SELECCIÓN
DE TEXTOS DEL ROMANTISICMO.
EL PRERROMANTICISMO.
NOCHES
LÚGUBRES. NOCHE
TERCERA. JOSÉ DE CADALSO (SXVIII).
TEDIATO.- ¡Qué triste me ha
sido ese día! Igual a la noche más espantosa me ha llenado de pavor, tedio,
aflicción y pesadumbre. ¡Con qué dolor han visto mis ojos la luz del astro, a
quien llaman benigno los que tienen el pecho menos oprimido que yo! El sol, la
criatura que dicen menos imperfecta imagen del Criador, ha sido objeto de mi
melancolía. El tiempo que ha tardado en llevar sus luces a otros climas me ha
parecido tormento de duración eterna... ¡Triste de mí! Soy el solo viviente a
quien sus rayos no consuelan. Aun la noche, cuya tardanza me hacía tan
insufrible la presencia del sol, es menos gustosa, porque en algo se parece al
día. No está tan oscura como yo quisiera. ¡La luna! ¡Ah, luna! Escóndete, no
mires en este puesto al más infeliz mortal.
¡Que no se hayan pasado más que dieciséis horas desde que dejé a
Lorenzo! ¿Quién lo creyera? ¡Tales han sido para mí! Llorar, gemir, delirar...
Los ojos fijos en su retrato, las mejillas bañadas en lágrimas, las manos
juntas pidiendo mi muerte al cielo, las rodillas flaqueando bajo el peso de mi
cuerpo, así desmayado; sólo un corto resuello me distinguía de un cadáver. ¡Qué
asustado quedó Virtelio, mi amigo, al entrar en mi cuarto y hallarme de esa
manera! ¡Pobre Virtelio! ¡Cuánto trabajaste para hacerme tomar algún alimento!
Ni fuerza en mis manos para tomar el pan, ni en mis brazos para llevarlo a la
boca, si alguna vez llegaba. ¡Cuán amargos son bocados mojados con lágrimas!
Instante..., me mantuve inmóvil. Se fue sin duda cansado... ¿Quién no se cansa
de un amigo como yo, triste, enfermo, apartado del mundo, objeto de la lástima
de algunos, del menosprecio de otros, de la burla de muchos? ¡Qué mucho me
dejase! Lo extraño es que me mirase alguna vez. ¡Ah, Virtelio! ¡Virtelio! Pocos
instantes más que hubieses permanecido mío, te hubieran dado fama de amigo
verdadero. Pero ¿de qué te serviría? Hiciste bien en dejarme; también te
hubiera herido la mofa de los hombres. Dejar a un amigo infeliz, conjurarte con
la suerte contra un triste, aplaudir la inconstancia del mundo, imitar lo duro
de las entrañas comunes, acompañar con tu risa la risa universal, que es eco de
los llantos de un mísero... Sigue, sigue... Éste es el camino de la fortuna...
Adelántate a los otros: admirarán tu talento. Yo le vi salir... Murmuraba de la
flaqueza de mi ánimo. La Naturaleza sin duda murmuraba de la dureza del suyo.
Éste es el menos pérfido de todos mis amigos; otros ni aun eso hicieron.
Tediato se muere, dirían unos; otros repetirían: se muere Tediato. De mi vida y
de mi muerte hablarían como del tiempo bueno o malo suelen hablar los
poderosos, no como los pobres a quien tanto importa el tiempo. La luz del sol, que
iba faltando, me sacó del letargo cruel. La tiniebla me traía el consuelo que
arrebata a todo el mundo. Todo el consuelo que siente toda la naturaleza al
parecer el sol, le sentí todo junto al ponerse. Dije mil veces preparándome a
salir: bienvenida seas, noche, madre de delitos, destructora de la hermosura,
imagen del caos de que salimos. Duplica tus horrores; mientras más densas, más
gustosas me serán tus tinieblas. No tomé alimento; no enjugué las lágrimas;
púseme el vestido más lúgubre; tomé este acero, que será..., ¡ay!, sí; será
quien consuele de una vez todas mis cuitas. Vine a este puesto; espero a
Lorenzo.
Desengañado de las visiones y fantasmas, duendes, espíritus y sombras,
me ayudará con firmeza a levantar la losa; haré el robo... ¡El robo! ¡Ay! Era
mía; sí, mía; yo, suyo. No, no, la agravio; me agravio: éramos uno. Su alma,
¿qué era sino la mía? La mía, ¿qué era sino la suya? Pero ¿qué voces se oyen?
Muere, muere, dice una de ellas. ¡Qué me matan!, dice otra voz. Hacia mí vienen
corriendo varios hombres. ¿Qué haré? ¿Qué veo? El uno cae herido al parecer...
Los otros huyen retrocediendo por donde han venido. Hasta mis plantas viene
batallando con las ansias de la muerte. ¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Quiénes son
los que te siguen? ¿No respondes? El torrente de sangre que arroja por boca y
por herida me mancha todo... Es muerto, ha expirado asido de mi pierna. Siento
pasos a este otro lado. Mucha gente llega; el aparato es de ser comitiva de la
justicia.
CUESTIONES
Señala los rasgos prerrománticos que se aprecian en el texto desde el
punto de vista del contenido y los rasgos lingüísticos.
LA POESÍA ROMÁMTICA ESPAÑOLA.
CANCIÓN DEL PIRATA, JOSÉ DE ESPRONCEDA.
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Stambul:
«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
CANTO A TERESA, JOSÉ DE ESPRONCEDA
Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaban a la par nuestra
ventura;
y nunca nuestras ansias las
contaban,
tú embriagada en mi amor, yo en tu
hermosura,
las horas ¡ay! huyendo nos miraban
llanto tal vez vertiendo de
ternura,
que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que
vendrían.
Y llegaron en fin: ¡oh!, ¿quién
impío,
¡ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo un cristalino
río,
manantial de purísima limpieza;
después torrente de color sombrío,
rompiendo entre peñascos y maleza,
y estanque, al fin, de aguas
corrompidas,
entre fétido fango detenidas. (…)
A
JARIFA EN UNA ORGÍA,
JOSÉ DE ESPRONCEDA
Trae,
Jarifa, trae tu mano,
ven y pósala en mi frente,
que en un mar de lava hirviente
mi cabeza siento arder.
Ven y junta con mis labios
esos labios que me irritan,
donde aún los besos palpitan
de tus amantes de ayer.
¿Qué la virtud, la pureza?
¿qué la verdad y el cariño?
Mentida ilusión de niño,
que halagó mi juventud.
Dadme vino: en él se ahoguen
mis recuerdos; aturdida
sin sentir huya la vida;
paz me traiga el ataúd.
El sudor mi rostro quema,
y en ardiente sangre rojos
brillan inciertos mis ojos,
se me salta el corazón.
Huye, mujer; te detesto,
siento tu mano en la mía,
y tu mano siento fría,
y tus besos hielos son.
¡Siempre igual! Necias mujeres,
inventad otras caricias,
otro mundo, otras delicias,
o maldito sea el placer.
Vuestros besos son mentira,
mentira vuestra ternura:
es fealdad vuestra hermosura,
vuestro gozo es padecer.
Yo quiero amor, quiero gloria,
quiero un deleite divino,
como en mi mente imagino,
como en el mundo no hay;
y es la luz de aquel lucero
que engañó mi fantasía,
fuego fatuo, falso guía
que errante y ciego me tray.
¿Por qué murió para el placer mi alma,
y vive aún para el dolor impío?
¿Por qué si yazgo en indolente calma,
siento, en lugar de paz, árido hastío?
¿Por qué este inquieto, abrasador deseo?
¿Por qué este sentimiento extraño y vago,
que yo mismo conozco un devaneo,
y busco aún su seductor halago?
¿Por qué aún fingirme amores y placeres
que cierto estoy de que serán mentira?
¿Por qué en pos de fantásticas mujeres
necio tal vez mi corazón delira,
si luego, en vez de prados y de flores,
halla desiertos áridos y abrojos,
y en sus sandios o lúbricos amores
fastidio sólo encontrará y enojos?
Yo me arrojé cual rápido cometa,
en alas de mi ardiente fantasía:
doquier mi arrebatada mente inquieta,
dichas y triunfos encontrar creía.
Yo me lancé con atrevido vuelo
fuera del mundo en la región etérea,
y hallé la duda, y el radiante cielo
vi convertirse en ilusión aérea.
Luego en la tierra la virtud, la gloria,
busqué con ansia y delirante amor,
y hediondo polvo y deleznable escoria
mi fatigado espíritu encontró.
Mujeres vi de virginal limpieza
entre albas nubes de celeste lumbre;
yo las toqué, y en humo su pureza
trocarse vi, y en lodo y podredumbre.
Y encontré mi ilusión desvanecida
y eterno e insaciable mi deseo:
palpé la realidad y odié la vida;
sólo en la paz de los sepulcros creo.
Y busco aún y busco codicioso,
y aún deleites el alma finge y quiere:
pregunto y un acento pavoroso
«¡Ay! me responde, desespera y muere.
Muere, infeliz: la vida es un tormento,
un engaño el placer; no hay en la tierra
paz para ti, ni dicha, ni contento,
sino eterna ambición y eterna guerra.
Que así castiga Dios el alma osada,
que aspira loca, en su delirio insano,
de la verdad para el mortal velada
a descubrir el insondable arcano.»
¡Oh! cesa; no, yo no quiero
ver más, ni saber ya nada:
harta mi alma y postrada,
sólo anhela descansar.
En mí muera el sentimiento,
pues ya murió mi ventura,
ni el placer ni la tristura
vuelvan mi pecho a turbar.
Pasad, pasad en óptica ilusoria
y otras jóvenes almas engañad:
nacaradas imágenes de gloria,
coronas de oro y de laurel, pasad.
Pasad, pasad mujeres voluptuosas,
con danza y algazara en confusión;
pasad como visiones vaporosas
sin conmover ni herir mi corazón.
Y aturdan mi revuelta fantasía
los brindis y el estruendo del festín,
y huya la noche y me sorprenda el día
en un letargo estúpido y sin fin.
Ven, Jarifa; tú has sufrido
como yo; tú nunca lloras;
mas ¡ay triste! que no ignoras
cuán amarga es mi aflicción.
Una misma es nuestra pena,
en vano el llanto contienes...
Tú también, como yo, tienes
desgarrado el corazón.
ven y pósala en mi frente,
que en un mar de lava hirviente
mi cabeza siento arder.
Ven y junta con mis labios
esos labios que me irritan,
donde aún los besos palpitan
de tus amantes de ayer.
¿Qué la virtud, la pureza?
¿qué la verdad y el cariño?
Mentida ilusión de niño,
que halagó mi juventud.
Dadme vino: en él se ahoguen
mis recuerdos; aturdida
sin sentir huya la vida;
paz me traiga el ataúd.
El sudor mi rostro quema,
y en ardiente sangre rojos
brillan inciertos mis ojos,
se me salta el corazón.
Huye, mujer; te detesto,
siento tu mano en la mía,
y tu mano siento fría,
y tus besos hielos son.
¡Siempre igual! Necias mujeres,
inventad otras caricias,
otro mundo, otras delicias,
o maldito sea el placer.
Vuestros besos son mentira,
mentira vuestra ternura:
es fealdad vuestra hermosura,
vuestro gozo es padecer.
Yo quiero amor, quiero gloria,
quiero un deleite divino,
como en mi mente imagino,
como en el mundo no hay;
y es la luz de aquel lucero
que engañó mi fantasía,
fuego fatuo, falso guía
que errante y ciego me tray.
¿Por qué murió para el placer mi alma,
y vive aún para el dolor impío?
¿Por qué si yazgo en indolente calma,
siento, en lugar de paz, árido hastío?
¿Por qué este inquieto, abrasador deseo?
¿Por qué este sentimiento extraño y vago,
que yo mismo conozco un devaneo,
y busco aún su seductor halago?
¿Por qué aún fingirme amores y placeres
que cierto estoy de que serán mentira?
¿Por qué en pos de fantásticas mujeres
necio tal vez mi corazón delira,
si luego, en vez de prados y de flores,
halla desiertos áridos y abrojos,
y en sus sandios o lúbricos amores
fastidio sólo encontrará y enojos?
Yo me arrojé cual rápido cometa,
en alas de mi ardiente fantasía:
doquier mi arrebatada mente inquieta,
dichas y triunfos encontrar creía.
Yo me lancé con atrevido vuelo
fuera del mundo en la región etérea,
y hallé la duda, y el radiante cielo
vi convertirse en ilusión aérea.
Luego en la tierra la virtud, la gloria,
busqué con ansia y delirante amor,
y hediondo polvo y deleznable escoria
mi fatigado espíritu encontró.
Mujeres vi de virginal limpieza
entre albas nubes de celeste lumbre;
yo las toqué, y en humo su pureza
trocarse vi, y en lodo y podredumbre.
Y encontré mi ilusión desvanecida
y eterno e insaciable mi deseo:
palpé la realidad y odié la vida;
sólo en la paz de los sepulcros creo.
Y busco aún y busco codicioso,
y aún deleites el alma finge y quiere:
pregunto y un acento pavoroso
«¡Ay! me responde, desespera y muere.
Muere, infeliz: la vida es un tormento,
un engaño el placer; no hay en la tierra
paz para ti, ni dicha, ni contento,
sino eterna ambición y eterna guerra.
Que así castiga Dios el alma osada,
que aspira loca, en su delirio insano,
de la verdad para el mortal velada
a descubrir el insondable arcano.»
¡Oh! cesa; no, yo no quiero
ver más, ni saber ya nada:
harta mi alma y postrada,
sólo anhela descansar.
En mí muera el sentimiento,
pues ya murió mi ventura,
ni el placer ni la tristura
vuelvan mi pecho a turbar.
Pasad, pasad en óptica ilusoria
y otras jóvenes almas engañad:
nacaradas imágenes de gloria,
coronas de oro y de laurel, pasad.
Pasad, pasad mujeres voluptuosas,
con danza y algazara en confusión;
pasad como visiones vaporosas
sin conmover ni herir mi corazón.
Y aturdan mi revuelta fantasía
los brindis y el estruendo del festín,
y huya la noche y me sorprenda el día
en un letargo estúpido y sin fin.
Ven, Jarifa; tú has sufrido
como yo; tú nunca lloras;
mas ¡ay triste! que no ignoras
cuán amarga es mi aflicción.
Una misma es nuestra pena,
en vano el llanto contienes...
Tú también, como yo, tienes
desgarrado el corazón.
PAUTAS PARA EL COMENTARIO
1. Este poema es un auténtico compendio de los temas más
característicos de la poesía esproncediana: deseo, ansia insatisfecha de
alcanzar lo inalcanzable, frustración, sufrimiento, hastío, etc. –conceptos
todos ellos típicamente románticos– se dan cita en él. Determina cuáles son los
que, estrofa a estrofa, van apareciendo a lo largo del poema. ¿Cuál de ellos es
el predominante?
2. Entre tanto, el poeta permite que se desborde el mar
de lava (v. 3) que siente arder en su cabeza. Las ideas y sentimientos que
desarrolla se repiten constantemente. Analiza a lo largo del poema los
contrastes entre lo ideal y lo real, entre la búsqueda constante y la
frustración inevitable, entre el amor y el placer, entre la vida como tormento
y la muerte como liberación, entre el deseo y el hastío, etc.
3. Todo ello aparece como una reflexión en voz alta que el poeta realiza
ante una mujer, Jarifa, cuya presencia en la primera y última estrofa da en
buena parte sentido y unidad a la composición. ¿Qué representa este personaje?
¿Entre qué distintos conceptos e imágenes de la mujer se debate Espronceda?
Anota las ocasiones en que se refiere a Jarifa y explica los sucesivos cambios
de actitud hacia ella que pueden observarse. ¿A qué se deben?
“CUARTETOS
ESCRITOS EN UN CEMENTERIO”, GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA
He aquí el asilo de la eterna calma,
do sólo el sauce desmayado crece...
¡Dejadme aquí; que fatigada el alma,
en aura de las tumbas apetece!
Los que aspiráis las flores de la vida,
llenas de aroma de placer y gloria,
no piséis el lugar do convertida
veréis su pompa en miserable escoria.
Mas venid todos los que el ceño airado
del destino mirasteis en la cuna;
los que sentís el corazón llagado
y no esperáis consolación alguna.
¡Venid también , espíritus ardientes,
que en ese mundo os agitáis sin tino,
y cuya inmensa sed sus turbias fuentes
calmar no pueden con raudal mezquino!
Los que el cansancio conocisteis, antes
que paz os diesen y quietud los años....
¡Venid con vuestros sueños devorantes!
¡Venid con vuestros tristes desengaños!
No aquí las horas , rápidas o lentas,
cuenta el placer ni mide la esperanza:
¡quiébranse aquí las olas turbulentas
que el huracán de las pasiones lanza!
Aquí , si os turban sombras de la duda,
la severa verdad inmóvil vela:
aquí reina la paz eterna y muda,
si paz el alma fatigada anhela.
Los que aquí duermen en profundo sueño,
insomnes cual nosotros se agitaron...
Ya de muerte en el letal beleño
sus abrasadas sienes refrescaron.
Amemos, pues, nuestra mansión futura,
única que tenemos duradera...
¡que ilusión de la vida es la ventura,
mas la paz de la muerte es verdadera!
PAUTAS PARA EL COMENTARIO
1. Este poema de Gertrudis Gómez de Avellaneda se
inscribe ya plenamente dentro de la sensibilidad y la temática del
Romanticismo. Se pueden observar en él muchos de los motivos e ideas tópicos
del movimiento. Señálalos y coméntalos.
2. Se puede apreciar con claridad a través de este texto
cuál es la visión que los autores románticos tienen de la vida y de la muerte.
¿Qué concepción de cada una de ellas prevalece? ¿Qué relaciones se pueden
establecer entre esos conceptos de vida y muer- te y las ideas clave del
Romanticismo?
RIMA
XI, GUSTAVO ADOLFO BÉQUER
—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
—No es a ti, no.
—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:
puedo brindarte dichas sin fin,
yo de ternuras guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
—No, no es a ti.
—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
—¡Oh ven, ven tú!
RIMA
XLI, GUSTAVO
ADOLFO BÉCQUER
Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!...
¡No pudo ser!
Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser!
Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!
EN LAS ORILLAS DEL SAR, ROSALÍA DE CASTRO
Ya duermen en su tumba las pasiones
el sueño de la nada;
¿es, pues, locura del doliente espíritu,
o gusano que llevo en mis entrañas?
Yo sólo sé que es un placer que duele,
que es un dolor que atormentado halaga,
llama que de la vida se alimenta,
mas sin la cual la vida se apagara.
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