…El desván ocupaba en su cima toda la planta, las dos alas contiguas delimitadas por la escalera de acceso, que continuaba, tras el correspondiente rellano, la que ascendía al piso. Era un espacio de profundos declives, coronado por el añoso armazón de las vigas, que articulaban una estructura de nervios desiguales y toscas maderas claveteadas.
La luz cenital llegaba por las dos únicas claraboyas que la sumían como una lluvia rala. Era una luz que no variaba mucho con las estaciones, porque el polvoriento sumidero filtraba su relumbre de ópalo con poco brillo, y sólo el espejo de la nieve, en los días más álgidos de enero, modificaba con su fulgor la suciedad resinosa, haciendo que la atmósfera del Desván obtuviera un reflejo de inusitada blancura.
Esos días la claridad helada era una mano que escudriñaba todos los rincones, iluminando el límite más misterioso de los escondrijos, donde el tiempo se había doblegado definitivamente al abandono y el sorbo de la luz, en ese frágil espejo de la nieve, apenas lograba mostrar por unas horas la forma que las cosas asumen en el olvido.
La luz cenital llegaba por las dos únicas claraboyas que la sumían como una lluvia rala. Era una luz que no variaba mucho con las estaciones, porque el polvoriento sumidero filtraba su relumbre de ópalo con poco brillo, y sólo el espejo de la nieve, en los días más álgidos de enero, modificaba con su fulgor la suciedad resinosa, haciendo que la atmósfera del Desván obtuviera un reflejo de inusitada blancura.
Esos días la claridad helada era una mano que escudriñaba todos los rincones, iluminando el límite más misterioso de los escondrijos, donde el tiempo se había doblegado definitivamente al abandono y el sorbo de la luz, en ese frágil espejo de la nieve, apenas lograba mostrar por unas horas la forma que las cosas asumen en el olvido.
Días del desván, Luis Mateo Díez.
NOTA: el texto se recogerá el miércoles 16 de octubre y contará como nota de clase.
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