COMENTARIO DE TEXTOS NARRATIVOS I.
SONATA DE OTOÑO,
VALLE INCLÁN.
«¡Mi
amor adorado, estoy muriéndome y sólo deseo verte!». ¡Ay! Aquella
carta de la pobre Concha se me extravió hace mucho tiempo. Era llena
de afán y de tristeza, perfumada de violetas y de un antiguo amor.
Sin concluir de leerla, la besé. Hacía cerca de dos años que no me
escribía, y ahora me llamaba a su lado con súplicas dolorosas y
ardientes. Los tres pliegos blasonados traían la huella de sus
lágrimas, y la conservaron largo tiempo. La pobre Concha se moría
retirada en el viejo Palacio de Brandeso, y me llamaba suspirando.
Aquellas manos pálidas, olorosas, ideales, las manos que yo había
amado tanto, volvían a escribirme como otras veces. Sentí que los
ojos se me llenaban de lágrimas. Yo siempre había esperado en la
resurrección de nuestros amores. Era una esperanza indecisa y
nostálgica que llenaba mi vida con un aroma de fe: Era la quimera
del porvenir, la dulce quimera dormida en el fondo de los lagos
azules, donde se reflejan las estrellas del destino. ¡Triste destino
el de los dos! El viejo rosal de nuestros amores volvía a florecer
para deshojarse piadoso sobre una sepultura.
¡La
pobre Concha se moría!
Yo
recibí su carta en Viana del Prior, donde cazaba todos los otoños.
El Palacio de Brandeso está a pocasleguas de jornada. Antes de
ponerme en camino, quise oír a María Isabel y a María Fernanda,
las hermanas de Concha, y fui a verlas. Las dos son monjas en las
Comendadoras. Salieron al locutorio, y a través de las rejas me
alargaron sus manos nobles y abaciales, de esposas vírgenes. Las dos
me dijeron, suspirando, que la pobre Concha se moría, y las dos,
como en otro tiempo, me tutearon. ¡Habíamos jugado tantas veces en
las grandes salas del viejo Palacio señorial!
NOTA: se corregirá el martes 12 de noviembre.
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