Señala y justifica las funciones de la lengua más relevantes del texto. Se corregirá el miércoles 26 de septiembre.
“Todas las pompas son
fúnebres", decía Ramón Gómez de la Serna, con un humorismo funerario que
se le fue acentuando con la vejez, el destierro y la pobreza. Cuando Gómez de
la Serna murió, en Buenos Aires, su viuda, Luisa Sofovich, llamó a la Embajada
de España para pedir que se hicieran cargo allí del cadáver, porque ella estaba
muy cansada de haber cuidado al enfermo moribundo durante mucho tiempo, y
porque se trataba, les dijo, de un "cadáver nacional". Al cadáver
nacional del pobre Gómez de la Serna, que tantas escaseces había padecido en
vida, le acabaron dando sepultura en Madrid en el invierno franquista de 1963,
con unas pompas tan fúnebres como las que él mismo habría imaginado y temido,
con libreas y pelucones blancos de entierro de medio pelo y uniformes de
Falange. En España, en los países hispánicos o latinos en general, los
entierros de los escritores están sometidos a variaciones tan extremas como sus
propias vidas y muchas veces parece que no hubiera término medio entre la fosa
común y el panteón de glorias esculpidas en mármol, entre el anonimato sin
esperanza y la hipertrofia de una celebridad que convierte al escritor en el
símbolo de un país entero, en la apoteosis de un nombre que casi borra por
comparación la realidad de la obra.
Antonio Muñoz Molina,
"Penúltimas voluntades", El
País, 3 de julio de 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario