuatro de cada diez pavos y pavas me parece demasiado optimista. Y sorprendente, habida cuenta de dónde estamos, y con quién nos las tenemos, en este bebedero de patos donde todo cristo, desde los ministerios de Sanidad o Fomento hasta la concejalía de ruidos y basuras de San Crescencio del Rebollo, con tal de salir en el telediario, vomitan leyes, normativas, disposiciones y ordenanzas hasta aburrir a las ovejas, sin poner luego, por supuesto, los medios adecuados ni hacer el menor esfuerzo para aplicarlas, o para asegurarse de que se aplican sin picaresca ni golferías. Como dice un compadre mío que es medio franchute y medio alemán: «En Espania tenéis más leies que en toda Eugopa gunta, pego nadie las cumple». Así que permitan que les cuente un caso particular, casi íntimo, después de hacer una confesión melodramática y casi chulesca: yo no reciclo. O, para ser más exactos, llevo algún tiempo sin hacerlo. Y voy a contarles por qué.

Desde hace la tira, en mi casa hay cuatrocientos ochenta y seis cubos de basura con colores distintos, en los que siempre se hizo una minuciosa selección de materiales: envases, plásticos, papel, etc., incluso antes de que el ayuntamiento responsable dispusiera en las proximidades el equivalente en contenedores apropiados. De papel, sobre todo, entre correspondencia, folios y borradores descartados, envoltorios de paquetes de libros, revistas, periódicos, folletos y cosas así, se despachaban cada día muchos kilos debidamente apartados, limpios y listos para reciclar. Y todo ocurrió así, con exactitud prusiana y ejemplar ciudadanía, hasta que hace poco llegó a mi conocimiento que un par de miserables traperos que se dicen libreros o intermediarios tienen puesto a la venta parte de todo eso que, en mi virginal inocencia, envié al reciclaje: páginas de textos con correcciones manuscritas, correspondencia privada y hasta invitaciones a tal o cual acto presidencial, real, ministerial, social o literario; de los que, por cierto, debe de haber tarjetones a cientos, pues nunca voy a ninguno. Al principio, cuando logré cerrar la boca abierta por el asombro y después de estar un rato mirándome en el espejo la cara de gilipollas, pensé echarles encima a los responsables todo el peso de la dura lex, sed lex, ya saben. El juez Garzón y todo eso. Pero luego consideré que en España no merece la pena, de momento, legar pleitos a tus nietos. Así que, hechas mis averiguaciones para reconstruir el proceso, y como a fin de cuentas todo aquel papelorio no era sino basura sin importancia, decidí tomarlo con calma y a la expectativa, cual francotirador paciente detrás de la escopeta, en espera de que se presente la ocasión personal de toparme a una de esas ratas de cloaca e incrustarle los borradores de mis obras completas, previamente bien enrollados y a hostias, en el esófago. En cuanto al ayuntamiento de donde vivo y a la empresa contratada responsable, que defraudando mi buena fe -imagino que no sólo hurgarán en mis papeles, sino también en los de otros vecinos-, son incapaces de garantizar el buen uso de mis desechos domésticos, y con su complicidad pasiva -o activa, cualquiera sabe- permiten que mi vida privada sea puesta en pública almoneda, lo que hago ahora es meter toda la basura bien mezcladita, papeles, fideos, aceite de latas de sardinas, tomates pochos y demás, con las siglas QLRVPM pintadas en las bolsas con rotulador: Que Lo Recicle Vuestra Puta Madre.
Arturo Pérez Reverte

 http://www.slideshare.net/laumicbar/cdocuments-and-settingsusuarioescritorioprueba-de

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