TEXTO 1
¿POR
QUÉ LA LITERATURA?
Desde
tiempos lejanos, la sociedad se pregunta por qué existe la
literatura. Sirve para enseñar y entretener, y alcanza la perfección
quien mezcla lo útil con lo dulce, explicó Horacio a unos alevines
de poeta. La literatura es una actividad noble nacida de la propia
condición humana, que la necesita para penetrar en la naturaleza del
mundo más allá de donde llegan las ciencias experimentales. La
literatura intuye los misterios de la realidad, ilumina nuestros
secretos más privados, ilustra la vida social, incita a ser mejores
o más justos, permite vivir otras vidas que nunca estarían a
nuestro alcance y también nos consuela, en ocasiones.
Que
cumplía algunos de estos fines estaba claro para escritores y
lectores hasta hace poco. Hoy, en cambio, anda sumida en una gran
crisis de identidad. Nunca se había dado juntas tantas
circunstancias capaces de ponerla en peligro. Las nuevas tecnologías
se ven como una grave amenaza, pero son más un reto que un problema.
Lo audiovisual hará distinta la literatura del futuro y el
hipertexto en la Red, abre caminos insospechados, pero será
literatura. Otro cantar es la trivialización a la que estamos
llegando.
Nuestro
tiempo ha llevado a primer plano ambiciones espurias. Hoy, todo el
mundo quiere ser escritor, o, para ser precisos, novelista.
Telefamosos, periodistas, políticos, profesores, historiadores,
críticos... La escritura ha dejado de ser dedicación silenciosa de
alguien que necesitaba decir su verdad para convertirse en un medio
de satisfacer la vanidad, ganas un buen dinero, lograr fama o
adornarla con el prestigio de la cultura. Que se escriba da igual.
Las librerías se llenan de templarios enloquecidos, policías listos
como el hambre, conspiradores de catacumba y frenéticos aventureros.
Esas ambiciones no pasarían a mayores si buena parte de los editores
no trataran la cultura como puro objeto de consumo, bienes de moda
con fecha de caducidad y reciclables. El monetarismo más crudo mueve
a muchos escritores, que compiten por ver quién vende más o
presumen de haber conseguido mayor adelanto. Todos andamos al menos
un poco pillados por esta situación y la crítica, que podría
servir de cortafuegos, o participa aún sin quererlo en la trampa o
resulta inútil. Así que el lector común está inerme. En los
grandes almacenes compra productos de grado cero de la escritura
tomándolos por literatura. En realidad, se lleva mercancía con
marca, el nombre de un habitual de la tele, la radio o la prensa. El
objeto libro le contará simplezas o no se enterará, porque en la
escuela nadie se preocupó de educar la sensibilidad. Le hablará,
además, de asuntos absurdos o esotéricos, mientras el planeta
podría tener los días contados y el capitalismo rampante desarma a
los individuos. Y no se tache esto de demagogia alegando que el arte
es ante todo arte. Arte sí, para la vida, no para el
embrutecimiento.
Por
suerte, quedan núcleos de resistencia entre autores, lectores y
editores, pero la situación general es más que preocupante. ¿Por
qué la literatura? La banalización y el mercantilismo dan
actualidad rabiosa a esta pregunta. Debería tomarse en serio para
que la encrucijada actual no desemboque en una agonía de fatal
desenlace.
Santos
Sanz Villanueva, El Mundo,
7 de noviembre de 2007.
TEXTO 2
Juguemos
Jugar
en la calle. Jugar en grupo. Esa es la actividad
extraescolar que un grupo de educadores y psicólogos americanos han
señalado como la asignatura pendiente en la educación actual de un niño.
Parecería simple remediarlo. No lo es. La calle ya no
es un sitio seguro en casi ninguna gran ciudad. La media que un niño
americano pasa ante las numerosas pantallas que la vida le ofrece es
hoy de siete horas y media. La de los niños españoles
estaba en tres. Cualquiera de las dos cifras es una barbaridad.
Cuando los expertos hablan de juego no se refieren a un juego de
ordenador o una playstation ni
tampoco al juego organizado por los padres, que en ocasiones se
ven forzados a remediar la ausencia de otros niños. El juego más
educativo sigue siendo aquel en que los niños han de luchar por el
liderazgo o la colaboración, rivalizar o apoyarse, pelearse y
hacer las paces para sobrevivir. Esto no significa que el ordenador
sea una presencia nociva en sus vidas. Al contrario, es una
insustituible herramienta de trabajo, pero en cuanto a ocio se
refiere, el juego a la antigua sigue siendo el gran educador social.
Leía
ayer a Rodríguez Ibarra hablar de esa gente que
teme a los ordenadores y relacionaba ese miedo con los derechos de
propiedad intelectual. No comprendí muy bien la relación, porque es
precisamente entre los trabajadores de la cultura (el
técnico de sonido, el músico, el montador, el diseñador o el
escritor) donde el ordenador se ha convertido en un instrumento
fundamental. Pero conviene no convertir a las máquinas en objetos
sagrados y, de momento, no hay nada comparable en la vida de un niño
a un partidillo de fútbol en la calle, a las casitas o al
churro-media-manga. Y esto nada tiene que ver con un terror a las
pantallas sino con la defensa de un tipo de juego necesario para
hacer de los niños seres sociales.
Elvira Lindo, EL PAÍS, 12/01/2011
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